El mensaje que el cardenal Angelo Sodano ha enviado, en nombre del Papa, al obispo de Rímini con ocasión del Meeting 2001
Excelencia Reverendísima:
Su Santidad, acogiendo la petición que le han dirigido los organizadores, dirige su pensamiento lleno de buenos deseos a los promotores y participantes en el Meeting para la Amistad entre los Pueblos, que alcanza este año su XXII edición. Él encarga a Vuestra Excelencia que sea para ellos intérprete de sus sentimientos y de su vivo aprecio hacia esta próvida iniciativa cultural y religiosa.
«Toda la vida pide la eternidad»: la frase que da título al interesante simposio es un sugerente compendio de los temas sobre los que se intenta llamar la atención. La idea toma y expresa un aspecto central de la naturaleza humana, a saber, la sed de plenitud de vida que habita en ella. Cuando el ser humano se detiene a reflexionar, no puede menos que advertir la brevedad de su existencia, marcada por el dolor y el límite. Tales experiencias le recuerdan su incapacidad de realización completa y de obtención con sus solas fuerzas de aquello para lo que se siente hecho. De ahí viene ese grito al que los espíritus más penetrantes han dado voz con dramática intensidad en todas las épocas de la historia; de ahí la súplica de eternidad, que brota desde lo más íntimo de nuestra experiencia de hombres en camino hacia ella.
«Toda la vida pide la eternidad». Al tiempo que remueve profundamente el corazón del hombre, el tema del Meeting de este año interpela con eficacia a la mentalidad actual tratando las cuestiones nucleares que hoy se debaten. Dichas cuestiones, a través de los medios de comunicación y de la actividad legislativa de muchos estados, están destinadas a despertar siempre el mayor interés de la opinión pública. Baste pensar en las expectativas que suscitan los progresos en los descubrimientos científicos en el campo de la ingeniería genética y en los problemas sin resolver que acompañan a los mencionados desarrollos. Todo ello se discute apasionadamente a todos los niveles con la perspectiva de que pronto sea posible dotarse de los instrumentos necesarios para lograr un alargamiento de la existencia, eliminando el dolor, la enfermedad y la imperfección física.
A propósito de esto, se puede observar una paradoja: la de la vida que niega la eternidad. Efectivamente, por un lado, cuando la ciencia se utiliza como instrumento que tiende a no reconocer más limitaciones que las que ella misma fija, el hombre se inclina a situarse como dueño absoluto de la realidad. La búsqueda de una vida “completa”, es decir, privada de las limitaciones que la definen, viene acompañada, implícita o explícitamente, de un rechazo de la trascendencia.
Esta paradoja tiene sus raíces en una visión que excluye cualquier intervención divina en la naturaleza y en la historia. Se trata de una concepción del mundo muy diferente de la judía y cristiana. Para esta última, Dios no está separado del mundo ni está confinado en una “eternidad” de impasible indiferencia, sino que interviene en el devenir del universo, se interesa por lo que el hombre vive, dialoga con él, le cuida. Todo ello viene testimoniado por la historia de Israel, largo camino de maduración de esta relación, y alcanza su total realización en Jesús, «nacido de mujer» (cfr. Gal 2,20) para conducir a todos los hombres, a cada hombre, a la salvación. Así, la eternidad no es una mera a-temporalidad descriptible en términos puramente negativos como aquello que tiene las características opuestas a las de la realidad temporal. El espíritu humano no pide que el instante presente sea prolongado indefinidamente, sino que aspira a un amor en el que no haya lugar para el miedo de perder al Amado. Si el límite de la vida terrena no se puede eliminar, a pesar de la contribución enorme que la ciencia puede ofrecer para aliviar los sufrimientos y el dolor, entonces la criatura humana necesita tener experiencia real de la compañía del Eterno dentro del límite.
Quien conoció a Jesús en los caminos de Palestina, encontró en Él la respuesta a tales interrogantes existenciales. Por ello, los discípulos del Nazareno recorrieron el mundo guiados por el Espíritu Santo proclamando que sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Su anuncio nos ha alcanzado a nosotros a través de los siglos y sigue fascinando a hombres y mujeres de toda condición. En el anuncio del discípulo, es Cristo mismo quien ofrece a quienes le abren su corazón la posibilidad de penetrar en el sentido de la existencia fugaz y de sondear el misterio de la eternidad.
El deseo del Santo Padre es que el próximo Meeting, con sus múltiples actividades, contribuya a poner en evidencia un aspecto importante de la existencia, bien sintetizado en el lema “Toda la vida pide la eternidad”. Además, espera que los días del Congreso sean una ocasión propicia de profundización de la fe cristiana y proficua palestra de diálogo con la cultura contemporánea. A tal efecto, Su Santidad asegura un recuerdo especial en la oración y envía a Vuestra Excelencia, a los promotores, a los organizadores y a todos los participantes, una especial Bendición Apostólica.
Uno mis personales auspicios de éxito completo para el Meeting y aprovecho la circunstancia para reiterarles mis sentimientos de cordial respeto.
Card. Angelo Sodano
Segreteria di Stato
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