Va al contenido

Huellas N.5, Mayo 2002

EVANGELIOS

Id a todo el mundo

José Miguel García

Seguramente una de las peculiaridades del cristianismo naciente fue su rápida difusión. Esta propagación del cristianismo no es fruto de la casualidad, sino del envío sistemático de misioneros a las más variadas regiones de las tierras conocidas en aquella época, movidos por la pasión por el hombre que se ha introducido en el tiempo para siempre

Desde los comienzos existen comunidades cristianas en Palestina y los países vecinos, Samaría, Damasco y Siria; y en pocos años su expansión llega hasta Cilicia, Asia Menor, Grecia e incluso la misma Roma; por señalar el recorrido de los misioneros en algunos de los territorios del imperio romano, del que tenemos mejor información. Y según refieren las fuentes cristianas, la nueva fe era acogida por todo tipo de hombre: judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, pobres y ricos, sabios e ignorantes.

Algo desconocido
Antes del cristianismo, las creencias religiosas se difundían por la fuerza de la curiosidad o atracción que suscitaban sus seguidores. Pero ni éstos ni los que ejercían una función de guía en ellas se preocupaban de divulgarlas. Las religiones iban propagándose a causa de los ocasionales traslados y emigraciones de sus seguidores en las diferentes naciones. En el cristianismo nos encontramos con una característica singular: los cristianos, conscientes de que su fe era para todos los hombres, se esforzaban en difundirla entre todas las razas y lenguas mediante la misión; algo totalmente desconocido en el mundo antiguo. Ni siquiera el judaísmo mantuvo una misión sistemática.

Jesús y su resurrección
Los judíos que vivían en la diáspora eran conscientes de adorar al verdadero Dios y de que el estilo de su vida suscitaba admiración (y también odio), pero no buscaban explícitamente la conversión de los pueblos paganos a su fe. Sin duda alguna, recibían de buen grado a los que querían convertirse al judaísmo (prosélitos), pero no sostenían una misión ad gentes. ¿Por qué los cristianos obraron de forma tan peculiar? ¿A quién se debió la genialidad de su activa misión entre todas las naciones?

Según los Hechos de los Apóstoles, que narran la consolidación de la Iglesia y su primera dilatación, el acontecimiento que dio origen al anuncio decidido de los apóstoles fue sin duda el encuentro con la persona excepcional de Jesús y su posterior resurrección, confirmación de todo aquello que él le había comunicado (Hch 2,22-36).

Entre sus compatriotas
Ellos comenzaron a predicar entre sus compatriotas que Jesús había resucitado y había sido constituido Señor del universo; justamente aquel hombre que pocos días antes había sido condenado a muerte como blasfemo por el tribunal supremo judío. No es extraño que dicha autoridad judía intentara frenar este anuncio (Hch 4,18). Pero el poder humano había quedado claramente desautorizado por Dios al resucitar a Jesús: «Juzgad vosotros si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a Dios; porque nosotros no podemos no hablar de lo que hemos visto y oído» (v.19-20). Y este Jesús, constituido Señor de toda la creación, les había mandado a predicar el Evangelio a toda criatura.

Recordemos estas palabras de Jesús, recogidas en el final del evangelio de Mateo:

«Me ha sido dado todo poder en el cielo y sobre la tierra; id, pues, haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo» (Mt 28,18-20).

Las objeciones
La mayoría de los estudiosos ha considerado estas palabras de Jesús, junto con el relato de aparición al que pertenecen, como carentes de valor histórico. Dos son las razones principales que se han esgrimido. En primer lugar, sostienen que esta proclamación tan clara del misterio de la Trinidad no pudo darse en la Iglesia hasta pasados buenos decenios de reflexión teológica; por tanto, aquí no tenemos unas palabras auténticas de Jesús, sino la confesión de fe de una comunidad madura puesta en labios del Resucitado. Por otra parte, esta misión universal está en claro antagonismo con los dichos y hechos del Jesús histórico, que limitó su predicación «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15,24), y ordenó expresamente a sus discípulos: «No vayáis a los gentiles ni penetréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,5-6). Y a estas objeciones, deberíamos añadir una última dificultad redaccional: las palabras de Jesús están escritas de un forma desmañada, como pone en evidencia, por ejemplo, el que Jesús ordene bautizar a todos los pueblos y después enseñarles a guardar todo lo que les había enseñado. El orden lógico más bien sería el contrario.

Donde pensaba ir Él
Por los relatos evangélicos sabemos que Jesús, antes de su resurrección, envío a sus discípulos a predicar la Buena Nueva a las ciudades y lugares donde pensaba ir él1. Es más, en Mc 3, 14 se narra la elección de los Doce por Jesús diciendo: «E hizo doce a los que precisamente llamó apóstoles para estuviesen con él y para enviarlos a predicar». Esta versión es literal del texto griego; en más claro castellano debe ser: «Hizo a doce... para que le ayudasen, es decir, para enviarlos a predicar». Pues en hebreo y arameo la construcción «estar con» posee muchas veces el sentido de «ayudar a». En Jos 1,5, por ejemplo, dice Dios a Josué: «Nadie podrá resistir ante ti... Como fui con Moisés, seré contigo». Evidentemente, lo que quiere decir aquí Dios es que ayudará en su tarea a Josué como ayudó a Moisés. Por otra parte, la segunda mitad de la frase, introducida por la conjunción griega que significa «y», que responde a la partícula aramea waw, explica el sentido de la primera.

Enviados
Los discípulos, por tanto, son colaboradores de Jesús; ellos no acudieron a él para aprender sus enseñanzas, sino fueron hombres escogidos por él para que le ayudasen en su obra, es decir, para enviarlos a predicar. De ahí el nombre de «apóstoles», que significa enviados.

Recientemente, forzados por las extrañezas redaccionales del griego, hemos estudiado el trasfondo semítico del relato de la aparición de Jesús resucitado a los Once en Galilea2. Después de un trabajo laborioso, hemos podido reconstruir el original arameo de todo el relato. En él, las palabras de Jesús decían así: «Id, pues, a hacer discípulos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, después de enseñarles a guardar todo lo que os he ordenado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Es bastante general dar como fecha de la redacción del evangelio de Mateo los años siguientes al ochenta; y quizá una de las razones en que los estudiosos se apoyan para dar esta fecha sea precisamente la teología o cristología muy desarrollada que expresan estas palabras de Jesús. Frente a esto, nosotros podemos oponer no una afirmación de razón raciocinante, sino una constatación de un hecho tangible. El hecho de que este relato de aparición no fue redactado en griego, sino en arameo. Por tanto, escrito para los cristianos de Palestina en años cercanos a los acontecimientos que narra. Aquí, pues, se recogen unas palabras en las que Jesús resucitado desvela completamente cuál es la tarea de aquellos que llamó a ayudarle durante su vida terrena.

Recorrer el mundo
Por otra parte, no es preciso buscar mucho para hallar en el Nuevo Testamento otras ocasiones en que Jesús, después de su resurrección, ordena a sus discípulos recorrer el mundo predicando. Tal envío tenemos en el final del evangelio de Marcos (16,15) y también en las palabras que dice a los Once reunidos en el cenáculo después de su resurrección, según Lc 24,47-48. Y en un griego más claro todavía repite este mandato a los apóstoles en lo que podemos llamar marco narrativo del relato de la Ascensión de Jesús (Hch 1,8): ...seréis mis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra.

Lo hace presente
«El enviado de un hombre es como éste», dice un proverbio judío. En efecto, los discípulos de Jesús, yendo a todas las naciones, representan a Jesús, es decir, le hacen presente, obran en su nombre, proclaman su palabra y ejercen su poder. Por eso afirma Jesús: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt 10,40). ¡Es realmente admirable que a través de la persona que él ha llamado se haga realmente presente, eficazmente presente en el mundo! El enviado no sólo repite sus palabras o anuncia quién es Jesús, lo hace presente. El hombre llamado por Cristo ha sido identificado con él, participa de su persona y misión. En realidad, el verdadero sujeto de la misión es el mismo Jesús, su dulce Presencia.

Recientemente, el Papa Juan Pablo II nos ha recordado la urgencia de colaborar con Cristo en su obra, de vivir nuestra vida para su gloria humana: «Hace años, en ocasión del 30 aniversario del nacimiento de Comunión y Liberación, tuve ocasión de deciros: “Id por todo el mundo llevando la verdad, la belleza y la paz, que se encuentran en Cristo Redentor”. Al comienzo del tercer milenio de la era cristiana, con fuerza y gratitud os confío de nuevo el mismo mandato. Os exhorto a cooperar con constante consciencia en la misión de las diócesis y parroquias, dilatando audazmente la acción misionera hasta los extremos confines del mundo» (Vaticano, 11 de febrero de 2002, n. 4).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página