En la redacción del primer borrador de Carta Constitucional Europea, se margina el hecho cristiano. Un compromiso político que se erige en defensa de una falsa idea de laicidad, olvidando que fueron los monasterios benedictinos los que definieron los primeros confines de Europa
¿Qué está en juego en la redacción del primer borrador de Carta Constitucional Europea, que deberá seguir la denominada Declaración de Laeken y que se ha confiado al instrumento de la Convención? En pocas palabras, está en juego la “marginalización” del hecho cristiano, de las Iglesias. Como cuando se protestaba contra los regímenes comunistas porque sofocaban la libertad de profesar la fe, la cuestión es siempre la misma: la libertad religiosa. Una libertad que es la primera y fundamental. La defensa de los derechos humanos, que todos - desde Chirac a Schroeder, pero también desde Bertinotti a Choen-Bendit y a la Bonino - reconocen como uno de los cimientos culturales de la nueva Europa, comienza aquí. No debemos olvidarlo. El resultado de Laeken es el fruto de un compromiso político que crea una gran confusión en defensa de cierta idea de laicidad, contraponiendo a los presuntos fundamentalismos religiosos el fundamentalismo de la nada. Un pésimo compromiso, vivido y expresado a la luz de un concepto de diálogo basado en la idea de que estar de acuerdo sólo es posible sobre la base de una renuncia. La Declaración de Laeken, es en parte, hija de esta lógica. Sin embargo, dialogar significa asumir la responsabilidad de dar juntos un paso adelante hacia la verdad, que es un hecho fuera de nosotros, que no poseeremos jamás enteramente, pero que estamos llamados a descubrir. Y así constatamos, por desgracia, que entre los interlocutores que se tendrán en cuenta durante los trabajos de la Convención presidida por Giscard d’Estaing, se menciona explícitamente a intelectuales y sindicatos, pero no a los representantes de las Iglesias. Estas últimas están dentro de un vago “etcétera”, como señaló Juan Pablo II, visiblemente contrariado. «Es una injusticia y un error de perspectiva». El Papa ha empleado palabras graves, palabras que evocan las que se alzaron en su tiempo contra la represión anti-religiosa de los regímenes totalitarios.
Contra la marginalización
El mismo pontífice hoy denuncia lo que llama «la marginalización de las religiones» en la Unión Europea. Y previendo las críticas y los gruñidos del habitual clan de alérgicos, anticipa sus consabidas objeciones: no saquéis a relucir la justa laicidad de los estados, aquí se trata de nuestra raíces, de nuestra historia y, por tanto, de nuestro futuro. El cristianismo es un dato tan constitutivo de Europa como las condiciones geográficas. Así como Europa limita por tres lados con el mar y por una lado con los Urales, del mismo modo el cristianismo ha construido este continente. El pensamiento se dirige naturalmente a los benedictinos, que sembraron toda Europa con su presencia. Si se superpone al mapa de Europa un mapa de los asentamientos benedictinos, se ve que sustancialmente coinciden. Hasta el patrimonio arquitectónico es testigo de aquel legado; la mitad del mismo tiene carácter religioso: iglesias, capillas y sepulcros.
El papel de las Iglesias
¿Cómo se desarrollará el escenario posterior a Laeken? Como mínimo, se deberá reconocer que las Iglesias tienen una identidad peculiar y definir para ellas espacios y posibilidades precisos, sin homologarlas y confundirlas en un genérico concepto de sociedad civil de tipo economicista y no-gubernativo. Sobre todo, será preciso trabajar con denuedo para que el ordenamiento comunitario prevea cada vez mejor el reconocimiento de las identidades confesionales, la subjetividad pública y el papel de las Iglesias, no olvidando que en Europa hay también una notable presencia de las Iglesias Ortodoxas, que crecerá con la ampliación. Y, seguramente, también las comunidades judías estarán interesadas en hacer valer sus instancias. El olvido del alcance civil de la fe o, aún peor, el odio desencadenado por el abuso del nombre mismo de Dios, son el resultado de una tergiversación que hay que erradicar sin demora para evitar ulteriores desastres.
Europa nace sin el impulso de los orígenes y ésta puede ser la causa de una pérdida de sentido de la integración europea: estamos juntos porque nos conviene, no por un ideal que nos une y que nos da el sentido de la misión de Europa en el mundo. De esa forma, Europa parte con un lastre a sus espaldas.
Adenauer, Schumann, De Gasperi
En medio de los violentos trastornos de nuestro tiempo, ¿existe una identidad europea que tenga un futuro y en virtud de la cual podamos comprometernos? Para los padres de la Unión Europea - Adenauer, Schumann y De Gasperi -, tras la devastación causada por la Segunda Guerra Mundial, estaba claro que existía un fundamento así, que consiste en la herencia cristiana. El asolamiento que produjeron las dictaduras nazi y estalinista se apoyó precisamente en la demolición de esta base, en una soberbia que ya no se sometía al Creador, sino que pretendía crear por sí misma al hombre nuevo y desmontar el mundo malvado del Creador para transformarlo en el mundo bueno que surgiría del dogmatismo de la ideología. Pero el entusiasmo inicial hacia los grandes temas de la herencia cristiana se desvaneció velozmente, y la Unión Europea se ha realizado casi exclusivamente bajo aspectos económicos, poniendo entre paréntesis la cuestión de sus fundamentos ideales.
En los últimos años ha ido creciendo de nuevo la conciencia de que la comunidad económica de los estados europeos necesita una base de valores compartidos: el crecimiento de la violencia, las diversas escapatorias nihilistas, el aumento de la corrupción, ha potenciado una sensibilidad hacia la necesidad de una inversión de las tendencias. Por esto, el 3 y el 4 de julio de 1999 los jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea decidieron elaborar una Carta de los Derechos Fundamentales. El Comité establecido el 3 de febrero de 2000 para su redacción se dio el nombre de Convención y el 14 de septiembre del mismo año presentó un proyecto de texto conclusivo, que el 14 de octubre fue aprobado por los jefes de estado y de gobierno. De este texto se ha derivado la Declaración de Laeken que conserva no sólo la ambigüedad de la Cara de Derechos, sino que añade una odiosa indiferencia respecto al hecho cristiano.
Multiculturalidad
Se manifiesta así una hostilidad de Occidente hacia sí mismo que resulta extraña y que sólo cabe considerar como algo patológico. Occidente trata de forma loable de abrirse lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo contempla de su propia historia lo que es reprochable y destructivo, mientras que no es capaz de percibir lo que es grande y auténtico. La multiculturalidad, continuamente alentada y favorecida, significa muchas veces abandonar y renegar de lo propio, huir de las propias cosas. Pero la multiculturalidad no puede subsistir sin constantes comunes, sin puntos de orientación respecto a los valores propios. No puede subsistir sin respetar lo que es sagrado, es decir, si Dios es extraño a nosotros mismos y a nuestra identidad.
Si no hacemos esto, no sólo renegamos de la identidad europea, sino que decaemos también en el servicio a los demás que es la misión, la tarea de Europa. Aquella tarea que Adenauer, Schumann y De Gasperi habían sintetizado en su programa: «Nunca más la guerra». Un programa que a través de la esperanza de la paz reafirmaba una idea de democracia, de estado, de hombre, correspondiente a la tradición que la había generado.
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