Después del Jubileo, la intervención del cardenal Crescencio Sepe en el Centro Internacional recorre de nuevo de forma sintética el evento jubilar y subraya sus momentos más significativos
«El verdadero protagonista del pasado evento jubilar ha sido el pueblo de Dios que, con su testimonio de sacrificio, oración y devoción, ha mostrado el rostro verdadero, sencillo, puro y auténtico del Jubileo. (...) Conviene recordar que el éxito alcanzado no se cifra en números, aunque éstas hayan sido relevantes y tengan su importancia y su evidente significado; sino en la conversión de los corazones, de cada corazón individual». Son palabras del cardenal Crescencio Sepe durante el encuentro del pasado 8 de febrero en el Centro Internacional de Comunión y Liberación en Roma.
Al acto, que llevaba por título “El gran Jubileo: balance y perspectivas a la luz de la Novo Millennio Ineunte”, acudieron un centenar de personas, entre las que se encontraban los embajadores ante la Santa Sede de Italia, Albania, Costa de Marfil, Argentina, Costa Rica, Japón, Uruguay, Brasil, Israel, Taiwán, Eslovaquia, Croacia, Ecuador, Turquía, Ucrania, algunos obispos, periodistas y representantes de distintos institutos religiosos y movimientos eclesiales.
El encuentro - moderado por Jesús Carrascosa, director del Centro - tenía como objetivo recorrer sintéticamente el evento jubilar para destacar los momentos más significativos y comprender lo que Dios ha querido decir a su Iglesia durante este año.
El cardenal Sepe habló del Jubileo sobre todo como acontecimiento imprevisto que ha superado cualquier expectativa y cálculo humano, dejando pequeño el pronóstico que los medios de comunicación podían hacer. Un hecho que, siendo un acontecimiento, permanece en buena medida inaferrable, irreductible y que, a medida que pasaban los días, se proponía como algo radicalmente nuevo.
«Ningún libro, estadística, periódico o retransmisión radiofónica o televisiva podrá jamás darnos a conocer la verdad plena de las gracias que el Señor ha concedido, en su infinita misericordia, con ocasión del año jubilar». Así se expresaba el cardenal Sepe comentando un acto que ha implicado a millones de personas.
Un pueblo
Un evento de un pueblo que ha acudido a Roma para confesar su fe en la Encarnación, reunirse en torno al sucesor de Pedro y alcanzar la Gracia que de forma tan abundante Dios ha querido otorgar. «El Gran Jubileo del año 2000 ha supuesto - dijo Carrascosa introduciendo el encuentro - la posibilidad concreta de encontrarse con Cristo, con la forma histórica de Su presencia hoy: la Iglesia reunida en torno a Pedro. Por ello, estamos agradecidos, en primer lugar, a Juan Pablo II. Millones de personas han venido a Roma para “ver y tocar” la presencia visible de Dios en el mundo».
El Jubileo ha celebrado la memoria de la Encarnación, de aquel hecho histórico que cambió la vida de los hombres y dio a la historia su sentido y su cumplimiento adecuado. «El destino misterioso - nos escribía don Giussani - se comunicó a los hombres identificándose con un hombre nacido de una virgen, para después morir y resucitar, respondiendo de esta forma a la espera de todos» (La Repubblica, 24 de diciembre de 2000). Esta es - y sigue siendo - la fuente de nuestra alegría.
El cardenal Sepe quiso después destacar la resonancia y las consecuencias que el gran Jubileo ha tenido en la comunidad internacional. Una mayor atención de los países industrializados hacia los países pobres; la posibilidad de una condonación parcial o total de la deuda internacional a favor de los países menos pudientes, cosa que ha tenido un eco amplio y positivo; un gesto de clemencia en favor de los detenidos repetidamente pedido por Juan Pablo II. Y aunque la respuesta de los estados no ha sido en todos los casos igual de generosa, «queda el hecho positivo - alegó el cardenal Sepe - de que el Jubileo ha sabido sensibilizar sobre estos temas de gran actualidad tanto a gobiernos como a naciones».
Remar mar adentro
Y ahora, ¿cómo continuar? «¿Qué hacer, entonces, después del gran Jubileo?», se preguntaba al final el cardenal Sepe. Este evento jubilar esperado y preparado durante mucho tiempo es un punto de partida para retomar el camino. «Duc in altum» dijo el Santo Padre al comienzo de su última carta encíclica Novo Millenio Ineunte. ¡Rememos mar adentro! «Se cierra el Jubileo, pero prosigue la peregrinación de la vida de los cristianos, llamados a dar al mundo del tercer milenio un testimonio verdaderamente creíble de la fuerza que tiene un ideal eterno, que permanece en todas las crisis de la civilización y da sentido a nuestra peregrinación terrena». Con estas palabras concluía el cardenal Sepe. El punto de partida, por tanto, es la misión, fundada sobre el Acontecimiento de Cristo como único evento integralmente correspondiente a la espera del corazón del hombre.
Durante el debate intervino el Sr. Avogadro, embajador de Italia ante la Santa Sede. Según sus palabras, el Jubileo se ha producido en el panorama de un catolicismo “en crisis”, en el que la fe ha dejado de tener una conexión con las conciencias de los pueblos tradicionalmente cristianos e incluso la moral católica es ampliamente ignorada. Habló después del movimiento de Comunión y Liberación cómo de un factor de renovación de la vida eclesial, un lugar en donde la persona puede ser educada de forma adecuada. El cardenal Sepe respondió que los movimientos son una de esas fuerzas que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia para reavivar la conciencia de pertenencia y la identidad del cristiano en un determinado contexto histórico y cultural.
«En un mundo que reduce la fe a algo irracional - había comentado al comienzo Carrascosa - o, en el mejor de los casos, a una experiencia individualista que no tiene que ver con la vida, la Iglesia nos recuerda que la misión, es decir, el testimonio cristiano, tiene su terreno en las circunstancias ordinarias, en la vida cotidiana. La fe católica demuestra su verdad no por la fuerza de su discurso a través de una imposición, sino por el testimonio de los que, habiéndose encontrado con Cristo, han visto su vida cambiar, volverse más humana, abierta, comprensiva y capaz de valorar todo lo que de bello, bueno, verdadero y justo hay en cualquiera».
Esta es la eterna actualidad de Cristo y la fuente de nuestra certeza: un hecho histórico en el cual nuestro corazón encuentra cumplimiento y paz.
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