¿Recordáis al estudiante que en 1989, durante la llamada primavera de Pekín, detuvo los tanques con su sola presencia? Han pasado veinte años y, en lugar del comunismo, avanza la ideología del capitalismo. Además del crecimiento económico (y de la crisis), ¿qué ha cambiado desde entonces? Responde el padre Bernardo Cervellera, director de la agencia AsiaNews
Los ojos de todo el mundo grabaron la imagen del estudiante que se quedó parado delante de una fila de tanques en la plaza de Tienanmen. Esa instantánea y la idea de que un hombre solo y desarmado pudiera oponerse a la fuerza de las armas y del poder, recorrieron el mundo. El 4 de junio de 1989, a pocas horas del comienzo de la masacre de Tienanmen, los principales periódicos del mundo anunciaban en sus titulares: “Pekín, el ejército ataca a los estudiantes”; “Los tanques aplastan la primavera de Pekín” y “Matanza en Pekín”. Las protestas habían empezado a mediados de abril y ya han pasado veinte años. En relación a estos hechos, entrevistamos al padre Bernardo Cervellera, misionero del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras), y director de la agencia de prensa AsiaNews. «Me encontraba en Líbano como corresponsal para la guerra, y por la televisión me enteré del terrible suceso de Tienanmen. No podía quedarme quieto ante todo esto, y pedí a mis superiores que me dejaran ir a China. Mi orden se dedica a la misión ad gentes, en lugares de evangelización». En septiembre del mismo año le eligen delegado del PIME para la asamblea que tendría lugar en Filipinas, y en octubre llega por fin a China, concretamente a la ciudad de Cantón. «Me encontré con un estado bajo un fuerte control policial, estaba todo controlado, medido, había una extrema pobreza. En la pequeña ciudad de Jiangmen, donde permanecí unos días, por las noches faltaba la luz eléctrica. En las calles había multitud de tiendas iluminadas por lámparas de acetileno, y miles de jóvenes con miedo y tristeza paseaban en completo silencio. Los sucesos de Tienanmen conmocionaron a la comunidad internacional, a mis superiores y a mí también pero, sobre todo a los chinos que desde entonces dejaron de creer en el Partido Comunista».
En agosto del 89, Li Lu Male, uno de los protagonistas de la revuelta, contaba en una intervención en el Meeting de Rímini: «El 21 de abril, más de cien mil estudiantes estábamos sentados de manera pacífica en la plaza con el objetivo de redactar un documento que recogiera nuestros deseos». Al poco tiempo la manifestación se extendió por Cantón, Xian, Chengdu y Shanghai. Desde Honk Kong la gente empezó a enviar ayudas, dinero y tiendas de campaña para los estudiantes.
Un mal menor. El padre Bernardo estima que las protestas implicaron a más de un millón de personas: «Los estudiantes eran los que más protestaban. Querían hablar con los responsables de la Universidad, ya que eran muy pobres y les habían aumentado las tasas. Pedían más democracia y menos corrupción. Veían que los hijos del Partido se matriculaban en Oxford, en Cambridge, en la Universidad de Económicas de Londres, en Harward o en el MIT, Instituto Tecnológico de Massachussets. Querían una enseñanza de calidad y mejores comedores. Pedían que el Partido gestionara la Universidad sin corrupción ni privilegios. Los secretarios del Partido, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, llevaban tiempo proponiendo que las reformas políticas acompañaran a las económicas, para evitar que el monopolio del Partido hundiera la economía. Los obreros y los campesinos reivindicaban algo más, querían unos sindicatos libres para poder organizarse dentro de la sociedad. El Gobierno les tachó de contrarrevolucionarios que pretendían desestabilizar a China. Tras las acusaciones el Gobierno pasó a la acción. El ejército de Pekín no obedeció la orden de intervenir y el Gobierno se vio obligado a utilizar a los soldados del interior de Mongolia a los que, por así decir, habían hecho un lavado de cerebro. Amnistía Internacional dijo que los habían drogado. Fue una masacre».
¿Y qué está pasando hoy en China? Ahora pensamos conocerla mejor por su expansión económica, por sus ganas de enriquecerse o por las Olimpiadas pero, ¿cómo ha cambiado de verdad el “gigante asiático”? ¿Se han abierto nuevos espacios de libertad? «De alguna manera, la China actual es el fruto ambiguo de Tienanmen. Deng Xiaoping y los líderes del Partido abrieron las puertas a las inversiones occidentales e impulsaron una potente transformación económica con la esperanza de que con el desarrollo, el pueblo se olvidara de la masacre de Tienanmen. Querían justificarla como un mal menor en función del bienestar colectivo. Sin embargo, quedan interrogantes sobre la democracia y la corrupción. Esta es la ambigüedad de la que hablábamos antes. Actualmente no hay libertad de expresión ni libertad de prensa, y la de asociación existe, pero controlada. Los que disfrutan del bienestar no se hacen preguntas, pero mucha gente sí se da cuenta de que la sociedad está cada vez más herida».
No es oro todo… Il rovescio delle medaglie (El revés de las medallas) es el último libro del director de AsiaNews. Él que estuvo en Pekín durante las Olimpiadas cuenta las contradicciones de China. Por una parte existen veinte millones de nuevos desempleados –según las estadísticas oficiales, aunque se piensa que pueden ser el doble–, y por otra crecen en la ciudad edificios vanguardistas, rascacielos y nuevas líneas de metro. «Nada más llegar las Olimpiadas expulsaron de la ciudad a estos desempleados, en su mayoría emigrantes del campo. Para ellos no ha cambiado nada». ¿Y con respecto a Occidente? «Después de la masacre de Tienanmen, China sufrió un embargo durante tres meses, pero luego como si no hubiera pasado nada, volvieron a establecerse relaciones comerciales. Sin embargo, las relaciones económicas no bastan. Hace falta dialogar sobre la cultura y sus fundamentos, es decir, la dimensión religiosa y los derechos humanos. En Pekín, Hillary Clinton admitió lo que todo el mundo piensa: “Se puede hablar de cualquier cosa, siempre que el diálogo no mine nuestras relaciones”. Occidente es connivente con quien explota la mano de obra china, sin comprometerse con estructuras y formas de trabajo que respeten a la persona».
Por lo tanto, a los veinte años de Tienanmen, «la situación es la misma, pero en cierto sentido agigantada porque los instrumentos que están en manos del Partido son más potentes. La contaminación ha alcanzado niveles insoportables, el 65-70% de las aguas están contaminadas. Según el Banco Mundial, 365 millones de personas viven debajo del umbral de la pobreza. Según datos del Ministerio de Seguridad, en 2008 hubo ochenta y siete mil de los así llamados “incidentes de masa”, en los que la policía se enfrentó a los jubilados, en otra ocasión a los intelectuales, a campesinos a los que les quitaron su tierra, o a los obreros que llevan sin cobrar su sueldo desde hace meses».
Libres para creer. ¿Se trata de una derrota para el Partido? «La masacre de Tienanmen supuso el derrumbe de la credibilidad de la ideología del Partido y la gente empezó a buscar nuevos valores. “El ejército para la liberación del pueblo chino” había ido contra el propio pueblo. Muchos comunistas, fuertemente decepcionados, empezaron una profunda búsqueda espiritual».
¿Algunos ejemplos? «El fundador del primer sindicato autónomo de Tienanmen, Han Dongfang, se convirtió al cristianismo y Liu Xiaobo y muchos otros disidentes se acercaron a la religión Católica. La decepción por el consumismo materialista o por lo que decía Deng Xiaoping (“¡Haceros ricos!”) ha generado una enorme búsqueda espiritual y religiosa. Una encuesta de la Universidad de Shanghai sobre el número de creyentes chinos, que llegaría a los trescientos millones, el triple de las estimaciones oficiales del Partido, preocupó al Gobierno. Occidente tendría que aprovechar estos datos para pedir la libertad religiosa, que conllevaría la libertad de asociación, y también la de predicar, la de imprimir libros y la de desplazarse libremente por el país. Muchos católicos chinos querrían ver al Papa, pero les está prohibido. Si en 1989 la lucha por la democracia consistía en una petición de derechos, hoy en día estos derechos encuentran su propio fundamento en la vitalidad espiritual de millones de chinos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que nació precisamente de la tradición judeocristiana, se basa en este principio».
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