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Huellas N.10, Noviembre 2000

DOCUMENTO

Unidad, ley del conocimiento

Julián Carrón

Apuntes de la lección de Julián Carrón en la Asamblea Internacional de Responsables. La Thuile, 26-30 de agosto de 2000



1. Acontecimiento e ideología

Ayer don Pino señalaba dos factores que definen el contexto actual. El primero es la evidencia de algo positivo y el estupor ante lo que Dios obra en nuestra vida (citábamos al respecto la Jornada Mundial de la Juventud y el Meeting de Rímini). Hace un mes, en las profesiones de los Memores Domini, don Giussani afirmó que Cristo, Dios hecho hombre, es el sujeto verdadero de todo lo que sucede entre nosotros. Lo comentó al hilo del canto Jesu dulcis memoria: «El sujeto verdadero de lo que estamos haciendo ahora [las profesiones] es Su dulce presencia»1.
El segundo factor es el influjo de la ideología. La insistencia de don Giussani en subrayar el peligro de la ideología nos ha llamado la atención a todos, porque todos creíamos que era algo superado. La ideología aparece documentada de distintas maneras. Por ejemplo, en las reacciones de los periódicos ante el Meeting la ideología se expresaba como una reducción a una medida propia de lo que allí estaba sucediendo.
Ahora bien, el contexto ideológico en el que vivimos influye en nosotros más de lo que creemos. Me he dado cuenta de ello hace poco, precisamente al participar en las profesiones. ¿En qué consiste la ideología? Hannah Arendt escribe: «Las ideologías desarrollan su tarea protegiéndose de toda experiencia»2. El poder - como decíamos ayer - no puede impedir un inicio [el acontecimiento], pero puede, un instante después, tratar de abortarlo, de bloquear lo que ha sucedido distanciándonos de él. Lo real despierta en nosotros un estupor que nos liga a ello. La ideología nos “protege” de esta experiencia, la bloquea y nos “distancia”; de ese modo nuestros pensamientos van a su aire, separados de la experiencia. «Las ideologías - continúa Arendt - no se interesan nunca por el milagro del ser»3. El pensamiento ideológico es independiente de toda experiencia, por lo que no puede comunicar nada nuevo, ni siquiera cuando se trata de un hecho que acaba de suceder.
En este proceso está implicada la libertad, porque el distanciamiento de lo que acontece no se debe sólo a nuestra fragilidad - este no es el factor principal -; lo decisivo es que en muchas ocasiones somos conniventes con esta fragilidad y nos distanciamos de lo que sucede. Lo comprendimos el año pasado cuando Teresina nos contaba su experiencia de trabajo en América. Decía que se veía vencida por un modo de concebir el trabajo que es igual al de todos y, escuchando a don Giussani, se había dado cuenta. Por ello, se preguntaba: «Pero, ¿cómo es posible que siendo del movimiento desde hace muchos años, perteneciendo incluso al Grupo Adulto, viviendo una vocación así, yo pueda acabar concibiendo el trabajo como todos?». Y don Giussani enseguida despejó el problema: «Eso no es lo importante. Lo importante no es que tú, que eres frágil, tengas la misma mentalidad de todos. La cuestión es que cuando alguien te diga la verdad tengas la sencillez de adherirte a ella». No se trata de ser héroes, sino de ser sencillos; de vivir esa sencillez que coincide con la libertad que se pone en juego en el primer instante, cuando el acontecimiento despierta estupor. Un instante después, la libertad puede bloquear el acontecimiento.
Don Giussani nos hace ver que la ideología influye en nosotros, además de definir el contexto en que vivimos. Nos dijo: «El sujeto verdadero de lo que sucede entre nosotros es Su presencia» y, a la vez: «lo que falta ente nosotros es la memoria de Cristo»4. ¿Cómo se conjugan estas dos afirmaciones?
Cristo es verdaderamente el sujeto de lo que sucede entre nosotros, pero nos falta la memoria de Él; el problema no es que Cristo no está presente, sino que no nos damos cuenta. La ideología influye en nosotros justamente así. Durante las profesiones, en un momento determinado, Giussani señaló: «El sujeto verdadero de lo que sucede entre nosotros aquí [ante 103 nuevos profesos] es Su dulce presencia». ¿Por qué dijo eso? Porque es verdad que hoy, en el contexto actual, que 103 personas adultas y normales, entreguen su vida a Cristo es algo de otro mundo. La única explicación exhaustiva de lo que todos estábamos contemplando, la única explicación exhaustiva es Su dulce presencia. Porque, sin esta Presencia que despierta un atractivo, que cautiva a la persona y a su libertad hasta una libre decisión de entregar la vida a Cristo, no habría existido el hecho que todos habíamos ido a contemplar. Ahora bien, él no es un visionario; más bien, en ese momento veía lo que todos teníamos delante, pero que nosotros no alcanzábamos a ver. Tan cierto es esto que todos los que estábamos allí nos sentimos impresionados por esta frase, hasta el punto de que se convirtió en el juicio que ha determinado el desarrollo de los Ejercicios del Grupo Adulto de este verano: «El verdadero sujeto que obra entre nosotros es Su dulce presencia».
Detengámonos un momento a comprender lo que sucedió. Habíamos ido allí distraídos como todos, determinados por el contexto, con nuestra ideología, sin ser capaces de ver lo que estaba sucediendo: fue alguien, no “no se sabe quién”, sino una presencia humana que tiene un nombre, Luigi Giussani, quien abrió nuestra mirada haciéndonos como niños para que pudiéramos ver, reconocer Su dulce presencia. La consecuencia que ha tenido para mí es que me ha invadido un deseo acuciante de amar esta dulce Presencia. Desde que lo oí no se me va de la cabeza. La presencia de don Giussani me ha llevado a desplazar la mirada hacia esa Presencia, me ha centrado en esa dulce Presencia.
Pero, ¿de dónde surge este hombre que ha provocado este efecto en mí, que provoca el efecto de vencer la ideología, la reducción de mi mirada? ¿De dónde viene don Giussani, esta persona, este don Giussani? Si soy leal, mirando hasta el fondo su humanidad, no puedo concluir sin decir: «Jesús». Jesús es el origen de esa presencia que tiene la capacidad de abrir mi mirada, de vencer la ideología, esa reducción hasta de mi propia persona. Esa presencia es una persona histórica que no se puede explicar hasta el fondo sin decir su nombre: Jesús. Es él quien ha sabido ver todo lo que estaba en acto en aquel momento, es decir, que el verdadero sujeto de lo que todos veíamos era Su dulce presencia. A través de la persona histórica, real, carnal de don Giussani, hemos participado en el triunfo de Cristo sobre la ideología, no en el más allá sino en el más acá. Por eso dice Giussani que el cristianismo no surgió como una religión, sino como un poderoso amor a lo humano en la concreción de la persona que lo lleva. Pasión por lo humano: esto es el cristianismo.
Si reflexionamos un momento podemos percatarnos de este influjo de la ideología en nosotros mismos y, a la vez, reconocer este acontecimiento: participamos en un acontecimiento que libera a la persona de la ideología. Porque sin el acontecimiento cristiano, sin un acontecimiento así, no hay nada que hacer, triunfa la ideología por todas partes; no porque la gente sea mala, sino porque nadie consigue con sus propias fuerzas recobrar la postura original. Si no se produce el acontecimiento de una presencia histórica que despierte un atractivo tan poderoso que abra la mirada y nos adhiera a Su presencia, no hay nada que hacer: es el triunfo de la ideología. Podemos protestar, pero es así.
La consecuencia del triunfo de la ideología es que un factor de la realidad sustituye inexorablemente al Misterio, como señala Giussani en la entrevista a Panorama; el triunfo del materialismo consiste en absolutizar un aspecto particular (el dinero, la mujer - poned cada uno lo que queráis -, cada cual según su grado de fragilidad, su temperamento o su debilidad). «Este factor afecta a todos los sentimientos y criterios del hombre determinando su mentalidad hasta tal punto que se convierte en un prejuicio universal»5. Un factor particular se convierte en prejuicio, ideología, sobre todo, en mentalidad.
Si lo que vence a la ideología es un acontecimiento, entonces se comprende lo que don Giussani dijo al término del Consejo Nacional hace unos meses: «La única palabra que esclarece el camino que hay que recorrer es la palabra ‘acontecimiento’. El problema es que ha sucedido algo en el mundo que conduce a su verdadero valor, a su valor sintético y grande, las palabras ‘acontecimiento cristiano’. El problema es un acontecimiento, un hecho, un caso diríamos. No se trata de “hacer la unidad”, sino de acogernos mutuamente y de acoger algo: lo que aconteció entonces y lo que acontece ahora. Lo que acontece es lo que ha acontecido. [pero no se puede afirmar esto sin llegar hasta el final y pronunciar un nombre]. Lo que ha sucedido tiene un nombre, el nombre del Señor: Jesús. ¡Que dentro de esta palabra se vea y se sienta, se piense, se vea y se sienta reunirse todo lo que Jesús vino a traer a la tierra»6. Lo único que esclarece el camino, como hemos aprendido de la experiencia, es la palabra ‘acontecimiento’; no un análisis, sino un acontecimiento.



2. Jesús, factor de la realidad presente

Fijaos en la influencia que la ideología tiene sobre nosotros aquí: ¿quién de nosotros en estos días se ha visto “obligado” - escuchando un canto, estando juntos, en un encuentro - a pronunciar Su nombre? No de modo “espiritualista”, en algún acto piadoso, sino en el contacto con la realidad, ante lo que estaba sucediendo. Normalmente decimos “Jesús” de un modo espiritualista, sentimental.
No reconocer el sujeto verdadero de la realidad, Su dulce presencia, nos lleva inexorablemente a decir “Jesús” distanciado de la realidad. Acabamos pensando que somos nosotros quienes lo generamos al pensar en Él. Decirle “Tú” de esta manera, decir “Cristo” de esta manera, es sólo un modo de hablar espiritualista o sentimental; no tiene la capacidad de ser un punto de apoyo. Se comprende por qué muchas veces hay personas que parecen estar determinadas en último término por el miedo, y por qué nuestra esperanza es tan frágil: falta este hecho verdadero, real, sobre el que apoyar toda la vida.
Me llamó la atención este verano, durante los ejercicios del Grupo Adulto, la observación que hizo una persona: «Hasta hace poco pensaba que Jesús existía porque yo le decía “Tú”». Puesto que no lo reconocemos habitualmente en la realidad, es como si tuviéramos que generar Su presencia diciéndole “Tú”. A mi parecer, éste es el resultado del influjo que ejerce sobre nosotros la mentalidad moderna, para la cual la realidad es creación del yo. De ahí viene la falta de certeza. Es decir, en lugar de llegar al fondo de lo real, de lo que existe, en lugar de llegar a Su dulce presencia por la vía del conocimiento, de llegar al verdadero sujeto de la acción por medio de un reconocimiento, tratamos de llegar por medio de nuestras energías. De ahí que la fragilidad predomine, porque todos conocemos de sobra nuestra fragilidad.
Uno se da cuenta yendo a visitar a una familia. En cuanto ve a los niños, comprende lo que sucede: si los niños están seguros del amor de sus padres se mueven con libertad, se sienten en su casa; cuando, por el contrario, te miran de reojo, no se mueven, están como bloqueados, quiere decir que algo no marcha. Si les falta de certeza de ser amados tratan de ganarse el amor de sus padres a través de lo que hacen, y si fallan se sienten culpables. Análogamente nosotros, como no estamos seguros, tratamos de obtener la certeza a través de un esfuerzo ético.
Concluía la persona que he citado: «Mi gran descubrimiento es el siguiente: Él existe, es un dato de la realidad, y por eso puedo decirle “Tú”». Él existe, y por eso no es nuestro esfuerzo lo que crea Su presencia. Se trata de un reconocimiento. Si somos nosotros quienes tenemos que crear de algún modo Su presencia, nunca estamos seguros de nada.
Por esto Giussani, en una de las Tischreden (“conversaciones de sobremesa”, ndt) dice que «para el cristiano en cualquier lucha hay seguridad. La seguridad puede existir como un punto exterior a lo que se está haciendo, situado más allá de lo que se está haciendo. Cualquier confusión, cualquier cosa que no vaya bien, no puede quitarte la seguridad, porque el punto que nos da seguridad está en otro lugar. Por eso, el punto que vence en la batalla no está en lo que tú hagas [en decir: «Tú» o en tus acciones], sino en lo que tú tienes y que otro te da; al que ya has dado gracias, abrazado y besado, y que te ha hecho estar contenta muchas otras veces»7. ¿Qué es esto «que tú tienes y que otro te da» sino Su dulce presencia? Por ello «la única visión, distinta de tus visiones, que puede darte seguridad y, por tanto, tranquilidad y paz, es Jesús. Pero [¡atención!] no Jesús como cuadro o imagen u objeto de piedad [generado por el hecho de decirle “Tú”], como un altar al que vas a alzar tus plegarias de rodillas: Jesús como factor de la realidad presente»8. ¡Esto es lo fundamental! Si Jesús no es un factor de la realidad presente es mero espiritualismo y no puede darte ninguna seguridad. Este es el problema.
Nosotros necesitamos este punto de apoyo seguro. Pero como este punto que puede darnos seguridad se queda sólo en objeto de piedad y no se reconoce como factor de lo real, entonces no puede arrancarnos el miedo y darnos seguridad. «Porque si se analizase la realidad presente, si el 99% de la gente analizase los factores que hay en lo que está haciendo, agotaría la lista sin nombrar para nada a Jesús».
En las vacaciones del movimiento en España invitamos a nuestro amigo Dado Peluso, que ahora vive en Perú, a dar un testimonio. Después preguntamos: «¿Qué os ha parecido?» y todos respondieron: «¡Ha estado fabuloso!, ¡fantástico!, ¡estupendo!». Nada más. Como mucho, alguno se quedó con alguna frase, algún juicio. ¿Quién es este hombre que ha hablado? ¿Cómo ha surgido? ¿De dónde ha nacido? ¡Uno no se va al Amazonas o a Perú así, sin motivo! Es difícil encontrar a alguien que, ante un testimonio tan imponente, diga Su nombre, que cuente la historia que le ha generado hasta decir Su nombre. Por eso, las vacaciones terminan y, como no han sido una ocasión para ver, para reconocer Su presencia y estar más ciertos de ella, cuando volvemos a casa de nuevo estamos solos, con nuestros miedos e incertidumbres.
«El 99% agotaría la lista sin nombrar para nada a Jesús. En cambio, es imposible que no lleguemos a tener que afirmar como factor de nuestra realidad presente a Jesús. Jesús está presente igual que lo está Coki, igual que está presente Mandy cuando canta». Pero, ante un canto como el que hemos escuchado, ¿quién se ve impulsado a decir “Jesús”? Como mucho decimos: qué bonita canción. «Lo que hace que nos pongamos alegres - continúa don Giussani - no es Mandy como tal, sino lo que canta ella, el testimonio que da: es aquello de lo que ella da testimonio».
Jesús puede ser el punto vencedor sólo si es un factor de la realidad, y no sólo objeto de piedad. ¡Atención!, no hay camino intermedio: si no es factor de lo real, nosotros pronunciamos Su nombre como objeto de piedad; y podemos decirlo miles de veces al día, pero no nos sucede nada.



3. Aprender a mirar

Entonces la cuestión - como dice don Giussani - es «acoger lo que aconteció entonces y lo que acontece ahora». Pero, ¿cómo puede llegar a decir uno de nosotros al ver estas cosas: «la promesa es bella, pero la vida es un engaño», como hemos oído decir a alguno?
La alternativa es clara: o «el acontecimiento cristiano ya no sigue presente», o «nuestro problema es la dificultad que tenemos de reconocerle presente como factor de lo real».
A la objeción de que “el acontecimiento ya no sigue presente” se responde enseguida, porque estos días, tras la Jornada Mundial de la Juventud, el Meeting y lo que nosotros estamos viviendo, es bastante evidente que todas estas cosas no las hacemos nosotros; es absolutamente evidente que el acontecimiento continúa, permanece en la historia, no como un artículo de fe teológica, sino como experiencia nuestra. ¡Es demasiado evidente que el acontecimiento cristiano permanece en la historia! Entonces, si permanece, el único problema es que tenemos dificultad para reconocerlo: este es el influjo que la ideología ejerce en nosotros. Por eso don Giussani ha dicho que la cuestión es acoger lo que sucede, lo que sucede y sucedió, que tiene un nombre: Jesús. La finalidad educativa del movimiento es ayudarnos a acoger lo que sucede. «En nuestro movimiento el esfuerzo educativo está precisamente centrado en cómo se puede llegar hoy a tener certeza sobre Cristo, de tal forma que se pueda desarrollar en la conciencia de cada uno la gran certeza cristiana, apoyando toda la vida en el Misterio de Cristo, con todas sus aspiraciones positivas, dentro de una conciencia cada vez más clara de nuestra debilidad, incapacidad o maldad»9.
El fin es alcanzar la certeza sobre Cristo dentro de la propia debilidad: don Giussani no dice que haya que vencer la propia debilidad, sino que “dentro” de la propia debilidad se puede estar seguro. Un niño puede estar seguro del amor de su madre, aun siendo frágil como una flor. Entonces, ¿cómo podemos alcanzar hoy esta certeza sobre Cristo como objeto de lo real, como factor de la realidad?
Don Giussani ha señalado un recorrido en algunas Tischreden de El atractivo de Jesucristo. Una persona le hace la siguiente pregunta: «Comentándolo entre nosotros, nos parecía que lo más importante es mirar a Jesús. Quisiera saber qué significa esto para ti». Y él responde así: «Reconocer a Jesús como el sujeto presente, en el que se encarna y se hace acontecimiento el Misterio que hace todas las cosas y a través del cual anuncia el perdón, o es algo abstracto, es todavía una palabra abstracta [podéis añadir: sentimental, devocional, teórica, espiritualista, de lápida funeraria] o, si es un acontecimiento, tiene que haber un sujeto. “Bebo”: yo bebo, hay un sujeto que bebe; “perdono”: yo perdono, ¡hay un sujeto que perdona!. [Reconocer quiere decir “darse cuenta de”, es decir, encontrar]. La palabra más completa - en el sentido de que resume todos los verbos posibles con los que se indica que ha habido un encuentro - es la palabra ‘mirar’. Mirando es como ves a alguien perdonar, no es sólo encontrándote con él; es mirando como ves a alguien hacer un milagro y no sólo conociéndole»10.
Recordad que los discípulos alcanzaron la certeza acerca de Él a través de dos condiciones: convivencia en el tiempo y atención a los signos, es decir, mirando lo que sucedía con aquella persona. Pero nosotros, que no tenemos aquí Su presencia carnal, ¿qué debemos mirar, qué realidad debemos mirar? «Mirar a alguien que perdona, que hace milagros; mirar a uno en quien se vuelve acontecimiento el Misterio: esto sucede a través de la realidad de los hombres que Él, con su fuerza, ha incorporado a sí mismo [los milagros suceden en medio de quienes Él ha incorporado a sí mismo], de forma que quienes lo reconocen forman una unidad, son su mismo aspecto visible, su cuerpo». ¿Qué debemos mirar nosotros, aquí, en estos días? La unidad y los milagros que suceden en esta unidad. Mirar, no imaginar: mirar, ¡mirar! Como los discípulos miraban Su humanidad y los milagros que sucedían estando con Él.
¿Cómo se le puede mirar? «Nosotros somos la figura de su presencia, o mejor dicho, nuestra unidad; no es Fulano, Mengano o Zutano, sino nuestra unidad». Pero podemos ver nuestra unidad sin decir Su nombre, dando de nuevo por descontado que estamos todos aquí nadie sabe por qué. Si uno se para un minuto y dice: «Pero, ¿por qué estamos todos aquí?», debe concluir diciendo Su nombre.
«Así que se cambia viviendo y participando de nuestra unidad. Quiero decir que uno puede de ese modo observarlo, tocarlo, escucharlo, verlo y, finalmente, quedarse allí para mirarlo y, por tanto, reconocerlo. Sólo viviendo nuestra compañía puede uno reconocerle». He aquí por qué el título de nuestro encuentro es «Unidad, ley del conocimiento». Sólo participando de esta unidad, que forma parte de la Iglesia, se puede reconocer Su presencia y todo lo que Él es; ver y percibir cómo esta palabra - unidad - encierra todo lo que Jesús ha venido a traer a la tierra.
«Pero, ¿cómo se le mira? Se le mira atendiendo a la permanencia de su persona en el tiempo y en el espacio, es decir, a la memoria de Él. Y la memoria es [¡atención!] el contenido tangible, sensible y visible de algo que comenzó en el pasado y permanece en el presente»11. ¡Esto es bien distinto de un mero objeto de piedad, del espiritualismo, del materialismo! Signo y Misterio coinciden.



4. Un hombre presente

Demos un paso más. Me refiero a otra Tischreden de El atractivo de Jesucristo, «Me parece que no buscan a Cristo». Giussani llega a la casa del Grupo Adulto, cantan una canción y él comenta [ensimismémonos con la figura de don Giussani para ver cómo sucede en él, cómo hace él para reconocer toda la realidad venciendo a la ideología, porque sólo ensimismándonos con él podemos comenzar a hacerlo nosotros]: «Es muy hermosa, la música y cómo la habéis cantado, el sentimiento humano de amistad y fraternidad que reflejabais y de compañía en una aventura. No obstante, si las cosas se pudiesen enumerar como las he enumerado yo ahora y nada más, y se diese por descontado lo distinto - que se acepta y se reconoce (entendámonos), pero que se da por descontado -, y no pronunciara Su nombre con énfasis en el diálogo, con ganas de hacerse oír, con voluntad de escucharlo, si no tuviese una personalidad hasta cierto punto autónoma, si no tuviese un rostro singular [que no es el estar juntos de la compañía, ¡no!], de rasgos inconfundibles...»12, nos quedaríamos en el umbral, en la apariencia. Por eso podemos escuchar cantos hermosos, pero si no encontramos esta personalidad hasta cierto punto autónoma, con rasgos singulares e inconfundibles, los cantos no nos bastan, no bastan para llenar el corazón de alegría, para volverse punto de apoyo seguro para la vida. Si música, canto, sentimiento humano de amistad se distancian de Su rostro inconfundible, no bastan al corazón.
«Pero lo que prevalece [y entre nosotros se da tantas veces] es lo que debería ser un anticipo analógico provisional, una insatisfactoria aproximación analógica». Nos quedamos ahí. «Estemos atentos porque Jesús entre nosotros puede ser el origen de todo el mundo de humanidad [la compañía de los grandes amigos, las buenas iniciativas, estupendas excursiones, cantos, una preocupación de los unos por los otros llena de alegría y de amistad, de razones formalmente indiscutibles y de ayuda formal y hasta materialmente concreta, pero Jesús podría ser reducido al “retrato de una mujer hermosa esculpido sobre el monumento sepulcral de la misma”. Si Jesús viniese aquí en silencio y se sentara en una silla, y todos nos diésemos cuenta de ello en un momento dado, no sé en cuántos de nosotros sería verdaderamente espontáneo el asombro, la gratitud, la alegría... no sé en cuántos lo sería el afecto, conservando al mismo tiempo cierta conciencia de sí “¿Qué desea más ardientemente el hombre que la verdad?”. ¿Qué es la verdad? [¿Qué es lo que desea nuestro corazón, que llena nuestra vida de esperanza?] Un hombre que está presente, un hombre presente: ¡No se le puede dilapidar o permitir que se desdibuje detrás de la presencia hermosa y alegre de la compañía de unos rostros que deberían insinuarse como signo de Él»13.
No os confundáis: los rostros son sólo el signo indicativo de Su dulce presencia. Viendo lo que vemos entre nosotros - si no nos detenemos en la apariencia - no podemos dejar de decir Su nombre. Entonces, todo lo que vivimos, cualquier expresión de Su presencia, forma parte del camino hacia la certeza de la vida. De otro modo, lo que sucede ante nosotros no es una ayuda para adquirir la certeza. Pero fijaos en los que tienen niños. Si todas esas miles de atenciones que tiene la madre hacia sus hijos no se convirtieran en un camino hacia un amor más grande, ¡hacia una certeza más grande!, ¿cómo alcanzaría el niño esta certeza si no fuera a través de lo real, a través de los gestos de su madre? No la alcanzaría nunca.
Cuando alguien sigue con sencillez, como un niño, es fácil, es sencillo: el niño no separa los gestos de su origen, del sujeto que los realiza, y así está cada vez más seguro; se ve que su vida está determinada por esta certeza. Igual que nos sucede a nosotros: en cuanto nos movemos se ve si nuestra vida está determinada por esta certeza o no.
«La presencia de Cristo en el mundo es el milagro de nuestra compañía. Pero esto es la punta del iceberg de un signo que “se abisma allá donde es más verdadero” o, mejor, es la punta de un signo que en todo lo demás naufraga en el significado corriente, en los conceptos naturalistas comunes y corrientes. Por esto, cuando se quiere preferencialmente, no se trata de amortiguar el peso de nuestra amistad [para llegar a este Tú enseguida, ¿es preciso pasar por encima de las cosas, de la amistad, la compañía etc.? ¡No!], sino que se trata de vivir una especie de tensión exasperada [a través de lo que vemos, de todo eso que he nombrado y que forma parte de nuestra compañía] por gritar tu nombre, Cristo»14. No se trata de salir de la realidad para llegar a Su nombre (ésta es la tentación), sino de una tensión intensa: mirando los rostros de los amigos, escuchando los cantos, mirando las montañas, uno no puede dejar de gritar Su nombre.
Para esto uno comprende que necesita - como comenté hablando de las profesiones - que alguien se lo testimonie, como don Giussani. Y, ¿qué es el testimonio? Alguien que reconoce Su presencia. Lo necesitamos no para que nos sustituya, sino para que podamos ser más nosotros mismos, de modo que veamos la realidad tal como es, sin reducciones.
La clave es este reconocimiento; debemos echarnos una mano, ayudarnos de verdad a que se dé este reconocimiento, porque el primer cambio fundamental es reconocer que el Misterio está presente y tiene un rostro inconfundible.
El problema grave, el problema más grande que existe (es el más simple de todos, pero es el más grande que existe) es reconocer. Reconocer es un acto de la libertad, y todos conocemos la fragilidad de nuestra libertad; y aquí, de nuevo, la ideología puede influir para bloquear este proceso. ¿De qué manera? Con el escándalo del propio límite.
El límite puede llegar a ser una coartada («es que como soy así...»), o puede convertirse en una ocasión, un peldaño; decía don Giussani: por el imponderable factor de Su presencia, todo puede convertirse en peldaño, en paso para reconocer Su presencia15.
«Pero yo sigo siendo como antes, aún soy igual de impertinente. ¿Cuándo seré de otro modo?». Y él responde: «Pertenece a los designios de Dios que yo cambie en un tiempo determinado. Entonces, ¿uno debe quedarse ahí parado, cruzado de brazos, durmiendo, a la espera de que pase el tiempo? No, clama. Y no sólo clama, sino que le pertenece, plantea la vida según la compañía, según el lugar que ha despertado en él la promesa de la vida»16.
Muchas veces entendemos la petición así: «Pido porque no se puede hacer otra cosa». Antes del encuentro lo único que puede hacer el hombre es clamar. Pero después del encuentro, no puede gritar sin pertenecer, sin plantear la vida según lo que ha encontrado. Los discípulos antes de conocer a Jesús podían sólo clamar. Después, tras haberle conocido, podían ir a buscarlo. Debemos plantear la vida según lo que se nos dice, porque todas las indicaciones - la regla, por decirlo de alguna manera - de nuestra pertenencia son una manera de seguir. Nuestra libertad se juega sobre todo en la petición, y alguien que pide de verdad, sigue, es decir, plantea la vida según aquello a lo que pertenece.
Si queremos asistir asombrados al triunfo de Cristo sobre la ideología, de modo que nuestra humanidad se vuelva grande de verdad, si queremos ser protagonistas en la historia para sostener la esperanza de los hombres, debemos ser como niños y seguir la presencia que el Señor nos ha dado para alcanzarlo y que es nuestro carisma.



Notas

1 Cfr. Intervención de Luigi Giussani en las profesiones de los Memores Domini, Sacro Cuore, Milán, 29 de julio de 2000.
2 Arendt, Hannah, ¿Qué es la política?, Ed. Paidós Ibérica, 1997.
3 Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Taurus Ediciones, 1998.
4 L. Giussani “Unidad, ley del conocimiento”, Huellas n 4. 2000, p. 5
5 A. Sallusti, “El Papa, estos millones de jóvenes y yo”, Panorama, 24 de agosto de 2000, p.10. Publicada en Huellas n 8, p. 8.
6 L. Giussani, “Acontecimiento”, Huellas n 7, p.1.
7 L. Giussani, El atractivo de Jesucristo, Ed. Encuentro, 2000, p.198.
8 Ibidem, p. 201.
9 A. Sallusti, op. cit.
10 L. Giussani, El atractivo de Jesucristo, op. cit., p. 258.
11 Ibidem, p. 260.
12 Ibidem, p. 166.
13 Ibidem, p. 169.
14 Ibidem, p. 171.
15 Cfr. Intervención en las profesiones, op. cit.
16 L. Giussani. El atractivo de Jesucristo, op. cit., p. 260.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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