Tríptico Romano consta de tres partes: «Arroyo», una meditación y contemplación mística de la naturaleza; «En el umbral de la Capilla Sixtina», la parte más reveladora, en la que Karol Wojtyla aboga para que Dios muestre «en la transparencia de las conciencias» al que será su sucesor como Papa, y «Monte en la Región de Moria», en la que recuerda la patria de Abrahán.
Se trata de un legado ejemplar, escrito en el ocaso de una vida entregada a la Iglesia, una invitación a vivir la vida de la fe como él la ha vivido, pues cuanto más poéticamente sea vivida la fe más claro aparece el recorrido de un camino ejemplar. En mayo, durante la presentación del libro en la Biblioteca Nacional de Madrid, el cardenal Rouco Varela, hizo referencia a la obra teológica de Von Balthasar para ilustrar el valor de este poemario: «la fe se da en el hombre cuando con la luz que lleva consigo desde la creación y que le es renovada por la redención contempla el Misterio de Cristo. Ese encuentro luminoso no se da con una verdad abstracta, ni con una bondad basada en la ética racionalista, sino con una belleza que es buena y verdadera».
Se trata de un libro de enorme repercusión mundial. La primera edición polaca, de 300.000 ejemplares, estaba ya prevendida antes de llegar a las librerías. La edición española incluye la reproducción de algunos de los poemas de puño y letra de Juan Pablo II.
Carmen Giussani
Sorprende encontrar un libro de poemas con las características de Tríptico Romano en el panorama de la literatura actual. Una obra que enlaza con la mística en cuanto al tema: el encuentro entre el hombre y el Misterio. No el hombre en abstracto, el concepto, sino el hombre que existe, «yo», Juan Pablo II. Así pues, la voz es original, como lo fue la de aquellos que en el siglo XVI se atrevieron a contar de forma poética su experiencia. Personalmente me ha cautivado la capacidad de Juan Pablo II para dar cuenta del hecho que nos supera, al tratarse al mismo tiempo del Misterio y de una experiencia auténticamente humana.
No en vano el libro comienza con el poema titulado «Asombro», y más adelante, en «Primer Vidente» (pp. 27-28), escribe: «Él, que creó, vio - vio “que era bueno” -, / vio con una visión distinta de la nuestra (...) / Y tú, hombre, que también ves, ven. / Os invoco, “videntes” de todos los tiempos. / ¡Te invoco, Miguel Ángel!».
Toda la obra gira en torno a esta visión. Estructuralmente Tríptico Romano es el desarrollo del conocimiento desde el asombro (Adán) hasta la más absoluta confianza (Abrahán). Dicho recorrido se basa en dos grandes acontecimientos: el Génesis y el sacrificio del Hijo, la muerte de Cristo.
Hay dos datos que personalmente me han llamado mucho la atención. Uno, el tono dramático, problemático a veces, que tienen los versos cuando se refieren a cuestiones como la sucesión del Papa, la situación contemporánea o hablan de la vergüenza. Otro, que el autor, siempre y de forma decidida, se sitúa en el umbral. Esta posición se desvela al final de la obra como espera enteramente sostenida en la Alianza (cf. p. 54): «- Detente -. / Yo llevo tu nombre en mí, / este nombre es signo de la Alianza que contrajo contigo el Verbo Eterno / antes de la creación del mundo)».
Me supera la sabiduría y belleza del libro. Juan Pablo II no adoctrina ni moraliza, sólo comunica algo que le urge, la verdad que percibe en su propia carne, como todo verdadero poeta. Y sus propias palabras creo que son la más útil invitación a la lectura: «Entramos para leer, / caminando desde el asombro hasta el asombro».
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