Bien y mal. Buenos y malos. En la literatura contemporánea la representación de la realidad se limita a menudo a esta contraposición. Pero en algunos casos este esquema salta. Un escritor ha encontrado algunos ejemplos como el presentimiento de una respuesta positiva
El principio maniqueo no nos ofrece la imagen de un drama, no tiene el aspecto del drama. En el maniqueísmo el bien y el mal son dos principios contrapuestos, eternos, ninguno de los dos podrá jamás derrotar al otro. El drama, en ese sentido, está ya eliminado, no es real, sobrevive sólo como fantasma.
Sin embargo, nosotros no entendemos estas cosas en abstracto. Si nos detenemos en la afirmación explícita de este principio, el campo de aplicación resulta en conjunto bastante reducido. Indios y vaqueros. “Nosotros” y “ellos”. Bush y Saddam. Matrix (una de las películas más moralistas que conozco). Pero si, en vez de poner la atención en su formulación lo hacemos en su supervivencia como motivación de la vida y de la acción (quizá bajo un aspecto simulado), descubrimos que el tiempo en el que vivimos está casi completamente invadido de esta melaza maniquea.
La literatura es una ayuda en ese sentido, porque nos ofrece, entre otras cosas, una buena casuística del problema. Por ejemplo, hay todo un filón - con variantes europeas y americanas - que identifica la inquietud (es decir, la inestabilidad, el tener que marcharse siempre, el no poder alcanzar nunca la meta) con el sentido, cuando no con la finalidad. Es la filosofía que encontramos, por ejemplo, en la obra de un escritor venerado en nuestro tiempo como Bruce Chatwin - que por lo demás es un gran escritor - o en autores y gentes del espectáculo, en opinión de los cuales el hombre está excluido de la Tierra Prometida (de su destino) y el sentido de su vida consiste en caminar hacia ella, aunque no la alcance nunca.
Otros juegan la carta del arte como distracción, como divertimento con respecto a un Hecho que ha emitido ya su sentencia, que ha cerrado ya la partida. Un escritor que es un buen amigo mío, Alessandro Baricco, concentra toda su obra, a menudo ingeniosa, en este equívoco de fondo. El deseo aquí es una especie de broma burlona de la naturaleza, una enfermedad o alteración, o quizá un misterio, que sabemos sin embargo que no tiene respuesta.
Pero, como decía Giacomo Contri en el pasado número de Huellas (nº 6, pp.16 y ss.), el deseo no es un agujero a llenar, sino algo que sucede. Cuando estamos “decaídos” es porque estamos faltos de algo, pero lo que nos falta es precisamente el deseo. La compañía de los amigos despierta de nuevo el deseo a través de la presencia misteriosa de su cumplimiento inicial.
En resumen, la posición maniquea es la posición del no cumplimiento en el sentido de la no satisfacción, y esto es exactamente lo contrario del infinito, ya sea porque los dados están ya echados o porque siempre se deja algo fuera.
Por eso recomiendo leer de nuevo a Cesare Pavese. Estará lleno de defectos como escritor, pero el problema que él plantea en la práctica totalidad de sus libros es éste. En su escrito más emblemático, La casa in collina, su negativa (o mejor, su imposibilidad) a tomar parte en la Resistencia nace de un vínculo tan fuerte con la realidad (sería suficiente contar cuántas veces se repite la palabra “colinas” en su obra) que le impide cualquier solución abstracta al problema del bien y de la justicia.
Pero deseo ¿de qué? De todo. Como cantaba el gran Freddy Mercury: «Who wants to live forever?», ¿Quién quiere vivir para siempre?
Encontrar ejemplos actuales de esta integridad del deseo no es demasiado fácil. Las palabras de don Giussani en 1987, citadas en la página 13 del pasado número de Huellas, son para siempre. Todos sufrimos el poder, incluidos los escritores. No sé si son los 47 años, o que soy un poco miope, pero las avalanchas de libros que compro o que me regalan las editoriales dan testimonio de este aturdimiento que hace uso un poco de todo. Por citar un ejemplo, no tenéis ni idea de la cantidad de libros que tienen una cierta forma, estilo y contenido sólo porque han sido escritos con el ordenador.
Me pedís ejemplos actuales “en positivo”, ejemplos de escritores que hayan conseguido subir esta pendiente resbaladiza para afirmar el deseo humano, aquello que siempre hemos llamado «experiencia elemental». Me vienen a la cabeza dos obras, pero antes quisiera precisar una cosa. La definición de la gravedad del problema pertenece ya al deseo. Decir que nuestro “yo” se encuentra bajo el efecto Chernobyl no es un juicio negativo, sino un juicio verdadero. Al efecto Chernobyl he dedicado precisamente mi novela más conocida, La nueva era (Encuentro, 2002), que es un libro dramático, aunque no negativo. La esperanza no viene “después” del juicio, sino que está contenida en él. Encuentro mucho más desesperado al que sostiene por principio que todo es positivo, que todo va bien. Sin embargo, la realidad es positiva incluso cuando las cosas van mal.
Los dos libros de los que hablaba son uno italiano y el otro americano. El americano – excelente, en especial en su primera parte - salió a la calle hace año y medio y se titula Una historia conmovedora, asombrosa y genial, obra de Dave Eggers (Planeta, 2001), escritor menor de treinta años. Es la historia de un chico de veintidós años que, a causa de la muerte de sus padres en pocos meses, se encuentra haciendo de padre de su hermano de ocho años. Él siente con urgencia que la responsabilidad hacia el niño significa desear todo para él: o tratas de darle todo, o no existes.
La otra novela, preciosa, recién publicada en Italia, es Sacrocuore, de Aurelio Picca (Rizzoli). Es la crónica de la agonía y la muerte de la madre del escritor, como consecuencia de una operación de corazón fallida. En el desgarro de ese corazón sometido a constante humillación - incluida la estúpida y vacilante vida de sus tres hijos -, encontramos una metáfora poderosa y eficaz del desgarro contra el que luchamos cada día para reafirmar nuestra verdadera necesidad, que en las últimas páginas se alza como una oración llena de estupor.
En ambos casos puede verse que es un dolor grande y concreto (los dos libros son en parte autobiográficos) lo que rompe la cadena de la abstracción, lo que deja entrever que el verdadero sentido de nuestro desgarro puede confiarse no a la elección de otra solución, sino a algo que debe suceder, como un perdón, para todos.
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