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Huellas N.10, Noviembre 2000

PARAGUAY

Donde nacen las fresas

Giovanna Tagliabue

De una caritativa dominical ha nacido una casa de acogida con el fin de ayudar a reconstruir la vida después de la cárcel. La oración, la escuela, el trabajo, los partidos y un chapuzón para concluir la jornada. Una esperanza para todos en Asunción

«Realmente no podemos imaginar cómo actúa Dios a través de la disponibilidad de cada uno de nosotros. Un simple gesto de obediencia, como ha sido para nosotros la caritativa que se desarrolla desde hace siete años en la cárcel para menores “Panchito López”, ha generado una amistad impensable con los jóvenes detenidos». Así habla Pedro de una amistad que hoy se concreta en una obra: una casa dedicada a la Virgen de Caacupé, que alberga a los jóvenes que salen de la cárcel para ofrecerles una familia, una estabilidad, una posibilidad de estudio y de trabajo.
«Muchos chavales que hemos conocido durante la caritativa dominical - continúa Pedro - una vez libres buscaban las mismas relaciones que en la cárcel les habían infundido una esperanza, pero su fragilidad y pobreza les hacía volver en poco tiempo a la vida de la calle y a la cárcel». Por eso, en noviembre de 1999, el día de Todos los Santos, se inauguró oficialmente una casa que puede alojar hasta 24 chicos en edades comprendidas entre los 14 y los 18 años.
Muchos amigos se implican con paciencia y dedicación en esta obra, y es de veras hermoso ver cómo la caridad echa sus raíces en el amor gratuito por el destino del otro.



Padre, madre, hermanos

Actualmente hay nueve jóvenes: Alcide, David, Dionisio, Epifanio, Lucio, Manuel, Marco, Ramón, Roberto, viviendo con Pedro, Cristina y Tortu, que son su padre, madre y hermanos. Dentro de la casa se ha habilitado una escuela, actualmente reconocida por el Ministerio de Educación, que permite a los chicos completar su formación de base; mientras, los que poseen un nivel de instrucción más avanzado pueden asistir a clase en un instituto de la zona. La vida cotidiana se ve marcada por el rezo del Ángelus. La mañana se dedica al estudio, mientras que por la tarde se desarrollan los diversos trabajos: bajo la guía de Pedro y Tortu, los chicos han limpiado el bosque que rodea la casa de las lianas que sofocaban a los árboles; han construido senderos empedrados circundados por orquídeas que cuelgan de las ramas, y donde antes había tierra yerma, ahora crecen las flores. Una parte del terreno se ha dedicado a huerto, y de una tierra que parecía poco fértil ahora nacen las fresas. Los jóvenes se dedican además a algunos talleres de artes plásticas, con lo que ganan algo de dinero, y hay quien se ocupa de los animales y ha conseguido domar a “Zaino”, un caballo salvaje. Finalmente, al anochecer aún quedan fuerzas para echar un partido en el campo de fútbol o de baloncesto, o bien para darse un chapuzón en la laguna que está al lado de la casa, donde se ha construido una pequeña embarcación de madera.
En las tareas de la casa cada uno asume un trabajo y el orden y la belleza que se encuentran en el cuidado de cada detalle señalan una Presencia que reclama a la esperanza de una recuperación.



Un oasis paraguayo

Así, inmersa en el campo paraguayo, donde la pobreza es una cruda realidad, la naturaleza selvática te inunda con colores y perfumes desconocidos y el calor del sol es a menudo inclemente, hay un oasis de paz, orden y serenidad.
«Esta casa parece un pequeño monasterio», dice Pedro sonriendo a sus queridos delincuentes que fruncen el ceño, pero devuelven la sonrisa. Y es así: Pedro y Cristina viven la regla de los Memores Domini en esta casa, y realizan su ofrecimiento paterno y materno a estos jóvenes amigos que, libres para marcharse cuando quieran, se quedan, miran todo con estima y participan.
Tan sólo nombrar la cárcel de la que provienen suscita en la población local una especie de terror a causa de la presunta peligrosidad de sus detenidos, pero es difícil descubrir en los ojos sonrientes de los chicos que viven en la casa de Itauguá todo el peso de sus crímenes y de su malestar social. En esta casa lo que cuenta no es el error o el delito que han cometido, porque la fragilidad es común, pero no puede determinar su vida. «Lo único que importa es nuestra dignidad, porque somos creados a imagen de Dios: ésta es nuestra grandeza».



La casa de Itauguá

Proponemos la intervención de Pedro en una asamblea que tuvo lugar en Asunción el 10 de septiembre
La caritativa fue desde el principio uno de los gestos que más me han llamado la atención (quería volver para tratar de comprender mejor sus razones). Llevo quince años fiel a ese gesto, y el tiempo vivido con responsabilidad ha madurado en mí la conciencia de que «toda la vida es una acción caritativa». Cuando uno se da cuenta de que es amado por Otro más grande que uno mismo, madura. No había pensado jamás que Dios se dona siempre, que su misma naturaleza es don. Lo descubrí haciéndome yo mismo don, y el lugar donde se me brindó la posibilidad de comprobarlo fue la cárcel. Uno al comienzo imita, repite, porque imitando y repitiendo se llega a vivir. Esto vale para todos los lugares, para todas las experiencias, vale para el mundo entero. Darse cuenta de que la vida es darse a los demás gratuitamente es un gran alivio, porque no se espera nada a cambio. Amar al otro por su verdad, por el destino, por el ideal que lo constituye y me constituye, es liberador y confortante porque uno descubre que crece su humanidad, crece su capacidad de amar, de interesarse por los demás. Uno no espera nada a cambio y, sin embargo, Dios lo da todo. Por esto se es más feliz. Lo que sorprende es admirar cómo Dios actúa entre nosotros y a través de nosotros. No nos imaginábamos que de la caritativa nacería una obra como la casa de Itauguá. Si no fuera por una gratuidad total, sería imposible sostener una obra similar. Son muchos los amigos que dan su tiempo, dinero, sus energías, muchos amigos que dan comida, ropa, libros, además de semillas para el huerto, pelotas de fútbol e incluso animales. Es una explosión de gratuidad. No puedo dejar de agradecer a Dios tanta gracia, por todos estos amigos que siguen implicándose y que me motivan para dar cada día algo más de mí mismo. No importa si para ello debo consumirme, porque la belleza está en ver cómo en los rostros de estos jóvenes renace la esperanza, despierta una vida que antes sólo era causa de rencor y fracaso, mientras que ahora se vuelve posibilidad de futuro, posibilidad de felicidad: estudian, trabajan, juegan y cantan. Cristina y yo admiramos el espectáculo del cambio y estamos agradecidos.

Pedro

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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