La historia de un sacerdote recién ordenado de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, en misión en el lejano oriente. Desde la universidad a la fundación de la primera casa en Taipei. En un país en donde los católicos son sólo una pequeña minoría se dilata una amistad que alcanza el corazón de los hombres
Soy un misionero de la Fraternidad de San Carlos y el pasado 22 de junio fui ordenado sacerdote junto a otros cuatro hermanos míos. En septiembre del año pasado me enviaron con Paolo Cumin, a Taipei, capital de la isla de Taiwán. A finales del verano volveremos allí definitivamente. Con nosotros vendrá también Paolo Costa, que el 22 de junio recibió, con otros cinco jóvenes, la Ordenación diaconal.
Turín - Roma
La historia de mi vocación comenzó hace aproximadamente 12 años cuando, desde Saint-Oyen, pequeño pueblo del Valle de Aosta de apenas 200 habitantes, me trasladé a Turín para estudiar Ingeniería de Montes. Nada más llegar a la universidad conocí a algunos estudiantes del movimiento que me ayudaron con el papeleo para matricularme y me aconsejaron en la elección de las asignaturas. Poco después descubriría que estos amigos eran sólo el inicio de una compañía que no me dejaría nunca.
Durante los años de la universidad, leyendo una carta publicada por Huellas de don Paolo Pezzi, entonces misionero en Siberia intuí que el Señor me llamaba en la Fraternidad de San Carlos y así, después de licenciarme, partí para Roma y entré en el seminario. Pensando en estos 12 años, me conmuevo. ¡Harían falta muchas páginas para contarlo todo! No hice más que decir «sí» a las sugerencias que Dios ponía en mi vida. Creo que el sentido de la vida es seguir con confianza al buen Señor donde nos llama.
Primeros frutos
Cuando llegamos a Taipei hace un año, nos recogieron en el aeropuerto Icio e Isa con sus hijos Davide y Francesca. Isa e Icio son los verdaderos pioneros de nuestra misión en esta tierra. Llevaban siete años en Taipei, dando clases de italiano en la Universidad Católica, y ahora ven los primeros frutos de lo que han sembrado.
El primero es la amistad con el obispo Ti-Kang. Tengo todavía presente su homilía el día de la vuelta definitiva a Italia de Isa e Icio: quiso que todos los presentes conociesen su historia, la de don Giussani y la del movimiento.
Nada más llegar a Taipei, Paolo y yo fuimos huéspedes del obispo y empezamos a estudiar chino. Cenábamos todas las noches con él. Siempre que había invitados aprovechaba para contarles brevemente la historia del CL. A todos les cuenta el año en el que participó en el Meeting de Rímini y la conmoción que le supuso ver el acontecimiento de un pueblo: «Había muchos niños que se divertían - cuenta siempre -, con lugares y espectáculos dedicados a ellos. Había adultos y ancianos, y se proponía un tema en torno al cual giraba toda una vida: nadie podía sentirse extraño».
Una de sus preocupaciones principales está ligada a la Universidad Católica que - dice - tiene necesidad de verdaderos testigos de Cristo. Por este motivo ha deseado tanto que nuestra presencia continuase incluso después de que Isa e Icio se fueran. Llegó una pareja de Gubbio, Andrea y Cecilia, y después Valentina, de Macerata.
¡Qué gracia es su presencia! Con ellos compartimos todos los pasos que debemos dar. El Señor que nos ha unido nos ha convocado en Taipei. Antes de llegar no nos conocíamos, mientras ahora estamos a 10.000 km. de nuestra patria para dar a conocer a Aquel que salva la vida. Lo que más me fascina de la personalidad de Andrea y Cecilia es ese arrojo y alegría con los que hacen todo: están completamente confiados al Señor, sin preocuparse para nada del resultado. Se sorprenden por los pequeños y grandes milagros que suceden cotidianamente (y que muchos no verían nunca por estar apegados a sus ideas). A menudo nos leen algunos trabajos de sus alumnos, que testimonian cómo las preguntas que los chicos se plantean se despiertan dentro de ellos sin encontrar respuesta. Cuando nos reunimos los martes afloran preguntas muy verdaderas y concretas. Es de por sí un milagro, porque los jóvenes chinos normalmente expresan pocas preguntas y tienden a guardárselo todo.
Xiao Bing
Como dije antes, esta vida está ligada a la semilla que plantaron Isa e Icio. Xiao Bing (por comodidad la llamamos Giovanna) nos escribió lo siguiente: «Ayer por la tarde conté a Roberta (otra chica china amiga nuestra) mi encuentro con Jesús a través de Isa e Icio. Yo los veía distintos de todos los demás; tenían algo distinto, pero no sabía lo que era: su forma de vivir, de estar con los amigos... Les dije que quería comprender qué les diferenciaba, y que por esto deseaba hacerme católica».
¡Cuántos hechos podríamos contar! ¡Cuántos amigos que presentaros: Vincenzo (Lin Huai Min), Loredana (Zhang Shi Tou), Simona (Shu Ting), Irene (Liou)...!
Bao Bao y Mumu
Por último, no puedo dejar de hablaros de Bao Bao. Es un seminarista de Taipei, que se aloja también en la casa del obispo Ti-Kang, al que conocimos el año pasado. Una noche, bebiendo juntos un té, nos contó su historia. Durante años había trabajado como periodista en un importante diario taiwanés. Un día fue a una isla llamada Matzu, a pocos kilómetros de la costa de China, un enclave estratégico para el ejército taiwanés. Su objetivo era escribir un artículo sobre los jóvenes militares que residían en la isla. Hablando y entrevistando a los militares oyó hablar de “Mumu” (mamá), una monja que a menudo iba a ver a los soldados y les llevaba platos exquisitos. Bao Bao, Lleno de curiosidad y queriendo probar los platos de Mumu, fue a conocerla. Nos contó que le causó tal impresión que fue como haber tocado con la mano el amor de Dios por los hombres. Un año después de haber conocido a Mumu, él, que era budista, empezó a prepararse para recibir el Bautismo y ahora, por sugerencia del obispo, quiere venir a Italia para estudiar italiano y comenzar los estudios de filosofía y teología para ordenarse sacerdote. Tiene un sinfín de preguntas. Este año ha escrito un libro en el que relata la vida de Mumu.
Bao Bao da testimonio de que existe una sorprendente vida de fe también en Taipei. Ante cualquier dificultad aprendemos a dejarnos ayudar por los que llevan allí más tiempo, y estrechamos amistad con los padres javerianos, los combonianos, camilos y salesianos. La acción caritativa que hemos empezado nos ha brindado la ocasión de conocer a las hermanas de la Madre Teresa, todo un espectáculo de gratuidad y alegría.
El año del caballo
La presencia de los católicos en Taiwán es muy reducida y teóricamente insignificante, si la comparamos con los seguidores de las otras religiones. Nos dimos cuenta de esto en los últimos meses de este año, durante las fiestas por el comienzo del año del caballo (que sucede al año de la serpiente). Fuimos al templo de Confucio y después al templo taoísta situado no muy lejos. Allí se congrega muchísima gente. Casi todos los chinos, al comenzar el año, se dirigen a los templos para hacer el bai bai, una oración propiciatoria con la que se pide la ayuda de los dioses: la diosa que protege a las madres que van a dar a luz, la diosa a la que se invoca para la educación de los hijos, el dios que se protege contra las enfermedades... ¡Cuántas personas que buscan ayuda!
A finales de julio volveremos a Taipei para proseguir el estudio. Con Paolo Costa seremos tres y abriremos la primera casa de la Fraternidad de San Carlos en el Extremo Oriente. «Vosotros estáis en Taiwán de misión - nos escribió don Massimo en una de sus cartas - para conocer y amar a Cristo. Lo que con más insistencia tenemos que pedir al Señor es el don de la unidad, porque la misión es el dilatarse de nuestra amistad a las personas que el Señor pone en nuestro camino».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón