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Huellas N.9, Octubre 2000

VIDA DE LA IGLESIA

Dos Pontífices bondadosos

Andrea Tornielli

La Iglesia ha proclamado beatos a Juan XXIII y a Pío IX. Juan Pablo II durante la homilía afirmó que «los designios divinos han querido que la beatificación aunase a dos Papas que vivieron en contextos históricos muy diferentes, pero ligados por no pocas semejanzas en el plano humano y espiritual»


«“Tú eres bueno y estás dispuesto al perdón”. Contemplamos hoy a Juan XXIII en la gloria del Señor, el Papa que impresionó al mundo por su trato afable en el que se transparentaba su singular bondad de ánimo... Del papa Juan permanece en el recuerdo de todos la imagen de un rostro sonriente y de dos brazos abiertos al mundo entero. ¡Cuántas personas fueron conquistadas por la sencillez de su ánimo, unida a una amplia experiencia de los hombres y de las cosas!». Con estas palabras, el domingo 3 de septiembre, Juan Pablo II resumió los rasgos característicos de Angelo Giuseppe Roncalli, nuevo beato junto a su predecesor Pío IX, al arzobispo Tommaso Reggio, a don Guillaume-Joseph Chaminade (fundador de la Familia Marianista) y al abad benedictino, Columba Marmion.



Juan XXIII

Impresiona que el Papa Wojtyla, en la homilía de la ceremonia celebrada en la basílica vaticana, haya subrayado precisamente el rasgo de la “bondad” de Juan. Una insistencia que ha hecho fruncir el ceño a muchos tradicionalistas, los cuales echan en cara al pontífice de Sotto il Monte haber cedido a la modernidad y al comunismo, y por tanto haber sido demasiado bueno, es más, ingenuo. Pero tampoco ha sido bien acogida por los ambientes progresistas, que durante estos decenios han contribuido a forjar, sin ningún fundamento, la imagen de un Juan XXIII revolucionario, “ideólogo” de esa renovación conciliar que después - según ellos - Pablo VI habría frenado. Para Juan Pablo II permanecen en el recuerdo de todos «un rostro sonriente» y «dos brazos abiertos al mundo». Simplemente un “santo”, a quien muchos intelectuales, tal vez incluso dentro de la Iglesia, mirarán con altanería, pero que corresponde totalmente a la imagen de Juan que ha permanecido en la memoria de millones de fieles sencillos. Si el criterio para alcanzar el honor de los altares fuera solamente la “fama de santidad” extendida en el pueblo de Dios, no cabe duda de que Angelo Roncalli habría sido ya proclamado beato hace mucho tiempo. Del Papa que a sus ochenta años cumplidos tuvo el coraje de convocar un Concilio, que escribió la Mater et magistra y la Pacem in terris, pero también encíclicas para relanzar la devoción del Rosario (Grata Recordatio) y el uso del latín en la liturgia (Veterum Sapientia), ha quedado grabada en los fieles su capacidad de hablar al corazón de todos. El 26 de diciembre de 1958, Juan XXIII dedica una de sus primeras salidas del Vaticano a los presos encerrados en Regina Coeli. «Soy Giuseppe, vuestro hermano» dice a los prisioneros conmovidos, «he fijado mis ojos en vuestros ojos, he puesto mi corazón cerca de vuestro corazón». Más que en sus palabras es en su mirada y en su sencillez donde los presentes perciben la misericordia de Dios hacia ellos. Al final del encuentro, Juan pide permiso para visitar las alas superiores de la cárcel. Durante el trayecto, entre las dos filas de reclusos que esperan de rodillas a que pase, el Papa se detiene ante un joven condenado por homicidio. El muchacho está inclinado sobre sí mismo y llora balbuceando alguna palabra incomprensible. El Papa se acerca, baja la cabeza, quiere entenderle. Al final el joven, entre lágrimas, susurra: «Lo que habéis dicho antes ¿sirve también para mí? ¿Existe el perdón también para mí?». Juan XXIII, conmovido, no dice nada. Abraza al prisionero estrechándole amorosamente.



«¿Quién soy, de dónde vengo, adónde voy?»

No se puede permanece indiferente escuchando al papa Roncalli mientras dice delante de la cámara de televisión que todos los días dedica el tercer misterio de su Rosario a los niños nacidos ese día, para que así, cuando nazca un niño en cada rincón de la tierra, «cuente ya con la oración del Papa por él». Basta volver a ver las imágenes de la multitud agolpada en las estaciones ferroviarias y en los andenes con ocasión de la peregrinación extraordinaria a Loreto, para entender cuánto querían a este anciano Obispo de Roma. Un Papa de fe tradicional y sencilla, que a los veinte años escribía en su Giornale dell’Anima una página cargada de asombro por haber sido llamado a la vida: «¿Quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy? ... Yo no soy nada. Todo lo que poseo, el ser, la vida, la inteligencia, la voluntad, la memoria, todo me lo ha dado Dios, por tanto, todo le pertenece... Aunque sólo tengo 20 años, todo lo que me rodea ya existía; existían el sol, la luna, las estrellas, los montes, los mares, los desiertos, los animales, las plantas y los hombres. En el mundo las cosas procedían ordenadamente bajo la mirada vigilante de la divina Providencia. ¿Y yo? Yo no existía. Todo se realizaba sin mí, nadie pensaba en mí, nadie me imaginaba, ni siquiera en sueños porque yo no existía. Y Tú, Dios mío, gracias a la inefable iniciativa de tu amor... Tú me trajiste de la nada, me comunicaste el ser, la vida, el alma».



Concilio Ecuménico II

«La ingente novedad que trajo», explicó Wojtyla en la homilía, «no atañía ciertamente a la doctrina». Juan XXIII fue un fiel custodio del Depositum fidei. La novedad, explica Juan Pablo II, residía en «su manera de exponer» la doctrina. «Era nueva su forma de hablar y actuar, nueva la carga de simpatía con la que se acercaba a las personas corrientes y a los poderosos de la tierra. Con este espíritu convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II, que abrió una nueva página de la historia de la Iglesia: los cristianos se sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovado valor y una atención más vigilante a los “signos” de los tiempos. El Concilio fue verdaderamente una intuición profética de este anciano pontífice que inauguró, en medio de grandes dificultades, un período de esperanza para los cristianos y para la humanidad». Gran devoto de María y de San José, cercano a las prácticas de devoción del pueblo de Dios, sintetizó en pocas palabras su testamento: «Lo más valioso de la vida es Jesucristo bendito, su Santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad». «Este testamento», dijo el papa Wojtyla, «lo queremos recoger también nosotros hoy mientras damos gloria a Dios por habérnoslo dado como pastor».
Para despejar el campo de muchas polémicas y contraposiciones entre la figura de Juan XXIII y la de Pío IX basta recordar la gran devoción que Roncalli tuvo por su predecesor Mastai Ferretti. «Los designios divinos», dijo Karol Wojtyla, «han querido que la beatificación aunase a dos Papas que vivieron en contextos históricos muy diferentes, pero ligados, más allá de las apariencias, por no pocas semejanzas en el plano humano y espiritual. Es conocida la profunda veneración que el papa Juan tenía por Pío IX, para el cual deseaba la beatificación. Durante un retiro espiritual, en 1959, apuntaba en su diario: “Me acuerdo siempre de Pío IX de santa y gloriosa memoria, e imitándolo en sus sacrificios, querría ser digno de celebrar su canonización” (Giornale del’Anima, p. 560)». Muchas cartas y discursos de Juan XXIII dan testimonio de esta devoción. Durante una audiencia pública, el 22 de agosto de 1962 (lo ha recordado el arzobispo Loris Capovilla en el número de julio-agosto de la revista mensual 30Giorni), el Papa Roncalli dijo de Mastai: «Excelsa y noble figura de pastor, del cual se escribió, acercándolo a la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, que nadie fue tan amado y tan odiado por sus contemporáneos. Pero sus empresas y su dedicación a la Iglesia brillan hoy más que nunca; la admiración es unánime: que el Señor me conceda el gran don de poder decretar el honor de los altares, durante el desarrollo del XXI Concilio Ecuménico, a aquel que convocó y celebró el XX, el Vaticano I».



Pío IX

Del Papa del Sílabo se ha escrito mucho, tal vez demasiado, durante las últimas semanas. De él se ha dicho que fue un pastor “antimoderno”, “antiunionista” e incluso “antisemita”, a pesar de que es sabido por todos que precisamente Pío IX mejoró las condiciones de vida de los judíos de Roma. Algunas heridas que siguieron a la unidad de Italia y a la caída de los Estados Pontificios parecían definitivamente cerradas, tanto que personalidades del calibre de Giovanni Spadolini, el desaparecido senador republicano, a mitad de los años ochenta, comunicó a la Santa Sede que los historiadores serios no tenían nada en contra de la beatificación de Mastai Ferretti. En cambio, contra la figura de Pío IX y su beatificación se han levantado muchos. Juan Pablo II, para despejar el campo de malentendidos y para no entrar en polémicas, precisó al principio de la homilía «que la santidad vive en la historia y que los santos están sujetos a los límites y a los condicionamientos propios de nuestra humanidad». «Beatificando a un hijo suyo», añadió Wojtyla, «la Iglesia no celebra las opciones históricas por él realizadas, sino más bien lo propone a la imitación y a la veneración por sus virtudes, en alabanza de la gracia divina que en ellos resplandece». El honor de los altares para Pío IX, por tanto, no significa la beatificación de sus opciones históricas contingentes, sobre las cuales es justo discrepar, pero sin alzar barricadas o empeñarse en batallas anacrónicas.



Confiar en la Providencia

«En medio de los acontecimientos turbulentos de su tiempo», continúa Wojtyla, Pío IX «fue un ejemplo de adhesión incondicional al depósito inmutable de las verdades reveladas. Fiel en todas las circunstancias a los compromisos de su ministerio, supo siempre dar la primacía absoluta a Dios y a los valores espirituales. Su larguísimo pontificado verdaderamente no fue fácil y tuvo que sufrir mucho para cumplir su misión al servicio del Evangelio. Fue muy amado, pero también odiado y calumniado. Pero precisamente en medio de estos contrastes brilló más intensamente la luz de sus virtudes: las prolongadas tribulaciones reforzaron su confianza en la divina Providencia, de cuyo soberano dominio sobre las vicisitudes humanas nunca dudó. De aquí nacía la profunda serenidad de Pío IX, incluso en medio de la incomprensión y de los ataques de muchas personas hostiles. Solía decir a los que tenía a su lado: “En las cosas humanas hay que contentarse con hacer lo mejor que se puede y en lo demás abandonarse a la Providencia, que sanará los defectos y las insuficiencias del hombre”».
Juan Pablo II recordó que Pío IX, «sostenido por esta convicción interior, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano I, que clarificó con autoridad magisterial algunas cuestiones entonces debatidas, confirmando la armonía entre la fe y la razón. En los momentos de prueba, Pío IX encontró ayuda en María, de la que era muy devoto. Proclamando el dogma de la Inmaculada Concepción, recordó a todos que en las tempestades de la existencia humana brilla en la Virgen la luz de Cristo, más fuerte que el pecado y que la muerte». «En la mente de Pío IX», ha escrito Spadolini, «la preocupación religiosa prevalecía sobre las consideraciones diplomáticas y su meta era robustecer la doctrina católica». Mastai Ferretti fue un Papa que dio un enorme impulso misionero a la Iglesia, que reconstruyó la jerarquía católica en Inglaterra y en Holanda, que elevó a los altares a numerosos beatos y santos entre los que se encuentran Ilario de Poitiers, Francisco de Sales y Alfonso María Ligorio, que favoreció las tradiciones y los ritos de las Iglesias orientales, que protegió a don Bosco y que proclamó a San José patrono universal de la Iglesia. Al principio de su sacerdocio, el joven Mastai Ferretti había asumido como lema: «Todo mi obrar en Dios, con Dios y para Dios».



Libertas Ecclesiae

En cuanto a las “opciones contingentes”, hablando con el general Karl Kanzler, Pío IX afirmó una vez: «El poder temporal es una cosa sagrada, lo defenderé hasta la muerte, pero es una gran pesadilla». Giulio Andreotti ha dejado bien demostrado en sus libros (el último, Bajo el signo de Pío IX, acaba de ser publicado) que la defensa de Roma fue un acto simbólico y que el Papa quiso evitar el derramamiento de sangre. La defensa de los Estados Pontificios (cuya caída será definida por Pablo VI como “providencial”) por parte de Mastai estaba determinada únicamente por el intento de salvaguardar la libertad y la independencia de la Iglesia y sólo en 1929, con el primer Concordato, se encontrará el camino para garantizar la libertad al Pontifice. «No era porwtanto una cuestión de territorios», observó el obispo emérito de Senigallia, Odo Fusi Pecci, «sino de independencia».
Como jefe de Estado fue todo, menos tirano; la presión fiscal en los territorios pontificios oscilaba entre los 20 y 22 francos, mientras que en Piamonte oscilaba entre los 30 y 32, en Francia alcanzaba los 40 y en Inglaterra incluso los 80. Pío IX, además de reabrir el gueto judío, hizo secar los barrizales de Ostia y Ferrara, abasteció Roma con agua potable e iluminación de gas, construyó más de 400 kilómetros de línea ferroviaria y hospitales, hornos para la distribución de pan a precio político, institutos de beneficencia, albergues nocturnos y casas populares. Por lo que se refiere a la acusación de haber sido “antipatriótico” por no haber querido participar en la guerra por la unidad de Italia, basta leer lo que escribió a la junta municipal de Roma: «No he declarado injusta ni condenado la guerra actual en Italia. Sólo he dicho que no pienso participar y que, además, no tengo fuerza para frenar el impulso de mis súbditos que quieren participar en ella. Esto no significa una declaración de injusticia o de condena. Es sabido por todos que yo reconozco como algo natural en el hombre el sentimiento de la nacionalidad. Me alegraría mucho de que Italia pudiese resurgir y ser independiente, pero yo no puedo participar en una guerra de la cual yo debo quedar al margen mientras no sea agredido o no ponga en peligro la religión».



Mi vida, amor a Jesús

«El sucesor de Pedro sabe que en su persona y en su actividad lo que sostiene todo es la gracia y la ley del amor que vivifica y embellece; y ante el mundo entero, en el intercambio de amor entre Jesús y él, Simón o Pedro, hijo de Juan, la Iglesia santa se eleva, como sostén invisible y visible: Jesús invisible a los ojos de la carne, el Papa “Vicarius Christi” visible al mundo entero. Pensando bien en este misterio de amor íntimo entre Jesús y su Vicario, qué honor y qué dulzura para mí, pero a la vez qué motivo de confusión por la pequeñez, por la nada que soy.
Mi vida debe ser toda amor hacia Jesús y, a la vez, efusión de bondad y de sacrificio por cada alma y por todo el mundo. Del episodio evangélico que proclama el amor del Papa por Jesús, y a través de él, a las almas, es muy rápido el paso a la ley del sacrificio.
Es el mismo Jesús el que anuncia a Pedro: “En verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras” (Jn 21,18). (...) Oh Jesús, aquí estoy dispuesto a extender mis manos, temblorosas y débiles, a dejar que otros me ayuden a vestirme y me sostengan al caminar. Oh Señor, Tú le dijiste a Pedro: “et ducet quo tu non vis” (Jn 21,18)».
(Juan XXIII, Il giornale dell’Anima)



Andreotti relata


«Le salió de manera espontánea, el alba del 8 de diciembre de 1854, una oración de acción de gracias muy especial. ¿Qué eran las angustias y las humillaciones de los años precedentes comparados con la indescriptible alegría que experimentaba en esta jornada de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción? Se había llegado a ella después de una preparación muy profunda, consultando a todos los obispos, las universidades católicas y, especialmente, las facultades de Teología, además de a figuras eminentes de intelectuales, incluidos los no católicos. Pero estaba tranquilo porque habían rezado por él sus tropas de reserva: las comunidades de clausura. En especial, la tropa elegida estaba constituida por los monasterios de las dos diócesis que había guiado, Spoleto e Imola, sobre las cuales estaba completamente al día, contento por las nuevas vocaciones que en ambos conventos no habían faltado nunca. (...) La basílica parecía más esplendorosa con las muchas flores que habían enviado, incluso desde muy lejos. El homenaje de los holandeses me pareció un silencioso gesto de reparación por los numerosos daños causados a la unidad católica. Pero aún más conmovedor fue el gran centro de flores hecho por más de 1.000 enfermos graves para sostener al Papa en la histórica decisión teológica. En la homilía se atuvo rigurosamente al tema sin hacer ninguna alusión a las preocupaciones temporales - ¡que existían y cuántas! -. Nadie debía pensar que el Papa estuviera pidiendo una ayuda celestial complementaria para sus problemas terrenales.
En el momento de la lectura de la fórmula se detuvo un momento. De repente se acordó de su madre cuando le enseñaba, siendo él muy pequeño, el Ave María. En ese momento un rayo de sol entró por las grandes vidrieras, rompiendo improvisadamente el cielo gris del diciembre romano. (...)
Pío IX, apenas elegido, después de haber concedido la amnistía “pensó también en los inocentes del gueto, en los judíos que vivían allí como en una prisión y dispuso que aquellos que pasaban más apuros participarán de las ayudas con las que había dado un poco de alegría a los pobres de Roma”.
Aún más: sorprendió la ceremonia multisecular con la que se inauguraba el carnaval con un acto de homenaje de los judíos a los administradores capitolinos; esto sucedía entre las risas y la burla del pueblo romano y de los visitantes extranjeros.
Otras dos “pruebas de benevolencia”: la asignación anual de 300 escudos para las familias de los judíos pobres; y la extensión a los mismos del subsidio de 60 escudos establecido para las familias cristianas con 12 hijos.
Gran relevancia tuvo la ruptura de la cinta que rodeaba el gueto, iniciada el 17 de abril de 1848, precisamente la noche en la que en las casas de los judíos se celebra el “Paso salvífico”».
(Giulio Andreotti, Sotto il segno di Pío IX, Rizzoli)



Para saber más

Los que quieran profundizar en el conocimiento del papa Roncalli el único problema que tienen es el de la elección. Hay publicadas bastantes biografías. La más importante y completa es la titulada Juan XXIII, de Mario Benigni y Goffredo Zanchi, recientemente editada por San Pablo. EDICEP acaba de sacar sendas biografías de Pío IX y Juan XXIII escritas por Vicente Cárcel Ortí. La BAC ha editado un libro muy interesante sobre Juan XXIII que se titula Estuvo entre nosotros, de José Ignacio Tellechea. Un libro general, pero bien documentado y con buen sentido, es el Diccionario de los Papas y Concilios de Javier Paredes, editado por ARIEL.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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