Un País con más de doscientas etnias, donde barreras y prejuicios dificultan la convivencia. Una comunidad cristiana que es un desafío diario a la mentalidad dominante. Desde el centro de acogida para chicos de la calle a la “caja común”,así vive una pequeña comunidad que acaba de recibir un gran regalo
La guardia pretoriana del Presidente apunta con sus armas a las caras de la gente que quiere ver al Papa y participar en la Misa que empezará a las diez. Son las ocho de la mañana del 19 de marzo, fiesta de san José. Benedicto XVI ha querido pasar la fiesta de su santo patrón en Camerún. La multitud hace cola desde las cuatro de la mañana para entrar en el estadio de Yaundé, la capital. Una muchedumbre multicolor que le ha acompañado como ha podido, saludándole a lo largo del recorrido que lleva desde el aeropuerto al centro de la ciudad, 25 kilómetros de personas apelotonadas a los lados del camino para poderle ver. O en los desplazamientos por la ciudad, en los que el Papa siempre ha sido mantenido a una cierta distancia de ellos. Demasiado ejército. Pero hoy, en el estadio, están todos los afortunados que han podido conseguir una de las 50.000 entradas. En realidad son pocas para la cantidad de gente que hubiera querido estar. Y estos pocos asistentes tienen que sufrir a la Guardia Presidencial que protege a Paul Biya y a su familia. Con un poco de miedo por los Kalashnikov bajo la nariz, la gente espera para poder entrar, con esa paciencia que es totalmente africana. Pacientes pero decididos. Aquí estamos también los de CL, con las entradas que a duras penas hemos podido conseguir. Sólo hemos podido venir 25 personas de las más de 60 que formamos la comunidad de Yaundé. También han tenido que renunciar a estar aquí nuestros amigos de la parte anglófona de Kumbo. En nombre de todos ellos está presente el padre Giuseppe Panzeri, fraile capuchino de Lecco. Los demás se han quedado en casa para ver la retransmisión en directo por televisión. Todos llevamos unas camisetas blancas, cada una con una letra diferente. Cuando nos juntemos formaremos las palabras “Comunión y Liberación”. No hemos traído pancartas por miedo a que nos las quitaran. Este es el clima en el que vivimos.
Edimar. Nuestra comunidad existe desde 1992. Una semilla, como ha descrito el encuentro con Cristo Benedicto XVI al hablar a los jóvenes de Angola. Pequeña, pero que da fruto. Una semilla totalmente confiada a nuestra libertad. «A todos los jóvenes que estáis aquí, os dirijo palabras de amistad y de ánimo: ante las dificultades de la vida, sed valientes. Vuestra vida tiene un valor infinito a los ojos de Dios».
Que la vida tiene un valor infinito a los ojos de Dios se percibe muy bien en el Centro Social Edimar, un lugar nacido a comienzos del año 2000 de la experiencia que desde hacía varios años vivía el padre Maurizio Bezzi con los chicos de la calle, ayudado por los amigos de la comunidad que vivían esta experiencia de caritativa. Los jóvenes que acuden al Centro pueden dar testimonio de ello. Una docena de amigos del movimiento, entre los que hay protestantes y musulmanes, ven llegar al Centro a todos estos jóvenes marcados por el sufrimiento. Se trata de un grupo de educadores de etnias diferentes, historias diferentes, a los que un encuentro ha puesto juntos, a los que Otro ha convocado, en un país que tiene más de 230 grupos étnicos, y en donde la convivencia no siempre es fácil. Una unidad aparentemente imposible, y que sin embargo existe. Cuando los chicos de la calle que vienen al Centro se dirigen a los educadores, nunca les dicen «¿por qué actúas así?», sino «¿por qué actuáis así?», pues son testigos inconscientes de la unidad que Cristo hace posible.
El Centro acoge diariamente entre 150 y 250 jóvenes que viven y duermen en la calle. Como Casimiro, un chaval huérfano muy inteligente. Intenta recuperar la relación con sus tíos y tías, los únicos supervivientes de su familia. Ha empezado a asistir de nuevo a clase, pero su familia le ha echado de casa. Y así ha vuelto al Centro, asiste al colegio y trabaja cargando sacos en el mercado. Aquí hay personas que le miran, que le toman en serio, que le dicen: «No llores».
«Vuestra vida –dijo el Papa en la homilía– tiene un valor infinito a los ojos de Dios. Dejaos cautivar por Cristo, entregadle gustosamente vuestro amor […]. A los hijos huérfanos de padre o que viven abandonados en la miseria de la calle […] quisiera decirles: Dios os ama, no os olvida y san José os protege. Invocadle con confianza».
Unidad. «La Iglesia es una verdadera familia de Dios, reunida en amor fraterno, lo cual excluye todo tipo de etnocentrismo y particularismo excesivo, y contribuye a la reconciliación y la colaboración entre los grupos étnicos para el bien de todos». Así hablaba el Papa a los obispos camerunenses.
La nuestra es la comunidad de la capital. El 60% de los habitantes del país vive en las grandes ciudades. En ellas están presentes todos los grupos tribales. En Yaundé el movimiento es un puzzle de etnias diversas. Ciertamente hay diferencias, porque en esto consiste la fantasía de Dios, que es lo contrario del aburrimiento mortal que se daría si todos fuésemos idénticos. En lugar de ser un obstáculo, las diferencias en el seno de la comunidad asumen su valor y riqueza porque Cristo está presente. Estando juntos, la gente de la comunidad ha roto barreras y prejuicios que parecían infranqueables. Como he podido comprobar cuando acompañé a Marta, una chica de etnia Bassa’a que no había podido asistir al funeral de su padre por miedo a que la mataran (y aquí estas cosas suceden realmente). Después de 11 años volvió a su aldea para ver dónde estaba enterrado su padre. Cuántos insultos por parte de su madre: «¿Porqué vuelves a esa aldea, en donde sólo tendrás maldiciones y desgracias?» Aparte de ser una hija que no se casa, que no tiene hijos, que sigue más a estos amigos —que ni siquiera son de su etnia— que a su familia. ¡Qué escándalo!
O bien la existencia de la Tontina (sistema de ahorro mutual creado en el siglo XVII por el banquero napolitano Lorenzo Tonti, ndt.). Una vez al mes nos reunimos, y cada uno pone en la caja una suma de dinero establecida, y por turnos uno de nosotros se queda con todo el dinero. De esta forma se puede disponer de una cantidad de dinero considerable, que se puede rembolsar poco a poco y sin el miedo de que al guardar los ahorros en casa un ladrón pueda robarlos. Es una forma de ahorrar, nacida de la gente que vive nuestra experiencia, con una caja de socorro mutuo que interviene incluso en los momentos de alegría, cuando hay que celebrar una fiesta porque ha nacido un niño o alguien se casa. Y es, además, una forma de arriesgar juntos en el tema del dinero: las otras reuniones, normalmente, se hacen entre gente del mismo pueblo o de la misma tribu.
Cuenta Mireille: «Mirándolo bien, la educación que recibimos en el movimiento nos ayuda a no caer en la tentación étnica. Y esto se vuelve concreto a la hora de sostenernos como una única persona ante las situaciones de alegría o de dolor». De esta manera de concebir la realidad ha nacido la asociación Reunión de los Amigos Sin Fronteras (RASAF). Reúne a los amigos adultos del movimiento y a aquellos amigos que siguen de cerca nuestro carisma, nuestra forma de vivir. «Su finalidad es que la experiencia de CL nos ayude a cambiar de forma concreta lo que vivimos diariamente en todos sus aspectos, incluido el del dinero».
Nosotros, como dijo Pablo VI hablando de la Iglesia, somos una etnia sui generis.
Una vida que cambia. «Hijas e hijos de África, no tengáis miedo de creer, de esperar y de amar, no tengáis miedo de decir que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y que sólo por Él podemos ser salvados».
También aquí nuestra comunidad se encuentra inmersa en un ambiente y una mentalidad contrarias a Cristo. Las relaciones están marcadas por el escepticismo, la duda, la sospecha. Cuando volvemos la vista a los años que han transcurrido, vemos el largo camino que hemos recorrido. ¡Cuánta impenetrabilidad, cuántas habladurías, cuánta falta de confianza recíproca! Pero aquella semilla que don Giussani plantó en el Berchet está dando fruto también aquí, en las tierras de África. Cuenta Marthe: «Considerábamos privados algunos aspectos de nuestra vida (como tener un hijo, o conseguir un puesto de trabajo en el que ganar lo más posible). Nos faltaba el valor de juzgarlos a partir de nuestra pertenencia al movimiento: esto nos ha hecho comprender que éramos esclavos de la mentalidad común. Ahora ya no es así. El milagro es que la compañía nos sostiene en este desafío cotidiano».
Algunas personas se han adherido a la Fraternidad de San José: dos hombres y dos mujeres. Por una presencia humana excepcional, en la que han descubierto que Cristo es suficiente para vivir. «San José acogió el misterio que estaba presente en María y el misterio que era ella misma. Él la amó con ese gran respeto que es el sello del amor auténtico. San José nos enseña que se puede amar sin poseer». Sin poseer, y sin embargo teniéndolo todo. Sin miedo de ir contra las tradiciones, sin temer el escepticismo de los amigos o los insultos de los miembros de la familia. Una novedad absoluta.
La Escuela de comunidad. En sus palabras a la comunidad musulmana, Benedicto XVI ha vuelto sobre la cuestión de la relación fe-razón. «Religión y razón se refuerzan mutuamente».
En esta realidad en la que vivimos, todavía impregnada de magia, superstición y brujería, entender que la fe sin razón no tiene nada que ver con el hombre es una tarea irrenunciable para los cristianos.
La visita del Papa ha sido la ocasión de mirar nuestra comunidad y de sorprender los hechos que testimonian aquello en lo que nos estamos convirtiendo, dentro de nuestra sociedad, gracias al trabajo de Escuela de comunidad. Trabajo semanal, el jueves después de la Misa. Un momento que es cada vez menos un discurso y más el testimonio de un acontecimiento en acto.
Cuenta Pascal, hablando de los frutos de este trabajo: «Hay dos cosas que impresionan a los que nos conocen: la forma de vivir el trabajo y de construir una familia, que son dos momentos típicos en los que se expresa la concepción que uno tiene de la vida. Yo doy clase en un liceo de Yaundé. Con el director que había antes tenía una relación de colaboración muy estrecha. Me apreciaba mucho y me encargaba trabajos importantes. Pero cambiaron el director, y mis colegas trataron de dejarme mal ante el nuevo director, para poderme “quitar” el puesto. Pero después de algún tiempo el nuevo director tuvo que reconocer que podía fiarse de mí. Y que yo no trataba de lucirme para hacer carrera, sino por una pasión por mi vida y por la de los chicos. Si no tuviese pasión por mi vida no podía tenerla por la suya. Esto lo aprendo los jueves, en la Escuela de comunidad».
Es lo que le ha pasado a su mujer Hélène. Ella y Pascal se casaron por la Iglesia muy jóvenes. Un sacerdote que les conocía les había dicho: «Sois jóvenes, esperad un poco para casaros, nunca se sabe…».
Hoy Hélène cuenta: «Una vecina del barrio en el que vivimos desde hace dos años, al ver cómo estamos juntos y cómo estamos educando a nuestros cuatro hijos, nos ha dicho: “Cuando os veo pienso en la Sagrada Familia”. Pero nosotros no hacemos nada de extraordinario. Vivimos con sencillez lo que hemos encontrado, lo que aprendemos en la Escuela de comunidad».
«La semilla de su presencia está en el fondo de los corazones de este querido continente y germina poco a poco más allá y a través de los avatares de la historia humana de vuestra tierra». Palabra del Papa.
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