Del 17 al 20 de enero ha tenido lugar en Washington la Diaconía de la comunidad de CL de Estados Unidos. A partir de los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre, testimonios, cantos e historia: «Lo que estaba sucediendo tenía que ver con mis propias traiciones». Las palabras del cardenal McCarrick durante la celebración de la misa
Hay un tema que se repite con frecuencia en las canciones de la tradición de los blues americanos. Durante decenios, viajando desde el amplio delta del Mississippi hasta Chicago y después hasta Nueva York, los intérpretes de la música negra, alma de Estados Unidos, han llevado a las cuatro esquinas del país melodías con un único hilo conductor: «En el mundo nadie te quiere, ciertamente nadie te quiere por lo que eres, y si hay alguien a quien tú quieres... seguro que éste ama a otro».
Semejante desolación, en apariencia sin salida, se ha plasmado en canciones cargadas de nostalgia por una felicidad inalcanzable. Piezas que han recuperado las guitarras de Jonathan, Riro y John durante una de las tres veladas de la Diaconía de las comunidades de CL en Estados Unidos, en un palacio de congresos de la periferia de Washington DC.
Impresiona el contraste entre la nostalgia sin esperanza de esas canciones y las palabras de Giancarlo Cesana pronunciadas en Washington durante esos días: «Ser amados significa ser elegidos. Ser elegidos para nuestra felicidad. Descubrir que somos necesarios, importantes y fundamentales para alguien. Y este alguien es Dios». Y también: «La felicidad se nos da para realizar una tarea y no es lo contrario de tristeza, sino lo contrario de desesperación». Y por fin: «Ser amados es posible sólo si buscas el amor, si eres pobre. Lo que deseo para cada uno de vosotros es que percibáis siempre la pregunta que os constituye».
Con esta perspectiva es más fácil llenar también esa “zona cero” íntima que el 11 de septiembre ha dejado en el ánimo y en la mente de todos. Los interrogantes suscitados tras el ataque terrorista a Estados Unidos han ocupado buena parte de la Diaconía y no podía ser de otra forma. La herida es reciente y demasiado profunda para no representar una provocación continua en la vida cotidiana de las comunidades americanas. El juicio que el movimiento expresó desde los primeros días, con el editorial de Huellas, “América”, supuso un paso decisivo y ciertamente nada fácil para quienes, desde el Atlántico al Pacífico, lo han asumido y, sobre todo, han aceptado confrontarse con un concepto de “mal” que no se limita a una mera etiqueta en las fotos identificativas de los terroristas.
La misma violencia
Los frutos de este trabajo se mostraron enseguida en decenas de testimonios. Danny Patterson, relatando los acontecimientos y los sentimientos de la Fraternidad de California del Norte en estos meses, lo dijo con sencillez y franqueza: «Yo sé que soy capaz del mismo mal que los de Al Qaeda, sé que puedo responder con la misma violencia». Chris Bacich ante las Torres que caían delante de sus ojos tuvo una evidencia inmediata: «Sentía que lo que estaba sucediendo tenía que ver con mis propias traiciones». El padre Rich, de State Island, se cuestionó al principio si usar, y cómo usar, el panfleto que hablaba del pecado original. La confrontación con los amigos disipó sus dudas y le hizo ver que «el juicio que manifestaban esas palabras era una mano misericordiosa que alejaba mis reservas y aferraba mi humanidad».
En la casa de los Memores donde vive Cristina, el trabajo para asimilar el juicio del movimiento durante estos meses «ha posibilitado una mirada nueva e inteligente sobre los hechos», fruto de la relación «con una paternidad que nos sigue y no nos abandona». Una conciencia que permite leer de forma diferente las noticias, y también asistir a verdaderos milagros: una señora protestante que pide que le cuiden a sus hijos, «porque así podrán encontrar la felicidad en su vida»; otra, atea, que confiesa no haber oído nunca hablar así de Cristo («hacéis que me entren ganas de conocerlo»).
«Lo que queda es lo que ha sido juzgado», dijo el neoyorquino Angelo Sala, resumiendo las semanas anteriores: «Lo que deja huella en mí es lo que he juzgado y entra a formar parte de mi conciencia. De lo contrario, por muy fuerte que sea lo que sucede, no tiene el poder de cambiar mi vida». Al padre Jerry, de Rochester, la comparación entre el juicio propuesto y la retórica patriótica dominante en Estados Unidos después del 11 de septiembre, le ha ayudado a comprender los límites de la relación entre los estadounidenses y ese Dios nombrado continuamente, invocado en las canciones e impreso en los billetes de banco. Jonathan insistió en el deseo que surgió desde los primeros instantes después de la tragedia de buscar a los amigos, como única respuesta racional a lo que estaba sucediendo.
El mal dentro de nosotros
A raíz del ataque terrorista, se ha despejado el terreno de muchas dudas. «El mal no es una mera posibilidad, es una realidad, algo con lo que nos enfrentarnos todos los días», explicó Cesana. Sin esta conciencia, dijo, en la respuesta al 11 de septiembre existe el riesgo de una reacción sentimental. «El mal está entre nosotros, está dentro de nosotros», como los mismos terroristas han demostrado camuflándose en el corazón de la vida cotidiana estadounidense. «El terrorismo es un cáncer en la sociedad como el pecado es un cáncer en la persona», explicó Cesana. Tenemos miedo y estamos todavía marcados por el 11 de septiembre porque lo advertimos en nosotros.
Pero ser conscientes de esto no basta, no es suficiente para cambiar. Como mucho, podemos quedarnos tristes, como los cantantes de blues. «Pero para cambiar es necesario algo positivo, no te cambia lo negativo», agregó Cesana. «Para cambiar es necesaria una presencia positiva en tu vida, que te quiera por lo que eres. Que te quiera tal como eres ahora, no después de haber hecho algo para cambiar». Con toda tu fragilidad y con ese deseo prohibido (forbidden desire) recurrente en el diálogo en Washington, impalpable, pero constante. Un deseo que, en América, es doloroso, porque está llamado a medirse con una sociedad que impulsa a hacer algo grande, pero que ofrece sólo instrumentos de competición los unos contra los otros. «Éste es el deseo prohibido - subrayó Cesana -, que pueda existir alguien que me quiere por lo que soy».
Ser amados significa ser elegidos. Salta a la vista en Estados Unidos y Giorgio Vittadini lo señala cuando explica los pasos que ha dado el movimiento siguiendo la indicación de don Giussani, tras el éxito de la presentación de El Sentido Religioso en la ONU, de no forzar la mano con muchos proyectos. «De forma imprevisible - dijo Vittadini - personas de los lugares más dispersos de Estados Unidos han empezado a darse cuenta de lo que Giussani escribe: se han reconocido en la descripción del hombre como una pregunta, como deseo de infinito. Nos constituye el deseo de que Dios se revele porque, aunque Dios sea el dominador de todo, esto no nos basta. Necesitamos el estupor por Cristo presente y por la Iglesia que le encarna». El encuentro con Cristo en la forma histórica del carisma, añadió, «hace desear pertenecer a la Iglesia en la forma de una compañía, como sucedía con san Benito en el siglo sexto, mientras se derrumbaban las torres gemelas de aquella época».
Las palabras del cardenal
Ciertamente está ligada a la acción del Misterio en la vida del movimiento en Estados Unidos la presencia afectuosa, en la reunión de la Diaconía, del arzobispo de Washington, el cardenal Theodore E. McCarrick, que celebró la santa misa. Además de divertir a los doscientos asistentes con anécdotas y chistes sobre su vieja amistad con monseñor Lorenzo Albacete, el cardenal explicó que «estaba firmemente convencido de la importancia de los movimientos en la Iglesia» e invitó a todos a ser «testigos, allí donde estéis, de la presencia de Cristo en el mundo». Una ráfaga de breves testimonios mostró al arzobispo lo que es CL hoy en Estados Unidos, desde la realidad de GS y del CLU a las comunidades esparcidas por más de setenta ciudades. El cardenal McCarrick agradeció «vuestra labor en nuestra diócesis y los frutos que veo nacer aquí y en todo el país». Con un aplauso de sincero agradecimiento al arzobispo, se recogió la petición de rezar por su trabajo en una ciudad donde está llamado a llevar el testimonio de Cristo hasta la Casa Blanca. Envuelto en el candor de una abundante nevada que engalanó el escenario, el largo fin de semana de la Diaconía permitió ahondar en el espíritu estadounidense y disfrutar de una muestra de sus mejores géneros musicales como el jazz, el blues y la música pop. Pero también encontrar en los siglos pasados y en la mentalidad de los Padres Fundadores la clave de lectura de los acontecimientos actuales. Un encuentro con monseñor Albacete y con Robert Tobin, profesor de Ciencias Políticas en la Miami University, ayudó a comprender los orígenes de la compleja religiosidad americana y del sistema de libertad de Estados Unidos.
El descubrimiento del juicio
Don Fabio Baroncini introdujo el texto de la nueva Escuela de comunidad, Los orígenes de la pretensión cristiana, y su itinerario de la confrontación histórica entre el hombre y el “problema de Dios”, marcado para siempre por el acontecimiento de Cristo, permitió abordar sin ambages algunos aspectos característicos de la cultura norteamericana. A partir de Jesucristo, la relación entre el hombre y Dios «ya no la establece la tradición, ni étnica ni cultural. No creo porque tenga la mano en el corazón, porque mire la bandera o porque sea de origen italiano o irlandés. Creo porque acepto este desafío impresionante». El mayor peligro hoy, advirtió don Fabio, «no es el Islam, es la grave reducción de la experiencia cristiana a panteísmo o nihilismo».
Quedan muchas señas conmovedoras del trabajo desarrollado en Washington: el testimonio impresionante de Maureen, “caza talentos” de una gran empresa de Manhattan, para la cual el 11 de septiembre representó la ocasión de conocer el movimiento; el relato de la presentación del libro de don Giussani en Houston; las palabras encendidas de Mike Eppler sobre “la banda de Evansville, Indiana”. Pero lo que queda, sobre todo, como apuntó Vittadini, es haber descubierto durante estos años qué es ‘experiencia’. «Lo que permite hablar de experiencia es hacer un juicio. La fe es capaz de dar un juicio. La mejor manera de que nos ayuden a decir que sí es que se incremente la conciencia de lo que nos ha sucedido. Juzgar la experiencia es el gesto más importante de nuestra amistad, la forma de comparar todo lo que sucede con la propuesta original, con el deseo original del corazón. La presencia de Cristo como juicio es verdadera para todo».
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