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Huellas N.10, Noviembre 2000

SIDNEY

Tan lejos y tan cercano

Roberto Perrone

Un viaje a Sidney por los Juegos Olímpicos da pie a nuevos encuentros. Cómplices el e-mail, el teléfono y una mesa llena de manjares, el descubrimiento del origen común, cuando y donde menos te lo esperas

¿Qué significa memoria? Es un encuentro arrancado a las dos semanas más frenéticas de la vida de un periodista deportivo. Sidney, domingo de la vigésimo séptima Olimpiada, la cuarta para el que escribe, la más bella por el lugar que la ha hospedado, por la participación, por la idea de un país de grandes espacios donde, especialmente en las enormes llanuras interiores, los amigos tienen que trasladarse en avión o en helicóptero para verse. Ha sido un acontecimiento irrepetible porque la cultura deportiva en Australia es la cultura nacional con las ventajas e inconvenientes que este tipo de visión vitalista aporta a la existencia. Si no se traduce siempre en práctica competitiva, ciertamente esta cultura se manifiesta como pasión por todas las disciplinas, desde las más cercanas a la mentalidad local (la natación) a las más lejanas (el fútbol). Sidney es una ciudad bellísima: clima mediterráneo, cielo límpido, mar. La gente es cordial, acogedora, pero celosa y orgullosa de su país: nos dan la bienvenida pero ¡atención a las reglas!. Respetar la naturaleza, las colas, la velocidad, el ambiente y, sobre todo, prestar atención al consumo de alcohol, que causa verdaderos estragos también en un paraíso como éste. El viernes por la tarde es el día de la gran transgresión, como en todo el mundo anglosajón, y si pides una cerveza sin alcohol el camarero te susurra: «No esta tarde, amigo, esta tarde se baila». Emborracharse durante el fin de semana aquí es lo normal.



A la vuelta de la esquina

¿Existe el movimiento en Australia, en este mundo joven y contradictorio? Antes de partir quería saber si tan lejos de la fuente podía arraigar una experiencia como la nuestra, y también tenía una necesidad personal de que alguien me recordara quién soy. Respuesta: sí, hay un profesor estupendo en Perth. Bonito lugar, estuve hace dos años en los mundiales de natación pero me pilla un poco a desmano. Ni siquiera apunto la dirección: sería como si preguntase por CL en Milán y me dijeran que hay un amigo en Moscú. Otra vez será. Pero una noche que la sala de prensa estaba casi desierta, mientras escribía la historia de Domenico Fioravanti, el primer nadador italiano que ganó una medalla de oro olímpica, en un momento de descanso, abrí el correo electrónico y encontré un mensaje. Contraorden, hay alguien del movimiento allí: Renzo Di Lizio, y su numero de teléfono. Llamé y dejé un mensaje en el contestador. Renzo se puso enseguida en contacto conmigo y así surgió este domingo extraordinario. Sucedió en el momento adecuado, un día de calma después de las fatigas de la primera semana.
Cita en casa de Trevor y Tania Woods con Francesco Delli Santi, que está aquí haciendo un curso de formación y volverá a Milán al final del año. Trevor es de Dublín y Tania es australiana de origen libanés. Todos juntos fuimos a la gran casa de Renzo en Burwood, un barrio de la periferia de la gran Sidney, para una comida dominical extraordinaria por la compañía, el testimonio, la acogida y también por la mesa repleta de manjares. Renzo es abogado y está casado con Rosanna. Tienen tres hijos, Arianna, Angela y Andrew que entienden el italiano pero no lo hablan, como muchos hijos de emigrantes. Renzo es de la región italiana de los Abruzzi: llegó a Australia con sus padres cuando tenía tres años; después, a los diez, volvió a Italia y se estableció - durante algún tiempo antes de retomar el largo camino para Sidney - en Rapallo. ¿En Rapallo? Increíble, pero si hemos coincidido hace treinta años en Riviera. Cuenta Renzo: «Conocí el movimiento gracias a mi profesora de secundaria, Rita de Bernardis, que me invitó a una excursión de GS». Igual. La misma profesora, el mismo recorrido, el mismo escenario. Nos pusimos a desgranar nombres y conocidos comunes.



Llamada inesperada

Muchos de los amigos evocados han abandonado esta historia. Ahora son casi extraños aunque sean vecinos, mientras que Renzo, a veinticuatro horas de vuelo, en las antípodas, donde es verano cuando para nosotros es invierno, en un lugar bellísimo pero dispersivo, excitante pero lleno de contradicciones, sigue aferrado a un hecho que le sucedió hace treinta años. A las cuatro de la tarde, hora local, decidimos llamar a don Pino De Bernardis a Chiavari, «nuestro» cura, el viejo amigo al que los dos debemos lo que ahora nos hace tan cercanos. Las siete de la mañana de un domingo en Italia, pero si había alguien que podía estar despierto ese era don Pino. En efecto. Le pasé a Renzo que le invitó a Australia, le contó que esperaba con ansia de la visita de don Ambrogio Pisoni para diciembre, que ampliará su viaje a Asia y llegará hasta aquí. Don Pino estaba conmovido. Es un buen tipo Renzo, está aferrado con fuerza a esta historia y se alegra de que le vayan a ver. Otra noche que pude hacer un “hueco olímpico” fuimos a cenar fuera y vino también Sara, una joven prófuga eritrea, que ha encontrado en la familia de Renzo un punto de referencia importante. Renzo le pedía que encontrara tiempo para la escuela de comunidad. Después continuaron las Olimpiadas y los últimos días fueron frenéticos entre los últimos artículos que escribir y la prisa por volver a ver a mi familia. No pudimos vernos una última vez, pero conservo en mi corazón estos momentos arrancados al tiempo de trabajo, la sencillez de hacer memoria de algo que nos alcanzó hace treinta años cuando éramos vecinos y que reconocemos juntos ahora que nos separan veintidós mil kilómetros y treinta años de vida. Si alguna vez pasáis por Sidney conseguid el número de teléfono de Renzo. Vale la pena. En Sidney existe CL. Palabra de cronista.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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