Querido director:
Le escribo a propósito de un libro, Non siamo capaci di ascoltarli. Riflessioni sull’infanzia e l’adolescenza, de Paolo Crepet, psiquiatra y sociólogo. Desde los casos de Erica y Omar (dos adolescentes italianos que han tenido un trágico final, ndt.), este señor ha acudido a diversos programas de televisión como experto del malestar existente entre los jóvenes de hoy. Por eso, el libro despertó mi curiosidad y le eché un vistazo. Di una hojeada a las últimas páginas antes de emprender la lectura y descubrí que a la copia que tenía en mis manos le faltaban algunas páginas y no parecía que las hubieran arrancado, era más bien un asunto de encuadernación. Con el temor de llegar al final y descubrir que todo el problema se resolvía en las últimas páginas, volví al principio y ataqué desde la primera línea. Voy dando pinceladas:
Carta a una hipotética niña que está por nacer. «¿Lograremos darnos cuenta de que estás ahí, incluso de tus silencios, y respetar tu crecimiento sin gravarlo con nuestros sentimientos de culpa?». Debería haber una esperanza para ella: el autor sugiere una Navidad con pocos regalos y «dejarse llevar por las emociones como las cometas siguen las ráfagas de aire más imprevistas y descaradas... Me gustaría que alguien te enseñara a estar sola, te salvaría la vida».
Primer punto de observación: los niños en las pistas de esquí. Y he aquí el gran descubrimiento: nuestra sociedad está basada en la competición. Otra consideración: los niños trabajan demasiado, tienen el tiempo organizado de forma frenética y los padres temen que si el niño muestra tendencia a aislarse es un indicador de que debe ir al psiquiatra. «Muchos adultos no quieren entender que aislarse es a menudo señal de madurez, de un crecimiento anticipado que le hace sentir a ese niño o adolescente toda la banalidad de la vida de sus iguales». Aquí se impone una pausa de meditación: «Los profesores deberían educar a sus niños a perder el tiempo felizmente y sin sentimientos de culpabilidad».
¿Y qué decir de los jóvenes que participaron en la Jornada Mundial de la juventud en Roma? Pues que «buscaban un papá... un adulto con autoridad, capaz de dictar normas, de hacerlas respetar y respetarlas él a su vez». Luego sigue con la poca confianza en sí mismos, causada por el hecho de que sus padres les pelan la manzana hasta que les sale el bigote.
Dedica un aplauso a esa escuela primaria en la que se enseña a los niños, enviándoles a hacer solos la compra, «a ser autosuficientes, a arreglárselas solos sin que un adulto esté necesariamente presente para controlarles».
Y, después, viene el teatro, una gran ocasión para expresar las emociones. En Forlì van a construir un lugar en el que los jóvenes puedan expresarse libremente son actividades de todo tipo (después del colegio, obviamente).
En todo caso, lo cierto es que si acariciáis a vuestros hijos (sin miedo a que os tomen por pedófilos), sabéis decirles que no y les enseñáis a pelar la manzana solitos, crecerán bien. Pero no todo me queda claro: ¿buscan una adulto con autoridad o es mejor que crezcan autónomos y autosuficientes?; ¿el tiempo lleno contra el aburrimiento o que sepan perder el tiempo sin sentimiento de culpa?; ¿relaciones o soledad?. Deja todas las preguntas abiertas. Lo importante parece ser experimentar emociones. Hay algo que me deja un tanto perplejo: creo que Crepet debería ir también al sicoanalista: «Recuerdo con horror y pena a mi maestra de primaria, que me hizo permanecer de rodillas durante una hora seguida sobre un puñado de cacahuetes». Tal vez una infancia difícil.
Llego al final. ¿Y las páginas que faltan? Quizás no sea algo fortuito.
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