En la escuela, en un laboratorio, en la Universidad y en el hospital norteamericano más puntero, el “sí” a Cristo de Enzo Piccinini sigue generando frutos increíbles. Diez años después de su muerte, la fundación que lleva su nombre continúa la obra creada por «un cirujano que siempre prefirió los hechos a las palabras»
«¿Qué ha nacido de Enzo? La lista es larguísima». La noche del 26 de mayo de 1999 perdía la vida Enzo Piccinini, cirujano, uno de los responsables de Comunión y Liberación. Tras una dura jornada en el hospital, había asistido en Milán a una reunión con algunos chicos universitarios. Enésimo testimonio de su “sí” a Cristo, una adhesión que no conocía medida ni reposo. De regreso a su casa en Módena tuvo un accidente. Según Giampaolo Ugolini (hoy director médico del hospital de Santa Úrsula de Bolonia), que desde el último curso de Medicina trabajó a su lado, «como buen cirujano, Enzo siempre prefirió los hechos a las palabras». Por eso, diez años después de su muerte sigue generando unos frutos increíbles.
Muchos no saldrán en las páginas de los periódicos, pero ahí están: antiguos pacientes, personas que han descubierto la fe, muchos jóvenes que gracias a él han encontrado un sentido para su vida. «Estamos rodeados de hijos suyos», como escribe Giancarlo Cesana en la introducción del libro que acaba de publicar Emilio Bonicelli (Enzo. Un’avventura di amicizia, Marietti). Otros tienen perfil público, como la escuela “La Carovana”, que se abrió en Módena en 1979 por iniciativa de Enzo y otro grupo de padres, que hoy reúne a más de 500 alumnos, desde los más pequeños hasta la enseñanza media, y que este mes de mayo, los días 22-24, celebra su trigésimo aniversario; o el Grupo Amistad, que sostiene a distancia a algunos niños de Humocaro, la región venezolana donde vive una hermana de Enzo, religiosa en el monasterio cisterciense asentado en la zona. Entre todos estos frutos destaca uno: la Fundación Enzo Piccinini, «nacida en 2002 por iniciativa de sus amigos más cercanos, para llevar adelante los ideales que le movían», explica el presidente, Massimo Vincenzi. Una obra que actúa hoy en varios frentes: desde el apoyo a realidades educativas como “La Carovana”, a la realización de un archivo sobre la vida de Piccinini, y el desarrollo de proyectos de investigación en colaboración con universidades italianas y extranjeras. Pero la tarea de la fundación se concentra en el sector en el que Enzo trabajaba, dando así continuación de su propia actividad: «Enzo, como médico y como hombre, dejó una herencia que no queremos que se disperse».
Multitud de relaciones. En primer lugar las relaciones, que cultivó en tantos viajes y periodos de formación en el extranjero (EEUU, Francia, Inglaterra o Argentina), sin los cuales la fundación no podría hacer muchas cosas de las que hace. Un ejemplo, «en junio, Isacco Montroni, uno de mis colaboradores, va a ir a Boston –nos cuenta el doctor Ugolini– para continuar su especialidad en el Massachusetts General Hospital», uno de los hospitales más punteros de EEUU. Para entendernos: novecientas camas, cincuenta y seis quirófanos y un presupuesto de más de 500 millones de dólares para investigación. Cada año más de mil aspirantes para ocupar una de las doce plazas disponibles para hacer la especialidad en ese hospital. ¿Cómo ha conseguido un joven de Bolonia superar semejante competencia? «En parte por el afecto que algunos médicos de Boston le tenían a Enzo y que ahora se dirige hacia nosotros», explica Ugolini. Por ejemplo el doctor Glenn La Muraglia, cirujano vascular en el Hospital General de Massachusetts, que conoció a Enzo en 1987: «Le veía llegar cada mañana en bici. Comprendió que aquel joven, que se había visto catapultado a años luz de la formación que había recibido, necesitaba que alguien le echara una mano. Y se tomó la tarea en primera persona». Delante de aquel maestro, Enzo comprendió que tenía que volver a aprender a ser médico. Es la misma experiencia que tuvo Isacco, quien –gracias a una beca de la Fundación– pasó un verano, en 2006, en el Hospital General de Massachusets: «Allí aprendí a prestar atención a todos los detalles que requiere el cuidado de un paciente –nos cuenta– sin olvidar que no son esos particulares los que le definen. Si me han aceptado en una de las más importantes instituciones americanas, es por una confianza inmerecida que debo a las relaciones entabladas primero por el doctor Piccinini y luego por Giampaolo».
«Siempre nos decía: “acercaos a la gente” –recuerda Giampaolo–. Decía que esas relaciones eran decisivas». Y ellos le escucharon, ante todo cultivando la amistad con los que habían conocido a Enzo. Como Ludovico Balducci, oncólogo de fama internacional del Moffitt Cancer Center en Tampa, Florida; Mattia Lauriola, una investigadora de la Universidad de Bolonia, gracias al respaldo de la Fundación pasó una temporada en el Moffitt: «Todo nace de una amistad entre dos grandes hombres –nos dice–. Nunca conocí al doctor Piccinini, pero la solidez de los lazos que creó habla por él, hasta el punto de que se ha convertido para mí también en un amigo presente». ¿Por qué, si no, una lumbrera de la medicina, a quien no conocía de antes, le habría invitado a pasar el día de Acción de Gracias con su familia? «Si se portó así conmigo fue en nombre del afecto que tenía a Enzo». Y la red se va extendiendo: «En la Brown University de Providence conocimos a un cirujano, Victor Pricolo –nos cuenta Ugolini–, quería hacer algo en memoria de su padre, un conocido oncólogo italiano». Así nació un intercambio de estudiantes. Y al final se creó una beca que lleva el nombre de Piccinini.
Los años pasan pero Enzo sigue trabajando. Lo hace a través de las manos de sus amigos y de las actividades de la Fundación. «Los pacientes nos buscan», dice Ugolini. Nos piden consejo de toda Italia, nos envían historiales de casos clínicos complicados. «Nosotros los enviamos a nuestros amigos de EEUU, así el paciente puede conocer el dictamen de médicos que son autoridad en la materia, sin tener que desplazarse, por correo electrónico…». Exactamente como hacía Enzo, que volvía de cada uno de sus viajes con un montón de informes médicos debajo del brazo: «Nos los repartía y juntos buscábamos la mejor solución para quien se los había entregado». Una forma de trabajar que no es muy corriente y que sigue sorprendiendo: «Una paciente nos dijo: “Nunca he visto a gente como ustedes. Sólo les pido una cosa: no dejen de ser así”». Con esta finalidad existe la Fundación Piccinini.
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