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Huellas N.4, Abril 2003

PRIMER PLANO

La guerra en Iraq. Libertad para la Iglesia, libertad para todos

Alessandro Banfi

La idea “natural” de hombre, de libertad y de justicia, en las palabras y en la obra del gran estadista Alcide De Gasperi. «El cristianismo, principio esencial de la civilización, es lo único que podrá salvarnos de la catástrofe a la que amenazan conducirnos los mitos de las dictaduras de raza, de clase y de partido»


Dulcis libertas la llamaban los primeros cristianos, que escribieron una extraordinaria carta de exhortación al emperador Constancio, hijo y sucesor de Constantino, para suplicarle que dejara libres a sus súbditos. «Es un himno maravilloso a la libertad del espíritu, que el estado debería favorecer y defender», comenta Hugo Rahner. Constancio fue el primer poderoso que trató de utilizar su profesión de fe cristiana y católica para ejercer su dominio histórico y político, hasta el punto de nombrar a los obispos y abrazar la herejía de Arrio, desarrollando una nueva persecución contra la verdadera fe que en algunos aspectos fue aún más encarnizada que la persecución física contra los cristianos realizada por sus predecesores. Así comenzó la división entre Oriente (donde prevalecerá el cesaro-papismo durante muchos siglos) y Occidente. Qué gran emoción me ha proporcionado releer el libro del mes de febrero, Chiesa e struttura politica nel cristianesimo primitivo, de Hugo Rahner, escrito - y no es casualidad - en 1943, y publicado en Italia por Jaca Book en los años setenta y que resulta tan dramáticamente actual. Una actualidad que empuja a razonar acerca del verdadero papel desempeñado por esa libertad en los avatares históricos, incluso en tiempos más recientes. En su artículo “Moisés y el Columbia”, publicado en el Corriere della Sera (9 de febrero de 2003), don Giussani nos invitaba a reflexionar sobre el capitán alemán que se halló ante el padre Maximiliano Kolbe. El capitán dejó que el sacerdote se sacrificase en lugar de una padre de familia que había sido designado para morir. «Si Hitler hubiese presenciado ese ofrecimiento, ha escrito don Giussani, ciertamente no habría premiado a ese oficial, pues secundó una justicia que no era la suya. Aceptando el intercambio, expresó el sentimiento natural de un hombre que podía tener hijos al igual que el condenado». La idea “natural” de hombre, de libertad y de justicia de aquel capitán fue más fuerte que el horror del nazismo. Pero, ¿de dónde le venía?

Lucha por la libertad
Me vienen a la cabeza las palabras pronunciadas por un gran político italiano del siglo pasado, que es un ejemplo histórico, pero más reciente que el de los primeros cristianos, de lo que es la lucha por la libertad arrostrada por un cristiano de nuestro tiempo: Alcide De Gasperi. He aquí los hitos de un discurso que pronunció en 1946 en el Consejo Nacional de la DC: «En Occidente, la lucha iniciada contra las investiduras terminó con una clara distinción entre los poderes de la Iglesia y los del estado. En cambio, en Oriente, el cesaro-papismo aún sigue vigente. (...) Sí, el cristianismo, profesado y vivido, da alas a nuestra democracia, pero ello no significa que la democracia esté vinculada por completo al impulso inicial, consciente y proclamado. El cristianismo ha dejado ya tales improntas en la historia que actúa como elemento ambiental y vital, incluso en quienes no lo profesan o se percatan de ello sólo cuando Roosevelt lee el Discurso de la Montaña o cuando Croce afirma que nosotros no podemos dejar de decirnos cristianos. No pedimos a nadie renuncias o adhesiones, sólo pedimos que los derechos humanos de la libertad personal y de la justicia social, sea cual sea su motivación, constituyan la base del trabajo común. La Constitución que hemos jurado nos ofrece la base jurídica de tal comunidad e impone las reglas y los límites de nuestras relaciones. Excluye la intolerancia, supone el respeto de las confesiones y nos dicta el método para superar los contrastes, cuando estos pasan del campo de las ideas al de la práctica civil y política. La Constitución excluye el clericalismo, pero tutela la libertad religiosa, excluye el anticlericalismo, pero salvaguarda la libertad de la fe».

Genio concreto
Es el mismo De Gasperi quien en 1943 (precisamente mientras Rahner lleva a la imprenta sus trabajos sobre los primeros siglos) escribe: «El cristianismo, que en Italia es la Iglesia católica, conserva y alimenta el fermento de fraternidad evangélica, principio esencial de la civilización, y universalmente se acepta que es lo único que nos podrá salvar de la catástrofe a la que amenazan conducirnos los mitos de las dictaduras de raza, de clase y de partido».
Un histórico personaje público italiano, Agostino Giovagnoli, explica en su libro La cultura democristiana, publicado por Laterza, lo siguiente: «El cristianismo no representaba el origen, después superado, de la libertad, sino el criterio último de la misma, incluso respecto a cierto liberalismo a veces iliberal. Evocando las citas de De Croce, realizadas por Tocqueville y Manzoni, De Gasperi subrayaba las críticas de ambos a la segunda fase de la Revolución francesa, la del Terror y la ausencia de libertad». El genio del estadista italiano, genio concreto de una convivencia pacífica que duró cincuenta años, radica sobre todo en la superación de la cuestión romana y del Risorgimento, que hasta entonces habían contrapuesto la Iglesia y la democracia moderna. La experiencia histórica de De Gasperi, su realismo, condujo al disfrute de la conciliación de la Iglesia con el estado alcanzada con los Pactos Lateranenses bajo el fascismo; y llevó a que en la historia de la reconstrucción italiana de posguerra fuera crucial la contribución del cristianismo y de la masas católicas.

Sentimiento “naturaliter”
Aquella contribución salvaguardaba la democracia moderna y la convivencia libre entre los ciudadanos frente a las distorsiones ideológicas, pero también frente a las propias derivas del liberalismo, a menudo inclinado a transformarse en Terror jacobino.
De Gasperi fue un gran político y a la vez un católico “natural”. Tal vez austero, nunca ostentoso. Su primer discípulo y heredero político, Giulio Andreotti, en el libro De Gasperi visto da vicino, publicado por Rizzoli, escribe lo siguiente: «Aquella tarde en el coche me dijo que una concepción moderna en el fondo es más respetuosa del mandamiento de no pronunciar el nombre de Dios en vano que las viejas instituciones, las cuales, nombrando a Dios, pretendían o avalaban las injusticias más clamorosas. Estas fugaces referencias religiosas - que apuntaba en el diario - me interesaban mucho para comprender mejor su personalidad. Un día me dijo que de joven, aunque llegara a la noche cansadísimo, no se acostaba sin haber rezado el rosario». Su batalla por la libertad en Italia nacía de allí, de aquel sentimiento “naturaliter” cristiano, que hoy, en cambio, suele faltar incluso en muchos que se proclaman

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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