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Huellas N.4, Abril 2009

CULTURA - El caso galileo

Una controversia todavía abierta

Paolo Ponzio*

Uno de los máximos expertos italianos en Galileo nos ofrece una clave de lectura y una valiosa aportación para un serio debate

Cuatrocientos años después de que Galileo Galilei hiciese sus observaciones astronómicas, su figura continúa dando de qué hablar a científicos, filósofos y teólogos, cada uno según su propia perspectiva y competencia, alimentando –una vez más– viejos estereotipos que reproducen conflictos ideológicos y simplificaciones mitológicas. De hecho, se podría decir sin temor a equivocarse que “Galileo” no es sólo el nombre de un científico, sino también la denominación de un expediente o de un “caso” que después de tres siglos sigue generando discusiones y divisiones en la historia del pensamiento filosófico y científico. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en 1992, al concluir los trabajos de la Comisión de Estudio sobre Galileo –que él había formado hacía más de diez años–, hacía una llamada al esfuerzo constante de «síntesis del conocimiento e integración de saberes», sin la cual habría sido difícil, si no imposible, una reflexión equilibrada dispuesta a destacar la articulación de los distintos saberes.
Pero, ¿cuál ha sido la aportación del científico de Pisa, y cuáles sus implicaciones epistemológicas? La observación astronómica de la Luna y de la Vía Láctea, realizadas a través del telescopio, permitieron la fundación de una nueva Astronomía, al abrir nuevas posibilidades de explicación científica del sistema copernicano. El mismo Galileo estaba convencido de que la excepcionalidad de sus descubrimientos residía en esta nueva modalidad “física” de investigar los fenómenos astronómicos, describiendo la propia realidad en lugar de limitarse a meras hipótesis matemáticas sobre el movimiento de los cielos: una modalidad que no hubiese sido posible sin la utilización del telescopio, el nuevo instrumento óptico de observación. Y no es sólo esto: Galileo “ve” el cielo con otros ojos que sus contemporáneos, dando lugar a una serie de “descubrimientos astronómicos” (la superficie irregular y corruptible de la Luna, los satélites de Júpiter, las nebulosas, las constelaciones, las fases de Venus, las características de Saturno, las manchas solares, etc.) que son de una importancia fundamental en la batalla a favor de la teoría heliocéntrica, y para el abandono de la visión aristotélico-ptolemaica.
Sin embargo, los descubrimientos astronómicos no son suficientes para constituir los presupuestos de un replanteamiento sistemático de la ciencia y su metodología. Durante el período en el que estuvo en la Universidad de Padua, como profesor de Matemáticas, Galileo realizó una serie de investigaciones en el campo de la Física, de la Hidráulica y de la Mecánica, que le llevaron a formular con precisión una nueva modalidad de observación, que constituía el núcleo central en la elección de cada experimento. De este modo, los fenómenos físicos (entre ellos, por ejemplo, la caída libre de los cuerpos o el movimiento uniformemente acelerado) son estudiados a partir de situaciones experimentales construidas a propósito como las más favorables para la investigación.

La investigación de las afecciones. Para alcanzar la verdad científica de la naturaleza el método de conocimiento, además de centrarse sobre el ensayo, debe ser lo más adecuado posible al objeto de la investigación. Y el objeto físico, a su vez, no es sólo algo que está fuera de nosotros, sino cualquier cosa de la que nosotros hacemos experiencia, y que requiere la intervención activa de nuestra observación y de nuestras deducciones. Existe en el fondo, con todo, una actitud que define los límites y confines del trabajo científico, renunciando a cualquier consideración de tipo “metafísico”, como Galileo escribió en una nota dirigida a Tommaso Campanella: «Aprecio más el encontrar una verdad en una cosa pequeña que el discutir sobre las grandes cuestiones sin lograr nada en claro».
Lo que Galileo propone es un nuevo acercamiento a la realidad, una nueva forma de conocimiento distinto al de la Filosofía y al de la Teología, pero que no es una alternativa total a la Metafísica. El científico de Pisa es consciente de que el espectro de las preguntas de la razón humana es más amplio que las respuestas que puede proveer el método experimental, que sólo se refieren a algunas «afecciones» que expresan las propiedades cuantitativas de la materia, como son el espacio, el tiempo, el movimiento o la quietud. Tales afecciones constituyen el objeto de las «experiencias sensibles», que son elaboradas matemáticamente a través de las «demostraciones necesarias». «O queremos, especulando, intentar penetrar en la verdadera esencia intrínseca de las sustancias naturales, o nos contentamos con tener noticia de alguna de sus afecciones», escribe en la Historia y demostración en torno a las manchas solares, de 1612. La investigación de las afecciones se llevará a cabo por medio de ensayos experimentales que puede decirse que sólo están completos cuando se llega a la formulación de una ley necesaria sobre el fenómeno observado, de manera que quede formalizada según las «demostraciones necesarias» de tipo matemático.

Dos caminos para conocer. Este es, quizás, el mayor mérito que debe reconocerse a Galileo en la historia del pensamiento científico: haber convertido a las matemáticas en el lenguaje específico de la filosofía de la naturaleza. La física experimental lo es no sólo porque procede mediante experimentos, sino porque proporciona los instrumentos conceptuales que son el fundamento de las demostraciones ciertas; y puede hacerlo en la medida en que, según Galileo, es la misma naturaleza la que está estructurada según el orden matemático-geométrico.
Este aspecto epistemológico constituye, también, el punto de partida del famoso “caso Galileo”. Es, de hecho, una exigencia propia del método galileano la de no hacer ninguna distinción entre el enfoque científico sobre las cuestiones naturales y la reflexión filosófica sobre la naturaleza: los dos caminos mediante los cuales se conoce la realidad –ambos originados por el único «Verbo divino», como escribió en su famosa carta “Lettera copernicana a Madama Cristina di Lorena”– no pueden nunca contradecirse, aunque procedan de maneras distintas. Siendo la Biblia, en efecto, «dictada por el Espíritu Santo» necesita ser continuamente interpretada y aclarada, mientras que la naturaleza, siendo una «observantísima ejecutora de las órdenes de Dios» no exige ulteriores explicaciones, ya que su curso es inexorable e inmutable.
Por tanto, por este motivo, Galileo no podía aceptar la sugerencia de Roberto Belarmino de presentar el sistema copernicano como mera hipótesis. Para éste último la ciencia debía moverse sólo en el plano de las hipótesis, ya que para cada efecto natural es posible que exista una explicación distinta a la que en un momento dado parece la más adecuada o la mejor. En este sentido había que ver el sistema copernicano únicamente como una hipótesis matemática de explicación del universo. Para Galileo, en cambio, la ciencia experimental nos muestra el carácter necesario de la mismísima realidad natural.

Cortocircuito. Bien mirado, se trata del mismo error que cometen los teólogos de la época: también creían que existía una identidad sustancial entre la estructura de la realidad natural y lo que la Biblia afirmaba al respecto. Además, no parece que los teólogos tuviesen criterios epistemológicos para diferenciar formalmente entre la Sagrada Escritura y sus interpretaciones. Entre científicos, filósofos y teólogos, hubo un verdadero cortocircuito: por una parte los teólogos (y particularmente Belarmino), con su invitación a considerar el sistema copernicano como una hipótesis, afirmaban la idea de la relatividad de las teorías científicas propia de la ciencia contemporánea; por otra, la ciencia (y sobre todo Galileo) se muestra muy hábil en invitar a distinguir entre lo que está escrito en la Biblia y el comentario de los pasajes bíblicos. Se podría decir, por tanto, que en el “caso Galileo” se produjo una verdadera inversión: Belarmino tiene verdaderamente razón cuando habla como un científico, Galileo cuando habla como un teólogo.

Tareas y sistema. Huelga decir cómo esta diferencia en las posiciones epistemológicas influyó en el juicio emitido primero como condena del copernicanismo (1616), y después de Galileo (1633). De una cosa, sin embargo, se puede estar seguro: el cambio de un paradigma científico conduce, inevitablemente, a la revisión de todo el edificio del saber, a través de una clarificación de las tareas, funciones y finalidades propias de cada disciplina: «La capacidad que tiene el hombre para conocer –se lee en El Sentido Religioso– implica diversos métodos, procedimientos, o procesos, según el tipo de objeto de que se trate. No tiene un único método; es polivalente, rica, ágil, móvil».

* Profesor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea de la Universidad de Bari

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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