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Huellas N.9, Octubre 2000

MEETING

Paz, obra de la justicia

Paola Ronconi

Exponentes del mundo político palestino e israelí confrontan sus pareceres. La aportación de la Santa Sede para la resolución del conflicto de Oriente Medio


Viendo las imágenes de los informativos, después de la vuelta a los enfrentamientos en la explanada de las mezquitas en Jerusalén, en la franja de Gaza y en los demás territorios ocupados, parecen lejanas las palabras de confianza de Juan Pablo II. El 18 de septiembre, recibiendo al nuevo embajador de Israel ante la Santa Sede, Josef Neville Lamdan, el Papa decía: «Que progresen las negociaciones, a pesar de muchas dificultades, constituye sin duda un desarrollo significativo. Todas las partes se deben convencer de que es posible llegar a una solución». El 2 de octubre, cuarto día de guerrilla, el mismo Pontífice ha lanzado un llamamiento apremiante: «Que callen las armas, que se vuelva al diálogo y que se eviten las provocaciones».
Pero la violencia del conflicto no resta nada a lo que sucedió en torno a una mesa en el Meeting de Rímini, ejemplo de un sincera voluntad de diálogo.



A un mes de Camp David

El ambiente está caliente. Y no solo por la temperatura, que ronda los 40: bajo la gran tienda blanca de la feria se encuentran exponentes del mundo político palestino e israelí. Y todo esto a un mes de la cumbre de Camp David, en donde el líder palestino Yasser Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak habrían tenido que estipular un acuerdo de paz con vistas también a la proclamación del Estado de Palestina, prevista para el 13 de septiembre. Y, como bien dice el primer ponente Uri Savir - miembro del Knesseth, el parlamento israelí, negociador en Oslo en tiempos de Shimon Péres y director del The Perez Center for Peace -, «hasta hace diez años algo así habría sido impensable». En dos horas de conferencia la palabra más usada fue “paz”. Esto es lo que necesita Oriente Medio. La paz - como subraya Savir - «permite tanto a Israel como a Palestina participar en el proceso de globalización y de crecimiento económico. (...) Necesitamos seguridad; la seguridad que pueda garantizar el derecho a la vida; esto se lo debemos a nuestros hijos». Lo que está en juego es mucho más que un acuerdo político, y «el futuro - añade Savir - dependerá de que se comprenda cuáles son las alternativas a la salida del proceso de paz». Savir continúa con una invitación al presidente Arafat y al Primer Ministro Barak: «No hagáis lo que os piden los políticos, sino lo que pide la gente, de forma especial aquellos que no tienen peso ni voz en las elecciones, es decir, los menores de 18 años. Ellos serán determinantes para nuestro futuro, podrán entablar una nueva relación con los palestinos, establecer vínculos de amistad». Y hace una anotación cuyas consecuencias prácticas son tal vez difíciles de comprender para nosotros los occidentales: «¿Por qué es tan complicado resolver el problema de Jerusalén? Considerad que durante 3.000 años no hemos vivido en paz, nunca ha habido paz entre judíos y musulmanes, entre cristianos y musulmanes; hace falta un poco de paciencia. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que tenemos que tomar el destino en nuestras manos. Esta responsabilidad nos corresponde sólo a nosotros, palestinos e israelíes. No podemos dejar que lo hagan Estados Unidos o Europa. Pero Europa (también Italia) nos podrán ayudar a estructurar nuevas relaciones».



Acertado aplazamiento

La segunda intervención corresponde a Abu Sharif, consejero especial de Arafat. Para los palestinos, dice Sharif, «el tiempo es un factor determinante. Si el pueblo de Israel goza de desarrollo económico, estabilidad y democracia, los palestinos se encuentran todavía bajo ocupación. La paz debe ser un interés estratégico para ambas partes. La única vía posible para la solución del problema es la que pasa por una mentalidad secular, una mayor objetividad y un alejamiento de la discriminación racial»; una vía que excluya a los grupos más extremos, tanto de una parte como de la otra. Es necesario un camino para solventar las consecuencias de los conflictos precedentes, como el drama de los refugiados. Después, anuncia que la fecha para la declaración unilateral del Estado de Palestina, fijada para el 13 de septiembre de 2000, se ha oficialmente aplazado para permitir que se produzcan nuevos y significativos pasos hacia delante en el proceso de paz. Decisión absolutamente sabia: no pocas habrían sido las consecuencias de esta declaración, en un momento delicado como este. Se habría comprometido la paz por enésima vez.
También él añade al tema de Jerusalén: «Es necesario transformarla en la mayor fuente de ingresos de nuestra región, pues la Ciudad Santa será visitada por millones de peregrinos musulmanes, cristianos y judíos cada año».
Estos discursos suenan a los oídos de los asistentes (que corren el riesgo de derretirse después de casi dos horas de encuentro) excesivamente diplomáticos. Pero entrañan toda la dramaticidad de la situación.



Lección de realismo

«Opus iustitiae pax», la paz es obra de la justicia. Así comienza a hablar David Jaeger, al que los lectores de Huellas han tenido ocasión de conocer (cfr. Huellas, n 2 - 2000). Es miembro de la comisión permanente de trabajo Israel-Santa Sede, y es el único sacerdote católico, precisamente fraile franciscano, nacido en Israel; el único que es un sabrah, es decir, de la primera generación de los nacidos en el Estado de Israel. «La paz debe fundarse en la justicia y formularse mediante los instrumentos del derecho - dice, destacando las palabras “justicia” y “derecho” -. La justicia reclama realismo. Nosotros, cristianos, predicamos el primado de la persona, recordémoslo, y definimos el bien común como el bien de todos y de cada uno, no como el bien de alguna comunidad separada de los miembros individuales de la sociedad y, en definitiva, de la naturaleza humana. Por tanto, para nosotros la paz tiene que ver con la reconciliación. Ahora bien, una condición de justicia y de paz tienen que ver también con la construcción de las dos naciones desde dentro».
El padre Jaeger habla de la aportación que desde hace años la Santa Sede trata de ofrecer al problema del Oriente Medio. Dice también que los tratados de diciembre de 1993 con Israel y de febrero de este año con Palestina han dado una enorme relevancia al derecho humano, a la libertad de religión y de conciencia, que los dos Estados deben comprometerse a respetar.
«No se habla en primer lugar de intereses institucionales de la Iglesia, sino de normas fundamentales que afectan a la constitución y a la vida interna de cada una de las dos sociedades. No es casualidad que haya también otras disposiciones, en los tratados que se refieren al alma de cada una de estas sociedades, para que nosotros, Iglesia, apostemos por el futuro de Israel y de Palestina, para que cada una de estas sociedades sepa ser fiel a su inspiración de origen. La palabra clave pronunciada por el colega palestino es secular mentality, mentalidad laica secular o “sano laicismo del Estado”, que es condición indispensable de justicia, de democracia y de libertad en cada una de estas naciones». Y continúa: «Esta fue la inspiración original del Estado de Israel. Y fue la inspiración original netamente laica del movimiento nacional palestino que miraba hacia un Estado laico y democrático. Pero sabemos igualmente que dentro de cada una de estas sociedades hay fuerzas comprometidas en un intento decidido de derribar la inspiración original. Nosotros necesitamos paz también para parar estas tendencias y ayudar al triunfo de las fuerzas de la libertad. (...) Nuestra aportación como cristianos es este llamamiento incansable a la conversión de los espíritus, a la reconciliación, a una valoración de la propia fe. Todos habéis seguido seguramente por la televisión la visita del Papa a Tierra Santa, cuando consiguió hablar al corazón, al mismo tiempo, de palestinos e israelíes, que salieron profundamente impresionados. Esta es la aportación que nos es más propia».



Invertir en Oriente Medio

La última intervención corre a cargo de Raffaello Fellah, judío libanés nacionalizado italiano, que presenta el proyecto, Al Sharkia (en árabe significa “sociedad”), que se ocupa de resolver el viejo problema de los refugiados, tanto palestinos como judíos y de la restitución de los bienes que se les habían confiscado entre 1948 y 1970. «La propuesta es una operación empresarial, un holding entre socios antaño enemigos para valorar bienes y recursos humanos en territorios situados en los confines de países ex beligerantes». Al Sharkia tiene como finalidad promover el desarrollo económico de las zonas que han acogido refugiados (tanto palestinos como israelíes) en el curso de cincuenta años de conflicto y dar oportunidades a estas mismas personas de rehacer su vida de forma digna. ¿Cómo es posible todo esto? La intención es clasificar los bienes de los refugiados, identificar a los legítimos propietarios y transformar los bienes en títulos para una reinversión ventajosa. El proyecto, como ha tenido ocasión de decir también el senador Giulio Andreotti, «pone plantea una idea concreta con vista a superar problemas dificilísimos, para cuya resolución no bastan las negociaciones diplomáticas y los esfuerzos de intermediarios por así decir “desarmados”. Sean bienvenidas otras propuestas y también mejoras a esta iniciativa».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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