Religión o ideología. Invitación a la guerra o a la paz. Diálogo o enfrentamiento. ¿Existe una línea de demarcación entre Islam y terrorismo? Entrevista con David Forte, profesor de Derecho de la University State of Cleveland y Andrea Pacini, de la Fundación Agnelli
Una visión desde Italia
Ignorancia, miedo, superficialidad, ingenuidad. Es un calidoscopio de términos muy diferentes el que describe la actitud de los italianos frente al Islam. Y aunque el 11 de septiembre se ha convertido en tema de discusión, a veces encendida, el mundo musulmán se percibe como una realidad todavía desconocida, lejana, difícil de comprender en sus dimensiones reales. Y sobre todo en esta época, como algo que infunde temor. Tratamos de entenderlo mejor dialogando con Andrea Pacini, responsable del programa “Islam y modernidad” de la Fundación Agnelli, profesor de Sociología del Islam en Europa en el PISAI (Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islámicos) y autor de numerosos ensayos e investigaciones sobre el tema.
¿Qué es lo que impide comprender al Islam en toda su complejidad? ¿Son sólo prejuicios que hay que superar o se trata también de una lejanía objetiva entre mundos diferentes?
Seguramente hay que contar con una buena dosis de ignorancia, además de un acercamiento que tiende a reducir al Islam a una experiencia espiritualista o a ética, en vez de considerarlo como un proyecto global del hombre y de la sociedad. Se repite continuamente que no hay que generalizar y que hay muchos tipos de Islam, afirmación que, en sí misma, comparto, pero que no debe hacernos olvidar algunos datos objetivos: entre los elementos básicos no existen sólo los cinco pilares, existe también una estrecha conexión entre religión, política y derecho; un derecho que contempla la superioridad del hombre sobre la mujer y del musulmán sobre el no musulmán, y que entra en conflicto en varios puntos con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La dificultad para comprender la verdadera naturaleza del Islam deriva también de una visión edulcorada de las relaciones entre culturas, que en Italia está especialmente extendida. Durante estos años, muchos han tratado de construir puentes entre mundos diferentes, pero la operación se ha realizado de forma ideológica: en vez de preocuparse por la solidez de los pilares sobre los cuales edificar los puentes, se han tratado de disminuir o cancelar las diferencias entre las dos orillas del río y sólo teniendo bien presente las diferencias se puede iniciar un intento de conocimiento del otro. Con el “buonismo” que ha caracterizado ciertos acercamientos, cultivados también en el ámbito católico, no se consigue comprender la complejidad del Islam como proyecto integral de vida y se acaban por absolutizar las propias esperanzas o las propias ilusiones: en el fondo es construirse un interlocutor a imagen y semejanza propias, traicionando su identidad y olvidando la propia.
Especialmente después del comienzo de las hostilidades en Afganistán y del clima de sospecha y miedo que se ha generado, muchos sostienen que para evitar un conflicto entre civilizaciones o una guerra de religiones es necesario dialogar con el llamado Islam moderado, con el componente más abierto a la modernidad y a la relectura histórica del Corán. ¿Con una realidad de 1.200 millones de personas el Islam moderado tiene entidad o es una minoría sin influencia? ¿Cómo puede contar más?
Hay que reconocer que existen corrientes de pensamiento que desde hace tiempo trabajan en una nueva interpretación del Corán y de la Sunna (el conjunto del comportamiento, las prácticas y las enseñanzas de Mahoma, ndr), que eche cuentas con la historia, que se emancipe de una visión literal e inmutable de los textos sagrados, que sepa armonizar la fe y la razón y que intente un acercamiento más laico a la realidad sin que esto la lleve a renegar de sus fundamentos. Me refiero a los escritos de algunos intelectuales, a la obra de asociaciones que trabajan por la emancipación de la mujer, a las peticiones de las minorías religiosas y también a la estrategia seguida por ciertos gobiernos (por ejemplo, Túnez y Egipto), que recorren el camino hacia la modernización y hacia una nueva relación entre religión y Estado. Se debe reconocer con realismo que estamos hablando de un río subterráneo que sólo se puede interceptar a trozos, de pequeñas constelaciones dentro de una galaxia islámica en la que las universidades, los lugares de elaboración del pensamiento religioso (como al-Azhar en el Cairo, que es el faro mundial del derecho islámico) y los principales centros políticos mantienen una concepción de corte tradicionalista, incapaz de leer los cambios de la historia y por tanto, de confrontarse de manera moderna con la realidad. Es necesaria en el Islam una auténtica revolución cultural, pero esto es un horizonte todavía lejano, es más, existe el riesgo de que con el impulso de las corrientes más radicales que se ha verificado durante los últimos veinte años y con la polarización que el conflicto en curso está provocando, sean precisamente los moderados y los modernistas los que sucumban.
¿Qué contribución puede llegar del mundo occidental para que crezcan las posiciones más abiertas dentro del Islam?
Creo que es necesario trabajar a tres niveles. Ante todo es necesaria la recuperación de la identidad por parte de un occidente que aparece, en cambio, cada vez más perdido y anónimo y, en este sentido, es necesario el reconocimiento de la contribución fundamental que proviene de sus raíces cristianas olvidadas con demasiada frecuencia y que le han permitido desarrollar una civilización capaz de enriquecerse con la diversidad. En segundo lugar, es urgente edificar muros fuertes en ambas orillas para poder realizar un trabajo conjunto con los gobiernos más equilibrados del mundo islámico; desde este punto de vista quiero recordar los acuerdos suscritos en la Conferencia de Barcelona en 1995 (en gran parte desatendidos) para una cooperación euromediterránea que incluya procesos de modernización en los aparatos institucionales y económicos y un impulso de intercambios culturales que abran a la sociedad musulmana al conocimiento y a la valoración del patrimonio occidental. El tercer nivel de intervención se refiere al desarrollo de estrategias de integración social y cultural de las minorías islámicas que viven en Europa. Las autoridades públicas y la sociedad civil deben tener el coraje de elegir interlocutores adecuados para esta tarea dentro del variado mundo musulmán, aislando a quienes persiguen el objetivo de construir un enclave islámico con derechos y reglas propias, y favoreciendo, en cambio, el diálogo con los que aceptan un recorrido de integración que no haga tabla rasa de su especificidad religiosa. Es un trabajo necesario para construir una nueva convivencia, aunque ahora es más difícil por el clima de desconfianza recíproca que se ha creado en este período, tanto por la falta de una jerarquía dentro del Islam como por el hecho de que la base musulmana - en Europa, pero sobre todo en Italia - no tiene todavía auténticos representantes. Por eso no hay que confiarse al grupo que más grita o al imán que aparece más en la televisión o en los periódicos y no hay que olvidar que sólo el 5% de los musulmanes frecuenta regularmente la mezquita y, por tanto, no se puede dar por descontado que es la mezquita el catalizador más significativo. Hay quien cree que se puede dialogar con alguien que equivalga al “obispo musulmán” y en cambio hay que confrontarse con una pluralidad de posiciones, todas más o menos autolegitimadas, pero respecto a las cuales se debe elegir, usando como criterio la mayor o menor disponibilidad a integrarse en esta sociedad.
Frente a los mensajes lanzados en vídeo por Bin Laden y a las declaraciones de ciertos líderes islámicos que citan algunas suras del Corán como legitimación de la violencia, hay quienes denuncian la instrumentalización del Islam, pero también quienes subrayan que el Corán, como el Evangelio, contiene pasajes que exhortan a la paz y otros que invitan a la guerra y que, en el fondo, todas las religiones, si se malinterpretan, pueden desembocar en el fanatismo y la violencia...
Sobre esta cuestión no se pueden aceptar ambigüedades. En el Evangelio se anuncia que Dios amó tanto al mundo que se hizo hombre y aceptó morir en la cruz y éste es el testimonio inequívoco de Jesucristo que ofreció su vida por la salvación de todos los hombres. Que después por parte de los cristianos en el curso de la historia se hayan dado traiciones y contradicciones es algo innegable y forma parte de la naturaleza humana, pero si se habla de los textos básicos no hay duda. En cambio leyendo el Corán, sobre todo los versículos que se refieren al período de la vida de Mahoma transcurrido en Medina, se encuentran invitaciones a la violencia y a la guerra y no se puede olvidar que Mahoma fue un profeta, pero también un jefe político y un caudillo en numerosas guerras. Ciertamente no se pueden minusvalorar los versículos que invitan a la paz y a la generosidad, pero el problema de fondo es la interpretación de los textos y es innegable que la exégesis prevaleciente, la más vinculada a la ortodoxia y a la tradición, atribuye mayor importancia a las suras que hacen referencia a la permanencia del profeta en Medina, mientras que los “innovadores” tratan de revalorizar el período de la Meca caracterizado por acentos místico-espirituales. Como se ve, existe una ambigüedad de fondo que perdura desde hace siglos y que hay que resolver con una revolución cultural que parta de una relectura del Corán que tenga en cuenta la historia y llegue a modificar los parámetros de la relación entre el Islam y la sociedad. Y precisamente el momento dramático que estamos atravesando puede representar la ocasión para realizar la jihad, es decir, el esfuerzo para reinterpretar en clave racional el Islam, que muchos musulmanes creen necesario. No es verdad, como algunos sostienen también en Italia, que no hay nada que hacer; estoy convencido de que es un recorrido muy difícil, pero posible y que hay muchos musulmanes dispuestos a hacerlo. Y, por nuestra parte, es necesario animarles en este camino accidentado pero decisivo para el futuro de la humanidad entera, para que usen la razón y la libertad que Dios les ha dado.
Otra desde
Estados Unidos
Leyendo sus recientes escritos, parece evidente que usted insiste en el hecho de que lo que está sucediendo es una cuestión ideológica y no de religión. Sin embargo, viendo la televisión o escuchando entrevistas realizadas a musulmanes también aquí en Nueva York parece que la religión está jugando, o empezando a jugar un papel extremadamente importante. ¿Qué opina de esto?
De lo que tenemos que hablar sobre todo es del “estado final” que es una ideología política orientada al dominio de una parte del mundo. Después podemos examinar el “estado inicial” que es la modalidad a través de la cual esta ideología llega a dominar. La ideología que se convirtió en poder con Lenin y Stalin era una ideología basada en una débil filosofía del socialismo propuesta por Carlos Marx. Estos transformaron una débil filosofía en ideología política y así, tanto si la visión de la historia de Marx era justa o equivocada, nosotros tenemos que echar cuentas con los efectos del bolchevismo, con sus ofensas contra la humanidad, su deseo de poder y su odio hacia cualquier forma de libertad individual. De igual manera, si miramos al “estado final” que supone Bin Laden y con él las instituciones que lo sostienen - principalmente el régimen talibán de Afganistán - encontramos una ideología análoga que, despojada de su racionalismo, es deseo de poder absoluto para controlar el futuro y la vida de mucha gente en el mundo. Hitler extrajo su ideología de la teoría del darwinismo social; fuera justa o equivocada esa teoría, una vez que se ha planteado, nosotros tenemos que hacer cuentas con ella. Por tanto, lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta de que Bin Laden tiene mucho más en común con Hitler, Mao Tse Tung, Stalin y Lenin que con la tradición del Islam. Del mismo modo - a pesar de todo lo que se ha escrito sobre esto - Mao tiene mucho más en común con Hitler que con la China de Confucio. Stalin tiene mucho más en común con Hitler que con la gran tradición rusa.
Lo segundo que debemos entender es cómo esta ideología alcanza la aprobación: principalmente a través del uso del poder. En su última etapa Stalin seguía en el poder no porque la gente creyera en él, sino porque mató a muchos, como hicieron Lenin, Hitler y Mao. Más o menos llegaron al poder y alcanzaron una respetabilidad a través de una razón creíble y aceptable, sostenida por un pueblo.
Según esto, vemos que Bin Laden ha conseguido una cierta respetabilidad gracias a teorías marginales del Islam. Aquello en lo que creen los fundamentalistas es un legalismo al pie de la letra del Islam y Bin Laden ha traducido esa teoría en una versión extremista del Islam que de alguna manera es sustancialmente contraria al fundamentalismo mismo. Sin embargo ha sido capaz de usar algunos de los movimientos fundamentalistas del Islam, los que hoy vemos por las calles, para conferir validez a su interpretación extremista.
En otras palabras, Bin Laden tiene mucho en común con las ideologías terroristas y de dominio del mundo y se legitima de alguna manera a través de las conexiones con una rigurosa teoría de la ley islámica aunque se trata de una teoría que la mayor parte de los musulmanes no sigue.
La mayor parte de la gente no conoce el verdadero mensaje del Corán. Sin embargo hay algo que parece constituir una seria amenaza. Parece que la concepción misma de Estado debe provenir del Corán. El cumplimiento de esta religión se daría con la constitución de un Estado en el que la ley sea fundamentalmente la del Corán o algo que derive directamente de él. En resumen, esto asusta a cualquiera que no sea musulmán.
La respuesta es que la facción del Islam que domina ante los ojos del mundo es la versión legalista de la fe. Es lo que se llama Sharia. Creen que el Estado debe seguir la Sharia. Ésta se fija a nivel divino, está en la ley, deriva de la voluntad de Dios y el Estado debe seguirla. Existen otras tradiciones en el Islam que rechazan todo esto. Además, en la práctica, si miramos la historia del Islam, las autoridades del Estado han limitado siempre la jurisdicción de la Sharia cuando los principios del Estado lo requerían. También a los ojos de los defensores de la Sharia este comportamiento representaba un legítimo ejercicio de poder por parte del Estado. Al observar la historia islámica tenemos que reconocer que el Estado, en su actuación, ha estado siempre muy influido por los estudiosos del legalismo. Sin embargo, cuando se advierte la necesidad de restringir los límites de la Sharia y desarrollar políticas que se diferencian de ella, el Estado actúa en este sentido.
Cuando hoy oímos a la gente decir que Estado y Sharia deberían ser una sola cosa, hablamos de una facción extremista de los legalistas, que tienen una concepción que ni siquiera los antiguos legalistas habrían seguido probablemente.
En la práctica, usted está diciendo que una posición de este tipo está en el límite de lo que de verdad es el Islam y de lo que propone.
Está en el límite de lo que el Islam ha sido, pero esto es un problema posterior. El primer problema es diferenciar el terrorismo del Islam; el segundo problema es insistir en las diferentes tradiciones del Islam distinguiéndolas de la legalista, insistiendo en el hecho de que el diálogo dentro del mundo islámico se reafirme y pueda proseguir con el vigor que tenía hace siglos.
Con esta variedad de concepciones de lo que es el Islam, ¿a qué nivel es posible un diálogo? ¿Qué diálogo y con qué objetivos razonables?
El objetivo razonable es afirmar que el Islam puede coexistir con sistemas no islámicos. Los musulmanes pueden coexistir democráticamente con otras religiones, respetablemente y con la misma igualdad. Los que pretenden que el Islam sea dominante y suprima las demás religiones no son necesariamente parte autorizada de la tradición islámica.
Este es el objetivo.
¿Y usted cree que esto es posible?
Sí, creo que es posible. Lo que George Bush ha hecho ha sido seguir trazando esta clara línea de demarcación entre extremismo e Islam, diciendo que el Islam es una religión que merece respeto. Los mismos musulmanes, de todo el mundo y especialmente de nuestro país, agradecen este mensaje. En efecto constituye una inicial valoración de los elementos del Islam no militante, tolerante y pacífico. Esto preparará el camino a un posible acercamiento, en el futuro, con el mundo musulmán. Harán falta decenios. El mundo musulmán ha vivido decenios de propaganda anti-americana sostenida por los ambientes radicales. Hará falta mucho tiempo para cambiar las cosas, pero ahora se nos da la oportunidad de iniciar este proceso.
Usted está diciendo que el Islam esta dividido en muchas tradiciones. ¿Pero podría la existencia de un “enemigo común” generar unidad?
¿Y nosotros somos el “enemigo común”?
Sí, nosotros somos el “enemigo común”.
Esto es un riesgo. Stalin apeló al patriotismo ruso para defenderse con éxito de la invasión alemana, aunque su régimen no fuera en absoluto legítimo ante los ojos de los propios rusos. Por tanto esto es un problema. Hitler apeló a la tradición alemana, si bien los alemanes podían no querer el nazismo. El problema existe. Pero lo que tenemos que hacer es seguir tratando al Islam como algo diferente al radicalismo y seguir anclados en este mensaje lo más posible. No veo otra vía fuera de ésta y espero que se comprenda.
La administración estadounidense está actuando. Algunos dicen que se debería hacer más, otros están muy preocupados por las consecuencias de esta acción militar. Ciertamente hay mucho miedo. ¿Usted cree que son razonables los pasos que ha dado la administración Bush?
Creo que, hasta hoy, George Bush ha realizado el más brillante ejercicio de diplomacia, guerra, economía y retórica que yo haya visto en la historia diplomática de los últimos siglos. La forma en la que ha integrado y medido cada elemento en su contraataque al terrorismo es una demostración de fuerza y habilidad extraordinaria. EEUU cometerá errores a lo largo del camino, porque somos humanos y nos equivocamos, pero lo que ha sucedido durante las últimas semanas ha tenido un resultado extraordinario, raro en la historia de la nación.
¿Considera que lo que ha sucedido debería obligar o ayudar a EEUU a reconsiderar - y en qué medida - su política exterior de los últimos años, su actitud hacia el resto del mundo, especialmente hacia el Islam?
Creo que lo que ha sucedido enterrará cualquier instinto de aislamiento por lo menos durante veinte años. Creo que nos hemos dado cuenta de que no hay confines que puedan ser sellados, que en el futuro debemos estar íntima y activamente comprometidos con el resto del mundo. Creo que experimentaremos un cambio dramático, no seremos tan tímidos respecto a la implicación con el extranjero en lo que se refiere a la defensa de nuestro país.
Sé que usted es católico. ¿Esto comporta una perspectiva diferente en la forma en la que ve estas cosas, en las propuestas que formula?
Sí, ciertamente. Ante todo el Concilio Vaticano II ha querido rendir homenaje a lo que de santo y válido existe en la tradición del Islam. En segundo lugar, el Papa Juan Pablo II ha introducido el ecumenismo en el corazón de la Iglesia, un ecumenismo que desciende de una fe sólida, no un ecumenismo que duda de nuestra misma ortodoxia. Y debido a la certeza que tengo de que Cristo ha muerto por todos y de que su mensaje de gracia y salvación es para todas las gentes, creo que me puedo acercar a otras religiones con respeto y seguridad en mi fe.
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