Crónica de un viaje por Egipto y de un sinfín de encuentros: con los padres Combonianos que albergan a los refugiados sudaneses, con las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa, con la pequeña comunidad del CL y con el Patriarca de los católicos coptos, preocupado por las consecuencias de la guerra
Febrero, aeropuerto internacional de El Cairo. Me encuentro aquí para reunirme, como todos los años, con nuestros amigos de Egipto. Entre la muchedumbre descubro el rostro del padre Claudio, un misionero comboniano originario de la provincia de Como que está desde hace siete años en Egipto. En el coche, mientras nos zambullimos en el tráfico caótico de la metrópoli, transmito a Claudio los saludos de los amigos. Después me pone al día acerca de los planes relativos a mi estancia entre ellos. Entramos en el patio de la parroquia del Sagrado Corazón, regida por los padres Combonianos: es un bullir de rostros negrísimos iluminados por ojos grandes muy abiertos, sobre todo los de los niños. Son refugiados sudaneses, huidos de una guerra olvidada que asola el sur de Sudán. Cada semana llegan aquí por decenas. Los misioneros Combonianos se ocupan de ellos junto con los hermanos ortodoxos y protestantes. Han organizado una escuela y les ayudan a vivir con dignidad a la espera de poder emigrar a algún país de Occidente. Vamos a saludar al padre Camille, director del Instituto Teológico adyacente a la parroquia. Nos habla de su actividad, promovida y sostenida por los obispos católicos.
Al terminar las clases, a las seis de la tarde, puedo saludar a Christian Van Nispen, un jesuita que lleva décadas en Egipto. Es un profundo conocedor del mundo islámico y un infatigable tejedor de relaciones a todos los niveles. Es el turno de Wael, joven profesor de lengua árabe que conocí el año pasado. Nos acomodamos en el despacho del padre Claudio. Wael conoce y estima el movimiento. Ha leído El Sentido Religioso en la traducción árabe, que está en proceso de corrección. Me confirma su entusiasmo por la posición de don Giussani e insiste en la necesidad de la publicación del texto también en Egipto: «Don Giussani describe al hombre y su drama. Reconozco que sus palabras me describen también a mí. Es necesario que nosotros, los musulmanes, lo conozcamos». Mientras van llegando algunos de nuestros amigos: Luca, Boutros y Ashraf (egipcios) y Thiik (sudanés). Hablamos de todo lo que está sucediendo, de la eventualidad de la guerra. Leemos el juicio de CL: «No a la guerra, sí a EEUU». Discutimos. La conversación nos absorbe y nos olvidamos de la cena.
El día siguiente comienza temprano: a las cinco de la mañana, implacable, la voz del muecín, gracias a un potente altavoz, nos lanza a la aventura del nuevo día. A las seis y media nos encontramos en el barrio de Faggola. Allí celebramos la santa misa en casa de las hermanas de Madre Teresa. Vuelvo a descubrir que la sencillez esencial de su testimonio es un reclamo poderoso a la Presencia del Señor. A las ocho Luca y yo cogemos un tren hacia Alejandría: vamos a visitar a unos amigos que viven allí. En la estación nos espera Said. Llegamos en taxi al Instituto de los padres Lazaristas, en donde tiene lugar, como todos los viernes, la escuela de Teología. Nos dirigimos al paseo marítimo, en donde sopla un fuerte viento, después de haber cruzado calles ocupadas por hombres que escuchan, gracias siempre a los altavoces, la predicación del imán de las mezquitas. Como todos los viernes, día de fiesta para los musulmanes. A la una del mediodía nos dirigimos a la casa de las Misioneras franciscanas por María. Allí nos acoge sor Silvana, originaria de Asti, en donde conoció el movimiento. Después de su profesión, la misión en Oriente Medio: primero Jordania y ahora Egipto. Silvana, Said, Eva y Luca. En todos ellos es evidente la gratitud por el encuentro con el movimiento, encuentro que continúa en una amistad que tiene en la Escuela de comunidad su ayuda más sencilla y eficaz. Por ello están contentos y eso se nota. Eva propone invitar a sus amigas, porque sólo viviendo la misión se puede conocer al Señor. A las siete, después de una visita demasiado fugaz a la famosa y recién renovada biblioteca de la ciudad, nos hallamos de nuevo en el tren. La jornada del sábado 22 se abre también con la misa. Esta vez la celebramos con la otra comunidad de las hermanas de Madre Teresa. Estamos en Maqattma, el barrio de la “montaña cortada”, habitado por los recogedores de basura. Llegamos en coche poco antes de las seis de la mañana. A medida que nos acercamos, los olores que empiezan a poblar el aire son la tarjeta de visita más elocuente. Prefiero no imaginar lo que será esto durante los meses calurosos. Es difícil describir con palabras lo que los ojos vislumbran. También aquí, tierra de frontera para la dignidad humana, las hermanas de madre Teresa se dedican al hombre que gime invocando a Jesús. Dondequiera que uno se las encuentra, evocan la belleza de una vida que germina en la gratitud y florece en la gratuidad. Después de comer tenemos la Escuela de comunidad. Estamos al final del quinto capítulo de Los orígenes de la pretensión cristiana. Para los amigos egipcios resulta claro que el encuentro con el movimiento es un signo elocuente del poder y de la bondad del Señor. A la luz de este juicio introducimos el artículo de don Giussani “Moisés y el Columbia”, que leerán y trabajarán la semana que viene. No falta el encuentro con una familia de amigos de Údine y con un grupo de peregrinos procedentes de Milán. A las ocho de la tarde Claudio y yo nos encontramos con el Patriarca de los coptos, Su Beatitud Esteban II Ghattas. Nos acoge con gran cordialidad y nos hace partícipes de la preocupación de su comunidad por la eventualidad de la guerra y por sus consecuencias, no sólo económicas. Le informamos de la vida del pequeño grupo de nuestros amigos y nos anima a perseverar. Antes de regresar a casa, pasamos a saludar al padre Camilo y al padre Giuseppe, dos combonianos que trabajan en “Dar Comboni”, la más cualificada escuela de lengua árabe de todo el Medio Oriente, una etapa obligada para cualquiera que desee introducirse y ensimismarse de forma adecuada en este mundo tan complejo como fascinante.
El domingo por la mañana, en compañía de los peregrinos milaneses, visitamos en la ciudad vieja las antiguas iglesias de la cristiandad egipcia. Son el signo de una tradición ininterrumpida que la invasión islámica no pudo arrancar, como sucedió en cambio en el resto del norte de África. Aquí la Iglesia se ha ensimismado con la realidad local generando un rostro original, y esto le permite vivir todavía: Esteban II nos lo había recordado la tarde antes. Después de comer veo de nuevo a Wael y Luca. Hablamos de nuestra amistad, del Meeting, de la traducción de El Sentido Religioso en árabe y de la posibilidad de su publicación en Oriente Medio. De nuevo Wael me asombra por su apertura, por su deseo de conocer mejor nuestra experiencia. Gracias a Dios, no es el único musulmán con el que tenemos una relación así. A las siete de la tarde celebramos la misa con el padre Claudio y con una comunidad de refugiados sudaneses: una participación intensa y sencilla que nuestros cantos expresan de forma conmovedora. En casa, después de la cena con los hermanos Combonianos, el descanso es breve. Hay que estar en el aeropuerto a las cuatro de la mañana, antes del canto del muecín.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón