Va al contenido

Huellas N.2, Febrero 2003

DOCUMENTO

Padres de la Iglesia. Dos mil años de esperanza

a cargo de Giuseppe Bolis y Anna Leonardi

Los Padres de la Iglesia han escrito más de dos líneas para explicar en qué consiste la tercera virtud teologal. La certeza respecto a la promesa de Dios que no defrauda, la fe como su raíz y la capacidad de afrontar las adversidades son algunas de sus líneas maestras. Apuntes para una reflexión

Juan Crisóstomo
1. Lo que tenemos a mano no es tan cierto como lo que atañe a la esperanza, y la vida presente no es tan cierta como lo que concierne a la esperanza, y la vida presente no es tan cierta como la futura. La primera la vemos con nuestros ojos, la segunda la vemos con los ojos de la fe; la primera la tenemos entre las manos, la segunda está confiada a las promesas de Dios. Pero las promesas son mucho más eficaces que nuestras manos. Las realidades presentes están sujetas a todo tipo de variaciones y cambios, tanto que con frecuencia nos cargamos con su peso desconociendo cuál es su finalidad. No sucede lo mismo respecto a esas otras esperanzas, en las que quien asume la pena obtiene sin duda también el premio. Porque «la esperanza no defrauda». Y promesas de Dios y dones gozan de las prerrogativas de quien los promete.
(De Homilías sobre el Génesis 9, 3-4)

2. Pablo decía: «La esperanza no defrauda», y otro sabio: «Considerad las generaciones pasadas y reflexionad: ¿Quién ha esperado en el Señor y ha quedado defraudado?»
Alguno dirá: «Yo he esperado y he quedado defraudado». ¡Sé prudente, amigo mío, antes de contradecir la Sagrada Escritura! Si has quedado defraudado es porque has esperado en lo que no debías o has cedido o no has sido constante hasta el final o te has desanimado. ¡No debes hacerlo! Cuando veas que lo peor te amenaza, no te dejes abatir porque esperar es sobre todo mantenerse en pie cuando nos hallamos en medio de las dificultades. ¿quién era más desventurado que aquel pueblo bárbaro, los ninivitas? Sin embargo, cuando ya estaban acorralados y aguardaban la caída de la ciudad, no cayeron presa de la desesperación sino que realizaron una severa penitencia, haciendo que Dios revocase la condena. ¿Has visto la fuerza de la esperanza? ¿Y el mismo Jonás? ¿Crees que mientras se hallaba en el vientre del cetáceo no pensaba en regresar al templo y a Jerusalén? Así pues, tú también, aun cuando miraras la muerte a la cara y se cernieran sobre ti amenazas de ese calibre, no desesperes. Dios es capaz de hallar un camino de salida incluso en las situaciones imposibles. Por esto, un sabio ha dicho: «De la mañana a la noche muchas cosas cambian, y todo es fácil delante de él». ¿No has visto al escudero padecer hambre en época de bonanza y a la viuda nadar en la abundancia durante la carestía? Es justamente cuando la situación se vuelve difícil cuando debes esperar, porque es entonces cuando Dios hace ver su potencia; no cuando las cosas están en los comienzos, sino cuando a los ojos humanos la situación es desesperada. Ese es el momento en que Dios viene en nuestra ayuda. Él no socorre enseguida a los tres jóvenes, sino después de que están en el horno, ni salva a Daniel antes de que descienda al foso de los leones, sino siete días más tarde. Así pues, no miréis a la realidad que se hace desesperada, mirad más bien a la potencia de Dios, que da esperanzas válidas a las situaciones desesperadas.
(De Comentario a los Salmos 117,2-3).

Isaac de Nínive
La esperanza en Dios nace de la fe del corazón, es buena y se acompaña del discernimiento y el conocimiento. Hay también una esperanza completamente diferente, que tiene su origen en la iniquidad y es falsa. La verdadera y correcta esperanza en Dios es la de quien no se preocupa en absoluto por las cosas que perecen, sino que se dirige enteramente a Dios día y noche. Este hombre prepara lo que será de verdad necesario, y ésta es la verdadera y sabia esperanza. En cambio, el hombre que tiene el corazón completamente inmerso en las realidades terrenas es disoluto, refractario a toda virtud. Después, cuando se halle en algún aprieto o los frutos de su iniquidad le pongan contra las cuerdas, ¿con qué coraje podrá decir: «Pondré mi esperanza en Dios que me liberará de todo afán y me prestará socorro?». A esta categoría pertenece el necio, cuya mente no se dirige nunca a Dios, pero cuando está rodeado de tribulaciones alza las manos a Él con confianza. Un hombre así necesita sufrir un desengaño tras otro, para que al mismo tiempo aprenda la lección y se corrija. Así pues, por una parte no debe entregarse a la ociosidad y decir: «Tengo fe en que Dios me proveerá de lo que necesito», como si fuera uno que pasara la vida en las obras de Dios; por otra parte, no debe hacer la locura de tirarse al fondo del pozo, mostrando no tener en ninguna consideración a Dios. En cambio, tras la caída, dirá: «Pondré mi esperanza en Dios y él me liberará».
(De Sermones ascéticos 27: La esperanza en Dios)

Hilario de Poitiers
El miedo deriva del estado de ansiedad inscrito en la naturaleza humana, mientras que el profeta espera en la palabra de Dios. Ahora, la esperanza no se refiere a las realidades presentes sino a las futuras. Por tanto, él espera lo que está contenido en la palabra de Dios, esto es, en los anuncios proféticos, espera la remuneración de la fe bajo la forma de vida en el Espíritu. Esta esperanza merece la ayuda y el socorro divinos, que nosotros no merecemos ni ningún otro ha merecido antes, si no por haber esperado que el Dios que es palabra de Dios hubiera habitado la carne de nuestra naturaleza o por haber creído que la había habitado. El profeta aguarda y espera. No va detrás de nada inmediato y provisorio. No son pocos los que acusan y ridiculizan esta expectativa de nuestra fe. ¿Dónde está, cristianos, vuestra esperanza? Por esto el profeta pide no ser confundido en su expectativa sino permanecer confiado y recibir los frutos de la verdadera vida que está esperando. Sabe que él todavía no vive aunque viva. Como dice el apóstol, «nuestra vida está escondida en Cristo». Dice: «Protégeme según tu palabra y viviré», porque está dominado por la expectativa y la esperanza de esa vida verdadera que no tiene fin.
(De Comentario a los Salmos 118, 15, 5-7)

Zenón de Verona
Tres son las bases en las que se apoya la perfección cristiana: la esperanza, la fe y la caridad. Todas aparecen tan estrechamente conectadas entre sí que se necesitan la una a la otra. En primer lugar, debemos proponer la esperanza de los bienes futuros, sin la cual nos damos cuenta de que no pueden subsistir tampoco los presentes. De hecho, quita la esperanza y toda la humanidad quedará paralizada, quita la esperanza y cesará el compromiso en todos los campos, quita la esperanza y todo acaba. Pero la esperanza viene de la fe y, aunque se coloque en el futuro, depende en toda regla de la fe. Así, donde no hay fe, no hay tampoco esperanza, porque la fe es el fundamento de la esperanza y la esperanza es la gloria de la fe: el premio conseguido por la esperanza es merecido por la fe, la cual combate por la esperanza pero vence por sí.
(De Homilías 1, 36, 1-2)

Ambrosio de Milán
En tu palabra he esperado, no he esperado en los profetas ni en la Ley sino en tu Palabra, es decir, en tu venida. Por tanto, no defraudes en su expectativa a tu pobre siervo, porque en ti yo espero y la esperanza no defrauda. Y si nos hallamos en medio de las tribulaciones, danos la paciencia para poderlas soportar. ¡Es a ti a quien espero! La paciencia no supera la prueba si falta la fe, cuya raíz es la esperanza. ¿Cómo puedes pretender superar la prueba si no sabes afrontar cualquier contrariedad y peligro en el nombre de Cristo? Por esto la esperanza es la única que no defrauda a nuestro corazón. Donde hay esperanza, las batallas de fuera y los miedos de dentro no pueden dañarnos. Así pues, espera siempre y nadie defraudará tu expectativa. Nuestra expectativa es la vida eterna, el reino de Dios, la compañía de los ángeles, las bendiciones espirituales. Espera todos los días, porque la esperanza es algo que no tiene fin y no conoce pausa.
(De Comentario al Salmo 118 15,23-24. 27-28)

Agustín de Hipona
1.«Tú, Señor, eres mi esperanza; has colocado en alto tu refugio». El género humano conocía la muerte del hombre, pero no conocía la resurrección. Y, así, tenía de qué temer, pero no en qué esperar. Pues bien, el Señor nuestro Jesucristo, que había infundido para nuestra disciplina el temor de la muerte, quiso resucitar el primero para darnos la esperanza de la resurrección. Así nos hizo entrever, vislumbrar el premio de la vida eterna que nos estaba reservado para el futuro. Murió después de que muchos hubieran muerto; pero resucitó el primero de todos. Muriendo sufrió la suerte que muchísimos ya habían sufrido; resucitando hizo algo que nadie había hecho antes que él.
(De Comentario a los Salmos 90,2,4)

2.«Nosotros nos gloriamos en las tribulaciones; sabiendo que la tribulación genera la paciencia, la paciencia genera la virtud probada y ésta, a su vez, la esperanza; la esperanza no queda defraudada, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado». Él mismo se ha convertido en nuestra esperanza, él, que nos ha dado el Espíritu Santo y nos hace caminar hacia la esperanza. No caminaríamos si no tuviéramos la esperanza. Como afirma el mismo Apóstol: «Lo que uno vislumbra, ¿puede acaso esperarlo? Pero, si esperamos lo que no vemos, por medio de la paciencia lo aguardamos». Y continúa: «Es en la esperanza que hemos sido salvados».
(De Comentario a los Salmos 60,4)

[La mejor colección en castellano sobre los Padres de la Iglesia es la Biblioteca de Patrística, publicada por Ciudad Nueva y compuesta por 58 volúmenes. Además, algunas obras de san Ambrosio y casi todas las de san Agustín están publicadas en la B.A.C., ndt.]

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página