Monseñor Gassis, obispo de El Obeid (en el centro de este país africano martirizado por la guerra civil), explica en la entrevista concedida a Huellas el papel de la Iglesia y el diálogo con el islam.
a cargo de Paola Ronconi
Casi in extremis, conseguimos contactar con él poco antes de que regresara a Sudán. Nos encontramos en Milán con monseñor Macram Max Gassis, obispo de El Obeid, en el centro de Sudán. En breve volverá a su diócesis: «Tras el vuelo, todavía me quedarán tres horas de camino hasta llegar a casa. Vivo en la selva, en los montes Nubia, en una zona liberada por el SPLA (Ejército Popular de Liberación de Sudán, ndr), en lugar de en la sede episcopal: estoy considerado persona non grata por el gobierno de Khartum a causa de mis múltiples denuncias de la violación de los derechos humanos en mi país», nos explica mientras hablamos. Aquí vive una población de raza no árabe, en su mayoría de religión tradicional africana (animistas) aparte de multitud de católicos y protestantes. Los musulmanes de Nubia son moderados y están mal vistos por el gobierno integrista de Khartum que, más que importarle el sharia, pretende apoderarse de este territorio fértil y rico en petróleo. La reciente historia de estas poblaciones está impregnada de masacres, deportaciones e incluso crucifixiones.
Desde hace años, monseñor Macram Max Gassis no reside establemente en El Obeid, sino que pasa largos períodos en Europa y Estados Unidos intentando sensibilizar a la opinión pública. Es precisamente la indiferencia hacia el conflicto de su país la acusación más grave que lanza contra los países occidentales: «¡¿Alguna vez hemos oído hablar de un movimiento de opinión hacia Sudán?!», exclama irónicamente.
Monseñor, en una situación tan delicada como ésta, ¿qué papel puede jugar la Iglesia?
La Iglesia debe llevar esperanza a la población. No sólo a los católicos, sino también a los protestantes, a los africanos de religión tradicional y a los musulmanes perseguidos por no ser de origen árabe. Éstos últimos están considerados por el régimen como musulmanes de segunda categoría. Me refiero concretamente a las poblaciones de los montes Nubia. Por absurdo que parezca, el gobernador de la zona liberada es el comandante del SPLA: es musulmán, pero ¡ay de quien toque a la Iglesia!, porque sabe que su presencia significa esperanza para la población.
Eso, los musulmanes: ¿qué significa esto en el diálogo con ellos?
No creo en un diálogo de tipo doctrinal: es imposible. En cambio, creo en un diálogo en lo cotidiano, en el respeto mutuo, en una cooperación como seres humanos y como criaturas de Dios que comparten esta humanidad y esta tierra. Por ejemplo, en el campo de la educación: ¡cuántos musulmanes se han educado en los institutos católicos! Ellos mismos prefieren enviar a sus hijos con las monjas. En el terreno de la sanidad: ¡cuántas mujeres musulmanas vienen a la maternidad de nuestro hospital! En el campo de la agricultura: ¡el agua que encontramos excavando en los pozos con la barrena no es agua católica, es agua para todos los hijos de Dios! Y nuestra gente lo agradece; esta es la esperanza a la que me refería al principio. Estamos construyendo un pequeño hospital en los montes Nubia y más adelante queremos construir un centro de educación y formación profesional: esto, para nuestra gente, se llama esperanza y diálogo.
¿ Cómo se puede alcanzar la paz en Sudán?
EEUU, Gran Bretaña, Italia y Noruega discuten sobre el modo más adecuado de conseguir la paz. Pero con frecuencia el afán de los países occidentales es poder concluir que ellos han resuelto el problema de Sudán.
Para mí, el aspecto más importante es la relación entre Estado y religión, pero en los recientes tratados no se habla de este tema. En Sudán hay leyes discriminatorias por naturaleza, como la Missionary Society Act (en 1962, el gobierno de Khartum dictó un decreto por el cual los misioneros debían ser expulsados del país, ndr) que persigue detener el crecimiento de la Iglesia y convertirla en una minoría insignificante. Cuando el Santo Padre visitó Sudán pidió al régimen islámico que derogara la ley. Aunque fue modificada, la nueva versión es más dura que la original.
Es inútil que nos engañemos y engañemos a la opinión pública: sin justicia no puede haber paz. El conflicto no es una cuestión política o económica, sino racial-religiosa.
Países como Etiopía, Eritrea, Kenia y Uganda tratan de ayudar a Sudán a frenar al gobierno de Kartoum porque temen la difusión del integrismo islámico.
¿ Qué significa ser pastor de un pueblo martirizado de esta manera?
Para mí es una inmensa gracia, porque sufrir con mi gente me enriquece y me da fuerza. La Iglesia que sufre no tiene compromisos y no los acepta. O estamos con el Señor o estamos contra Él. Con esto no se bromea. Yo no soy un político, soy un pastor. La posición de la Iglesia no es fácil, porque decir la verdad hoy es incómodo.
El papel de la Iglesia es sensibilizar a la opinión pública de lo que está ocurriendo en Sudán, no sólo en la esfera eclesial, sino también en el ámbito político-social. Contémoslo a nuestros hermanos obispos, a los sacerdotes, a las distintas parroquias, y también a los líderes políticos de todo el mundo.
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