El proceso de beatificación del gran arquitecto español se encuentra en fase muy avanzada. La Sagrada Familia, la Casa de la Pedrera y el Parque Güell en Barcelona son algunas de las obras que atraen a millones de personas. Gaudí llevó la arquitectura a terrenos inexplorados hasta entonces: «Tengo imaginación, no fantasía»
Apesar de su carácter reservado, su obstinado sedentarismo y su aversión a ser fotografiado y a las relaciones públicas, Gaudí es actualmente el arquitecto más popular del mundo, y probablemente será el primer arquitecto beato; de hecho, el proceso de beatificación se encuentra en fase muy avanzada. Cada año, la mirada de dos millones de personas se encarama sobre las agujas de su Sagrada Familia en Barcelona. En el exterior de la Pedrera, la magnífica casa construida en 1906, en el Paseo de Gracia, la cola es permanente, igual que lo sería ante la otra espectacular casa que se asoma a la misma calle, la casa Batllò, si no fuera porque está cerrada al público. Y, ¿qué decir de los miles de personas que cada día se pasean por los cenadores y glorietas del Parque Güell, asombrados y casi intimidados por tanta belleza sorprendente al alcance de la mano?
¿A qué debe su popularidad este insignificante arquitecto nacido hace 151 años en un pueblecito, pocos kilómetros al sur de la capital catalana y muerto bajo las ruedas de un tranvía en 1926? Sin duda a la rebelde y antiacadémica potencia de su imaginación. Una imaginación capaz de llevar la arquitectura hasta terrenos que durante siglos habían permanecido inexplorados y capaz de conjugar coherentemente el aspecto más insignificante con la solución más atrevida. Si detestaba ser fotografiado y hablar en público, en su taller tenía, en cambio, cientos de fotografías de edificios antiguos, de donde extraía ávidamente soluciones e ideas que transfiguraba en un lenguaje nuevo.
Fluidez de formas
Pero para comprender verdaderamente a Gaudí hace falta mirarlo de cerca, traspasar el umbral de la Pedrera, saborear la visita paso a paso, deleitarse con la belleza y al mismo tiempo preguntarse por las razones de cada una de sus elecciones. Se trata de una casa burguesa, construida para una rica familia barcelonesa, la familia Milà. El titular era conocido por su estilo de vida libertino, nada que ver con el humilde y devoto de Gaudí, pero que había quedado fascinado por la originalidad de éste. La casa se encontraba en un barrio nuevo de la Barcelona burguesa, el Exaimple, que había sido proyectado a finales del siglo XIX, al amparo del centro histórico, y construido sobre un entramado de calles perfectamente perpendiculares entre sí. En definitiva, era un barrio moderno y muy funcional. Gaudí se introduce en ese tejido urbano sin exageraciones. Su casa tiene formas fluidas y ángulos suavizados: no tiene alineación de ventanas ni balcones, y sin embargo, transmite una sensación de orden y de equilibrio naturales. Es, sin duda, una casa acogedora, que invita a entrar. Una vez dentro las sorpresas se suceden: parece un dócil laberinto donde uno no podría perderse jamás, con sus tres patios sobre los que se desploman las cinco plantas de la casa.
El estudio de los aspectos concretos
No hay muros maestros (ni siquiera los perimétricos lo son), pero la pericia de Gaudí permitió construir pisos cada uno de planta diferente, a menudo de curso circular, resaltando de ese modo sus dimensiones (cuando se va por el pasillo, parece visitarse una casa diferente aunque en realidad se esté volviendo sobre los mismos pasos). Gaudí estudia todos los aspectos concretos, a partir de esa sabiduría artesanal que no lo abandonará nunca: los pomos, por ejemplo, están modelados de manera que se adhieren perfecta y dulcemente al ser asidos por la mano. Al final se sube a la azotea de la casa y allí se abre el extraordinario espectáculo de caminos, de las más fascinantes y peregrinas formas. Parecen tener ojos, boca y nariz, como si hubieran surgido de la fantasía de un escritor de cuentos. Están recubiertos de materiales reciclados como cerámica rota o vidrio, sobre todo fondos de botella. En su mentalidad, profundamente respetuosa con la naturaleza y muy ecológica, Gaudí estaba muy atento a la elección de los materiales, demostrando también en esto una sensibilidad muy anticipada a los tiempos.
Sin embargo, en el tejado de la Pedrera hay una gran ausente: una estatua de la virgen que según el proyecto de Gaudí sería el sello de esta obra suya. Debía ser de cuatro metros de altura y estar flanqueada por los arcángeles Miguel y Gabriel, pero el cliente, al ver el modelo en yeso, no quiso saber nada de la escultura. La decisión no fue tanto por anticlericalismo como por miedo a los atentados en el trágico clima de la Barcelona de aquella época. Gaudí no se lo perdonó y envió una factura tremendamente elevada en compensación: cien mil pesetas, que en aquellos tiempos representaban una fortuna. Nada más recibirlas, las volcó en manos del padre Casanovas para que las distribuyera entre los pobres de Barcelona.
Pequeños signos marianos
Pero a escondidas del propietario (o con su no declarado consentimiento, probablemente) Gaudí llenó la Pedrera de pequeños signos marianos, que con frecuencia permanecían desconocidos a los mismos que la habitaban. Aunque no pasan desapercibidos para la inquilina más anciana, Elvira Roca-Sastre, que en el techo del dormitorio, entre estucos arabescos, puede leer todas las noches antes de dormirse esta inscripción en catalán: «Verge Maria, not sapigue greu de ser petita, també lo son les flors y lo son les estrelles» (“Virgen María, no te moleste ser pequeña, también lo son las flores y las estrellas”).
Cuando salimos de la Pedrera, este imprevisible edificio cripto-mariano y casa burguesa al mismo tiempo, la sensación es envolvente y transportadora. ¿De dónde sale un arquitecto así: realista en los detalles, atento a la funcionalidad de cada aspecto, sabio sin necesidad de ser culto y místico pero siempre con los pies en la tierra? «Gaudí siempre buscó la inspiración en la naturaleza, en concreto en la naturaleza del Mediterráneo», explica en una entrevista publicada por 30Días Joan Bassegoda y Nonell, uno de los máximos conocedores del arquitecto catalán. «La luz del Mediterráneo llega a 45 grados y aporta una iluminación perfecta a los objetos. Permite ver claramente la realidad. Gaudí decía de hecho de sí mismo que tenía imaginación, no fantasía. Imaginación viene de imagen: ver la realidad de las cosas. Las cosas como son, no como la fantasía las elabora. No le gustaba la fantasía».
Soluciones originales
La naturaleza, jamás igual en las formas pero siempre perfectamente funcional, es su verdadera fuente de inspiración. De la naturaleza deriva, por ejemplo, la inédita concepción de los arcos no trazados con el compás, sino diseñados inspirándose en la línea trazada por una cadena sostenida por los extremos (arcos catenarios). A partir de la observación de la realidad resolvió un problema estático con la máxima sencillez. Pero también hizo una conquista estética, desarrollando y aplicando un principio deducido de la realidad, se encontró entre las manos formas de belleza inédita, una belleza que no temía las soluciones más originales, como las purísimas y espigadas que utilizó en el corredor del Colegio de las Teresianas, probablemente la obra maestra de Gaudí.
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