Apuntes de las palabras que don Giussani dirigió a las Asambleas de los Responsables de CL, celebradas el 6 de marzo y el 4 de abril de 2001
Lo que más me gusta, lo que me resulta más fácil de comprender y más difícil de realizar, es que el movimiento se identifica con nuestra vida: nuestra vida y el acontecimiento.
Acontecimiento. Se podría explicar así: nuestra vida y el acontecimiento son como un espacio que hay que llenar, y cuantos más pasos demos, tanto más sugestivo será nuestro empeño, que nos persuadirá y nos hará vencer toda resistencia, incluso la más negativa.
Igual sucede con nuestros límites; todos los límites se esfuman ante la imperiosa voluntad del corazón. La voluntad del corazón, a su vez, es algo verdaderamente grandioso cuando uno comprende que el compromiso está todo en la oración.
El movimiento es nuestra plegaria objetivada.
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Estoy aquí desde el comienzo, escuchando lo que habéis dicho hoy y que es conmovedor porque es justo; es justo y bello. Sobre todo, me alegra ver a don Pino tan ensimismado con la responsabilidad que Dios me ha asignado.
Lo que yo destacaría - ¡que la Virgen interceda ante Dios para que se me conceda vivirlo! - es que nuestro origen tiene muchas implicaciones que nuestra atención aún no conoce bien y que nuestras convicciones todavía no contemplan.
La identidad entre el origen y la pertenencia, que acaba de subrayar Giancarlo Cesana, es realmente importante. Origen y pertenencia: lo que se manifiesta expresa algo que pertenece a lo que expresa.
Este dato produce un cambio realmente llamativo. Esta observación nos cambia: derriba los muros que cercan la conciencia que tenemos de las cosas, porque zarandea - desde cierto punto de vista - la seguridad de la sensación que tenemos de nosotros mismos.
La respuesta al interrogante sobre qué es el «yo» implica la apertura misteriosa que caracteriza la relación entre yo y el pueblo: yo soy mi pueblo, de mí nace aquello que me posibilita y me hace capaz de colaborar con el Misterio que lo hace todo. De esta manera el Misterio actúa en la tierra, actúa en mí.
La dimensión del pueblo está en el origen de nuestra actitud, de nuestra aceptación o reconocimiento de lo que somos.
Precisamente porque nuestro origen coincide con una pertenencia que se va desvelando, origen y pertenencia definen el espacio que tratamos de describir. Antaño, un judío no habría puesto ninguna objeción a esto: uno era el pueblo dentro del cual había sido escogido.
En fin, en primer lugar debemos prestar atención a cómo se tambalean nuestras seguridades, las que tenemos o las que tendríamos en nuestra vida. A menudo consideramos al “yo” como fuente de sí mismo, como fuente de la consideración que uno tiene de sí mismo, o de nuestras reacciones ante lo que sucede; en cambio el “yo” es una realidad que nace de una epopeya. Nadie puede hablar de la tierra, del sol o de una estrella, y ahondar en todo su sentido, sin reparar en el valor “astronómico” de nuestras observaciones.
Madurar sin llegar al final es como crecer sin crecer. Digo “final” porque la madurez llegará cuando lo eterno se identifique con el acontecimiento, ante nuestros ojos, corazón y mente.
El yo y el pueblo.
Gracias por lo que sois.
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