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Huellas N.8, Septiembre 2001

MEETING

El sentimiento de las cosas, la contemplación de la belleza

Marco Bona Castellotti

A propósito del título del Meeting de Rímini 2002

«Cuando el sueño se aleja de la presa, el primer sentimiento que debe invadir es el sentimiento de las cosas». Esta reflexión, tan viva y fascinante pertenece a un comentario de don Giussani a un himno de las Laudes del monasterio trapense de Valserena, publicado en uno de sus libros más bellos: Toda la tierra desea ver tu rostro. ¿Qué se entiende por sentimiento de las cosas? La capacidad del hombre de tomar conciencia amorosa de cuanto le rodea. El sentimiento de las cosas no es un ejercicio intimista del ánimo, sino un estadio del conocimiento de lo real. El sujeto “que siente” se ve transportado sensiblemente hacia el objeto, por tanto, hacia la realidad de las cosas, y asume de inmediato una actitud de espera. Las cosas invaden su mirada y su mente, penetran con la misma fuerza del impacto que se suscitaría si abriera los ojos por primera vez. El corazón de este “observador”, ávido de verdad, dispuesto a conmoverse, está en un estado de alerta febril. El sentimiento amoroso hacia las cosas es la condición para su conocimiento y también para el reconocimiento, dentro de la realidad, del valor que originariamente se desea: la belleza. Pero, ¿qué es la belleza? ¿Cuáles han sido las innumerables definiciones que de ella han dado las distintas culturas? Es un tema muy complejo. No sólo en la tradición cristiana, lo bello se considera en relación con la verdad y el bien. Si la belleza es conforme a la verdad, no puede sino estar en consonancia con naturaleza y razón; por tanto, para el pensamiento cristiano-católico, que desde San Agustín a Von Balthasar interviene repetidamente sobre el argumento, la belleza, ontológicamente ligada al Ser creador, se refleja en lo creado como esplendor de la verdad. De este modo adquiere consistencia y concreción. No es una realidad efímera y transitoria, es algo que mueve éticamente la libertad del hombre. Entre ética y estética el parentesco es estrechísimo y en la contemplación de la belleza todo acto moral es vivido más intensamente, porque «el entusiasmo que nace de la belleza es incomparable a aquel que nace de la dedicación».

Del sentimiento de las cosas al reconocimiento de la belleza sólo hay un paso. Si se mira la realidad con amor, la belleza no puede permanecer escondida, sale a la luz. Este paso culmina en la contemplación, palabra caída en desuso y referida erróneamente a procesos espiritualistas de sublimación, carentes de consistencia cognitiva.

La vida contemplativa no se contrapone a la vida activa, más bien la integra e ilumina. Contemplar la belleza significa reconocer racionalmente la naturaleza revelada e incorrupta. Contemplación es sinónimo de estupor, cuando el estupor no es mera reacción sentimental. En la contemplación permanece una tensión racional que se traduce en una mirada lúcida, conmovida, capaz de descubrir la belleza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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