Un traje impecable, una camisa que sólo un Agnelli podría llevar; un comportamiento y un tono de voz que parecen llevar el sello de la elegancia propia de una sólida dinastía. Viernes, 24 de agosto, Umberto Agnelli encara un auditorio plagado de jóvenes en el Meeting de Rímini. El periodista televisivo Mauro Mazza dirige con bravura la “danza” de una entrevista “todo terreno”. El presidente de FIAT Italiana pasa de las respuestas acerca del papel histórico de su empresa en Italia a la Juventus; de la trama de las razones económicas de la gran industria, a la de la pequeña y mediana empresa; de la función que pueden tener las empresas sin ánimo de lucro a la flexibilidad del nuevo mercado de trabajo. Parece la rueda de prensa de algún grand segneur - como dicen los franceses - con la distancia impuesta por una antigua educación y esa pizca de convencimiento que siempre debe demostrar un gran capitán de la industria y las finanzas.
Pero quizás, entre la asamblea de los jóvenes y de los que observan, hay quienes piensan que algo está a punto de suceder y que ese formalismo caerá como por encanto. Mauro Mazza es un cazador que con sus preguntas lleva a Umberto Angelli al corazón del encuentro. «No quisiera herirle, presidente...» - dice Mazza, y Angnelli, como toda la asamblea, parece conocer ya la pregunta. Se la espera, sabía, probablemente desde que puso el pie en el Meeting, que le harían esa pregunta - «Hace cuatro años usted perdió a su hijo, Giovanni, quien estaba destinado a ser el futuro líder de la FIAT». Todo el mundo recuerda aquella tragedia: ese buen muchacho, moreno, con poco más de treinta años, cuya vida se vio truncada por un cáncer. La reservada discreción de la vida de Giovanni sólo se había roto cuando contrajo matrimonio con una chica americana, después de que se hubiera comunicado oficialmente su enfermedad. El último domingo de su vida fue al estadio a ver un partido y concedió una veloz entrevista a la televisión. Tanto su muerte como el funeral se desarrollaron al más puro “estilo Agnelli”. Los grandes titulares de los periódicos y los telediarios se toparon con la discreción de los comunicados oficiales y una ceremonia sin invasiones periodísticas. Después, nada más, ni siquiera una mínima alusión en cuatro años.
Pero aquí, en el Meeting, ante los jóvenes que se están preparando para plantear todo tipo de cuestiones, Umberto Agnelli habla públicamente, por primera vez, de la muerte de su hijo y de su dolor de padre: «Giovanni fue para mí, desde el principio, un hijo al que estaba estrechamente ligado. Desde que fue a la universidad se convirtió en un amigo con el que mantenía un intenso diálogo. Cuando faltó en mi vida, la herida fue muy profunda». Agnelli vence un momento de conmoción, recurriendo a todo lo que le han enseñado en su vida, y habla de esa enfermedad «que tiene continuos altibajos». Después de una pausa, retoma la conversación: «Pero querría añadir algo. Su confesor me contó que dos o tres meses antes de morir, Giovanni le dijo estas palabras: “Padre, yo tengo muchas ganas de vivir y espero poder hacerlo, pero si el Señor decidiese lo contrario quiere decir que lo hace por mi bien”. Yo trato de adaptarme a lo que él dijo, aunque me resulta muy, muy difícil y la herida sigue siendo profunda».
El escenario del Meeting parece suspendido por un momento; después se desata un aplauso de conmoción y agradecimiento. El segundo “pez gordo” de la FIAT ha compartido con los chicos del Meeting su gran dolor. No es un gesto sin importancia. La hermana de Umberto Agnelli, Sussan, en un libro de memorias, recordaba lo que siempre repetía a los muchachos Agnelli su institutriz inglesa sobre cómo debían comportarse frente a las alegrías y los dolores: «Don’t forget you are an Agnelli», no os olvidéis de que sois Agnelli. Umberto Agnelli no ha olvidado aquella lección, pero la ha cargado de significado. Como tampoco ha olvidado qué quiere decir ser un gran hombre.
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