El catolicismo en EEUU atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia con polémicas que llenan las páginas de los periódicos. En este clima de desconfianza, la experiencia positiva de algunos sacerdotes del movimiento como el P. Rich y el P. Sansone en sus parroquias. Mons. Lorenzo Albacete escribe en el New York Times Magazine
Había sido una jornada dura, durísima, para el P. Rich. No es fácil ser un sacerdote católico en la Norteamérica del 2002, en plena ofensiva mediática que ha hecho de cualquier hombre con clergyman un posible depredador sexual. Para los que visten de cura, la sensación es quizá la de aparecer como los “untadores” de Manzoni, señalados como los portadores de una peste que cosecha víctimas entre niños y adolescentes.
Y sin embargo algo positivo se abre camino y emerge en los relatos de los sacerdotes que, en medio del malestar de uno de los momentos más difíciles en la historia del catolicismo en EEUU, siguen mirando a una Presencia que se hace tangible gracias a una compañía.
Aquel día de finales de abril el P. Rich Veras había participado con decenas de sacerdotes neoyorquinos en un encuentro organizado por el arzobispo de Nueva York, el cardenal Edward Egan, para poner al día a los pastores de la diócesis sobre la situación de la “crisis pedófila”. Un evento inevitablemente triste, dedicado al examen de las nuevas líneas de acción que las autoridades de la Iglesia americana están evaluando para hacer frente a la situación.
Con el corazón apesadumbrado por aquel encuentro, el P. Rich y Dino se presentaron aquella misma tarde en una reunión de responsables de las actividades eclesiásticas en Staten Island - la zona de la Gran Manzana en la que viven - sin esperar demasiado de aquella oportunidad: se les había invitado para explicar por qué, desde que apareció ese grupo semidesconocido que se hacía llamar GS, su parroquia era distinta de las demás. La madre de un chico había contado algunas cosas que habían llenado de curiosidad al comité de representantes de las distintas parroquias que asiste al vicario del Arzobispo en Staten Island: «Yo no sé nada de pastoral para los jóvenes, pero lo que está sucediendo entre el P. Rich, Dino y algunos jóvenes de los institutos es algo sorprendente». Con todos los temores ligados a la alarma ante la pedofilia, que intoxica ahora todas las relaciones entre los sacerdotes y los teen-ager americanos, es probable que entre los miembros de la comisión pastoral alguno llegara aquella tarde lleno de preocupación. Pero a todos les bastó mirar a sus interlocutores para que dicha preocupación se esfumara.
La respuesta al escándalo
El P. Rich y Dino tenían que hablar no más de media hora, pero trascurrida la primera hora describiendo la historia de CL y su experiencia, se encontraron sobrepasados por las preguntas y por el entusiasmo. Al final mons. Dorney, vicario para Staten Island, tomó la palabra visiblemente conmovido. «El P. Richard y yo - dijo - hemos vivido hoy un día en el que el peso del problema del “escándalo” parecía casi imposible de soportar. Pero esta tarde, después de haberles escuchado, todo adquiere de nuevo un significado, y me siento lleno de vida y de esperanza. Hablamos siempre de hacer, hacer, hacer, pero estos dos hombres han escogido simplemente ser. Tienen el corazón ardiente, y mirándoles siento que yo también ardo. Me gustaría que todas las parroquias tuvieran curas así, verdaderos discípulos de Cristo». Pensando en aquella tarde, el P. Rich sigue sorprendido al ver cómo el Misterio logra mostrar el carácter bueno de la realidad, como algo parecido a un resquicio de cielo azul divisado en medio de un temporal. «Giorgio Vittadini nos dijo que la Resurrección, la presencia de Cristo - explica - es la respuesta al escándalo de los sacerdotes; y esto se evidenció cuando empecé a describir mi experiencia: todo cambió, y la admiración en sus rostros me recordó la gracia que he recibido de poder vivir rodeado de milagros, del milagro de Cristo presente».
Periódicos y debates televisivos
La experiencia del P. Rich no es un hecho aislado. En un ambiente eclesiástico como el americano, a menudo desorientado por la ofensiva de la prensa a los sacerdotes por el escándalo de la pedofilia, quien aporta razones y esperanzas - fruto de una educación en la fe desconocida para la mayoría en EEUU - se convierte enseguida en objeto de un interés sincero. Incluso entre los mismos medios de comunicación que, cansados de los escasos resultados de la guerra contra el terrorismo y a la espera de nuevos ataques, han hecho de la crisis de la Iglesia un argumento de debates y de portadas de revistas.
De esto sabe algo mons. Lorenzo Albacete, que publicó en el New York Times Magazine una apasionada defensa del celibato, insertada en un relato sin tintes de hipocresía sobre la propia “lucha” personal con este aspecto de la vida sacerdotal. Después de haber demolido y quitado de en medio las teorías simplistas según las cuales todo el problema de la pedofilia tiene que ser reconducido al del celibato - “si los sacerdotes tuvieran una vida sexual, no molestarían a los niños”; esta es la tesis dominante, hablando en plata -, mons. Albacete afirmó su verdadero significado. «El celibato tiene más que ver con la pobreza que con el sexo. Es la expresión radical y exterior de la pobreza del corazón humano, la pobreza que hace posible el verdadero amor, previniéndolo de la corrupción de la posesión y de la manipulación. Incluso por este motivo el abuso de niños por parte de sacerdotes es tan desconcertante, horrible y destructivo, porque degrada el celibato poniéndolo al servicio del poder y de la libido. Algo aberrante y radicalmente contrario al amor».
Reconocer a Cristo
En el panorama desolador de la aridez y el raquitismo de contenidos de los distintos comentarios sobre el escándalo, este artículo, leído por millones de personas, de alguna forma ha hecho historia. Lo evidencian una serie de invitaciones que, primero la CNN y después otras televisiones, han hecho a Albacete para participar en los debates televisivos, así como las cartas publicadas por el Magazine en los números sucesivos. «Ha sido estupendo - escribe Karen Ard desde Nueva York - leer algo positivo después de todo lo que se ha escrito en la prensa reciente. No soy católica, pero si supiese que había un sacerdote de su calibre en una parroquia cercana, podría incluso frecuentar la iglesia». Steven Yap, desde Chicago, simpatizó con Albacete: «Es tristísimo que muchos buenos sacerdotes se sientan hoy como si les hubiesen acusado de un crimen y tuvieran que demostrar su inocencia». El P. Damian Richards, un sacerdote de Atwood (Kansas), se sorprendió de “asentir con la cabeza” mientras leía cada línea del artículo.
Algunos días después, mons. Albacete tenía un retiro con sacerdotes hispanos en Nueva York y el argumento, de nuevo, no podía ser otro que el problema en el que todos estaban inmersos: «Les dije que estos sucesos iban más allá de mi comprensión de lo que es el pecado, y decidí abreviar. Saqué el libro de don Giussani Reconocer a Cristo, y lo propuse como material de trabajo. Se están dando explicaciones de todo tipo a lo que sucede en la Iglesia: la homosexualidad, las mujeres, el celibato, etc... Pero el verdadero problema es la ausencia de Cristo. Por esto es necesario volver a “reconocerle”». De aquel retiro nació una nueva Escuela de comunidad en Nueva York: participan en ella 13 curas hispanos bajo la guía de Albacete.
Escuela de comunidad
Este encuentro semanal, ahora más que nunca, resulta perentorio incluso para el que viste el hábito sacerdotal. Lo explicaba con palabras sorprendentes el P. Antonio Sansone, un amigo reciente de CL. Su parroquia de Brooklyn se ha convertido en punto de encuentro para un grupo de Escuela de comunidad y para un grupo de Fraternidad de familias. El P. Sansone es el párroco desde hace algo más de un año, tras haber trabajado con anterioridad junto a otro sacerdote que tiene con el Movimiento una larga tradición de amistad: Ronald Marino. En su nueva parroquia abrió enseguida las puertas a CL y comenzó a acudir a la Escuela de comunidad. Ha hablado de ello muchas veces a los fieles en el boletín parroquial; en uno de los últimos números incluyó la carta de Juan Pablo II con motivo del aniversario del reconocimiento de la Fraternidad, diciendo que quiere que la gente del barrio descubra directamente de labios del Papa el movimiento que ha aparecido en su parroquia. Y un día, hablando del terrible momento que vive la Iglesia americana, el P. Sansone sorprendió y conmovió a todos con sus palabras: «Me doy cuenta de que tengo miedo incluso de acercarme a los niños en el colegio por todo lo que está pasando. La amistad con vosotros es en este momento el apoyo central de mi vida. Si no estuvierais vosotros, hoy sería para mí muy difícil ser sacerdote».
Sólo una experiencia que no censura ni siquiera los aspectos más escabrosos de la realidad consigue vencer el clima dominante, que intimida en este período a gran parte de los sacerdotes americanos. El P. Rich se ha preguntado durante mucho tiempo cómo afrontar el tema de la pedofilia en sus encuentros con los chicos de GS en Staten Island. «He ido muchas veces allí pensando cómo sacaría el tema - dice -, pero cada semana el trabajo sobre Los orígenes de la pretensión cristiana y las experiencias que emergían eran tan ricas y los chicos estaban tan implicados e impresionados con la forma concreta en la que estábamos descubriendo la presencia de Cristo en nuestra vida, que me parecía siempre fuera de lugar sacar el tema de los escándalos. Es como si tuviera que insertar algo irreal, teórico y abstracto en un diálogo sobre la realidad».
Sin obstáculos
Un día hablamos de cómo Jesús no alzaba ningún “obstáculo” - político, social o cultural - entre él mismo y el abrazo completo a lo humano. El P. Rich puso a sus chicos el ejemplo de un instituto de Nueva York gestionado por religiosos que, como consecuencia del escándalo, decidieron no volver a desarrollar ninguna tutoría cara a cara con alumnos de forma individual, por miedo a posibles acusaciones. Esto creó desconcierto entre algunos padres, entre los que se encuentra una feligresa del P. Rich, que le contó lo que estaba ayudando a su hijo uno de los sacerdotes del instituto dándole clases particulares. «Dije a los chicos - prosigue el P. Rich - que era triste ver que se había erigido una barrera social entre el sacerdote y aquel chico como resultado de los escándalos».
Fue cuando el tema de los abusos sexuales entró en la discusión. Tiffany, una chica de GS, se mostró preocupada. «Padre Rich, ¡tiene que estar atento! Un profesor de mi colegio fue acusado injustamente de algo parecido hace algunos años y su carrera se vio seriamente dañada». El P. Rich lo recuerda como un momento precioso, de esos que ahuyentan todos los temores y aclaran de repente lo que parecía difícil y confuso. «No puedo permitir - dijo el sacerdote de Staten Island a sus chicos - que estos escándalos levanten un muro entre vosotros y yo. Si estar juntos significa ponerme en peligro, entonces me pondré en peligro, porque lo que cuenta es descubrir y reconocer a Cristo».
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