El editorialista del New York Times Magazine describe la situación de incertidumbre en vísperas de elecciones del nuevo presidente americano. El deseo, el poder y la libertad de un testimonio
La noche del 7 de noviembre los americanos sabrán ya quién es el nuevo Presidente de los Estados Unidos. En realidad, muchos americanos no contribuirán para nada a tal evento ya que, una vez más, la inmensa mayoría de los electores potenciales no ejercerá su derecho al voto.
Animado desde siempre por una profunda desconfianza respecto a la política, el espíritu americano tiene una falta de interés hacia ella. Siempre que la seguridad nacional se ha visto amenazada, los americanos ha respondido al desafío con firmeza. En estas elecciones, sin embargo, la mayoría de la población no percibe ningún peligro para la seguridad nacional excepto algunas franjas marginales que votarán a Pat Buchanan o a Ralph Nader porque están convencidos, por algún motivo, de que la globalización representa una amenaza para la soberanía americana (según la opinión de Peter Beinart, redactor de la importante revista liberal americana The New Republic y huésped del Meeting de Rímini este verano pasado, esta tendencia persistirá y se convertirá en una cuestión importante en poco tiempo).
Los americanos responden políticamente a sus necesidades económicas y, si desde las últimas elecciones la economía parece gozar de buena salud, ¿por qué inquietarse tanto?
En cualquier caso, ni Gore ni Bush son percibidos como agentes de un cambio radical. ¿Es realmente importante el resultado de las elecciones? La política americana es principalmente una política de intereses, no de ideología; el poder legislativo está investido de mayor poder para gestionar las situaciones contingentes y desde el final de la Guerra Fría - y con ella de la “presidencia del imperio” - su fuerza se está consolidando. Además cabe recordar que el presidente no se elige mediante un voto nacional, sino por la mayoría de los “votos electorales” asignados a cada estado; por tanto, podría obtener menos votos que su adversario y, sin embargo, ganar las elecciones. El candidato a la presidencia debe presentarse en cincuenta elecciones, no solamente en una, y los intereses de los electores son diferentes de un estado a otro dependiendo de distintas situaciones, casi todas de naturaleza local o regional.
Un cuadro poco claro
En realidad, habrá electores que votarán según su visión del papel del Estado en la vida social y cultural; éstos pueden distinguirse entre “conservadores” (minimizan la intervención estatal) y “liberales” (enfatizan el papel del gobierno en la solución de los problemas). La mayoría de los conservadores votará al Partido Republicano y los liberales, al Partido Demócrata. Sin embargo, el cuadro no está tan claro. Tras el período turbulento de finales de los años sesenta y principios de los setenta, el Partido Demócrata dio un giro decisivo a la izquierda, vinculando cada vez más sus preferencias políticas a una ideología pacifista y de izquierdas (especialmente por lo que se refiere a las cuestiones culturales). Los electores demócratas se sintieron abandonados por su propio partido y, con Ronald Reagan a la cabeza, los republicanos se dirigieron a ellos con gran éxito. Después de Reagan, el Partido Republicano volvió de nuevo a sus raíces tradicionales de partido pro empresas, contando con los votos de los “demócratas reaganianos” que no tenían otra opción. Deseosos de salvar al Partido Demócrata de los continuos desafíos, un grupo de líderes demócratas fundó el DLC, Democratic Leadership Council (Comité de Dirección Demócrata), para asumir el control del partido sustrayéndolo a los ideólogos y para volver a conquistar los votos de los “demócratas reaganianos”. Bill Clinton y Al Gore, por ejemplo, son el resultado de esta maniobra victoriosa. Sin embargo, los “nuevos demócratas” se preocuparon de no perder los votos de los miembros más comprometidos de la vieja alianza proveniente de la izquierda cultural. El Partido Republicano aprovechó esto para captar a los electores que, aunque estaban más cercanos a los demócratas en las cuestiones económicas, se oponían con decisión al orden del día de los liberales culturales, especialmente, los protestantes evangélicos y los católicos conservadores. En muchos lugares los electores fuertemente comprometidos se convirtieron en la base del Partido Republicano, formando una precaria alianza con los conservadores económicos. Quienes querían presentarse como candidatos a Presidente, demócratas o republicanos, debían establecer alianzas muy inestables: para el Partido Demócrata, la coalición entre los liberales culturales y los demócratas estilo DLC; y la coalición entre conservadores culturales y conservadores sociales para el Partido Republicano. En medio se sitúan los “electores indecisos” - que tendrán la última palabra en el resultado de la carrera - preocupados, principalmente, por las cuestiones concretas y prácticas (según el lema americano de “vive y deja vivir”, la mayoría prefiere dejar fuera de la política las cuestiones culturales, sea cual sea su opinión sobre aborto, feminismo o derechos de los homosexuales). Cuando tuvieron lugar las Convenciones nacionales quedó claro que Bush era capaz de garantizarse una base propia y podía empezar a dirigirse a los electores indecisos. La Convención republicana representa un ejemplo perfecto de esta política de “inclusión - no exclusión” y de “conservadurismo compasivo”. En estas elecciones los republicanos parecen identificarse con la reencarnación del Partido Demócrata tradicional. He aquí el punto crucial para Bush: ¿creerán los electores indecisos en el nuevo rostro del Partido Republicano?
Sorpresas en la Convención
Por lo que se refiere a los demócratas, los que apoyan a Gore no parecen muy convencidos de que este garantice la base liberal cultural del partido. Por eso la convention sorprendió a muchos de los partidarios del DLC con su aparente vuelta a un estilo más orientado hacia la izquierda, tanto económica como culturalmente. La semana pasada un importante comentarista de The New Republic (decididamente a favor de Gore) estaba preocupado porque Gore parecía querer desmontar las realizaciones del DLC. La cuestión para Gore, por tanto, es si los electores indecisos comprenderán su necesidad de ganarse a la base del partido y prestarán más atención a sus propuestas sobre las cuestiones concretas que les interesan.
De momento, justo antes de los debates televisivos entre Bush y Gore, durante los cuales los electores indecisos podrán ver de cerca a los dos candidatos, Gore parece apuntar a la imagen del “americano que trabaja” como clave de acceso a los indecisos, mientras que Bush sigue insistiendo en el nuevo perfil del Partido Republicano. Esto preocupa a los partidarios de Bush, ya que los debates mostrarán también la fuerte capacidad dialéctica de Gore y su apasionada atención a los hechos y las cifras, a lo que Bush simplemente no puede responder. ¿Qué ofrecerá Bush a cambio? Sus posibilidades dependen de la capacidad de presentarse como el candidato que dará a los americanos más oportunidades para gestionar su propia vida con el apoyo del gobierno en calidad de facilitador de oportunidades, más que de proveedor de servicios, naturalmente a excepción de aquellos que necesitan la ayuda del gobierno para sobrevivir con dignidad. En el lenguaje de la doctrina social católica, Bush debe demostrar que es el candidato que mejor puede conjugar subsidiariedad y solidaridad.
Sorprendentemente, a pesar de la gran atención que recibe de los medios de comunicación, por el momento parece que la política racial, étnica y multicultural no jugará un papel fundamental en estas elecciones. Según las previsiones, la inmensa mayoría de los afroamericanos e hispanos votarán a nivel nacional por el Partido Demócrata porque no creen que los republicanos atiendan lo suficiente a sus necesidades económicas y a las cuestiones de inmigración. Muchas minorías no comparten el punto de vista de los demócratas liberales, viven en este país buscando el éxito económico y no un crecimiento cultural. Pero como lo que importa es obtener los votos electorales de cada estado más que en el ámbito nacional, los votos de las minorías raciales, étnicas y culturales pueden ser decisivos en las zonas donde estos temas tienen implicaciones económicas.
Por lo que se refiere a la cuestión religiosa, que a menudo surge bajo embarazosas modalidades (para las personas realmente religiosas) - como sucedió por ejemplo con ocasión del nombramiento del hebreo ortodoxo Joe Lieberman como vicepresidente, por no citar la declaración de Bush diciendo que Jesucristo es su filósofo preferido, y la frecuente ostentación de fe que hace Gore - no se prevé un papel significativo ya que los electores indecisos lo consideran un hecho estrictamente privado.
Guía para el voto
Los obispos católicos han difundido una nota sobre las elecciones donde enumeran siete «temas de la enseñanza social católica» que deberían guiar a los católicos al decidir su voto: vida y dignidad de la persona; reclamo a la familia, comunidad y participación; derechos y responsabilidad; oportunidades para los pobres y los débiles; dignidad del trabajo y derechos de los trabajadores; solidaridad y cuidado por la creación de Dios. La declaración de los obispos es en realidad muy buena, ningún otro en el país puede ofrecer una visión semejante. Pero, desgraciadamente, la mayor parte de los católicos no le presta atención. Además, existe también el peligro de que la contribución católica se considere una mera inspiración moral - que es la manera más frecuente que tienen los americanos de considerar la religión - y no como un juicio sobre la realidad capaz de generar una cultura y dar forma a la vida.
En este contexto, Comunión y Liberación USA ha distribuido un panfleto bajo el lema A Politics of Responsibility, que manifiesta como una visión católica implica una toma de posición concreta respecto a la realidad: «Nosotros abordamos la política como responsabilidad ante el don de la realidad. Un quehacer político entendido así, no defiende ninguna noción preconcebida de cómo deberían ser las cosas; afirma la primacía de los deseos humanos sobre las ideologías abstractas, y de los individuos y las comunidades sobre las instituciones impersonales. Es este el punto de vista propio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se plasma en los tres principios de libertad, subsidiariedad y solidaridad. Por libertad se entiende, la libertad concreta para vivir, construir y educar, para asociarse según necesidades comunes y responder a ellas creando obras sociales. Subsidiariedad significa que el Estado debe servir a la sociedad y no ocupar su lugar, y que el gobierno no debe asumir aquellas iniciativas que puedan realizarse mejor desde el tejido social. El Estado debe facilitar y defender todas las realidades que se construyen desde la base y reconocer su valor público. Solidaridad significa que la política ha de estar atenta a las necesidades de los miembros más débiles de la sociedad que carecen de las oportunidades y los medios para expresar libremente su creatividad».
Siguiendo la intuición de don Giussani, el panfleto reconoce que Estados Unidos es un lugar privilegiado para la comprensión de esta visión, precisamente por el “sueño americano” de libertad que ha nutrido su historia. Expuestos a un inmenso poder que afecta a todos los aspectos de la vida, los americanos son todavía sensibles a los ideales. Esto constituye la base de lo que podría ser la contribución católica más importante a la política americana: la convicción de que tener ideales es posible y de que vale la pena perseguirlos con una esperanza inquebrantable. Para los cristianos esta convicción no nace de un sueño ingenuo, sino de haber encontrado a Cristo, encarnación del ideal humano que vence a la misma muerte, y que corresponde a los deseos del corazón humano. Afirmamos la realidad y el valor de la creatividad humana y ponemos la política a su servicio. Para que este pensamiento venza a la política que manipula cínicamente esos deseos, no es suficiente ofrecer inspiración y promover algunos “valores”, sino que es necesario un testimonio.
A politics of Responsability
El fundamento de la experiencia americana se puede identificar en la tensión hacia un ideal infinito. Desde los comienzos de su historia, Estados Unidos se ha concebido como la nación donde todos podían dar plena expresión a sus deseos, formar comunidades y crear obras, en fin, construir un “nuevo mundo”. Los americanos poseen un arraigado sentido positivo de la vida, de que el corazón del hombre entraña una promesa y su libertad puede aspirar a realizarse sin aguardar a la generosidad de los poderosos. Como cristianos dicho idealismo y defensa de la libertad encuentran en nosotros un eco, ya que hemos podido experimentar cómo el Ideal que mueve a todo corazón humano se encarna. Este Ideal no es una idea abstracta, sino una presencia tangible en la historia. Cada vez que esta presencia concreta se niega o se destruye, el Ideal se ve reducido a ideología, y la ideología acaba sirviendo a los que detentan el poder.
Nosotros abordamos la política como responsabilidad ante el don de la realidad. Un quehacer político entendido así no defiende ninguna noción preconcebida de cómo deberían ser las cosas; afirma la primacía de los deseos humanos sobre las ideologías abstractas, y de los individuos y las comunidades sobre las instituciones impersonales. Es este el punto de vista propio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se plasma en los tres principios de libertad, subsidiariedad y solidaridad. Por libertad se entiende la libertad concreta para vivir, construir y educar, para asociarse según necesidades comunes y responder a ellas creando obras sociales. Subsidiariedad significa que el Estado debe servir a la sociedad y no ocupar su lugar, y que el gobierno no debe asumir aquellas iniciativas que puedan realizarse mejor desde el tejido social. El Estado debe facilitar y defender todas las realidades que se construyen desde la base y reconocer su valor público. Solidaridad significa que la política ha de estar atenta a las necesidades de los miembros más débiles de la sociedad que carecen de las oportunidades y los medios para expresar libremente su creatividad.
Con ocasión de las próximas elecciones, queremos contribuir con estos principios al debate político y señalar algunas cuestiones concretas sobre las cuales nos parece importante aplicar una política de responsabilidad.
1) En primer lugar, la libertad de educación. Educar a los jóvenes es una forma crucial de expresar lo humano, que no debe ser monopolizada o uniformada por el poder político. Pedimos al Estado que reconozca el derecho de todos a una educación en consonancia con la dignidad de la persona y su libertad. Esto requiere comenzar por dar la bienvenida y apoyar las iniciativas de individuos, familias y comunidades. Y, así mismo, implica que la educación pública ha de permitir la libertad de expresión y asociación para todos.
2) En general, las medidas políticas deben reconocer y valorar todas las realidades intermedias que se ubican entre el individuo y los poderes del gobierno y de los intereses económicos privados. Esto incluye reconocer el papel social clave de la familia y también el valor público de las organizaciones sin ánimo de lucro, por ejemplo mediante la desgravación fiscal.
3) Es clave la aplicación de los principios de subsidiariedad y solidaridad en el ámbito de la seguridad social [fundamentalmente privada en EEUU, ndt], que cada vez más se ve regulada por poderosos intereses económicos. En efecto, el derecho a una adecuada atención médica forma parte esencial del derecho a la vida. La ley debe proteger la integridad del cuerpo humano, desde su concepción hasta la muerte natural.
4) Una política de responsabilidad en la esfera internacional hace del aislamiento y de la hegemonía respuestas inaceptables a los numerosos retos que nos llegan del resto del mundo. Estados Unidos tiene hoy, como ningún otro país, la tarea histórica de mantener la paz en el mundo en tanto que condición necesaria para cualquier desarrollo. Así mismo, EEUU debe mantenerse a la altura de su singular tradición de apertura a los inmigrantes, gran fuente de vitalidad en nuestra historia.
Con esta declaración aspiramos a establecer un diálogo por encima de barreras de partidos, con hombres y mujeres de buena voluntad, que comparten nuestra convicción de que la política ha de apostar todo por el original e irreducible dinamismo del corazón humano.
Communion and Liberation
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón