El padre Berton, Ana Lidia, Elio, Giulia... Hombres y mujeres, religiosos y laicos, que entregan su vida en los países más dramáticamente remotos de la Tierra. Éstas son sus historias en el ciclo de encuentros “Sobre el Grupo de los 8 (G8): obras a prueba, a análisis”, en colaboración con AVSI
El G8 y los anti G8, globalización y antiglobalización: en Rímini se habla de pobreza y de desarrollo, de Sur y de cooperación, a través de las historias de hombres y mujeres, religiosos y laicos, que comprometen cada día su vida en los lugares más recónditos del mundo. Es el ciclo «Sobre el G8: obras a prueba», realizado en colaboración con AVSI y CESAL.
«Hasta ahora se ha discutido sobre el Tercer mundo, en cambio es preciso escuchar al Tercer mundo», decía el presidente de la Compañía de las Obras, Giorgio Vittadini, en un encuentro con periodistas al principio de la exposición. «El movimiento antiglobalización - explicaba - es un fenómeno europeo y americano. Aquí vamos a escuchar a los pobres de Uganda y de Kenia que luchan contra el SIDA, a los chavales de los suburbios de Bahía, a los jóvenes de Kazajstan que quieren un trabajo. Saldremos de estos encuentros con algunas ideas más. Nosotros, y también los antiglobalización.
La historia del P. Giuseppe Berton, franciscano de Marostica (Vicenza), no es nueva para muchos de los que le escuchan. Pero no cansa escuchar a alguien que desde hace 30 años da su vida por la gente de Sierra Leona, una parte de África donde desde el 91 sólo hablan las armas y donde los niños se convierten en despiadados soldados. Una implacable violenta, un horror dentro del horror, ante al cual este misionero jamás se ha resignado, llegando incluso a negociar personalmente con los jefes militares. «Por suerte tengo el pelo blanco», cuenta a los asistentes al Meeting, «y allí todavía se respeta a los ancianos». El padre Berton bromea, pero ha arriesgado la piel en más de una ocasión. Señala que la palabra decisiva sobre esta y otras tragedias del mundo es ‘perdón’. «Me conmovió escuchársela pronunciar a una mujer - recuerda - que una mañana vio pasar por la calle al hombre que había exterminado a su marido, hijos y familiares, hábilmente “reciclado” en el bando de los vencedores». Por otra parte, todo lo que se puede hacer en estos lugares se hace por la fe que tenemos en un perdón más grande que ya se nos ha dado. Sin fe habría dicho miles y miles de veces: ¿Qué hago yo aquí?».
Después la brújula del Meeting empieza a señalar hacia Sudamérica. Está Brasil, del que Enrico Novara, responsable de AVSI, nos cuenta temibles desequilibrios. País enorme, rico en todo, octava potencia económica mundial, «pero donde el 20% más rico es 35 veces la renta media del 20% más pobre». Un país donde 32 de cada 100 ciudadanos viven por debajo del umbral de la pobreza. «Estamos presentes en Sao Paulo, Río, Belo, Salvador de Bahía, Brasilia, Manaus - cuenta-; hay más de 15 escuelas de educación infantil y para los jóvenes de 0 a 14 años. Este año se han inscrito en los cursos de formación profesional más de 2000 personas». Se trabaja para sanear las favelas de Belo, en Río, mientras que en Salvador de Bahía se trabaja en un gran proyecto - sostenido por el gobierno italiano y el Banco Mundial - que intenta organizar con dignidad y salubridad a 100.000 personas, de las cuales más de 8.000 viven en palafitos (chabolas en el agua). «Más que los números, nos interesa permanecer fieles a las relaciones con las personas, al ideal que hemos de trabajar con las personas».
Ana Lydia Sawaya trabaja en el Centro de Educación Nutricional de la Universidad de Sao Paulo: «La desnutrición es la etiqueta, el signo de la pobreza más grande». Hace 30 años apenas eran 87.000 las personas que vivían en las favelas, hoy son 2 millones. Ana, una brasileña que encontró el carisma de un sacerdote educado en la Brianza católica, relata su relación con la globalización: «Me viene a la mente algo que dice don Giussani - cuenta - y es que en todo lo que hace el hombre parte siempre de un deseo de bondad, de verdad y de justicia. Y así habrá sido seguramente en el asunto de la globalización, probablemente en este caso por un deseo de comunicación. Después - explica Ana Lydia -, algunos se dieron cuenta de que en este proceso existía la posibilidad de la explotación». Monseñor Diarmuid Martín, observador permanente de la Santa Sede en la ONU de Ginebra comenta cómo la globalización se juzga desde los principios de la Doctrina Social: «Respeto a la dignidad de cada persona, conciencia de que Dios ha creado la humanidad como familia y por tanto, respeto a la armonía de todo lo creado. No puede haber verdadero progreso sin la combinación de los tres». Una lección para determinados teóricos de la virtud salvífica del mercado y de los poderes taumatúrgicos de la Organización Mundial del Comercio.
Se vuelve al tema de África para contar qué significa dar la vida por la obra de Otro. Piero Corti narra una vida dedicada a salvar a los desamparados de toda clase de enfermedades, operando en medio de la guerra, arriesgando cotidianamente la vida. Una vida que su mujer ha perdido de verdad, contagiada por el virus del VIH durante una intervención quirúrgica. Su St. Mary Hospital en Lacor se ha convertido en fortaleza contra la nueva epidemia. Aunque no sólo. En otoño de 2000, en el distrito norte de Uganda donde se encuentra el hospital, empezó a asomarse el Évola, virus letal.
Elio Croce, comboniano de Moena (Trento), uno de los sanitarios que ha permanecido en el hospital en medio de la muerte aparentemente imparable, nos cuenta la lucha contra esta nueva emergencia. No ha flaqueado, a pesar incluso de que 14 sanitarios del St. Mary hayan muerto. «A lo largo del año 2000 se ha atendido a 17.000 pacientes, se han realizado otras 170.000 visitas de ambulatorio, se han efectuado 2.500 intervenciones quirúrgicas de importancia y 84.000 vacunaciones», cuenta con detalle. Pero más que los datos estadísticos, al auditorio le impresiona el elenco de todos los que, sean laicos o religiosos, han decidido permanecer allí. Fray Elio se acuerda de todos. De Marina, responsable de enfermeras, que terminado su turno en Lacor, ha decidido continuar; de Sor Miriam, originaria de la Val Tellina, que dirigía la lavandería; de Sor Dorina, médico de Varese, llegada de su misión nada más tener noticia de la epidemia; de Sor Giovanna; de Sor Fausta. Historias de fe, historias de amor a lo humano, incluso a lo humano horriblemente herido por la enfermedad y el sufrimiento.
La misma fe ha inspirado, a no muchos cientos de kilómetros, una ayuda operativa a la población local. Es la historia del Instituto St. Kizito de Nairobi, donde se enseña a trabajar a los jóvenes keniatas. En un país en el que la mitad de la población vive en el umbral de la pobreza y en el que cada vez más jóvenes no alcanzan ni siquiera el nivel mínimo de educación (hay un 30% de analfabetismo), formar a cualquiera significa plantar la semilla para el desarrollo, construir las bases para romper el asedio de la miseria. Henry Kamande y Paolo Sanna, director y profesor de instituto respectivamente, afrontan esta revolución cada día. Sus alumnos vienen de los barrios más pobres de la capital. «No nos centramos solamente en los conocimientos técnicos - aclaran - sino sobre la persona en cuanto tal. Los estudiantes deben empezar con una certeza de amor y de libertad cada día». Con este mismo espíritu otros han empezado a construir obras. Como Stefano Montacini y Michele Montagna. El primero es el responsable de AVSI en el país y ha acertado al involucrar al segundo, amigo suyo de la fraternidad de Pésaro. Juntos han puesto en marcha una fábrica de muebles, justo al lado de la escuela de formación. «Aquí se hace el mueble típico de Bassano, ¿qué otra cosa quieres hacer en Kenia?», bromea Michele. Arte pobre y madera tallada. Impresiona ver a 80 personas que discuten de albaranes y pedidos, cortan sus piezas, las lijan y rematan». Sí, porque no es fácil enseñar a trabajar en el corazón de África. Lo mejor suele ser trabajar con las personas. Nos lo explica Stefano: «Trabajar con las personas ayuda a evitar partir de proyectos teóricos en vez de partir de las necesidades reales y pone fuertemente en juego su libertad y la tuya».
Solidaridad y trabajo se entrelazan también en el corazón de las estepas de Kazajstan. El problema es que aquí la misma noción de trabajo fue erradicada durante 70 años de comunismo y ahora, que el país se ha despertado de este larguísimo letargo, es duro reemprender el camino: empresarios sin escrúpulos, condiciones de trabajo difíciles, horarios agotadores. Alrededor de un grupo de sacerdotes católicos, entre Alma Ata y Karaganda, arraiga esa amistad que nos reclama al carisma de don Giussani. Don Eugenio Nembrini habla de gente cambiada, tocada, que pide el bautismo, que abraza el cristianismo y se pone manos a la obra. Allí están empezando a implantar en mitad de las estepas una fábrica de bombas de bicicletas, que habían cerrado los que combatieron en Italia, o también una agencia de viajes para apoyar a los empresarios italianos que los de la Compañía de las Obras - contra toda esperanza razonable - conducen hasta allí.
Giulia Sysueva y Xon Liubov relatan el nacimiento de la Iglesia y el surgimiento paralelo, a través de las mismas personas, de una manera nueva de trabajar y de relacionarse con el trabajo. El trabajo no es ninguna maldición o brujería, sino expresión de uno mismo. «El encuentro con el cristianismo es el encuentro con una persona concreta - explican -; y como el trabajo es lo que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo, por tanto, de nuestra vida, lo primero que ha cambiado es nuestro modo de concebirlo. Hemos empezado a descubrir que se puede crear un lugar de libertad en un sistema sin libertades».
Pero no es necesario irse a las grandes extensiones asiáticas para imaginar esta reconstrucción de lo humano en la que hombres y mujeres están comprometidos. Desde el 95, por ejemplo, voluntarios de AVSI están presentes en los vecinos Balcanes. Como cuenta Giampaolo Silvestri son más de 100 los que han trabajado entre Albania, Kosovo y Serbia, ayudando a unas 50.000 personas, reconstruyendo 400 casas y 3 escuelas. «Siempre hemos intentado movernos según un criterio de subsidiariedad - explica -. Nuestras intervenciones buscan, por tanto, hacer nacer y desarrollarse realidades locales, no gubernamentales, asociaciones, personas que trabajen juntas, incluso realidades dentro de la Iglesia que comienzan a responder a las necesidades». Una constante ayuda de fondo ha sido el sostén de la Iglesia. «En esta región, donde a menudo la etnia se confunde con la pertenencia religiosa - aclara Silvestri -, a través de la Iglesia católica estamos ayudando a las viudas musulmanas de Kosovo; en la escuela para la Europa de Sarajevo la mayor parte de los estudiantes no son católicos. Y después está la ayuda a las familias ortodoxas en Serbia, la educación de niños de todas las etnias y religiones en Albania».
Que la paz es difícil lo testimonia monseñor Franjo Komarica, obispo de Banja Luka. Aunque ya hace casi unos cinco años de los acuerdos de Dayton, casi la mitad de los católicos de Bosnia-Herzegovina vive lejos de su tierra. «En mi diócesis faltan todavía dos tercios de los católicos. De los 70.000 presos y refugiados sólo han podido regresar 1.488 personas - dice el prelado -: es un resultado verdaderamente negativo para la política internacional y local».
La Iglesia como factor de reconstrucción de lo humano es el punto central del encuentro que se refiere a Perú. Aquí, en la nueva diócesis de Carabayllo, en la zona norte de Lima, la capital, Lino Panizza, fraile capuchino italiano que lleva treinta años en el país andino, conoce a Andrea Aziani y a Dado Peluso, compatriotas suyos que han abierto una casa de Memores Domini. Una vez nombrado obispo de dos millones de almas, de las cuales unas 600.000 tienen entre 14 y 25 años, monseñor Panizza percibe cómo prioritario el problema de la educación de tantos jóvenes. «Sí, porque de estos, menos del 1% llega a la Universidad, y apenas 5 de cada 100 llegan al bachillerato». Con sus amigos de CL italo-peruanos, Panizza empezó a discutir sobre la posibilidad de un ateneo para los jóvenes de Carabayllo. Desde febrero de 2000, la presencia de la Iglesia y la posibilidad de un desarrollo humano en medio de barrios con un crecimiento tumultuoso en los últimos 50 años, está en este Ateneo que abre sus puertas cada día a 1400 estudiantes. Le han dado el nombre de Sedes Sapientiae. «Tenemos dos facultades - explica monseñor Panizza -: Ciencias de la Educación , de la que es decano el profesor Gian Corrado Peluso, y Ciencias Económicas, bajo la dirección de la profesora Clara Caselli». C. Caselli está en Lima gracias a un convenio con la Universidad de Génova, donde enseña: pasa ocho meses al año en Perú y cuatro en el ateneo ligur. Por otro lado, vinculado a la facultad de Económicas se ha puesto en marcha, en colaboración con CESAL, un centro de asesoría empresarial para formar y orientar a jóvenes que pretenden crear su propia empresa.«Esperamos poder abrir dos nuevas licenciaturas - dice el obispo -, una para formar políticos que sepan permanecer fieles a cuanto creen, y una segunda para formar profesionales de la información que tengan como principio mantenerse fieles a la verdad». De este modo, siglos después del nacimiento de los primeros ateneos, este obispo y sus amigos construyen un lugar fiel a la misma etimología de la palabra ‘universidad’: unum-vertere, es decir, llevar a la unidad, a Uno, toda la realidad que se investiga por pasión.
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