Hemos viajado a Muga de Sayago para conocer a Don José Gutiérrez Mazeros y su obra educativa, un colegio y tres residencias que hospedan a más de 500 alumnos; y también para agradecerle su fraternidad de parte de Giancarlo Cesana
Muga de Sayago es un pueblo de Zamora. Allí, en febrero hace un frío de mil demonios, pero el cielo es azul, el campo labrado, el horizonte abierto y reina el silencio. Nos reciben Angelines, Isabel, don José Luis y don Juan, porque los chicos están de vacaciones celebrando el carnaval. Esperan a alguien “importante” que viene de Madrid para conocerles, porque para ellos toda persona es importante. Don José Luis conoció Comunión y Liberación en los años 70, a través de los libros de Giussani, que le llamaron la atención desde el primer momento. Es un hombre culto, y muy vivo. «En el seminario - nos comenta - recibí una formación teológica centrada “a secas” en un estudio de Santo Tomás. La Tradición cristiana llegaba a nosotros sin ese aliento que viene de la experiencia y del abrazo a los hombres del propio tiempo». «En don Giussani encuentro precisamente una experiencia acorde con la Tradición y la capacidad de comprender y anunciar a Cristo a los hombres de hoy. Es una teología, la suya, muy completa. Muy interesante, porque despeja el campo para los jóvenes al decirles que nada de preocuparse por el moralismo… “¡No somos coherentes!”, yo tampoco, pero aquí en Muga Dios hace milagros, lo que prueba que don Giussani habla de otra cosa».
El colegio
Fundado por don José Gutiérrez, lleva su nombre y está ubicado en la calle que también lo lleva. Pero eso no es nada. Don José casi lo ignora. En la secretaría, primera puerta entrando a la derecha, encima de unos papeles, hay un libro de Luigi Giussani, El atractivo de Jesucristo, el último que se ha publicado en castellano. «Tengo subrayado lo que le voy a explicar a los chicos cuando les hable en estos días» le comenta a Isabel, una de las traductoras del texto, que casualmente me acompaña en la visita.
Es sorprendente la pertenencia que fluye por las venas de este sacerdote y la vivacidad intelectual que a través de él toca a este minúsculo pueblo español que linda con Portugal. ¡Sorprendente!, como una flor en el desierto.
La presencia de este hombre de 73 años explica el hecho de que lleguen a Muga unos 500 alumnos desde las provincias de Zamora, Cáceres, Valladolid, Burgos, Palencia, Madrid, Salamanca, León... ¡y hasta Asturias! El colegio está subvencionado y la enseñanza es gratuita. Las residencias son privadas, una de chicas y dos de chicos. Los profesores atienden a los alumnos también fuera de clase, sea en las horas de estudio, por la tarde, o durante los recreos. Les acompañan los seis educadores de las residencias y los directores de las mismas.
Don José y CL
En los años 70 entra en contacto con algunas personas de CL de Madrid y a finales de los 80 les ofrece unas plazas de profesores para dar clase en el Colegio. Marisol se quedará allí durante cuatro cursos, Inma, durante tres y Juan, un año. De aquellos años queda una sincera y hermosa amistad. Irene, que es profesora de música y vive en el pueblo, se acerca hoy para dar un abrazo a Marisol y llevarla a conocer a sus niños. Echa de menos la amistad de entonces.
Visitamos las instalaciones del colegio, que ha ido ampliándose “porque Dios lo quiso” y cuyos gastos se pagaron siempre gracias a la Providencia. Parece que nada tiene explicación excepto la presencia de la fe de sus animadores. A las dos y media nos sentamos en el comedor ante una mesa que no tiene nada que envidiar al festín de Babette. Productos de la tierra en abundancia. Queremos conocer la historia de don José y él nos la cuenta.
Los comienzos
«Llegué a Muga en 1957. Entonces, el pueblo tenía unos 800 habitantes. Empecé enseñando música a los chicos. Venían por las tardes, unos cien, para cantar en castellano y en gregoriano también. Yo les hablaba de religión y de que tenían que crear un trabajo más cristiano. Quería conseguir que los niños más pequeños pudieran ir a estudiar en lugar de ir ellos también a segar en el campo. Decidimos hacer una cooperativa agropecuaria, que todavía existe. Los mayores, que invirtieron su dinero en eso, decidieron tomar las riendas de la cooperativa y dejar de lado su inspiración cristiana. Entonces yo tuve que seguir con los pequeños. “Si usted les da clase le dejamos a los niños, si no, tienen que ir desde los ocho años al campo”. Yo me resistía, pero empecé a dar clase, el primer año acompañado por unos seminaristas de Valencia que conocía desde mis años de seminario. Al acabar ese curso ellos se fueron, y los padres del pueblo me dijeron que no dejara a sus hijos sin clases. No tenía más remedio que seguir, y así surgió todo.
Aparecieron enormes dificultades por todas partes. Yo quería echarme para atrás, pero Dios no me dejaba. Esto no lo he visto yo sólo, la gente del pueblo también lo vio. Comenté mi intención de dejar el colegio con un obispo, el único que estaba de acuerdo, y al poco tiempo lo destinaron a Málaga. Vino una inspectora que dijo: “Hay que acabar con Muga”; a los pocos días trasladaron a la inspectora. Siempre ha sido así. La última vez el gobierno quiso cerrar el colegio, pero en las elecciones salió elegido el PP y no lo cerró».
Santos
En el pueblo, en los 60 vivía un chico, Santos, que desde muy pequeño iba a cuidar a las ovejas. Don José, que conocía a su madre le comentó que podía ir al colegio para echar una mano. Por el mismo precio - entonces le pagaban 5.000 pesetas al año - le tendría allí con él. Su intención era enseñarle algo, porque el chico era muy avispado. Un día, en el periódico salió el anuncio de un concurso para mecánico de aviación en León. Don José, que se había criado en Valencia y allí le habían llevado a volar, se apasiona y prepara a Santos durante un mes para que se presente al concurso. Lo aprobó y se hizo mecánico de aviación. Durante la guerra del Sahara le enviaron allí de mecánico. Lo que nunca pasa, necesitaban pilotos. Con un cursillo se hizo piloto y, después de la guerra, se incorporó a la aviación civil y trabajó en Iberia. Luego murió de un tumor. Casos así, de chicos que habrían acabado sus días en el campo, hay muchos.
Non nobis
«Los primeros dos años tuve 20 ó 30 niños, pero ya al tercero eran 200. Enseguida, se enteraron los inspectores de que mis chicos se presentaban por libre en Zamora y aprobaban todos. Empezaron los líos para regularizar el colegio, para dar cabida a los chicos en las casas del pueblo, que entonces eran realmente míseras, la competencia del colegio del pueblo de al lado... Sin proyecto y sin dinero, creció todo porque Dios lo quiso. Actualmente es un colegio concertado con tres residencias de estudiantes; pero los niños de la zona siguen sin poder apuntarse al colegio de Muga por restricciones de la normativa. ¡Vaya libertad de enseñanza!
«Esto no lo hice yo, lo hizo Él. A mí me mandaron aquí por las buenas y yo vine para toda la vida La gente no se convence de que lo único que hace falta para hacer una obra así es tener fe y no preocuparnos como si todo dependiera de nosotros», asegura don José. «Lo fundamental para educar son las personas. Cuando un profesor tiene ilusión por su asignatura, lo transmite. Primero entusiasmarles y luego tener un método para acompañarles hasta “lo último”. Además es imprescindible una unidad entre todos lo que forman parte de la comunidad que educa».
Escuchando a este sacerdote que habla de sus chicos con paternidad, desaparece cualquier duda acerca de la promesa que entraña la vocación cristiana: tus hijos serán numerosos como las estrellas del cielo de Muga, cada uno con su nombre y su destino. ¡Gracias, don José!
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón