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Huellas N.11, Diciembre 2002

SOCIEDAD

Entrevista al P. Gheddo. Colmar un abismo

a cargo de Gianpaolo Cerri

Con motivo de la campaña de Navidad 2002 de AVSI, Huellas entrevista al padre Piero Gheddo, un misionero del PIME que atiende los problemas de las regiones más pobres del mundo y para el que el desarrollo no es sólo cuestión de dinero sino, sobre todo, de educación

El padre Piero Gheddo ha dado la vuelta al mundo, especialmente por esa zona que una vez se definió como “Tercer Mundo” y a la que hoy nos referimos simplemente como “el Sur”, y no tanto por un ímpetu de lo políticamente correcto, sino porque en ese intervalo han llegado el Cuarto, incluso el Quinto mundo en la escala de pobreza. Mundos que Gheddo, como misionero y como periodista, ha conocido y conoce, siempre atento a mirar la realidad más allá de los esquemas más simplistas.

P. Gheddo, los proyectos de desarrollo que AVSI quiere sostener con la Campaña de Navidad 2002 en las ciudades italianas son todos de tipo educativo. ¿Qué le parece?
Me parece aecuado. Nuestro mundo se pregunta sobre lo que debemos hacer y cómo ser solidarios, hermanos de los pobres. Pero se habla única y exclusivamente de dinero: financiación y Tasa Tobin (ndt, comisión que se cobraría por transacción financiera y se destinaría a proyectos de cooperación). El dinero es necesario, por supuesto, pero no produce desarrollo, porque faltan una comunidad y unos hombres preparados para emplearlo en elevar el nivel de vida de los destinatarios. Cuando demandamos mayor justicia en la distribución de la riqueza, nos olvidamos de que, bien mirado, hay riqueza en exceso. Y toda está en los países pobres, regiones con abundancia de materia prima, pero sin la capacidad de utilizarla, porque el abismo es fundamentalmente cultural y de formación. Y todo por un problema de retraso histórico.

El Norte en cambio...
Nosotros tenemos dos mil años de cristianismo a la espalda y en este tiempo hemos aprendido, nos hemos equivocado, hemos inventado. Ellos se han acercado al mundo moderno hace poco y por ello es absolutamente necesaria la educación. El bienestar no es un pastel ya hecho que hay que repartir, es un pastel que hay que hacer.

Buena parte de los proyectos de AVSI tienen que ver con Kenia y con Uganda, países de la destrozada África, un continente que usted conoce muy bien.
Un continente en el que el retraso se debe al aislamiento de la colonización y después a la propia colonización, que no desarrolló la educación de los pueblos. En el caso de Kenia y Uganda ni siquiera hubo tiempo: 70 años, con dos guerras mundiales entre medias. Pero después los colonizadores actuaron mal, porque concedieron la independencia a países que no estaban preparados para gestionarla. Era un derecho y los intelectuales lo exigían. El resultado es que ahora los gobiernos favorecen a las élites, a las ciudades y a los militares, no al pueblo.

¿En qué sentido?
No traen consigo la construcción de carreteras u hospitales, ni favorecen la formación. Y no hablo sólo de alfabetización, sino de aprender a trabajar. Para poder comprenderlo bastaría con ir a Kipengere, Tanzania: entre los misioneros de la Consolada, Camillo Cagliari, “baba” Camillo para la gente del lugar, ha puesto en marcha una moderna industria-escuela donde se cultiva la tierra y se producen vino y queso a la vez que se enseña a los jóvenes de la zona. Trabaja allí desde hace 30 años y toda la región ha evolucionado... ¡ni siquiera parece África! Todo, verdaderamente todo, nace de la educación.

Por tanto, además de hablar de retraso tecnológico, el llamado digital divide, se trata de llevar la enseñanza de base.
Justamente. Enseñar a retener el agua, por ejemplo, a recoger el agua de la lluvia en embalses para hacer piscifactorías; enseñar a producir, a criar animales - ¡África está llena de vacas! -. El abismo con el Norte se vence sobre todo educando al Sur para el trabajo. Después viene todo lo demás: deuda, materias primas, tecnología; no lo discuto, pero si no educamos para producir, para vivir en paz, para respetar los derechos del hombre, de la mujer, no conseguiremos hacer nada. Es necesario elevar al pueblo.

¿Es usted escéptico con respecto a la clase política africana?
Un pueblo sin educación es un pueblo desunido que no puede dar una clase política muy fiable. Cuando hablo de esto se me contesta que los africanos son generosos y optimistas. Es verdad, son un pueblo que manifiesta un patrimonio enorme de valores, pero quien está en el poder en África, todavía hoy, sólo tiene en cuenta a su tribu.

Ha citado la deuda externa. En Italia se percibe un cierto entusiasmo: el Papa ha hecho dolorosos reclamos y la Iglesia italiana se ha comprometido personalmente con Zambia; pero ahora la Ley de presupuestos generales paraliza cualquier nueva remisión...
Soy favorable a que se condone la deuda externa, pero esto no basta. Incluso remitiendo todo, dentro de cinco años estaríamos igual. Actualmente, África importa alimentos de Europa y de la India. Depende del exterior en el 30% de los alimentos que consume. Una tragedia. Es normal que vuelva a producirse la deuda. Lamento que el gobierno bloquee esta posibilidad, pero esto no es suficiente. No puede ser suficiente. Es igual que cuando se hacen las campañas antiarmamentistas.

¿A qué se refiere?
Estamos acostumbrados a oír que si no se exportaran más armas dejaría de haber guerras. Es una ilusión, porque en Ruanda se han hecho estragos con palos y machetes. Además, el mayor exportador de armas en el África negra es la Sudáfrica de Mandela que heredó las industrias de los blancos.

Pero la actitud del Norte, de nosotros los europeos y de los americanos, ¿ha cambiado, o no? Por ejemplo, en agricultura impusimos los monocultivos que acabaron con la agricultura de subsistencia provocando la desnutrición. Ahora EEUU quiere imponer los OGM (Organismos Genéticamente Modificados).
Esto es dramáticamente cierto. El meollo de la cuestión es que Europa todavía no ha comprendido el porqué de la diferencia entre el Norte culto, pacífico y desarrollado, y el Sur sometido a las dictaduras, la ignorancia y el subdesarrollo. El acercamiento resulta estéril e invasivo porque no parte de comprender de qué tienen necesidad verdaderamente estos pueblos (que no es otra cosa que de educación).

Otros proyectos de AVSI tienen que ver con América Latina: Haití y Argentina.
Haití es un poco como África: grandes valores humanos y artísticos, pero hace apenas dos siglos que salieron de la prehistoria. Muy distinto es el problema de Argentina: un país habitado por colonos, rico (uno de los más ricos en la posguerra), arruinado por la clase política que dirigió toda su actuación hacia la grandeur de la capital (en la época de Perón), y no desarrolló adecuadamente el resto del país.

Argentina representa también el fracaso de las recetas del Fondo Monetario Internacional que, aplicadas al pie de la letra, han llevado al país a la ruina.
Sí, es verdad. Esto demuestra que estos organismos - incluyendo al Banco Mundial - son fórmulas de los años 40, cuando fueron instituidos, que ya no son capaces de intervenir positivamente en la dinámica del desarrollo: operan con criterios que hay que revisar.

Entre los proyectos está también el de Kazakistán, donde nos encontramos ante el drama del poscomunismo.
Una tragedia que destruyó lo humano, incapacitando al hombre para movilizarse, para prever o pensar. Queda mucho por hacer. AVSI viene bien. Si algo se mueve en los países pobres es precisamente donde hay misioneros y voluntarios internacionales. Los Estados deberían prestar más atención a estas realidades.

En cambio, los recursos para la cooperación van en disminución en los sucesivos gobiernos...
Un desastre, porque habíamos alcanzado el 0,48% y actualmente estamos en poco más del 0,1%. AVSI hace bien saliendo a la calle y tomando la iniciativa con la gente. Sólo la ayuda entre un pueblo y otro puede cambiar las cosas, porque implica el acrecentarse de una conciencia recíproca.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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