Un periodista deportivo en el país del Sol Naciente, donde todo es ordenado, preciso... e impersonal. Desde hace algunos años vive allí una pequeña comunidad del Movimiento. «La realidad japonesa es muy difícil, pero ciertas relaciones ayudan a vivirla
Uno de los primeros días de mi estancia en Tokio fui a la recepción del hotel a pedir información sobre un restaurante (la comida es un vicio del que no logro emanciparme). Me atendió una gentil señorita toda reverencias. Eran casi las 13.30. Le pregunté dónde estaba el restaurante, si estaba cerca del hotel. Ella llamó al sitio y estuvo veinte minutos al teléfono para que le explicaran el camino. Las conversaciones en Japón, aunque sólo preguntes qué hora es, no duran menos de diez minutos, con intercambio de formalidades intercaladas con series de “hai”. Después de veinte minutos, me sonrió y, sin colgar, me preguntó si quería reservar. «Claro, por eso estoy aquí», le respondí. Ella habló durante cinco minutos más y después colgó el auricular y me hizo la última reverencia, desolada: «La cocina ha cerrado a las 13.45». Hubiera querido estrangularla. ¿Pero es que no podía haber preguntado enseguida si había sitio? Está claro que si te pregunto dónde está un restaurante es porque quiero ir, ¿no? Pues no, no está claro. Otro ejemplo. Si tú llamas a un amigo al trabajo y él se ha ausentado un momento, coge el teléfono su vecino de mesa. Su respuesta es: «El señor Carlo no está, pero...». ¿Qué es ese “pero”? Es que te devuelven la pelota, es decir y no decir, es no implicarse. Eres tú quien debes exponerte, quien debes insistir, si quieres. Él no quiere saber quién eres ni decir nada de tu amigo, quiere que tú, si de verdad quieres, hagas todos los movimientos necesarios. Debes declararte, hablar. Él deja en suspenso el asunto; no es como nosotros, que habríamos contado la vida y milagros de nuestro colega. Podrías ser un pelmazo que renuncia a la llamada, o bien alguien que busca de verdad a Carlo y que, por tanto, debe perseverar.
Un aviso en el tablón
Ésta es la realidad en la que vive un pequeño grupo del Movimiento. Son tres más dos. Tres están en Tokio: Silvia Bergonzi, que enseña italiano en la TUFS (Tokio University of Foreign Study. O Gaitai, como dicen allí), Ernesto Cellie y su mujer Chieko. Silvia vino aquí para aprender japonés y se quedó, igual que Ernesto. Él llegó antes de licenciarse y conoció a Chieko poniendo un aviso en el tablón de anuncios de la universidad: buscaba estudiantes interesados en aprender italiano. Ella respondió por e-mail, se conocieron y se casaron. Ernesto trabaja como traductor (traduce los famosos “manga”, los tebeos japoneses) y profesor de italiano. Esta es la comunidad de Tokio. Después hay dos Memores, Sako y Marcia, que viven en Hiroshima y a las que no he conocido. Sako es el brazo derecho del obispo; Marcia, que es hija de japoneses emigrados a Brasil, trabaja para una organización que ayuda a los nipo-brasileños que regresan a Japón.
Punto de encuentro
Silvia, Ernesto y Chieko me invitaron, recién llegado, a la misa en la iglesia de los jesuitas de Yotsuya, San Ignacio. Se trata del lugar de encuentro de los católicos de Tokio, muchos de los cuales son filipinos. Vienen aquí con sus camionetas cargadas de productos originales, desde comida a videocasetes. Las dos misas del fin de semana son el sábado por la tarde a las 18 (en japonés) y el domingo a las 12 (inglés). Algunos domingos está lleno de coches, otras veces está vacío: significa que la vez anterior pasó el servicio de inmigración a hacer un control. Por esto, en la iglesia, mientras dan los avisos, piden que no se saquen fotos: a menudo esas imágenes terminan en los archivos de la oficina de inmigración. En una sala del complejo parroquial, Silvia, Ernesto y Chieko se reunen para la Escuela de comunidad. «La realidad japonesa es muy difícil - me contaba Silvia - la sociedad tiende a englobar todo, es raro que la gente encuentre espacios para probar esta experiencia. Sin embargo, para ellos el encuentro con Cristo es una oportunidad para tener una vida centrada, menos dispersiva. Hemos conocido a muchos japoneses que buscaban algo más atrayente para su vida. Había un grupo que nos seguía, fascinados por las personas que habían conocido y que tanto bien conectaban con su sensibilidad».
Lección de periodismo
Quien haya estado en Japón sólo de paso o quien mire distraído, se llevará la imagen de un país ordenado, donde todo funciona, los trenes y los aviones llegan a su hora. La imagen que tenemos de los japoneses es la de una tropa detrás de un guía fotografiando todo y comprando cualquier artículo de marca que se les ponga a tiro. La sociedad es compleja, el dinero es el verdadero centro de todo. Y todo es carísimo: un melón cuesta 12 mil yen (100 euros): esto constituye también un gran obstáculo para las relaciones. Cuento otro ejemplo que nos ayuda a entender. Silvia me invitó a dar una clase sobre el periodismo italiano a sus alumnos. Había sesenta chicos. En un momento dado, pregunté cuántos de ellos adquirían y leían cada día un periódico. Un largo instante de desconcierto sucedió a mi pregunta. Silvia me explicó después que para ellos semejante pregunta tan “personal” es impensable. «Quien lo lee no quiere responder para no poner en aprietos a quien no lo lee y quien no lo lee se avergüenza. Por lo demás, aquí yo soy la única profesora que camina por la clase. Normalmente, el profesor está en la cátedra y no se mueve». Silvia dice una cosa muy verdadera: «El orden es algo hermoso, facilita la vida, pero limita las relaciones humanas si lo conviertes en una regla absoluta» y aquí las reglas están hechas a posta para cortar la espontaneidad. «Si tú invitas a alguien a cenar de repente, se quedan pasmados: ¿cómo?, ¿así, sin previo aviso?, ¿cómo es posible? Para ellos es algo chocante. Este sistema aviva poco lo humano». Sin embargo, Silvia lleva aquí muchos años. ¿Por qué te quedaste? «Estoy aquí porque me han abierto las puertas, aun sin saber japonés».
Una presencia que atrae
Se ha quedado porque le apasiona la historia que ha generado - respondo yo por ella -; una pasión que es visible y atrayente. Lo digo porque la he sentido, clara, hacia mí. Será casualidad, pero tanto en EEUU como en Francia, países que han albergado los Mundiales antes que Japón, no había logrado ir a misa ni un vez. Tal vez me movía más y los desplazamientos me negaban esta posibilidad... Quizás, pero en Tokio he ido tres veces a la iglesia de los jesuitas y os aseguro que la misa en japonés es más dura de seguir que en inglés o en francés.
* Corresponsal deportivo del Corriere della SeraROBERTO PERRONE*
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