El filósofo francés Alain Finkielkraut actualiza lo que Giussani afirmó en 1976: «La tentación es la utopía. La novedad es la presencia»
Silvio Guerra y Alessandra Rustici, nuestros amigos de París, tal vez recuerden la primera vez que nos reunimos con el filósofo judío Alain Finkielkraut. Sucedió hace una década. Nos citamos en una brasserie frente a Radio France y nos concedió una larga entrevista, creo que la primera publicada en Huellas. La conversación versó entonces, entre otras cosas, sobre su apasionado redescubrimiento de Charles Péguy, que efectivamente él había «sacado del ghetto» (cfr. 30Días, junio 1992) y señalado como «uno de los mayores pensadores del mundo moderno» (cfr. Le mécontemporain, 1992). Pues bien, a Finkielkraut le debemos también cierta definición de “acontecimiento” como método de conocimiento, porque, como dice nuestro filósofo, «si no se salva el acontecimiento, ese algo que irrumpe desde fuera, se pierde completamente el contacto con la realidad» (Huellas, diciembre 1994). El mismo Finkielkraut nos ha dicho de qué forma ha llegado a este passe-partout (ndt. algo así como “clave de lectura”), no sólo filosófico. «Ante todo un encuentro amoroso. Después, lecturas: Lévinas, Arendt, Péguy».
Así pues, “acontecimiento” y “encuentro”. ¿No son estas mismas las palabras constitutivas del carisma y de la experiencia histórica de nuestro movimiento? Hay más. A medida que pasan los años y el trato con él se ha ido volviendo ocasión de intercambio recíproca (véase las entrevistas en Huellas y el reciente encuentro con el filósofo promovido por el Centro Cultural de Milán), descubrimos que cierta observación de Finkielkraut acerca de los tiempos que corren halla una correspondencia sorprendente con un juicio que ha marcado y sigue marcando para nuestro movimiento una formidable ocasión de inicio siempre nuevo. ¿Cómo no percibir la cercanía entre la “batalla” en la que se implicó don Giussani a partir de 1976 con lo que hoy Finkielkraut identifica y combate como «la utopía triunfante», definida por la violenta pretensión de liberarnos «de la realidad como dato» y, sobre todo, del «dato como presente»? Finkielkraut ha dicho a Huellas: «Es necesaria una conversión existencial». Seguimos estando allí, en aquel 1976 en el que don Giussani intervino inopinadamente entre un grupo de universitarios y sin cálculo humano ninguno (el movimiento en aquellos años era ya una realidad adulta e incidente en la sociedad italiana; él habría podido muy bien confirmarla y seguirla como sucede en todas las realidades asociativas, católicas o no, que tienen a la cabeza un buen guía espiritual o un gran animador social) puso en comparación su propia compañía de hombre que vive y juzga su existencia con «la utopía triunfante». Que, por cierto, entonces también triunfaba entre nosotros y, como ha señalado atinadamente Paolo Mieli, hoy se representa tal cual aunque use palabras diferentes: «Liberación entonces, paz ahora». En aquel 1976, víspera de los peores años del terrorismo en Italia, don Giussani decía a los universitarios: «Nuestra tentación es la utopía. Entiendo por utopía algo considerado bueno y justo que hay que realizar en el futuro, cuya imagen y cuyo conjunto de valores son creados por nosotros». Mientras que nosotros «en 1954 entramos enseguida en la escuela» y «nuestro objetivo era la presencia». En su trasfondo histórico, valorando el gesto de quienes habían dejado el movimiento para seguir su reacción instintiva a los llamamientos surgidos a partir del 68, Giussani observa: «¿A qué traicionaron? A la presencia. El proyecto y la utopía habían sustituido a la presencia. Lo que había ocurrido desde 1963 hasta el culmen alcanzado en el 68 fue un proceso de adaptación y de cesión frente al ambiente: por tanto, una presencia reactiva y no una presencia verdadera y original». Pero el carisma se salvó, una vez más, como nos decía Giancarlo Cesana. Y nos salvó literalmente la vida. Porque es así, la utopía es una presunción desmesurada, como un baile de gala sobre el Titanic, mientras que «La novedad es la presencia en cuanto conciencia de haber recibido algo definitivo... La novedad es la presencia de este acontecimiento de afectividad y de humanidad nuevas... La novedad no es la vanguardia, sino el resto de Israel... La novedad no es un futuro que conquistar, no es un proyecto cultural, social y político: la novedad es la presencia...».
« Presencia, sólo presencia» era la consigna machacona del primer 68 francés atravesado por Finkielkraut y nuestro movimiento. A partir de ahí, aquel inicio fue debilitándose para terminar desbancado por la «utopía triunfante». «La mort a saisit le vif»? ¿La muerte prevalece sobre la vida? No es verdad. Tanto es así que con conocimiento de causa podemos decir que, sin ser moralmente superiores a ninguno de nuestros compañeros de camino, aquel inicio de verdad y libertad ha sido literal y enteramente salvado en nuestra historia. Y perdura en el tiempo también gracias al carisma del movimiento y a “acontecimientos” de personas como Alain Finkielkraut.
Finkielkraut 2003
Jean Jacques Rousseau dijo: «Odio la tiranía, la considero la fuente de todos los males del género humano». Era una forma de atribuir al mal un origen no natural sino histórico y social. El mal ya no radicaba en el hombre sino en la sociedad. De esta manera inauguró para la política una carrera ilimitada, fijando su objetivo en la eliminación del mal de la Tierra, modificando radicalmente las condiciones de la vida social humana. Pero, es más, Rousseau situó el origen de todas las perversiones, de todos los delitos humanos en el dominio, en la opresión. Nosotros seguimos siendo hoy herederos de este pensamiento. Ser roussonianos quiere decir poder remontar siempre el delito original. (...) Se pueden ver las cosas también desde otro punto de vista. La tendencia espontánea de la ideología es la de distribuir a los seres humanos en dos categorías: por un lado, los que actúan, y que por tanto son responsables de sus actos y por ello acusables; por otro, los que reaccionan y la causa de sus actos es siempre externa a ellos mismos, por lo cual son inocentes. Estos gozan de la inmunidad del prefijo “re-“: réaction, résistence, rébellion, révolte (reacción, resistencia, rebelión, revuelta). La sociología dominante hoy se inscribe en el marco de esta distribución roussoniana de los roles.
(...)
En la base de la modernidad hay una especie de resentimiento contra el mundo tal como es donado, un resentimiento contra el dato. Hannah Arendt hizo del nacimiento el paradigma ontológico del evento. Ella recuerda, en este extrañamiento de la condición del hombre moderno, la fórmula bíblica “un niño nos ha nacido”, dándole una especie de traducción secular, laica: el niño es un milagro. Pero hoy advertimos cómo la utopía hipermoderna está prevaleciendo con mucho sobre los milagros. ¿Está destinado el hombre a vivir en medio de sus propios productos, o bien debería justamente tomar partido por el dato?
(del encuentro con Alain Finkielkraut en el Centro Cultural de Milán, 20 de enero de 2003)
Giussani 1976
La novedad es la presencia en cuanto conciencia de haber recibido algo definitivo, un juicio definitivo sobre el mundo, sobre la verdad del mundo y del hombre, que se expresa en nuestra unidad. La novedad es la presencia en cuanto conciencia de que nuestra unidad es el instrumento para el resurgimiento y para la liberación del mundo.
La novedad es la presencia de este acontecimiento de afectividad y de humanidad nuevas, es la presencia de este principio del mundo nuevo que nosotros somos. La novedad no es la vanguardia, sino el resto de Israel, la unidad de aquellos para los cuales lo que ha acontecido es todo y que esperan sólo la manifestación de la promesa, el manifestarse de lo que está dentro de lo acontecido. La novedad no es un futuro que conquistar, no es un proyecto cultural, social y político. La novedad es la presencia. Presencia no es dejar de expresarse: la presencia es también una expresión.
La utopía tiene como forma de expresión el discurso, el proyecto y la búsqueda angustiosa de instrumentos organizativos; mientras que la presencia tiene como modo de expresión una amistad operativa: gestos que comunican un sujeto distinto que vive y que afronta todo: las clases y el estudio, el intento de reforma de los planes de estudio y de la universidad entera; gestos de un sujeto nuevo que ante todo son gestos de humanidad real; mejor aún: gestos de caridad. No se realiza una realidad nueva haciendo discursos y organizando proyectos alternativos, sino viviendo gestos de humanidad nueva en el presente. Claro está que estos gestos de caridad deben convertirse también - por ejemplo - en el intento de que exista gente en las juntas de facultad y de administración que pueda ayudar humanamente a todos, y no a gente interesada sólo en un “carrerismo” político, ni a gente incapacitada para dicho compromiso.
En resumen: en la utopía haríamos la competencia al mismo nivel y, en el fondo, con los mismos métodos de los demás; en la presencia opera la capacidad crítica: es decir, la capacidad de integrar todo en la experiencia de comunión que vivimos, en el sentido del misterio que nos constituye, de la Realidad liberadora que hemos conocido.
(Luigi Giussani, «De la utopía a la presencia», Huellas, diciembre 2002, punto IX)
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