«No se puede pensar en eliminar al adversario». Entrevista con Giulio Andreotti, una vida dedicada a la diplomacia internacional, gran conocedor de Oriente Medio. «Si no se apaga enseguida, este fuego puede abrir nuevos frentes de crisis aún más dramáticos»
Senador Andreotti, autorizados exponentes políticos han acusado a los gobiernos italianos precedentes de estar demasiado a favor de los palestinos. Esta falta de equidistancia habría acarreado daños tanto a Italia como a Oriente Medio. Se hace referencia a los gobiernos que usted ha presidido.
Una vez me encontraba en Jerusalén, frente al Muro de las Lamentaciones, cuando un responsable israelí me dijo con intención crítica y acusatoria: «Vosotros los italianos sois amigos de los palestinos». Yo le respondí: «Planteáis mal el problema». Y le cité el evangelio, que dice que quien tiene necesidad de médico es el enfermo. «Cuando vosotros estabais enfermos - añadí - el que no estaba a vuestro lado era realmente un malvado, un desgraciado, un racista. Hoy son los palestinos los más débiles y pobres. Es necesario que juntos, vosotros y nosotros, cuidemos a los palestinos como se cuida a un enfermo. Hoy somos nosotros los llamados a ser médicos». Debo admitir que el discurso no gustó mucho a las autoridades israelíes. Demasiadas tensiones impedían comprenderlo. Y hoy la situación ha empeorado. La gente piensa que si alguien no está ostensiblemente a favor de los unos, está automáticamente a favor de los otros. Y no es así.
Andreotti no sonríe, no recurre como es habitual a la ironía cuando habla de Palestina y de los lugares santos. Una situación la de Oriente Medio que le ha visto actuar a menudo como protagonista en el escenario mundial. Con 83 años, ha sido seis veces cabeza del gobierno italiano, manteniendo una carrera política sin parangón en el mundo en cuanto a duración. Por ello, es seguramente quien mejor conoce en Italia los entresijos, a menudo oscuros, de la dramática crisis que desde hace decenios afecta a Oriente Medio y pone en peligro la paz mundial. Senador, ¿qué ha sucedido en todos estos años? ¿Qué impide el diálogo y la comprensión recíproca?
Lo que sucede hoy es el epílogo, aunque provisional, de una situación que no encontró salida en las decisiones precedentes. Ya en 1980 la Unión Europea había sugerido el camino de la negociación. En aquella época nuestra propuesta parecía blasfemia, porque se decía que los “terroristas” palestinos no podían sentarse en torno a una mesa, y los israelíes no querían en absoluto hablar de un contacto directo con ellos. Por lo demás, en el estatuto de la OLP estaba escrito que el Estado de Israel no tenía derecho a existir. En definitiva, faltaban las premisas. Pero nosotros sabíamos que el diálogo era el único camino. Y por ello, dos años después, partiendo de la conferencia de la Unión interparlamentaria, invitamos a Arafat a que viniera a exponer su propio punto de vista. Estábamos prevenidos y sabíamos que no lanzaría anatemas. Al contrario. Precisamente de Roma partió la primera y fundamental apertura: Arafat dijo que en vista de un posible diálogo tendrían que superarse las posiciones maximalistas del estatuto de la OLP, es decir, la referencia a la destrucción de Israel. Añadió que, sin embargo, también los israelíes tenían que superar sus posiciones maximalistas y considerarlo como interlocutor. Era un paso importantísimo: baste recordar que en aquel periodo Arafat no tenía ni siquiera el visado para ir a EEUU o a Inglaterra. Todavía un año después, para poder hablar en las Naciones Unidas, la asamblea tuvo que trasladarse de Nueva York a Ginebra. Pero aquel recorrido iniciado en Roma inició contactos y conversaciones que desembocaron después en el acuerdo de Oslo.
El protocolo de Oslo fue aceptado en 1993: todos recordamos aquella sugerente ceremonia en el jardín de la Casa Blanca, cuando ante la mirada del mundo Arafat y Begin se estrecharon la mano. Parecía que por fin se emprendía el camino justo. ¿A quién se puede responsabilizar de haber abandonado aquella dirección?
Las responsabilidades son muchas. Por un lado, muchos israelíes se opusieron. Begin perdió la vida, pues fue asesinado por un fanático de la oposición israelí. Pero tampoco del lado de Arafat había un acuerdo general. Algunos responsables palestinos le decían: «Estate atento, porque si separas la fase de creación del Estado palestino de la fase preliminar, la instauración de la Autoridad palestina, entras en una trampa de la que no podrás salir». Uno de los que planteó esta reserva desde el principio es el actual ministro palestino de Asuntos Exteriores, Kadumi, que sigue participando en las reuniones de la Conferencia islámica, como la desarrollada hace poco en Kuala Lampur, pero que nunca ha querido ir ni a Gaza ni a Jericó.
También se han producido gestos que no han contribuido a calmar los ánimos, como el paseo de Sharon por la Explanada de las Mezquitas, que dio comienzo de nuevo a la Intifada.
Fue una iniciativa imprudente y equivocada. Por una parte, el mismo Sharon, hace unos años, había comprado una casa en uno de los barrios árabes de Jerusalén. Adoptar una posición un tanto provocativa es propio de su carácter. No ha desmentido una frase que ha circulado en los últimos días, según la cual habría lamentado no haber matado a Arafat en Shabra y Chatila. Una declaración absurda. Además está la realidad extraña de los nuevos asentamientos de colonos israelíes. A medida que se han sucedido los gobiernos en Israel, incluso los moderados, han aumentado los asentamientos de colonos. Todo el mundo sabe que al aumentar los asentamientos se añaden dificultades a las ya existentes. Antes de tildar de moderados o no moderados a los distintos gobiernos israelíes, habría que mirar el número de asentamientos que se han producido bajo su mandato. Si pensamos ahora que a Arafat y a Peres les concedieron el premio Nobel de la paz porque habían resuelto el problema de Oriente Medio, se nos ponen los pelos de punta.
Sin embargo, al final de la administración Clinton, se le hicieron a Arafat enormes concesiones, que él rechazó. Quizá pudo ser el momento de la resolución del conflicto. ¿Qué sucedió? ¿Por qué el dirigente palestino se echó para atrás?
¿Se refiere a que Arafat no aceptara las posibilidades que se le ofrecieron primero en Camp David y luego en Taba de tener una plataforma mucho más amplia de la que estaba prevista hasta entonces? Muchos le reprochan que se equivocó. Probablemente él pensaba que sucedería lo mismo que se preveía para el Golán: si el Gobierno hubiese suscrito un acuerdo, después debería ratificarse con un referéndum popular. Lo daba por supuesto y si hubiese ocurrido, el referéndum después no habría ratificado el acuerdo. Pero estas son sólo hipótesis. Ciertamente era un momento propicio también por lo que respecta al problema de Jerusalén. Concebir la coexistencia de las dos capitales, la israelí y la palestina, en Jerusalén, era un proyecto sin duda atrevido. Debía representar un cambio de dirección. Pero después las cosas involucionaron. Se ha visto que ni EEUU por su parte, ni la Unión Europea por la suya, están en condiciones de imponer una solución al problema. Y no lo consiguen ni siquiera con la ayuda de terceros, como la Federación rusa. Es necesaria una convergencia.
Actualmente la tensión amenaza extenderse a países tradicionalmente aliados de EEUU, como Egipto.
Es cierto. El viaje del secretario de Estado norteamericano Colin Powell había suscitado muchas esperanzas. Él es un hombre muy capaz. Recuerdo que durante los consejos de la OTAN le llamábamos “el diplomático”, por su capacidad para encontrar soluciones hasta entonces impensables. El hecho de que haya tenido que regresar sin ningún resultado y en particular lo sucedido en El Cairo, cuando no fue recibido por el presidente Mubarak, es gravísimo. Y Mubarak no puede ser acusado precisamente de antiamericanismo. Pero la situación, incluso en Egipto, se está volviendo incandescente. No olvidemos que fue en Egipto donde se iniciaron los primeros movimientos fundamentalistas de los hermanos musulmanes; en Egipto fue asesinado el presidente Sadat porque se le consideraba el responsable de lo que, sin embargo, fue uno de los gestos más importantes de la historia de los últimos cincuenta años: el restablecimiento de las relaciones con Israel, la única empresa llevada a término que todavía funciona. La no celebración de la audiencia con Mubarak me preocupa: ¡espero que de verdad estuviese enfermo! Lo digo no porque me interese su salud, sino porque de ser así, las preocupaciones disminuirían.
¿Es posible identificar una especie de “pecado original” en este complicadísimo asunto?
Creo que el “pecado original”, como lo llama usted, el error grave de palestinos e israelíes, pero también de toda la opinión pública internacional, es que no se comprende que israelíes y palestinos están destinados a convivir. Destinados a convivir: esto es una realidad. No pueden hacerse la ilusión de que uno va a arrojar al mar al otro, no pueden pensar en eliminar al adversario. Por eso actúa muy mal el que se erige como juez y se inclina por una parte en contra de la otra. Esto no ayuda a nadie. Sobre todo porque en algunos países fomenta cierto odio hacia el mundo islámico. También porque despierta sentimientos de racismo antijudío, como hemos visto en Francia o en Bélgica. Son manifestaciones extremadamente preocupantes, que no hay que minimizar.
En Tierra Santa no hay sólo judíos y palestinos. Hay también cristianos. El asedio a la basílica de la Natividad, en Belén, ha puesto de manifiesto el problema de las comunidades cristianas en Tierra Santa, en peligro de extinción.
En Belén han concurrido mil cosas: no solo el derecho de asilo, o la acusación indiscriminada a todos los palestinos refugiados de ser terroristas. Hay elementos que conmueven el corazón de cada uno de nosotros. Se trata de la basílica de la Natividad, y esto hiere toda una tradición, no sólo católica, sino también civil. Estamos en el año 2002 sólo porque allí, en donde ahora surge la basílica, comenzó la era cristiana: es el calendario del que todo el mundo hace uso cada día. Pero es necesario no dar la impresión de defender la causa de una parte. Allí, en Tierra Santa, los cristianos son una realidad obvia, parte integrante y esencial de la zona. Sin embargo no se piden privilegios para ellos. Si en esta ocasión los cristianos se pusiesen un poco más de acuerdo entre ellos darían un testimonio distinto de su fe. Cuando se visitan los lugares santos, a veces encoge el corazón ver esta especie de competencia, en algunos momentos casi agresiva, entre armenios, ortodoxos y católicos. Si se consiguiese resolver esta enemistad, los cristianos ofrecerían una aportación valiosa a la solución del problema, mostrando el camino para la distensión de los ánimos.
El Vaticano propone con insistencia un estatuto internacional para Jerusalén. Una propuesta que ni israelíes ni palestinos parecen aceptar.
Se trata de un proyecto en marcha desde hace mucho tiempo. Recuerdo que hace ya treinta o treinta y cinco años se había perfeccionado desde el punto de vista formal una iniciativa de este tipo. Personalmente, no la considero una propuesta aceptable. Me parece en cambio más justo que, perfeccionando el esquema de Taba, se dé a la ciudad una amplitud de representación política. Y en ese marco, entonces, también la tutela de los lugares santos, tanto los católicos como los de otras religiones, podrá encontrar solución. Pero el Vaticano juega un papel importante en el escenario de Oriente Medio: ha dado pasos decisivos entablando relaciones diplomáticas tanto con Israel como con la Organización para la Liberación de Palestina. Este camino se ha recorrido silenciosamente, pero tiene una importancia enorme. Sin embargo, el trabajo diplomático corre el riesgo ahora de no bastar, porque hay que recuperar condiciones mínimas de vida y de convivencia.
He tenido ocasión de citarle al rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, la frase que el rabino americano Singer pronunció en el encuentro ecuménico de Asís: «La tierra no vale más que la vida de los hombres». Y le he preguntado si quizá, en esta situación, el Estado de Israel no debiera dar un paso atrás. El me ha respondido: «Nuestros hijos están muriendo en los autobuses y en los restaurantes. Sharon es un general, y los generales además de saber hacer la guerra saben también hacer la paz».
No es verdad que todos los generales sepan hacer tanto la guerra como la paz, aunque algunas personas hayan demostrado que saben hacerlo, costándoles incluso la vida. Estoy pensando en el ex general Rabin, que tenía mucha inteligencia política. Recuerdo que, cuando Rabin era ministro, y nos hallábamos en un momento de grandísima tensión entre judíos y palestinos, un día le pregunté: «¿Cómo podéis resolver una situación tan complicada, si no habláis con vuestros adversarios?». Me respondió: «Mis hombres van todas las semanas a Túnez y mantienen contactos estrechísimos con los palestinos: no prestes atención a las crónicas o las declaraciones de principios. Éstas sirven para mantener la apariencia, pero la realidad es distinta».
Es cierto que su final, decidido por la mano asesina de un paisano suyo, puede desanimar a los conciliadores. Pero acabar con un estado de tensión tan drástica es el único camino. Hace falta actuar de modo que los que confían en la violencia sepan que ésta no tendrá éxito, que podrá retrasar las negociaciones, pero que no resolverá verdaderamente el problema. Es fundamental que tanto una parte como la otra se convenzan de esto.
¿Se puede alcanzar la paz sin Arafat, como piden los israelíes?
Creo que es una imposición muy peligrosa. Ninguno de ellos está en condición de decir: «Hay un palestino con el que estamos dispuestos a dialogar, queremos tratar con él». No hay nadie así en la actualidad. Si existiese, probablemente, el mismo Arafat renunciaría. Él no quiere la muerte de Sansón con todos los Filisteos. Desgraciadamente, no existe un personaje así.
Un obispo cristiano, en declaraciones realizadas en Roma, ha definido a los kamikazes palestinos como mártires que respetar y admirar. Oriana Fallaci, en el Corriere della Sera ha arremetido contra la Iglesia por esta expresión, y por no haberla condenado. ¿Qué piensa usted?
Oriana se equivoca al creer defender a los israelíes en este tono. Al contrario, no hace un buen servicio ni a los israelíes ni a los judíos en general. Es cierto que obliga a reflexionar sobre los suicidas que sacrifican su vida o bien por un ideal, o bien pensando que así resuelven un problema en interés de terceros; pero este camino es un error dramático. Aumentar el número de muertos incrementa también los resentimientos y agrava la situación. Hay que preguntarse por qué una joven de 14 años llega a una exasperación tal. El problema es que tanto ella como su padre y su abuelo han nacido en un campo de refugiados y no tienen ninguna perspectiva. Nadie se preocupa de resolver los problemas, aunque sea a largo plazo.
No justifico a los kamikazes, faltaría más, pero debemos reflexionar sobre su gesto para no perder tiempo y tratar de encontrar todas las soluciones posibles. El que asesina a civiles inocentes lleva a cabo una acción muy grave, pero también el que mata a soldados: los militares son pobre gente, hijos de alguien. Y la idea de que para vencer se puede bombardear o disparar contra viviendas es retroceso de siglos desde el punto de vista humano. El problema afecta a ambas partes: a los que saben que sus hijos y sobrinos, al salir de casa, pueden saltar por los aires en un autobús por la bomba de un kamikaze, y a los que saben que pueden morir a manos de un policía que termina disparando para disolver a los manifestantes.
Pero existen otros problemas, que a menudo se olvidan. Como el de las zonas ocupadas del Golán, que es territorio de Siria. Y el drama de los refugiados, por ejemplo los libaneses, que han quedado fuera de los acuerdos de Oslo y no tienen derecho a volver. Es un error. La última iniciativa, la de los saudíes, me parece válida y propone una plataforma desde la que se puede discutir. Si se empezasen a resolver estos problemas, se aligeraría la tensión y recobrarían confianza los que creen verdaderamente en la negociación, en la posibilidad de acuerdos, los que buscan una perspectiva. Los problemas se pueden resolver de muchas formas. Lo único inaceptable es que permanezca la situación actual. Cada día se siembra más odio. Y se siembra entre dos pueblos que después tendrán que vivir juntos. Una situación terrible.
Entonces, ¿qué se puede hacer ahora?
Algunos hablan de conferencias internacionales, pero las conferencias sirven si hay una preparación, si hay un a actitud previa, si hay un plan sobre el que discutir, pues si no, son improductivas. Y el plan para dar fuertes ayudas para la reconstrucción es útil, pero corresponde a un segundo momento. Las ayudas deberán concederse de forma que la economía palestina despegue. A las condiciones miserables de antes se añade toda la destrucción que se ha realizado en este periodo.
¿Qué prevé para el futuro?
El futuro ha de contemplar en alguna medida la puesta en práctica de lo que se ha decidido en Oslo: la delimitación de las fronteras entre dos Estados con la creación de iniciativas mixtas en las fronteras, para crear intereses comunes.
¿Piensa usted que eso se puede alcanzar a corto plazo?
¡Creo que no hay alternativa! Si no las masacres y destrucciones no tendrán fin. No me parece que la opinión pública mundial sea tan dura de corazón como para aceptar que permanezca esta situación por mucho tiempo. Mientras, hago una advertencia: esto es un incendio que puede llegar muy lejos por los vientos que soplan actualmente. Si no lo apagamos enseguida, abrirá nuevos frentes de crisis, todavía más dramáticos.
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