Un año después del ataque a las Torres Gemelas, no se ha apagado aún en EEUU la reacción religiosa. No satisfechos con explicaciones geo-políticas, los norteamericanos buscan un significado último. Las reflexiones de un agudo observador
Los eventos del 11 de septiembre tuvieron desde el principio una fuerte dimensión religiosa. Todo el terrorismo, en un cierto sentido, tiene una base religiosa, como sugiere la palabra misma. El “terror” es una experiencia religiosa. Los antropólogos de la religión la describen como el “miedo” frente a lo inexplicable. Un ataque terrorista no tiene la intención de obtener una derrota militar del enemigo. Su objetivo es suscitar un miedo helador. Es un evento teatral, ritual, litúrgico: un gesto simbólico, por así decir, que reclama o remite al abismo de la nada.
Patriotismo religioso
No extraña, por tanto, que la reacción de los norteamericanos al ataque terrorista del 11 de septiembre del año pasado haya tenido una fuerte connotación religiosa. La historia de Norteamérica, la “historia” a través de la cual el pueblo estadounidense define su propia identidad nacional y sus propios objetivos, ha tenido siempre un fuerte sustrato religioso, incluso después de que sus términos fundamentales (elecciones, libertad, misión, etc...) fuesen secularizados. El 11 de septiembre ha despertado esta dimensión con una explosión de “patriotismo religioso” como pudo verse, por ejemplo, en el espectáculo de los miembros del Parlamento que cantaban God bless America en las escaleras del Capitolio en Washington. El Presidente asumió inmediatamente el papel de Gran Sacerdote y Profeta de la nación, con un índice de aceptación por parte de la opinión pública que superó cualquier estima política. (Recordemos que al comienzo de su mandato la oposición puso en duda incluso la legitimidad de su elección. Casi todos sus discursos sonaban como un sermón que llamaba al sacrificio por los supremos valores humanos, identificados con el “estilo de vida americano” - ¡vida, libertad, democracia y libre mercado!).
Consultores religiosos - católicos, protestantes, judíos y musulmanes - aparecieron en escena convirtiéndose en parte integrante del grupo que preparó la respuesta norteamericana al ataque. Al pueblo americano se le impartían muchas lecciones sobre la religión y la paz, la tolerancia religiosa y la importancia de la libertad religiosa. Las iglesias estaban abarrotadas de fieles y los artículos acerca de la religión y la vida llenaban las páginas de los periódicos y las revistas, desde las publicaciones más intelectuales a las revistas de crónicas mundanas. Uno de los cómicos de televisión más famosos, a punto de retirarse de su programa, cuando volvió a la emisión una semana después del ataque explicó su decisión de continuar casi como si fuese un deber religioso, y dedicó su programa a una investigación en busca del “significado último” del ataque. El alcalde de Nueva York y otras personalidades políticas animaron al pueblo americano a rechazar cualquier tipo de intimidación intensificando la oración para reforzar el espíritu de la nación y gastando más para reforzar la economía.
Fuera de EEUU se ha visto esta reacción como algo extraño. Hay quien la ha comentado en todo cínico y despectivo; sin embargo, los norteamericanos han reconocido que las implicaciones del ataque van mucho más allá de la controversia geo-política y económica: todas las explicaciones son una reducción inmoral de su significado último.
El humor de la nación
Hoy, a un año de distancia, esta reacción “religiosa” al ataque del 11 de septiembre no se ha agotado del todo. En muchos aspectos las cosas parecen haber vuelto a la normalidad, pero se trata de una impresión a menudo ilusoria. La incertidumbre económica por parte de empresarios e inversores, por ejemplo, no sólo se debe a los recientes escándalos del mundo financiero, sino también a un cambio del “humor” de la nación, lo cual es todavía difícil de evaluar, ya que provoca una incertidumbre en el nivel más profundo de la conciencia colectiva. Este es precisamente el nivel del sentido religioso. La decisión de las cadenas de televisión, los principales periódicos e instituciones de suspender cualquier forma de publicidad en el día del aniversario (con ingentes costes económicos) debe sorprender a los dirigentes religiosos que estaban convencidos de que el país había perdido ya el sentido de descanso del Sabbath y su equivalente en las demás tradiciones religiosas. (Hace no mucho tiempo se hacía en los países católicos, por ejemplo en América Latina, con ocasión del Viernes Santo, pero nunca fue una tradición en EEUU).
Espacio sagrado
La parte del Pentágono destruida por los ataques ya se ha reparado, y todas las actividades se han reanudado a un ritmo todavía más acelerado que antes, pues la nación persiste en su respuesta militar, dirigiéndose probablemente hacia una guerra con Irak. En Nueva York, sin embargo, el espacio vacío en donde antaño se levantara el World Trade Center se ha transformado en una meta de silenciosa peregrinación. Cada día miles de norteamericanos y de turistas recorren lentamente y en silencio el camino desde el cual se puede observar el abismo donde antes las Torres Gemelas se recortaban fieramente contra el cielo. Los nombres, las fotos y los objetos personales de aquellos cuyos restos no se han encontrado nunca cuelgan de las paredes y de las vallas alrededor del “espacio sagrado”. Una circunstancia todavía más significativa: en toda la ciudad muchos neoyorquinos parecen tener miedo de mirar hacia la Zona Cero. Hay quien lo ha comparado con el temor de mirar dentro de la capilla ardiente mientras preparan el cuerpo de un amigo o un pariente fallecido. Es una prueba de la persistente experiencia de temor religioso, aunque haya pasado un año desde el impacto inicial. Un pasajero de un avión que aterrizaba en el aeropuerto de La Guardia (el más cercano a Manhattan, con un pasillo de aproximación que ofrece una extraordinaria visión de la skyline ciudadana) observó: «Cuando abarcaba con la mirada la ciudad, sentía una gran excitación, sentía nuevas fuerzas ante esta visión majestuosa, pero ahora esto deja en mí un gran vacío. Ni siquiera quiero mirar, pero me siento como obligado a echar un vistazo y aparto rápidamente la mirada, como si hubiese visto algo que no debía mirar».
En televisión
Durante la semana del aniversario del ataque terrorista la prestigiosa cadena de televisión PBS emitió un documento de dos horas titulado “Fe y duda ante la Zona Cero: las consecuencias espirituales del 11 de septiembre”. He participado en la preparación de este programa para el que entrevistamos a más de trescientas personas acerca de las implicaciones religiosas del ataque. Absolutamente todos los entrevistados reconocieron que su experiencia de lo sucedido fue, de una forma u otra, una experiencia de Misterio. (Una atea nos dijo que supuso un verdadero desafío a su ateísmo, pues el ataque era enteramente obra del hombre). Hacia el final del programa las preguntas empezaban a centrarse sobre el posible significado de la visión impresionante de dos de las víctimas que se cogían de la mano mientras iban al encuentro de la muerte saltando desde una de las torres. Antes de terminar pude resumir esta discusión a la luz de los juicios que aporta el Movimiento: el gesto de los que iban al encuentro de la muerte cogiéndose de la mano tiene dos posibles significados. Podemos verlo como la trágica confirmación de que la muerte y la victoria del Poder tienen la última palabra sobre la vida, la amistad y los deseos del corazón. O bien, podemos verla como una afirmación heroica, un gesto simbólico (“sym-bólico” significa unificante, algo que vuelve a unir, mientras que lo que destruye mediante la separación es llamado “dia-bólico”), un gesto que remite a la conciencia de un Misterio que contiene la última palabra sobre el significado y el valor de la vida humana, un Misterio más grande que la muerte, el Misterio que hace posible la amistad y la solidaridad entre los hombres y al final les hace triunfar - el Misterio del Ser revelado como Caridad.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón