Notas para orientar el trabajo sobre el primer capítulo de Crear huellas en la historia del mundo, que durante algunos meses será el texto para la escuela de comunidad
«El acontecimiento es un misterio, pero un misterio al que podemos referirnos para explicar el origen existencial de todo» (L. Giussani, «Carisma e historia», Huellas, n 2 - 2001, p.II)
Al final del trabajo de escuela de comunidad sobre El Sentido Religioso se presentaba la gran hipótesis de la revelación como la imprevista iniciativa del Misterio mismo para responder al grito del hombre por un significado, al anhelo de una salvación y de una seguridad en su camino hacia el Destino.
La hipótesis de la revelación, de la irrupción de Dios en la existencia del hombre hasta identificarse con un particular histórico, implica un cambio radical del método para afrontar el problema del propio destino: «... la revelación no es el término de una interpretación de la realidad que el hombre haga, un resultado que logre la naturaleza del hombre en busca de su significado; por el contrario, se trata de un posible hecho real, de un eventual acontecimiento histórico. Un hecho que el hombre puede o no reconocer » (El Sentido Religioso, p. 205).
Antes de afrontar sistemáticamente los factores que hacen razonable reconocer la aparición y la afirmación en la historia de la pretensión de Cristo, que dice ser la respuesta totalizante al grito de toda nuestra humanidad, es necesario detenerse con particular atención en la novedad misma del método elegido por Dios para comunicarse al hombre y en la dinámica existencial implicada en él.
Hemos decidido, por eso, trabajar durante algunos meses el primer capítulo de Crear huellas en la historia del mundo, «El acontecimiento cristiano como encuentro», utilizándolo como una larga introducción que nos permita afrontar el segundo y decisivo volumen del Curso Básico de Cristianismo, Los orígenes de la pretensión cristiana.
Es necesario, antes de nada, dar razón de la dificultad que se vive hoy en día a la hora de reconocer la novedad de esta iniciativa del Misterio como hecho real en la vida del hombre. En segundo lugar, es oportuno aludir a los cuatro puntos fundamentales que describen en el primer capítulo la dinámica del acontecimiento cristiano.
PREMISA
Contexto y una dificultad: la confusión entre sentido religioso y fe
«Hoy sólo unos pocos viven del hecho de que Cristo exista. ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Cuál es el camino para ir a Él?, casi como un resto de Israel estos pocos sufren a menudo la influencia o el bloqueo de la mentalidad común» (Luigi Giussani, «Vivir lo real», en Huellas n. 1-1999, p. 13). Esta observación saca a la luz el contexto histórico que dificulta la comprensión del carácter original de la propuesta cristiana.
Observa que la palabra acontecimiento es «la palabra más difícilmente comprendida y aceptada por la mentalidad moderna y, en consecuencia, también por todos y cada uno de nosotros. De todo el lenguaje cristiano, nada se percibe con mayor resistencia» (Crear huellas..., p. 27). Por eso «lo más difícil de aceptar es que sea un acontecimiento lo que nos desvela a nosotros mismos, la verdad de nuestra vida, nuestro destino, lo que despierta en nosotros la esperanza y la moralidad» (p .27). Esta dificultad no existe sólo por la fragilidad de nuestra naturaleza, de nuestro “yo” fragmentado, que cae continuamente dentro de un horizonte limitado de nuestra existencia, sino también por una «confusión sistemática que se persigue de forma intencionada». Tal confusión tiene que ver con el modo de afrontar la verdad del origen y de la finalidad de la propia vida, privilegiando la instintividad del sentimiento y las construcciones de la imaginación antes que la sencillez que reconoce una Presencia decisiva para la existencia. Es la confusión intencionada entre sentido religioso y fe: «Para el hombre moderno la “fe” no es generalmente más que un aspecto de la “religiosidad”, un tipo de sentimiento con el que vivir la inquieta búsqueda de su origen y su destino... La entera conciencia moderna se agita para arrancar del hombre la hipótesis de la fe cristiana y para reducir ésta a la dinámica del sentido religioso y al concepto de religiosidad, y esta confusión penetra también, por desgracia, en la mentalidad del pueblo cristiano» (p. 30).
1-El acontecimiento cristiano
El primer capítulo del evangelio de Juan, con la descripción fascinante del encuentro de los primeros discípulos, Andrés y Juan, con Jesús, «documenta la forma sencillísima y profunda con la que brotó el cristianismo en la historia: un acontecimiento humano que sucede, el encuentro con el hecho de una presencia excepcional» (p. 21). Éste «se presenta como el método elegido por Dios para revelarle al hombre él mismo, para despertarle a una claridad definitiva respecto a los factores que le constituyen, para abrirle al reconocimiento de su destino y sostenerle en su camino hacia él, para convertirle dentro de la historia en sujeto adecuado de una acción que lleve consigo el significado del mundo» (p. 23).
Pero, ¿qué entendemos con la palabra ‘acontecimiento’? ¿Qué consistencia y qué significado tiene? Podemos afirmar, con el filósofo francés Finkielkraut, que éste es el método supremo del conocimiento, profundamente unitario, método a través del cual el “yo” se abre a una continua novedad. Con el acontecimiento entra en nuestra vida algo nuevo, no previsto, no definido con anterioridad, no producido por nosotros como resultado de un designio a realizar. «‘Acontecimiento’ indica, pues, lo contingente, lo aparente, lo que puede experimentarse en tanto que aparente, lo que ha nacido del Misterio como un dato, no en el sentido científico, sino en el sentido profundo y original de esta palabra: “dato”, lo que es dado. Acontecimiento es, por consiguiente, un hecho que surge en la experiencia revelando el Misterio que lo constituye» (p. 27).
2-El encuentro, forma del acontecimiento
Para hacerse reconocer «Dios entró en la vida del hombre como un hombre, en forma humana, de modo tal que el pensamiento y la capacidad imaginativa y afectiva del hombre se vieron como “bloqueados”, imantados por Él. El acontecimiento cristiano tiene la forma de un “encuentro”: un encuentro humano que tiene lugar dentro de la banal realidad cotidiana» (p.31).
Para cada uno de nosotros, como para Andrés y Juan con Cristo, «el encuentro consiste en toparse con algo distinto que atrae porque corresponde al corazón; pasa, en consecuencia, por la comparación y el juicio de la razón, y suscita el afecto de la libertad» (p.33). De esta forma, el encuentro, que es un hecho histórico, tiene una fecha y una hora precisas, señala el inicio de un camino, «se convierte con el tiempo en la forma que adquieren todas mis relaciones, la forma verdadera en que miro la naturaleza, en que me miro a mí mismo, a los demás, todas las cosas» (p.35). «El encuentro con el que empezó nuestro camino tiene las mismas características: es definitivo y totalizador, de modo que todos los aspectos particulares de la historia que vivimos forman parte de él» (p.34).
3-La fe es parte del acontecimiento cristiano
¿Qué significa verse alcanzado por el encuentro con la presencia excepcional de Cristo? ¿Qué juicio brota de la correspondencia experimentada por el corazón en el hallazgo de su excepcionalidad? La fe «es la actitud del que se ha visto alcanzado por el acontecimiento cristiano, lo reconoce y se adhiere a él» (p.35), y nace como sencillez en el reconocimiento de la novedad, de la excepcionalidad de una Presencia relacionada con el propio destino. «La fe forma parte del acontecimiento cristiano porque es parte de la gracia que representa el acontecimiento mismo, parte de lo que es éste mismo» (p.38). La posibilidad de que el hombre reconozca la presencia de Cristo se da porque Cristo mismo «vivifica en mí la capacidad de captar y reconocer su carácter excepcional. Y así, mi libertad acepta ese acontecimiento, acepta reconocerlo» (p.38).
El reconocimiento de quien está conmovido por el encuentro es un acto de la razón, un juicio y no un sentimiento o un estado de ánimo. La fe representa el cumplimiento de la razón humana, «florece sobre el límite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia a la que el hombre se adhiere con su libertad» (p.39). Así la fe es un reconocimiento amoroso, porque se deja determinar totalmente por el objeto, por la Presencia reconocida en su excepcionalidad: «es un conocimiento amoroso, sencillo y sin equívocos, que implica un apego [...] es el yo entero, con su inteligencia y afecto, lo que se mueve en este reconocimiento lleno de amor» (pp.39-40). Este apego a Cristo presente se resuelve por entero, por parte del hombre, en la petición de adherirse a Él.
4-Acontecimiento e historia: un Hecho en el presente, un Hecho en el pasado
El acontecimiento del encuentro con Cristo hoy, el reconocimiento de su Presencia - con la pretensión de ser el significado exhaustivo de la vida -, no vibra sólo en la densidad del instante, sino que se inserta en la riqueza de un flujo histórico, lleno de rostros y de sucesos, desde el Origen, hace dos mil años, hasta hoy.
De esta forma, el encuentro con Cristo despertó en Andrés y Juan la memoria de la gran historia del pueblo judío, nacida de Abraham por una promesa de Dios, que en aquella Presencia encontraba pleno cumplimiento. También para nosotros «el encuentro que tiene lugar ahora despierta nuestra memoria porque significa toparse con una presencia que empezó en el pasado» (p.43), sorprender, en el presente, un Hecho sucedido hace dos mil años. La memoria vivida no es un recuerdo devoto, la nostalgia de una realidad lejana, sino el reconocimiento de la Presencia lleno de la conciencia de la riqueza de una historia comenzada en el pasado y que me invade en el instante: «El encuentro que tenemos en la actualidad nos permite descubrir el acontecimiento original, el cual, a su vez, fundamenta y decide de la verdad que alberga el encuentro presente, lo explica. La palabra ‘memoria’, por tanto, describe la historia que discurre entre el acontecimiento en su origen y el encuentro que convierte ese acontecimiento original en una presencia inevitable, indestructible, innegable: toda la riqueza del comienzo está dentro del presente y es en éste donde el hombre descubre la divinidad del origen. La memoria coincide con la historia transcurrida entre el origen y ahora» (p.44).
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