En vísperas del viaje de Benedicto XVI a Angola y Camerún (y a unos meses del Sínodo sobre un continente donde en el último siglo se han dado cien milliones de conversiones), el misionero PIERO GHEDDO explica por qué en esos países, junto a muchos problemas, hay «una reserva de humanidad para el mundo entero»
Dos acontecimientos nos indican que 2009 puede ser para la Iglesia católica el “año de África”. En 2009 se celebrará el segundo Sínodo africano (el primero fue en 1994 en Roma) y el primer viaje a África de Benedicto XVI, al que me referiré más tarde. Pero creo que todavía hay otro “signo de los tiempos” que nos indica a los católicos la importancia y la urgencia que tiene para nosotros el interés por los pueblos africanos. Sin duda el continente que ofrece a corto plazo más posibilidades para el primer anuncio y la conversión a Cristo es el África negra; un continente que intenta abrirse camino, construyendo arduamente su futuro, tanto desde el punto de vista político como social y económico, y también cultural y religioso. Los pueblos africanos son profundamente religiosos, pero perciben claramente que en el mundo moderno su religión tradicional, el animismo, no tiene futuro. Se ven obligados, en un plazo breve de tiempo, a elegir entre el Islam y el Cristianismo, dos religiones del Libro ampliamente difundidas, cada una de ellas con un fundador, una tradición, una espiritualidad y una comunidad. La alternativa a elegir una de estas dos religiones es el ateismo práctico, que inevitablemente conduce al nihilismo y a la autodestrucción de las culturas y de los pueblos mismos. Algo de lo que tristemente tenemos experiencia ya en Europa, que precisamente ignora o rechaza sus raíces cristianas.
Más allá del pesimismo. Del 17 al 23 de marzo, Benedicto XVI visita dos de los países africanos con un mayor número de católicos: el 55,6% en Angola y el 26,7% en Camerún. Pero esto no debe inducirnos a engaño. En el continente africano los católicos son aproximadamente el 18% y en el África negra y del sur menos del 30%, aunque todos los cristianos juntos llegan a ser el 50%. En la historia bimilenaria de la Iglesia, en ninguna otra parte del mundo el anuncio evangélico ha producido frutos tan rápidos y abundantes como en África en el último siglo. A principios de 1900, los católicos eran cerca de dos millones en toda África, incluyendo a los colonizadores y comerciantes europeos. El hecho abrumador es que un siglo después, en el año 2000, son ya unos ciento treinta millones. ¡De dos a ciento treinta millones en cien años, con dos guerras mundiales en medio! En 1900 sólo había una decena de sacerdotes, en 2000 eran unos catorce mil. Los dos primeros obispos africanos se ordenaron en 1939, ahora hay más de cuatrocientos. Si esto no es un milagro del Espíritu Santo, de qué otra manera se le puede llamar, sobre todo porque ha tenido lugar en un tiempo como el nuestro, en el que las conversiones a Cristo ya no se obtienen por la fuerza, como a veces sucedía en el pasado, siguiendo el principio de Cuius regio, eius religio, con el que se resolvieron las “guerras de religión” entre católicos y protestantes en los siglos XVI y XVII, que establecía que los pueblos debían seguir la religión que sus reyes habían abrazado.
Creo que hay que corregir un cierto pesimismo respecto a África que se ha generalizado. Es cierto que la situación de permanente inestabilidad política y subdesarrollo económico que atraviesa el África negra no invita al optimismo; sobre todo porque los dirigentes de las naciones interesadas y los grandes del mundo todavía no han encontrado la receta para abrir también en África el camino de la paz, el desarrollo, el respeto a los derechos humanos y la democracia que la globalización económica, política y cultural está consiguiendo prácticamente en toda Asia (recientemente he tenido la oportunidad de observarlo en Bangladesh). Pero no debemos ser pesimistas respecto a la Iglesia Africana. Es más, tenemos que darnos cuenta de que es precisamente el cristianismo, la Iglesia católica y las demás Iglesias cristianas, el que da esperanza e indica cual es el camino para rescatar a los pueblos africanos.
Sal negra. África es la frontera actual de la Iglesia, el “Far West” del «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a todas las criaturas que Jesucristo rescató con su sangre», mientras que el “Far East”, es Asia. El Asia emergente sigue siendo hoy un mundo en gran medida impenetrable al anuncio evangélico: los cristianos son menos del 5% de los tres mil quinientos millones de asiáticos (el 62% de la humanidad). La “misión ad gentes” no está en absoluto acabada, como se ha podido llegar a decir. Es precisamente este horizonte de la tarea universal el que puede encarnar los grandes ideales que Juan Pablo II anunciaba en la encíclica Redemptoris Missio, cuando escribía: «La misión ad gentes renueva la Iglesia» (n. 2).
El Papa Benedicto va a África para entregar personalmente al Presidente de las Conferencias Episcopales africanas el texto del Instrumentum laboris del próximo Sínodo sobre África. En Yaoundé, capital de Camerún, Juan Pablo II entregó en 1995 el documento Ecclesia in Africa, la exhortación apostólica fruto del primer Sínodo celebrado el año anterior en el Vaticano. El tema del segundo Sínodo –que se celebrará del 4 al 25 de octubre de 2009, también en el Vaticano– será “La Iglesia en África al servicio de la Reconciliación, la Justicia y la Paz: ‘Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo’ (Mt. 5, 13-14)”.
El Papa y el Sínodo invitan a las Iglesias africanas a hacer un examen de conciencia, a convertirse para ser «la sal de la tierra… la luz del mundo». La meta a la que hay que tender también en el seno de las Iglesias africanas no es sólo la misión de la Iglesia en la sociedad civil, sino «la reconciliación, la justicia y la paz». Pensar que sólo los demás tienen necesidad de conversión es una ilusión trágica. Dirigiéndose a los obispos camerunenses en la visita ad limina (en marzo de 2006) el Papa dijo: «No son nuestras acciones pastorales sino el don de nosotros mismos y el testimonio de nuestra vida lo que da a conocer el amor de Cristo por su rebaño». Mientras el primer Sínodo de 1995, cuyas conclusiones recogía el Ecclesia in Africa, tuvo como objetivo prioritario la exhortación a la toma de conciencia de las necesidades de África para poder responder a ellas con espíritu de servicio, este segundo Sínodo se propone que las comunidades y los creyentes vuelvan a poner a Cristo en el centro, para poder presentar el mensaje de salvación de manera creíble y eficaz.
Será muy interesante seguir los discursos del Papa en Camerún y Angola y también las intervenciones de los obispos y de los demás invitados al Sínodo de África, teniendo presente esta meta que hay que alcanzar, es decir, cómo piensa en concreto reformarse la Iglesia de África. Dado que se trata de una Iglesia joven, animada por una fe profunda y por el espíritu innovador propio de los jóvenes, podemos estar seguros de que aflorarán interesantes novedades.
Una reserva de fe. El año de África no es significativo y provocador sólo para los africanos. Nosotros, cristianos desde hace siglos, no somos meros espectadores ante estos acontecimientos que marcan la historia, sino que asistimos a ellos convencidos de que también nos afectan a nosotros, a nuestra manera de entender y de vivir la vida cristiana, nuestras Iglesias, nuestras parroquias, institutos, asociaciones y movimientos laicales.
Hemos dado mucho a África: misioneros y voluntarios, educación en la fe, ayuda económica, vehículos, contenedores, medicinas, hemos hospedado a estudiantes, sacerdotes y hermanas. Ha llegado el momento de recibir algo de ellos, de aprender humildemente de estas jóvenes comunidades cristianas. Tienen muchas cosas que enseñarnos, pero sobre todo una, fundamental: el entusiasmo por la fe. En 1991, en Maputo, Mozambique, un padre blanco francés, Philippe Legrand, me decía ante la miseria de ese país y de su pueblo (guerra, dictadura, hambre y masacre): «No te dejes impresionar por los aspectos negativos que estás viendo. Yo vivo en África desde hace cuarenta años y estoy convencido de que es una reserva de humanidad para el mundo entero». Podemos añadir, una reserva de fe y de entusiasmo por la fe para toda la Iglesia. En 1975 en Angola, el padre capuchino Flaviano Patterlini me decía: «Escribe, cuenta que cuando la Europa cristiana comience a comprender que tiene mucho que aprender de África, de la que sólo ve la miseria y las lacras seculares, las cosas comenzaran a mejorar».
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