¿Qué solución hay al impasse en que nos encontramos? Para PHILLIP BLOND, teólogo y asesor del líder tory David Cameron, hay que apostar por las relaciones. Y por la subsidiariedad propia la doctrina social católica, que valora al individuo en función del bien común
«¿La subsidiariedad? Es la economía política del Paraíso». Es difícil encontrar una definición para Phillip Blond: teólogo, filósofo y politólogo inglés, está al frente del Progressive Conservatism Project, surgido hace cuatro meses en el think-tank Demos, a cuya inauguración asistió el líder conservador David Cameron. Es anglicano, pero admira a los defensores del catolicismo como Chesterton y Belloc. Se siente orgulloso de definirse como un «red tory» –un radical conservador– pero su presencia es imprescindible en los progresistas The Independent y The Guardian. En resumen, alguien que es capaz de ir desde la fe a las finanzas, de la nómina a Dios. No es casual que el 8 de mayo en la Universidad Católica de Milán abriera un ciclo de tres seminarios internacionales con el lema “Más allá de la crisis”, organizado por la Fundación para la Subsidiariedad en colaboración con Aseri, Cosmopolis y el Centro del Ateneo para la Doctrina Social de la Iglesia, hablando sobre el tema “Principios de subsidiariedad y un nuevo estado de bienestar”. Un tema tal importante para él como para permitirse decir a los gurús de las finanzas reunidos en la última cumbre de Davos que «desde la subsidiariedad se puede volver a arrancar», aconsejándoles la doctrina católica del «más sociedad y menos Estado».
Los mercados están enloquecidos, las empresas cierran... ¿Qué hay en el trasfondo de la crisis que está barriendo a Occidente?
La crisis se produce cuando se rompen las relaciones entre las personas. Cualquier sociedad necesita dos clases de relaciones: las inmanentes y las trascendentes. Las primeras se dan con los demás, con los más cercanos a nosotros, las otras con respecto al Bien, a lo que supera los intereses personales o de grupo. Cuando estos dos tipos de relaciones funcionan estamos ante una sociedad sana.
¿Por qué se han degradado estas relaciones?
Por el progreso de Occidente que conlleva una fuerte secularización, que ha reducido todos los bienes trascendentes a inmanentes. La Historia nos enseña que sin los primeros no podemos disfrutar de los segundos. Fue el intento que llevó a cabo la Ilustración en Europa: para combatir el absolutismo se destruyó el vínculo con la trascendencia, sustituyéndola por relaciones inmanentes. Pero éstas no podían subsistir sin algo por encima de ellas.
Entonces, en el origen de la crisis no está simplemente la caída de las Bolsas o las tormentas financieras…
La economía atraviesa esta situación porque antes se han destruido las relaciones humanas, desde la familia a la nación, se ha perdido la noción de bien común. Y también porque las dos ideologías dominantes en Occidente, socialismo y capitalismo, son la cara y la cruz de una misma moneda.
¿En qué sentido?
Uno promueve una especie de colectivismo, el otro un individualismo desenfrenado. Sin embargo, ambos se apoyan en la ruptura de las relaciones intermedias y dan lugar a formas de monopolio y centralización del poder. Quien se opone al estatalismo se equivoca si piensa que el mercado es el ambito donde la persona puede realizarse. El problema está en que el mercado así concebido es el reverso de la moneda del Estado. Pero en la raíz de ambos fenómenos –estatalismo y capitalismo– hay un cierto liberalismo, entendido no tanto como primacía de la iniciativa privada cuanto como individualismo posesivo.
¿Qué quiere decir?
El liberalismo niega que existan bienes más allá de la voluntad del individuo. Y crea un mundo de individuos atomizados, cada uno enfrentado al resto. Como una sociedad así no puede funcionar, se necesita la intervención de un Estado absoluto que regule el conjunto. Esta es la paradoja: el liberalismo que nace como crítica al poder absoluto, lo introduce de nuevo por la puerta de atrás en forma de Estado.
¿Entonces, qué solución ve usted al impasse en que nos encontramos?
La subsidiariedad. He aquí una alternativa radical a esta situación desde el punto de vista político, social y económico. Despegaremos si creamos condiciones adecuadas para las relaciones humanas, que son lo más importante en la vida. Una cosa es cierta: no se vuelve hacia atrás. Debemos reconocer que esta es la oportunidad para descubrir otro modo de hacer política. Debemos replantearnos el papel de los agentes sociales intermedios: familias, asociaciones, comunidades locales, etc. Sirve una descentralización del poder: sin una recuperación de las economías locales no pueden crecer los ingresos ni la prosperidad de todos. La subsidiariedad es un principio católico que sostiene la pluralidad de la sociedad. Donde católico significa universal en el sentido de que busca el bien de todos.
¿De qué forma?
Cada uno es una criatura única. Cuando puede expresar la naturaleza que Dios le ha dado, emerge su ser, y como ésta es única e irrepetible, aporta un bien para todos los demás. Dios mismo se alegra de la diversidad que ha creado: hay diversidad porque existen tantos seres únicos que exaltan la singularidad de los unos frente a los otros en virtud de lo que en el fondo unifica las diferencias, en una identidad que no las niega. Esta es una sociedad pluralista cristiana. Para ello sirve la subsidiariedad.
En la sociedad actual, cada persona lucha con los demás…
Sin embargo, en la sociedad cristiana individualidad y sociabilidad se refuerzan recíprocamente. Por tanto, podríamos decir que la subsidiariedad es la política económica del Paraíso, donde la singularidad de cada uno será exaltada, exaltando a su vez todas las demás singularidades. Estoy convencido de que la fe tiene un papel fundamental en la sociedad: la única manera de expresar el bien más allá de los egoísmos. Sin religión sólo queda la guerra entre los distintos intereses privados, sumisos a la voluntad del Estado autoritario.
¿Es el riesgo que corre nuestra sociedad?
Mira el mundo: en todo sitio el número de los creyentes ha conseguido cotas nunca alcanzadas, hasta China pronto se convertirá en la tercera nación cristiana más poblada. La única región al mundo que ya no cree en Dios es Europa noroccidental. La secularización, por lo tanto, es una cuestión regional. Pero ahora ha llegado a su fin.
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