Ecumenismo y paz empiezan concretamente en un gesto que la comunidad de Barcelona ha organizado junto con su pastor y con muchos grupos y personas sensibles a la necesidad de testimoniar que alrededor de la presencia de Cristo toda división humana, moral y espiritual puede ser sanada
Bajo una preciosa pancarta con la foto del Santo Padre mendicante en oración, los convocados al “Vía Crucis per la Pau” nos íbamos reuniendo en la parroquia de Sant Agustí, en el centro de El Raval, un barrio más próximo a la miseria humana y espiritual que a la grandiosidad del vecino teatro del Liceo. El lugar es significativo para nosotros, puesto que hacemos allí desde hace dos años y medio la “Pregaria per la Pau”, que ha guiado todo un camino de educación para entender el juicio del Papa y de la Iglesia, y reconocer su verdad profunda, más grande que los meros juicios históricos y políticos.
Asistieron unas 600 personas, de la parroquia y del barrio, gentes de todas las extracciones sociales y culturales, un verdadero pueblo.
La iniciativa tenía como telón de fondo la referencia a los últimos Vía crucis que han recorrido las calles de Nueva York, y como intención inmediata, el deseo de realizar un gesto público por la paz.
Con las Hermanas de la Caridad
Convocado por CL, el Vía Crucis quería abrirse a toda la ciudad, ser un claro gesto de ecumenismo eclesial. Lo presidió el cardenal Ricard María Carles acompañado por el obispo José Angel Sainz y varios sacerdotes. Nuestro deseo era seguir al cardenal para seguir al Papa, seguir al Papa junto a nuestro pastor. Allí se podía tocar la unión entre los distintos carismas: seguían la Cruz las hermanas de la congregación de la Madre Teresa de Calcuta, personas de distintos grupos eclesiales y mucha gente anónima.
Empezamos dentro del templo. Unos cantos escogidos y los textos sagrados. Coincidió nuestra celebración con el 40 aniversario de la encíclica de Juan XXII Pacem in Terris. Hasta en la concordancia de las fechas, de los acontecimientos, ves la mano del que nos sostiene, la Providencia se hace presente.
No deja indiferentes
Salimos fuera, a la plaza, para seguir el paso de la Cruz. Había cierta inquietud pensando cómo reaccionarían los habitantes del barrio que es como una la pequeña ciudad con rasgos propios. Arrancaba la comitiva con una cruz austera y detrás todos los participantes.
Un feligrés me hace notar que una hermana de Calcuta no tiene el guión de la ceremonia preparado ex profeso. Para mayor rapidez le entrego el que llevo, pero ella me responde que gracias, pero no lo quiere, que quiere ver, seguir, meditar la Cruz.
Mientras se iba desgranando los pasos de Cristo, me venían a la memoria los pensamientos de la meditación de la Pasión de Jesús: tal y como sucedió hace 2000 años, unos se burlan, otros se acercan con curiosidad, otros se santiguan (acaso como un acto reflejo) alguno pregunta, otro gira la cabeza. Es evidente que la Cruz, como entonces no deja indiferente.
¿Extraordinario o habitual?
Se me acerca un transeúnte. Me pregunta por el acto. Le explico que es un gesto cristiano, el Vía Crucis, propio de Semana Santa que el domingo siguiente empezamos a andar y que se ofrece por la paz coincidiendo con la guerra en Iraq, pero extendiendo nuestra súplica a otros conflictos mundiales vigentes en este momento y haciéndolo más particular con la violencia en nuestro país y en nuestros propios corazones. Me agradece la información y al despedirse me inquiere si es un gesto extraordinario o es habitual. Lo veo alejarse pero vuelve a pararse y escucha con atención un pasaje del texto de Charles Péguy que nos acompaña en cada estación: «Entonces el mundo comenzó a estimar que era demasiado grande. Y comenzó a crearle molestias: y hasta el día en que decidió dar a Dios lo que era de Dios».
La salvación es para todos
Mi posición (me pidieron que ayudara en el servicio de orden) me dio la oportunidad de observar a unos y a otros. A los que seguían el Vía Crucis y a los que pasaban, gente extraña y turistas, habituales de barrio y curiosos, gente variopinta, de diversas procedencias, e incluso personas extravagantes, pero todos hijos de Dios. Me comentó un sacerdote que realizó su servicio durante dieciséis años en este depauperado barrio que todos, incluso las “trabajadoras de la calle”, hemos sido comprados a caro precio y por igual con la sangre de Cristo.
La mirada sigue ese palo negro, sin aparente brillo, pero se nota en el silencio y recogimiento que el brillo luce en las almas. «Quien quiera venir conmigo, que tome su cruz y me siga».
Con Juan Pablo II, por la paz
Nos acercamos al final, y resuenan las palabras de Jesús: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?». A veces nos preguntamos, me pregunto ¿no nos habrá abandonado Dios? Es entonces cuando las palabras de Juan Pablo II me socorren: «Los cristianos estamos llamados a ser centinelas de la paz en los lugares donde vivimos y trabajamos».
Termina el Vía Crucis y el Cardenal nos dirige unas palabras. Recuerda este aniversario de la Pacem in Terris: «Se extiende más entre los hombres la persuasión de que las controversias eventuales entre los pueblos no han de resolverse recurriendo a las armas, sino mediante negociaciones». «La paz en la tierra, anhelo profundo de los seres humanos de todos los tiempos, no se puede instaurar ni consolidar si no es dentro del pleno respeto al orden establecido por Dios». Un pequeño, tímido, aplauso despide el final del acto. Resuena el último canto: «Victoria, tú reinarás. Oh Cruz, tú nos salvarás».
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