Preguntas de un guitarrista
Rafa es el fundador del grupo de música antigua Psalterium. Sirve desde hace años a la comunidad de CL en Madrid acompañando los cantos con su guitarra. Acaba de cumplir 50 años y su mujer Belén, y sus amigos le han organizado una fiesta sorpresa. Publicamos la carta que escribió como agradecimiento.
Llevo pensando desde el sábado por la noche, al volver a casa después de mi fiesta sorpresa de cumpleaños, en cómo daros las gracias por lo que habéis hecho. Según Belén me va desvelando poco a poco los misterios de cómo se organizó la fiesta se me va encogiendo más y más el corazón, al darme cuenta de vuestra disponibilidad y vuestra participación. Y cuando vi la lista de contribuciones a la guitarra nueva que me habéis regalado, me quedé sin habla. Aluciné cuando me contó la estrategia que habéis seguido para no dejar ningún rastro visible de lo que estaba preparando contando con vuestra complicidad, porque verdaderamente no tenía ni la más remota idea de lo que se estaba cociendo. Y qué decir del vídeo y de las actuaciones, que preparasteis con tanto cuidado e interés. Y, sobre todo, cuando me contáis cómo Belén había ido preparando cada uno de los detalles para que todo estuviera a punto. Hace unas semanas estuvimos en Tierra Santa peregrinando, y visitamos Nazaret. Allí estuvimos rezando una noche, y pensé en lo que sucedió en la casa de José y María, el día en que el ángel le anunció a María que iba a ser la Madre de Dios. El “sí” de María al ángel, ignorado por todos, cambió la historia del mundo. Y pensé en cómo ese hecho había llegado hasta mí casi 2000 años después. ¿Por qué os cuento esto? Pues porque la respuesta a cómo me había llegado este hecho estaba el sábado por la noche delante de mí en el colegio Kolbe. Alguno pensará que me paso tres pueblos poniéndome “místico”, pero es la pura realidad. Basta ser leal con mi experiencia y seguir hasta el final con algunas preguntas “inevitables” para llegar hasta ese Hecho. ¿De quién he recibido la fe sino de mis padres, que me enseñaron a levantar la mirada en la vida? ¿Por qué nos hemos conocido si no es porque hemos encontrado y compartimos el “secreto de la existencia”, como decía Dostoievski? ¿Por qué he conocido a Belén, peregrinando a Chestochowa? ¿Qué me ha hecho estudiar y tocar la guitarra? ¿Por qué nos hemos venido a vivir a Villanueva? ¿Por qué hemos construido juntos un colegio? ¿Por qué nos hemos lanzado sin miedo a tener los hijos que tenemos? ¿Por qué existe Psalterium? ¿Y el coro de padres del colegio que dirijo sin tener ni idea de dirigir? ¿Por qué con 50 años tengo más ganas de aprender que cuando tenía 18? ¿Quién me ha enseñado, experimentándolo en primera persona, el significado de la palabra más grande, el perdón? No hay una sola pregunta cuya respuesta no me lleve hasta aquella casa de Nazaret, en la que pedí y di gracias, como hago hoy, por todos vosotros. Hay una cosa que tengo clara gracias a Dios. Soy un desastre, y lo habéis comprobado muchas veces, pero mi vida es vuestra, como mi nueva guitarra. Cuando toque y me escuchéis pensad que en esas cuerdas vibra mi afecto agradecido por todos vosotros.
Rafa, Villanueva de la Cañada (España)
Todo es suyo
A finales de noviembre del año pasado me caí y me rompí el radio de la mano izquierda. En urgencias, los médicos decidieron operar. El anestesista me dijo que era muy afortunada porque el cirujano que me iba a operar era el mejor especialista de Colombia en la mano. En la primera revisión, el cirujano estaba muy contento, no sólo por la evolución de la intervención, sino por verme a mí y a Patricia, y nos invitó a rezar la novena en su casa. La novena antes de la natividad del Niño Jesús es un hermoso gesto tradicional en Colombia. Cada diciembre, se encuentran delante del pesebre en casa o en el trabajo, familias, amigos y vecinos. Se rezan oraciones, se cantan villancicos con panderetas, maracas y guitarra para acoger al Niño que va a nacer y se comen platos típicos. En la novena su familia y sus amigos nos recibieron con una familiaridad sorprendente. El cirujano empezó diciendo que rezábamos al Niño que había cambiado el mundo, algo que ningún presidente hasta ahora ha logrado; luego leímos una oración de San Francisco que recuerda el primer pesebre. Estaban contentos por tener con ellos este año dos italianas. Cuando nos despedimos, agradeciendo al médico y a su mujer su hospitalidad, se les veía con cierta curiosidad y deseo; no dejaban de decir que estaban contentos de habernos conocido. Así que los invitamos a nuestra casa. En enero vinieron a comer. Nos hablaron de su matrimonio, sus hijos, amistades y relaciones, pero sobre todo de la belleza de ser católicos. El médico nos agradecía «haberlo dejado todo para venir a este rincón del mundo. El cristianismo es amar así esta pequeña parte del mundo ante de Dios». Antes de acabar la comida, les hablamos de nuestro carisma y les regalamos el número de diciembre de Huellas y un librito de “Comunión y Liberación”. Nos conmovió tanto la sencillez de estas personas que cuando se fueron, dijimos que la comida había sido un gesto de misericordia de Dios, un acto de su bondad porque nos ama. Esperamos que esta amistad continúe, Dios sabe que nada ocurre por casualidad, ni un accidente: todo sirve porque todo es Suyo.
Cristina, Bogotá (Colombia)
Una familia de tres
Cuesta expresar un amor tan grande con palabras. En 2007, en la Iglesia San Cristóbal, Rodrigo y yo nos unimos en matrimonio y le pedimos a Dios que nos regalase un hijo. El 28 de enero del año siguiente recibimos la mejor noticia de nuestras vidas: nuestro hijo Juan Pablo estaba en camino. El 28 de junio, en medio de tanta felicidad, nos diagnosticaron que Juan Pablo padecía un problema del corazón. Un gran dolor e incertidumbre se apoderó de nosotros, pero comenzamos a caminar con esa vida que ya estaba junto a nosotros. Esta prueba nos ha enseñado la mayor lección que hemos vivido hasta ahora. Tras consultar a varios especialistas en Paraguay, Brasil y EEUU, emprendimos una campaña para que Juan Pablo fuera operado, nada más nacer, en el Hospital de Niños de Boston. Fue impresionante. Vinieron a casa desconocidos que llevaban su aporte a nuestro hogar, ganamos nuevos amigos, y recibimos el aporte de una señora sin recursos que se me acercó cuando me vio llorando cuando me habían cerrado una puerta en la cara. Llegamos a recaudar el dinero necesario y viajamos a Boston. Allí conocimos a la comunidad de CL, en especial a nuestros “padres” Francesca y Maurizio. Juan Pablo nació una semana después. Gracias a que participamos en una investigación conjunta con el Hospital de Harvard, descubrimos que Juan Pablo no estaba bien ya y nació de una cesárea de urgencia la madrugada del martes 26 de agosto de 2008. Esa misma noche en la maternidad, nos hicieron una pregunta que nos llegó al alma: ¿ustedes están dispuestos a recibir a un niño discapacitado? ¡Of Course!, gritamos mi marido y yo. Dijimos sí a ese misterio tan grande, la bolsa se rompió, y Juan Pablo también dijo sí. Una de las enfermeras llamó a una monja que bautizó a nuestro milagrito pocos minutos después de nacer. Jamás pensé que mi hijo nacería tan lejos de mi país, Paraguay, y que iba a llegar a conocer a semejante pequeño luchador que nos hizo valorar cada segundo de su existencia. El Padre José, que celebró el funeral por Juanpi, nos dijo algo que nos llevaremos siempre con nosotros: «Ustedes, Rodrigo, Gilda y Juan Pablo, son una familia de tres», Juan Pablo forma parte de nuestra familia para siempre.
Gilda y Rodrigo
Una sana “envidia” por el cristianismo
Ayer fue un gran día en el polideportivo de Ibirapuera (cfr Huellas, marzo de 2009). Aunque estoy exhausta, volvería a ir otra vez. Carrón me hablaba a mí, de tú a tú. Y yo, que estaba harta de todo y desanimada por el comienzo de curso, sentí esa “sana envidia”, es decir, las ganas de volver a vivir ese gusto por la vida que tienen esos jóvenes de la Asociación que empiezan la universidad. Era imposible no conmoverse y sentir esta paternidad por mí. Antes estaba enfadada con los que no habían ido al acto, pero ahora me dan pena porque no saben lo que se han perdido. No se trata de que haya imaginado «que Cristo estuviese allí», sino que Él mismo estaba allí, en la cara de Carrón y de los amigos que dieron su testimonio. Me impresionó mucho esta frase de Carrón: «Cuando era profesor, decía a mis alumnos que el cristianismo se transmite por “envidia”, porque una persona que ve a otro vivir con alegría, intensidad y gusto, desea esa vida para él. Estoy aquí ahora porque he conocido a un hombre que vivía así y se llamaba Luigi Giussani. Él introdujo en la vida este ardor y esta pasión y actuaba de manera tal que las cosas cotidianas adquirían una intensidad única». También para mí, todo ocurrió gracias a la “envidia” y la curiosidad por la manera de vivir de unos amigos míos.
Cristiane, Belo Horizonte (Brasil)
Cara a cara con mi hija
Me hubiera gustado que mi hija, al cumplir los 14 años, conociera a los estudiantes de GS, saliera con buenos chicos y que no fuera a la discoteca. En cambio, ocurrió todo lo contrario: ella no entró en GS, no sale con los hijos de mis amigos, le gusta bailar, ir a la discoteca y no sigue las “reglas católicas” al pie de la letra. Me desanimé. Empecé a enfadarme con ella, acosándola a menudo, reprochándole su comportamiento, en definitiva, alejándome de ella y dificultando aun más la posibilidad de que conociera quién es Cristo. Me di cuenta de mi total impotencia e incapacidad para ser feliz a pesar de mi esfuerzo. Criticaba todo lo que veía y la miraba de manera superficial. Pensaba que había algo dentro de mí que no funcionaba, y entonces ¿por dónde volver a empezar? Gracias a algo que sucedió empecé a comprender. Por las noches, tras esperar a mi hija hasta las tantas, estaba agotada y no podía más. Pero al día siguiente, siempre ocurría algo que me reanimaba. Un día, un paciente, licenciado en la Normale de Pisa, me sorprendió contándome que en su primer curso de universidad, al ver a sus compañeros darse aires de intelectuales, les había espetado: «Chicos, ¡hemos nacido para ser felices!». Otros días me llamaban la atención gestos de humanidad que no me esperaba por parte de algunos colegas y también de mi hija que, en mis momentos de mayor cerrazón, me decía: «Mamá, venga, sonríeme». Eran cosas simples, pero que me daban mucho ánimo. Todo esto supuso una verdadera revolución porque descubrí que la realidad no es mi enemiga y que puedo recibir ayudas desde el exterior. Veía en Carrón una humanidad que empezaba a ser también experiencia mía. Empecé a estar junto a mi hija en lo cotidiano; por las mañanas tomábamos un capuchino, leíamos el periódico y conversábamos sobre los contenidos de algunas asignaturas, los autores que le gustaban más y los que menos y sobre las dificultades y los desánimos que sufría. Además empecé a acompañarla en sus decisiones, incluso en las que yo no compartía. Por supuesto ella se dio cuenta de este cambio y entendió, a su manera, la conexión con la experiencia cristiana del movimiento. En el entierro de mi padre dijo que le hubiera gustado tener amigos como los míos. Un día me contó un episodio en relación con esto. En clase, el profesor de italiano y latín elogió a los autores clásicos y luego dijo que sin aprender de su sabiduría, las generaciones futuras estarán más desorientadas. Ella contestó: «Pero, profesor, habrá alguna esperanza, ¿no?»; y él dijo: «Mis palabras no eran desesperadas, pero no estoy hablando de la esperanza de los carteles publicitarios». Y ella: «Profesor, yo sé como es la gente que espera. Lo veo en mi casa». Pasar de mis esfuerzos y principios a la sorpresa por “una Presencia que entra y se sienta allí contigo” es una gran liberación y la única posibilidad para no maldecir la realidad.
Laura, Ancona (Italia)
Crisis económica y Providencia
A pesar de la crisis, mi familia está viviendo un período económico más tranquilo. En realidad para mí la crisis empezó cuando nací, porque en los años setenta tuvimos que emigrar. Recuerdo que una noche, mientras mi madre nos hacía rezar antes de ir a dormir, le dije que tenía hambre porque había comido sólo una sopita. Mi madre se puso a llorar. Otra vez, un hombre pobre pidió una limosna a la puerta de mi casa y mis padres lo dejaron entrar para que se sentara a la mesa con nosotros.
Todos estos hechos que han caracterizado mi infancia, han marcado mi vida y mi relación con el dinero. De hecho, cuando entré en GS ahorraba dinero renunciando a la merienda en el colegio, para poder dar el diezmo. También cuando me casé tuve bastantes dificultades; me despidieron a los pocos meses y el sueldo de mi marido no llegaba a cubrir los gastos. En aquel momento, un viejo párroco nos dijo que en la Iglesia nunca se muere uno de hambre. Y, por lo visto, tenía razón. Cada vez que lo necesitábamos llegaban siempre pequeñas cantidades de dinero. Al poco tiempo mi marido cambió de empleo y yo encontré un trabajo muy rentable. No nos faltaba de nada. La Providencia nos ayudó también cuando mi marido se quedó en el paro y ya teníamos un hijo: nos hizo encontrar a personas que nos ayudaron con alegría, sin humillarnos. Mi marido empezó a estudiar para sacar una oposición y un día aprobó. A pesar del poco dinero que teníamos, hemos pagado siempre la cuota del Fondo Común, porque estábamos seguros de que la Providencia no nos iba a abandonar. Sabíamos que Él nos devolvería multiplicado por ciento lo que dábamos por amor a él. Podemos testimoniar que ha sido así y hoy las cosas están mucho mejor. Con respecto a esto, quisiéramos decir a todos los que nos lean que no dejéis de esperar y además nos gustaría que nuestra historia fuera una señal de esperanza para todos. El Señor devuelve con intereses lo que las personas gastan para él, sobre todo cuando lo necesitan. Siempre hemos confiado en Él, porque Él es fiel.
Paola
Volver al origen
Querido Julián: Te escribo para decirte que he tardado 85 años en descubrir que «se puede verdaderamente vivir así». En enero me ingresaron en un hospital. En mi habitación había una señora muy enferma que sufría muchísimo, así que por las noches rezaba en silencio por ella. Pero una vez que se sentía mal me levanté, me acerqué a su cama y empecé a acariciarla, a darle aire y secarle el sudor de la frente. Ella me miró, yo le sonreí y le dije que le iba a hacer compañía. Pensé que en ese momento estaba acariciando a Jesús en carne y hueso. Si dejas entrar su Presencia, aprendes que la realidad no está contra ti, sino que actúa para tu bien.
Al día siguiente el marido de esa señora me invitó a tomar un café; de mi bolso sobresalía un cuaderno: El desafío del presente. Mientras esperábamos el ascensor, el hombre me preguntó si conocía a don Giussani. Le dije que era de CL. Él también lo había sido pero lo había dejado. Le pregunté si había encontrado la felicidad. Me dijo que no. Yo también viví su misma experiencia y le conté lo que un buen hombre me dijo: que lo que falta es reconocer que el Señor nos ama a todos y nos abraza siempre, a pesar de nuestras traiciones y que además mira a todos de la misma manera y no distingue entre malos y buenos. El hombre me abrazó. Al día siguiente, le dieron el alta a su mujer y los dos salieron para Cerdeña, donde viven. Yo no sabía cómo se llamaban, pero después de una semana el hombre llamó al hospital preguntando por mí. Me dijo que había reflexionado sobre mis palabras y había llegado a entender que para ser feliz tenía que volver al origen, donde había sido verdaderamente feliz.
Giuseppina, Milán (Italia)
La caricia del nazareno
Querido Julián: Soy médico y estoy haciendo la especialidad de Geriatría. Cuando empezó el debate sobre el caso Eluana, en mi planta todos compartían la decisión del padre y nadie escuchaba mis razones. Hasta la doctora que más estimo, una maestra para mí, decía que si se tratase de su hija haría lo mismo. Intentaba que entendiesen que, según ese criterio, la mitad de nuestros pacientes no habrían recibido nuestros cuidados, pero nadie me hacía caso. Por lo tanto, seguí con lo que más me importa: estar con los pacientes pensando en “esa caricia del Nazareno”. La semana pasada, la madre de la doctora, amiga mía, sufrió un trauma cerebral y fue ingresada en nuestra planta. La doctora me llamó enseguida porque no estaba en el hospital y me pidió que me ocupara de su madre. Le dije que yo era la última que había llegado y que lo haría mejor otro médico, pero no quiso. Atendí a su madre e hice lo que me pareció más oportuno. Cuando llegó por la tarde me dijo que lo había hecho bien, pero cuando ya me iba añadió: «¿Sabes por qué te he pedido que atendieras tú a mi madre?». «No». «Tú eres la única persona que cuando trabaja con los enfermos les quiere, les cuida por lo que son. Tienes una mirada distinta a todos los demás. A mí me falta poco para jubilarme, pero si en estos meses vengo contenta al trabajo es porque puedo trabajar contigo».
Benedetta, Monza (Italia)
Hablando de fondos de inversión
Trabajo en un banco americano y administro los capitales de familias importantes. Recientemente empecé a estar algo confuso sobre mi trabajo, porque mi banco, como todos, tiene como prioridad la ganancia a corto plazo y porque, a través de la revista Huellas, me di cuenta de que existen experiencias mucho más gratuitas y gratificantes, como por ejemplo dar clase o trabajar en centros de acogida. Durante una cena mi mujer y yo estuvimos hablando de estas cosas con unos amigos que nos dijeron que también en el siglo primero hubo cristianos enrolados en el ejército romano que dieron testimonio de su fe en ese contexto.
Durante un viaje por Sudamérica un cliente judío quiso conocernos a mi jefe, un veterano de Wall Street, y a mí. Al principio pensé que tendría quejas por sus negocios o por algún producto que le había ofrecido. En realidad quería verme con mi jefe para decirle que era la primera vez que había conocido a alguien que se interesase por su persona de manera gratuita en veinte años de trato con bancos y banqueros. Además no lograba explicarse la atención y el interés que yo tenía por él, ya que le era evidente que no lo hacía por dinero o adulación. Le hablé de la suerte que he tenido en mi vida al haber conocido a personas, sobre todo a mis padres, que gracias a la fe miran a los hombres con realismo y profundidad. Le dije también que yo intentaba imitar a esas personas aunque hablara de fondos de inversión o valores de mercado. Gracias a este pequeño episodio he comprendido qué valor tiene el testimonio en el mundo del trabajo. Nunca se sabe, hasta un especulador empedernido podría llegar a entender que el bien y el amor también existen.
Pietro, Ginebra (Suiza)
TERREMOTO EN LOS ABRUZOS
Pasión del hombre, pasión de Cristo
Una vez más un acontecimiento sobrecogedor nos ha herido en lo más profundo de nuestro ser. Tan sobrecogedor y tremendo que es difícil evitar preguntarse por su significado, pues supera enormemente nuestra capacidad de comprensión.
La cuestión es tan radical como incómoda. No podemos tratar de cerrar el asunto rápidamente, deseando pasar página cuanto antes para olvidar. No es razonable seguir siendo prisioneros de una emotividad que nos so foca, y mucho menos desplazar la atención sobre posibles responsables.
La caridad inmensa, de la que se ha dado prueba en estos días como gesto es pontáneo y que será necesaria, sobre todo, durante los próximos meses, cuando hará falta más ayuda, indica que el olvido no es la única salida. Aun así, ni siquiera esta acción puede responder completamente a la apre miante pregunta que la experiencia de nuestra impotencia frente al te rremoto ha, de hecho, planteado.
Hechos como este nos ponen delante del misterio de la existencia, des afiando nuestra razón y nuestra libertad de hombres. Desperdiciar la ocasión de mirarlo a la cara nos dejaría todavía más perdidos y escépti cos. Pero para estar delante del misterio de la existencia necesitamos algo más que nuestra solidaridad, aunque sea justa. Solos no podemos.
Una vez más en nuestra historia, la compañía de Cristo –que está en el origen del amor al hombre propio de nuestro pueblo– se revela decisiva: una compañía que da sentido a la vida y a la muerte, a las víctimas, a los supervivientes, nos da sentido a nosotros mismos, y sostiene la esperanza.
La inminencia de la Pascua adquiere, de este modo, una nueva luz.«El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?» (Rm 8,32).
Comunión y Liberación. Abril de 2009.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón