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Huellas N.3, Marzo 2003

SOCIEDAD

EEUU. Reclutar soldados. La batalla de la vida

David Jones

Transcribimos el testimonio del capitán David Jones, oficial del ejército americano. El encuentro con la experiencia cristiana «ha salvado realmente mi vocación de soldado»

Todos los días, nada más despertarme, rezo implorando misericordia. Rezo para que la Virgen me guíe. Pido a Cristo que, a través del Espíritu Santo, me inspire para ser un santo en el desierto (o la desolación) de la vida militar. Justo hoy, antes de sentarme a escribir esta carta, he sido literalmente “llamado”: me han preguntado si quería encargarme personalmente de un trabajo relacionado con los recursos humanos para las operaciones en Irak. Para mí la guerra en Irak no es un acontecimiento geopolítico abstracto del cual me limito a hablar o discutir. Yo vivo la posibilidad real de ser llamado a prestar servicio allá, como ya les ha pasado a varios de mis amigos. Además, esta vocación no me incumbe sólo a mí personalmente, sino también a toda mi familia. Esta vocación, esta “profesión de las armas”, afecta a todos los aspectos de la vida de una persona. Para un soldado no es posible trabajar ocho horas al día; él y su familia viven la realidad de esta vocación veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. Lo vivimos durante las largas horas de trabajo, en los traslados que se prolongan durante bastantes meses, siempre con la posibilidad de morir y todo eso. Recientemente, un amigo muy querido, también oficial del ejército, murió en un trágico accidente. La posibilidad de ir a la guerra y de morir es algo que yo vivo todos los días como soldado. Recuerdo muy claramente, como si hubiera sucedido hoy mismo, que una vez formé parte de un destacamento encargado de informar a los familiares de los militares desaparecidos y tuvimos que comunicar a la mujer y los niños de un oficial compañero mío en las Fuerzas Especiales que él acababa de morir. Es una experiencia que no podré olvidar jamás. ¿Cómo puedo responder a algo así como católico y como miembro de Comunión y Liberación? Reconociendo que existe un Dios y que yo no soy Él. Yo soy sólo un ser humano limitado que implora misericordia en presencia de este Otro. Hace casi seis meses el Comandante de mi Batallón me ofreció la oportunidad de mandar una compañía de reclutas y acepté de buen grado, con toda libertad. Ser jefe es una de las formas más grandes de prestar servicio. El carisma de CL me ha permitido reconocer de forma absolutamente real y concreta la dignidad humana de mis soldados y de aquellos de quienes soy responsable porque se han enrolado en el Ejército de Estados Unidos a través de mí. Este carisma ha hecho posible que me despierte cada día y rece implorando misericordia... Que rece para que se me dé la capacidad y la gracia de reconocer a Cristo entre nosotros. Este carisma no sólo ha salvado mi matrimonio, sino que ha salvado realmente mi vocación de soldado. Le ha conferido un sentido en el preciso momento en que me hallaba inmerso en la lucha contra el hecho de que soy primero católico y después un soldado, y me cuestionaba cómo se podían vivir estar dos realidades sin contradicciones, y si serían al fin y a la postre compatibles. A través de la amistad y la ayuda de un amigo muy querido que he conocido en el movimiento, Mauricio Maniscalco, mejor conocido entre nosotros como Riro, he llegado a comprender que el carisma es la capacidad de abrazar la vida entera. Para mí esto significa no sólo ser marido y padre, sino también soldado. Todos los días debo levantarme y dedicarme a promocionar el Ejército de Estados Unidos ante directores de instituto, rectores de universidades, alcaldes, presidentes de sociedades y, sobre todo, me ocupo de todos aquellos que han solicitado su ingreso en el ejército. ¿Pensáis que es fácil hacer esto hoy, con la perspectiva de una guerra contra Irak; una guerra por la cual podría estar enviando hombres a morir, una guerra que muchos consideran injusta? No, ciertamente no es fácil. Para mí es un peso enorme que llevo en el corazón. Me desvelo por la noche pensándolo y me echo a llorar. Pero lo que la gente debe entender es que los soldados no somos bárbaros. Nosotros no deseamos matar o hacer mal a nadie. Al contrario, nosotros entendemos mejor que nadie las consecuencias que comporta una guerra, porque las hemos experimentado en primera persona; pero, a veces, la guerra se vuelve de alguna manera necesaria en este nuestro mundo corrupto. No me corresponde a mí juzgar la política del gobierno americano, ni valorar los objetivos estratégicos, operativos o tácticos de los oficiales que son mis superiores. Lo que puedo hacer afecta sólo a los que tengo alrededor, es decir, a mi familia y a los soldados que dependen de mí. Como oficial tengo dos tareas fundamentales: 1) Desarrollar la misión que se le ha confiado a mi unidad, sea cual sea; 2) Cuidar de mis soldados y de sus familias. Y yo hago todo eso con un gran sentido de humildad. Lo hago consciente de que soy ante todo siervo y en primer lugar de Cristo, que me da la fuerza para respirar y vivir, para vivir una vocación que Él me llama a realizar. ¿Por qué me ha elegido a mí? Esto es un misterio. La razón más plausible que alcanzo a imaginar la he descubierto leyendo los escritos del Concilio Vaticano II, el Catecismo Universal de la Iglesia Católica y los escritos del Santo Padre, Juan Pablo II. El papel de los laicos, y el de todos los católicos, es ser la “sal de la tierra”. Los católicos son llamados a participar activamente en todas las profesiones, incluso aquellos que se encuentran en el desierto, y a llevar a todos la luz de la Buena Noticia. Vivir esta vocación siendo un militar es mi camino de ascesis. En todas las misas pedimos por nuestros gobernantes y a menudo rezamos por los militares que operan en todos los rincones del mundo. En estos días os pido y ruego a todos vosotros que recéis con plena conciencia y sinceridad. Pedid a nuestra Señora para que invoque para ellos la gracia. Cristo está presente incluso en la “confusión de la batalla”.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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