El testimonio de Dante y Pasolini en tiempos que reducen la experiencia a subjetivismo, sentimentalismo y moralismo. El cristianismo es un hecho, el encuentro con algo que se puede ver, tocar y escuchar
Existe una diferencia dramática entre la pasión por la realidad de PP Pasolini y la de Dante. De dicha diferencia, además de la desproporción inmensa de talento poético, nace la distancia y también, por decirlo de alguna manera, la atracción entre ambos. Asociar estos dos autores posee un valor que va más allá de las razones literarias (Pasolini tiene sin duda una afinidad con Dante), porque nos permite enfocar un problema común a ambos. ¿Qué significa experimentar algo, tener experiencia de la vida y del mundo?
De los dos se podría decir lo que el poeta de la Comedia dice de sí mismo: estoy dispuesto a seguir lo que atrae, lo que dentro de la realidad promete un bien. En este sentido, la Comedia canta la búsqueda del bien a través del encuentro con Beatriz. Cuando el poeta es verdaderamente realista, como lo son Dante y Pasolini, no elude la apariencia ni la reduce a algo de lo que dudar o defenderse. Dante, el tomista, y Pasolini, el popular, saben que la duda sistemática, que altera el rostro del mundo y corrompe la vida que nos sale al encuentro, es irracional y paralizante. También saben que la apariencia no es la última palabra. Es la primera, pero no la última. La aventura del significado empieza con esa primera palabra para adentrarse en una búsqueda casi siempre ardua y difícil, no exenta de confusiones y malentendidos.
Pasolini fue un hombre que no se sustrajo a esta búsqueda en ninguno de los ámbitos de su existencia. Por tanto, tampoco se sustrajo a equívocos, tergiversaciones y dispersión. Como hombre agudo que era, advirtió tras toda apariencia una dimensión más profunda y vasta, más verdadera y estable. A menudo la llamó “lo sagrado”, plasmando en su obra emblemas e historias de ella. Sin embargo, dicha dimensión permaneció inaccesible para él, no pudo establecer con ella una relación humana. Escribió: «Siempre falta algo, hay un vacío / en toda intuición mía. Y es vulgar / jamás fue tan vulgar como en esta ansia, / en este “no tener a Cristo” - un rostro / que sea instrumento de un trabajo / no del todo perdido en la soledad de la pura intuición».
Por ello - comentó uno de sus más allegados - su desesperada vitalidad no podía menos que acabar en desesperación.
A Dante no le bastó “lo sagrado”. A la pérdida que sufrió (la muerte de Beatriz, la caída de la apariencia) no podía responder la mera afirmación de una dimensión sagrada de la existencia. Tampoco podía contentarse con la existencia de Dios, si éste seguía siendo un término abstracto y lejano. Le urgía tocar el significado de aquel encuentro, para poder recuperar el sentido que tenía para su existencia y conservar su valor eterno. Por eso volverá a encontrar a Beatriz en la gloria de su belleza, la cual dirige la mirada de Dante a Cristo.
La pasión por la realidad se hace duradera y humanamente satisfactoria porque en ella hay un significado, al cual tiende la genialidad humana con deseo ardiente y nostalgia. En el acontecimiento cristiano la realidad da su paso definitivo hacia la vida de los hombres mendigando su corazón.
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