Fue sustancialmente aislado y las ideologías de derecha e izquierda arremetieron contra él porque «en esta masa de intelectuales, vuestra pasión irregular por la libertad se ha codificado, ha alcanzado la certeza del conformismo y, además, del terrorismo y la demagogia». Ochenta años después de su nacimiento
La larga posguerra italiana es una posguerra siempre viva. ¿Qué tiene que ver Pasolini con la clase intelectual italiana cuyo éxito - periodístico, literario, pedagógico y filosófico - gira alrededor de una política anclada en la pareja “fascismo/antifascismo”? ¿Qué tiene que ver Pasolini con el “pensamiento ideológico” por el cual pagamos todavía un alto precio en términos de arrogancia cultural y violencia política? Tiene que ver porque, a pesar de hallarse del “bando vencedor”, el “compañero PPP” (así firmaba Pasolini) escandalizó a la clase dirigente al afirmar que «hay dos tipos de fascismo: el fascismo y el antifascismo», haciendo suya una paradoja que Ennio Flaiano no ha podido difundir demasiado, bajo pena de excomunión intelectual (y probable pérdida de algún guión felliniano en Cinecittà). ¿Por qué PPP sigue siendo sustancialmente un personaje apartado, contra el cual, “razzisticamente” como escribe él, arremetieron derecha e izquierda? ¿Por qué su propio amigo y protector, el escritor Alberto Moravia, llega a tildarle con desprecio de “católico” y “reaccionario”, a causa de algunas de sus actitudes antiabortistas y políticamente incorrectas? Mucho antes de la muerte de PPP se había comprendido el mensaje de las líneas finales de su última intervención, la que preparó para el congreso del Partido Radical en otoño de 1975, y que Marco Pannella leyó a título póstumo: «Hablo de los intelectuales socialistas, de los intelectuales comunistas, de los intelectuales católicos de izquierda, de los intelectuales genéricos, sic et simpliciter: en esta masa de intelectuales - a través de vuestros éxitos - vuestra pasión irregular por la libertad se ha codificado, ha alcanzado la certeza del conformismo y, además, (a través de un “modelo” siempre imitado por los jóvenes extremistas) del terrorismo y de la demagogia». De aquí la profecía de Pasolini acerca de la llegada de un “nuevo fascismo” amparado por los “clérigos de izquierdas”.
La “religión” del comunismo
El 26 de octubre de 1949, como consecuencia de habladurías calumniosas que le señalaban como protagonista de un episodio de acoso sexual, PPP fue expulsado del PCI por “indignidad moral”. Pasolini escribió lo siguiente al secretario de la sección del PCI de Casarsa, Ferdinando Mautino: «No me maravillo de la diabólica perfidia democristiana; en cambio, me maravillo de vuestra inhumanidad. A pesar vuestro, seguiré siendo comunista». El comunismo de Pasolini será una religión más que una adhesión al programa del partido. Él también será víctima de la ignorancia y de la propaganda (la URSS de la anticoncepción y el genocidio parece no ofender tanto la conciencia de PPP como el “fascismo clerical democristiano” de los años 50-60), sin ver la contradicción entre la imagen paradisíaca que ofrece la utopía y la trágica realidad totalitaria del socialismo real. Para Pasolini, “comunismo” era simple (e ingenuamente) sinónimo de justicia para los trabajadores y salvación para los pobres. En el fondo, suponía trasladar al plano político cierto moralismo católico que, una vez perdido el enfoque del anuncio de la persona de Cristo a través de un proceso de secularización análogo al del mundo protestante, llegará a identificar al Mesías con una clase o un tipo social, los últimos, los desheredados. El pasolinismo más obsoleto y aburrido radica precisamente en esta soflama moralista que le lleva a ver al joven comunista, al marginado, al sub-proletariado meridional, al campesino, al policía, al chico de la periferia romana, a la luciérnaga (ndt., prostituta) como arquetipos de una humanidad y una naturaleza incontaminadas. La ideología (también la de Pasolini que se resuelve, al modo marxista, en una declarada opción de clase y de fidelidad al partido “guía” del “proletariado”) aparece así como una especie de refugio benéfico, una hipertrofia del instinto de defensa, un sueño.
La inquietud de la razón
Pero, incluso bajo este perfil hay que admitir que Pasolini fue distinto de casi todos sus colegas intelectuales: la función consoladora de la ideología no lo arrancó jamás de la inquietud de la razón. Al contrario, siguió actuando e interrogando a la realidad con creciente dramatismo. Por otra parte, según admitió alguien que le conoció muy bien (la mujer a la que PPP escribió: «Tú has sido para mí la única mujer que hubiera podido amar, la única que me ha hecho entender qué es la mujer, y la única que hasta un cierto límite he amado»), la vibrante actualidad de Pasolini es precisamente la pasión por la realidad. Tenía veinte años el día que conoció a Silvana Mauri en una casa de Bolonia. Desde entonces, según nos confió ella rompiendo un silencio de más de veinte años (cfr. Tempi, 8 de noviembre 1995), «no nos perdimos nunca de vista. Nos seguimos siempre, a veces a distancia». ¿Qué extraña razón conectaba ese amor “humanamente imposible”? «Era una especie de avidez de lo real lo que nos unía», declara Mauri. ¿Recordáis a Nietzsche, el gran asentador de la primera piedra que funda toda ideología, el rechazo del “dato”, de la realidad? «Ah, este deseo de lo cierto, de lo real, ¡cómo lo odio!». La respuesta de Pasolini a este resentimiento estructural con que la modernidad actúa ideológica y, por tanto, violentamente sobre la realidad se expresa por entero en estos pocos versos: «En este mundo culpable/ que sólo compra y desprecia/ el más culpable soy yo/ árido por la amargura». Se podría decir que en estas palabras subyace la razón que salva toda su obra del empalago y del paso del tiempo. Porque, si la ideología es la forma suprema de aridez y de amargura con la que el hombre trata de defenderse de una realidad que lleva en sí la evidencia de un límite insuperable - el límite del “pecado” -, la obra pasoliniana se nos presenta como una acción que constantemente tiende a la superación de ese límite y, a la vez, como un continuo y doloroso descubrimiento de que no hay verso que supere este límite - que es personal y, por tanto, social - que nos rechaza siempre como un infranqueable muro elástico. Sin embargo, el poeta parece decirnos que el hombre no tiene más que la realidad y por ello el resentimiento no puede ser la última palabra; no puede serlo porque la razón es, por definición, exigencia de no resignarse y dice con Kafka: «Aunque la salvación no llegue, quiero ser digno de ella en cada instante».
¿Pasolini? Un amigo
Esto impresiona de Pasolini y hace que lo sintamos profundamente amigo, más allá de su forma de hablar, a menudo insistente en categorías ideológicas («emplea palabras erróneas para decir cosas justas», afirma Rodolfo Quadrelli). Esta contemporaneidad de su amistad no es una observación gratuita y unilateral. La atestigua el increíble éxito que todavía tiene hoy entre los jóvenes. ¿Cómo se explica la familiaridad de las nuevas generaciones con un autor que debería pertenecer por entero al “siglo de las ideas asesinas”? Dejemos que lo diga Leonardo Sciascia (Corriere della Sera, 26 enero 1975): «Todas sus declaraciones, sus tomas de postura en estos últimos años, se mueven coherentemente desde un hecho sencillo: que es un hombre religioso. Ahora la cuestión es: ¿por qué las reacciones de Pasolini suscitan tanta resistencia? El mero descubrimiento de que es un hombre religioso no debería suscitarlas. Incluso si se diera un paso más y se descubriera que su religiosidad es religión, religión católica, en un país católico la cosa no debería suscitar asombro, ni sospechas o mofas: a menos que se considere asombroso, sospechoso o digno de mofa el hecho de que entre millones de católicos haya uno que lo sea de verdad... Simplemente: en lo que dice Pasolini hay siempre un fondo de verdad, de inquietante verdad».
El fondo de verdad
Que «la amapola es una flor», «mi madre me quiere» o «Pasolini, sin enunciarlo, me recordaba que el hombre no vive sólo de pan» (Giulio Andreotti), son sólo algunas de las infinitas gradaciones con las que “un fondo de verdad” permite al hombre ser lo que es, a pesar de estar inmerso en un continuum de enunciados que son distracciones, alineaciones, mentiras. Como bien dijo Walter Benjamin, la verdad es «la muerte de las intenciones», es decir, «la muerte de la ideología», sorprendente correspondencia entre las cosas y las exigencias del corazón (razón y sentimiento) del hombre. La naturaleza de la verdad, observa con agudeza Benjamin, es algo «en presencia de lo cual ¡hasta el más puro fuego de la búsqueda se apaga como bajo el agua!». En la obra En la historia del mundo leemos: «Toda religiosidad nace de la exigencia de significado total, manifestándose como intuición vivida del Misterio, en cuanto inconmensurable respuesta a dicha exigencia. Frente a esta enigmática inconmensurabilidad, es como si el hombre buscase un terreno más a su medida sobre el que edificar el lugar de su relación con el Misterio».
Este es el núcleo inquieto y vital de PPP, cuya participación intencionada en una ideología determinada, el marxismo en clave gramsciana italiana, y en una “iglesia” determinada, la del Partido Comunista Italiano, es tan verificable y real como en cierto sentido externa y excéntrica (hasta el punto de que el mismo Pasolini hablaba de sí mismo como de un “hereje”).
Pasolini no renunciará jamás al “fondo de verdad” (aún admitiendo que por ello debía contradecirse políticamente). La ideología fue para él una especie de frágil consuelo del pensamiento analítico por la soledad percibida como síntesis de la existencia, soledad que siempre fue radical y que fue religiosa, ya se expresara en el llanto poético de PPP en El ruiseñor de la Iglesia católica que ha perdido a Cristo en el polvo de unas palabras que ya ni siquiera rozan la vida; o en el grito que cierra Teorema: «Estoy lleno de una pregunta a la que no sé responder»; o en aquella vehemente Madre-Virgen de la película El Evangelio según san Mateo. El poeta ruso Eugenij Evtushenko, en un discurso de 1989 pronunciado en la Casa de los Literatos de Moscú, habló de PPP como de «un cristiano de las catacumbas» y añadió: «En vida, muchos juzgaron a Pasolini sin piedad, le condenaron por pecados ciertos o presuntos. Pero él no cometió jamás el más odioso de todos: despreciar a los demás. No les odió a causa de su propia infelicidad».
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