El profesor Lobkowicz habla a cerca de la nueva Constitución europea, de la tradición de Europa, las relaciones Este y Oeste y las condiciones de una convivencia entre pueblos, resaltando la tarea de los cristianos y la importancia de la presencia de la Iglesia
Fue director de la Universidad de Mónaco, Nikolaus Lobkowicz en 1984 asumió el cargo en la Universidad Católica de Eichstätt. En los últimos años ha intensificado su empeño en los cambios culturales con Europa del Este dirigiendo El Istituto centrale di studi per l’Europa centro-orientale (Zimos).
Profesor, identidad y tolerancia parecen ser dos conceptos incompatibles. Proclamar la propia identidad implicaría intolerancia hacia los demás. ¿Cuál es su opinión al respecto?
La tolerancia es una virtud. Y no está en conflicto con mi identidad. Tolerancia significa aceptar al otro, y por ello hay que hacerla valer, especialmente cuando hay conflictos o dificultades. Existe una forma simplista de tolerancia que es la indiferencia. El verdadero problema es la tolerancia frente a los intolerantes. Y esta es una cuestión de carácter político. Una buena sociedad debe ser capaz de poder soportar una cierta parte de intolerancia, pero, ¿hasta qué punto?
El islam, por ejemplo, tiene una concepción del derecho diferente de la europea. En Europa, sobre todo en Occidente, hemos conseguido “secularizar” lo político: a través de un difícil y no siempre coherente proceso hemos llegado a la distinción entre política y religión, sentando las bases para la convivencia entre diversas opiniones y convicciones. La tolerancia se ha convertido en primer lugar en una dimensión del individuo, y en cierta medida de la sociedad. Por lo demás, el reproche de intolerancia que se le hace a la Iglesia católica - y es interesante ver cómo a menudo proviene de sus propias filas - carece por completo de fundamento. La misma Iglesia ha contribuido a discernir entre las dos Potestas (Iglesia y Estado, ndt).
Más allá de los acuerdos estratégico-militares, ¿qué cree usted que ha cambiado en Europa desde la caída del muro de Berlín hasta ahora?
En primer lugar hay que decir que hemos asistido a un milagro. Nadie podía imaginarse la caída del comunismo y ello sin derramamiento de sangre.
Al principio hubo un trasvase del Oeste al Este de una cierta “riqueza barata”, compuesta de jeans y pop, una especie de “mcdonalización”. Pero a muchas regiones les empezó yendo peor que bajo el comunismo. Grandes firmas abrieron tiendas en las que nadie podía comprar, aunque quizá sea mejor no poder comprar ciertos artículos que no poder comprar de nada. Hubo también muchos problemas, por ejemplo por parte de los seguros. Está empezando lentamente un proceso de comprensión. Nosotros en Occidente tuvimos un desarrollo espiritual a partir de 1945, que abrió a una reflexión sobre los derechos humanos, la tolerancia o la relación entre Estado y sociedad. Los países del Este todavía no han hecho este camino y aún deben recuperar los conceptos democráticos.
Los propios periodistas del Este se encuentran hoy limitados a la hora de escribir un simple reportaje o un comentario, tanto que la Radio Europea Libre ha organizado en Praga un congreso para 150 periodistas con el fin de transmitirles un nuevo método de trabajo.
Por lo que respecta a la vida religiosa, la situación es muy diferente de un país a otro.
Hay que recomenzar desde las ruinas de una cultura destruida por el comunismo. En Bohemia, por ejemplo, sólo el 30% ha seguido siendo católico, y de ellos únicamente el 15% es practicante. Pero en general los jóvenes muestran interés por el hecho religioso, por una propuesta que pueda responder a sus preguntas y a sus exigencias.
Por otro lado se observa que muchos de los cristianos que han sido reprimidos por el régimen comunista son aquellos que hoy en día ejercen las nuevas funciones públicas.
En los documentos preparatorios de la Constitución europea el cristianismo está relegado a un “etcétera”. ¿Cómo juzga esta situación y cómo piensa que debería ser planteado el problema?
Es una cuestión muy difícil. Por una parte, nosotros los cristianos estamos llamados a tomar postura y a hacerla pública. Por otra, no se trata sólo de un reclamo político, sino por encima de todo de un reclamo precisamente cristiano de respetar la libertad de los no cristianos y de aquellos que han dejado ya de serlo. Personalmente considero fundamental la vieja fórmula con la que tradicionalmente comenzaban las constituciones, como por ejemplo la alemana, que exhorta con la «responsabilidad ante Dios». A través de estas fórmulas se transmite una concepción del hombre que favorece la libertad y la responsabilidad también a nivel político, respetando al mismo tiempo a los que no comparten una posición religiosa o cristiana. Hay un intento de encontrar un camino que satisfaga a ambas partes, como hace la Constitución polaca, que habla del reconocimiento de valores principales «tanto por parte de aquellos que creen en Dios como fuente de verdad, justicia y belleza, como por parte de aquellos que no comparten tal fe, pero respetan los valores, que provienen de otras fuentes y se presentan como universales». Esta fue la obra de Mazowiecki, el primer jefe católico de un gobierno no comunista. En las relaciones entre Estado e Iglesia creo que cualquier restriccion a la acción de la Iglesia iría en contra de los derechos humanos como tales. Por esto las frases que hacen referencia a la libertad de las Iglesias y de las religiones son las decisivas de las constituciones modernas. Esta libertad no es un privilegio, sino una exigencia fundamental de cualquier derecho moderno. Por otro lado, a la Iglesia no le conviene estar demasiado cerca del Estado para poder anunciar lo que lleva en el corazón con la necesaria autonomía. Por su parte, los musulmanes o adeptos a otras religiones deben también exigir estos mismos derechos.
La Iglesia debería sumarse a la batalla abierta de las opiniones sin violentar a nadie, pero intentando conquistar la comprensión de la sociedad sobre puntos fundamentales de la dignidad humana. Hay que volver a una posición originaria que reafirme los valores humanos. Es de suma importancia que se realce la dignidad del hombre, la garantía de su libertad y de sus derechos fundamentales, que no provienen del Estado, sino que lo preceden. Esto será una parte decisiva de la Constitución.
La Iglesia deberá salvaguardar los valores humanos que ella misma ha aportado y además aclarar el equívoco existente en la mayor parte de los europeos e incluso también entre muchos de sus fieles, que lleva a creer que lo que el Estado no prohibe o permite viene a ser por ello moral. En los 90, contemplando la trágica situación de la Iglesia, el cardenal Tomasek dijo que quizá había llegado para los católicos el momento de tomar una decisión consciente y personal, porque una pertenencia basada simplemente en la tradición podría decaer frente a ciertos conflictos o contradicciones.
Lo bueno de esta situación es que el que hoy es cristiano lo es porque lo ha decidido él, no sólo porque haya nacido en una familia de tradición cristiana. Quizá lleguemos a encontrarnos como los primeros cristianos en Roma. Ya es un poco así. ¿Cuántos cristianos lo son como para dar la vida, para arriesgar públicamente una postura?
Cierta reducción del concepto de razón ha favorecido el surgimiento de formas irracionalistas. ¿Frente a qué tipo de fenómeno nos encontramos?
El cristianismo “eliminó” a unos dioses paganos que ahora vuelven. Ciertas formas de irracionalidad coinciden con la crisis de la ciencia, sobre todo a causa de sus consecuencias ecológicas. Generalizada la ecuación razón=ciencia, la crisis de ésta ha arrastrado consigo todo el implante racional, por lo que urge retomar el concepto de ratio como se desarrolla en la tradición cristiana. El cardenal Ratzinger dice que el cristianismo supuso en cierto sentido una forma de Ilustración. La Fides et Ratio recuerda la importancia de la ratio abierta ante la fe. Si con los cristianos se dialoga con el Nuevo Testamento y con los judíos con el Antiguo Testamento, con los paganos se dialoga con la razón.
Entonces, ¿a qué están llamados los cristianos hoy?
Sólo hay una respuesta: que el cristiano esté dentro del mundo y lo transforme. Después del Concilio Vaticano II hubo un equívoco. El Concilio habla de la vocación del laico y esto se interpretó erróneamente en el sentido de que los cristianos debían comenzar a bailar alrededor de los altares y decir a los curas lo que debían hacer; pero el sentido era: «Tú eres dentista, tú camarero, tú profesor, ve al mundo y actúa como cristiano». Testimoniamos mucho más a través de lo que vivimos que de lo que predicamos.
Me parece que la vía de la cristianización o recristianización de Europa es que uno pueda encontrar en su lugar de trabajo un compañero tan diferente, tan fascinante que le lleve a preguntarse: «¿Por qué es así, cuál es su secreto?». No debemos ceder a la tentación de la nostalgia del pasado: debemos atravesar este tiempo, atravesar los problemas que se nos plantean testimoniando nuestro “secreto”.
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