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Huellas N.3, Marzo 2009

UN DÍA CON... La Fraternidad San Carlos

Fraternidad & misión

Paolo Cremonesi

Hemos pasado un día en la casa de formación en vía Boccea, compartiendo el estudio, el juego y la oración de los seminaristas de la Fraternidad, asistiendo a algunas videoconferencias con los compañeros que viven en un lugar de misión, para ver cómo vive una compañía de «hombres, en primer lugar». Un lugar de esperanza que desde Roma alcanza los extremos confines del mundo

A las 7 de la mañana, Boccea, uno de los múltiples barrios a las afueras de la capital, es una interminable columna de coches que se dirigen hacia el centro. Llueve a cántaros, como pasa a menudo en Roma, y además sopla un fuerte viento siroco. Si no fuera por los pinos marítimos que bordean la calle, podríamos estar en una capital sudamericana cualquiera.
Los dos autobuses de los seminaristas de la San Carlos arrancan rumbo a las calles del suburbio, mientras coches con sirenas adelantan por la izquierda y motos ruidosas por la derecha. En el autobús, el clima entre los chicos que se dirigen a estudiar a la Universidad Lateranense (una hora de ida, cuarenta minutos de vuelta) es alegre, pero sin confusión. El Angelus nada más arrancar, el Telediario de las 7.30 de fondo. Algunos repasan las clases, otros escuchan las noticias: Platón y el horóscopo de Linda Wolf. Guardini y el Inter que va primero en la Liga.
En la casa de Vía Boccea el día ha empezado una hora antes. Se trata de un gran edificio que hasta 1996 hospedó las monjas alemanas de la Caridad Cristiana. Actualmente, lo ocupan 26 seminaristas, a los que se suman 7 residentes en el extranjero, un rector, dos vicerrectores, 7 sacerdotes que forman la curia de la Fraternidad, además de los huéspedes que disponen de 53 plazas. Esta es la cara externa de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo, fundada por don Massimo Camisasca, y que incluye el Seminario. La cara “interior”, en cambio, se puede explicar con una frase de Paolo Sottopietra, el vicario general: «Queremos ser misioneros tal y como la Iglesia lo ha entendido siempre a lo largo de su historia: anunciadores de Cristo, porque no existe otro nombre en el cual seamos salvados».
El que no tiene que ir a la universidad se levanta un poco más tarde. A las 7.45 se reza en la capilla, luego, una hora de silencio. Sin embargo, nuestro grupo de estudiantes reza los Laudes al final del viaje, en el Baptisterio de la Basílica de San Juan Letrán. Las sirenas de las ambulancias que llegan al hospital cercano suenan de fondo en la oración final del Padre Grandmaison.
Cuando entramos en el pasillo de la universidad, donde los seminaristas se quedan hasta la una, se escuchan idiomas de todo el mundo. Hay checos, libaneses, africanos, asiáticos. El clima es el de un gran Liceo. Cada cincuenta minutos suena la campana del final de la clase y grupos ordenados de jóvenes pasan de un aula a otra. Los estudiantes que cursan dos años de Filosofía y tres de Teología vienen de seminarios diocesanos, del de la San Carlos o de institutos religiosos, de parroquias y alguno a título personal. «Una vez al mes –cuenta Marco– vendemos Tracce (la edición de Huellas en lengua italiana; ndr.) e invitamos a menudo a la Escuela de comunidad en un aula de Teología. Es una iniciativa para hacernos presentes, aunque resulta algo difícil porque todos los que estudian aquí tienen sus ámbitos de referencia eclesial bien definidos».

Obediencia. También nosotros asistimos a una de estas Escuelas de comunidad, al mediodía: somos nueve y las preguntas (el tema es la obediencia) llegan enseguida: «¿Por qué tengo que obedecer a mi superior que es más joven que yo? ¿Por qué tengo que seguirlo si yo he vivido muchas más experiencias que él? ¿Cómo tengo que vivir la relación con otro seminarista que no me cae bien?». Cinco horas de clases y encuentros, después, los autobuses toman la dirección contraria, dirección Boccea.
Volver al Seminario es como volver a casa. A la una y media las mesas están puestas. Las habitaciones alegres y luminosas. En las paredes reproducciones de Van Gogh y Monet. Los primeros platos los sirven en las mesas a los que les toca el turno. Los segundos son de buffet.
Nada más lejos de las imágenes de privación o ayuno, pasillos oscuros y habitaciones heladas, como los seminarios que pintan algunas películas. Una vez a la semana, cada curso de estudiantes come con el superior en una sala aparte: se intercambian pareceres, se afrontan los problemas ligados a la convivencia y al estudio.
De tres a siete, la tarde está dedicada al silencio y al estudio. Es el momento más adecuado para entender mejor la situación del Seminario. Nacido en 1985, inspirándose en las casas de los Memores Domini que adquirieron su forma en compañía de don Giussani, y ubicado hasta 1997 en “Le Cappellette”, al lado de Santa María La Mayor. Son ya decenas los jóvenes que se han formado en esta experiencia educativa. «Repito siempre con gusto una frase de don Massimo Camisasca, nuestro superior –dice Jonah Lynch, vicerrector–: “Esta es una casa que Dios quiso para vendar nuestras heridas y las de los demás”».
Las casas de la San Carlos en el mundo son veintiséis, formadas cada una por un mínimo de tres sacerdotes y un responsable. Pero también el Seminario tiene esta estructura. «Cuando pensé en las casas de nuestra Fraternidad misionera», cuenta el mismo Camisasca en el libro Il vento di Dio (Piemme, 2007), «consideré también el desafío afectivo tan particular que conlleva la vocación sacerdotal: no es raro que uno se sienta solo ante semejante tarea, inadecuado para llevar problemas que te superan por todas partes, y para acompañar el camino de tantos hombres. Pienso que hoy el factor más grave de la crisis de la vida sacerdotal no es tanto la pérdida del sentido teológico de la vocación, sino la soledad... En este sentido la casa, como don Giussani repetía a menudo, es el lugar donde se custodia y se renueva la memoria de la presencia de Jesucristo».
A las 16 podemos ver una muestra “plástica” de la vida que acabamos de describir. La conexión por audio conferencia con todas las realidades de la Fraternidad esparcidas por el mundo, en la que pueden intervenir los seminaristas. Es un encuentro que se realiza una vez al mes y que reúne toda la realidad misionera de la San Carlos. «Es un momento de verdadera compañía, que nos remite al Acontecimiento que nos constituye. Y, a la vez, es el testimonio de que la hipótesis cristiana se puede vivir, porque la ves realizada en muchas personas», subraya Tommaso, un seminarista de Varese.

Tres aquí, cuatro allí. Cuando cierras los ojos y escuchas las voces, te imaginas pequeños puntos de presencia en el planeta, en medio de una multitud de hombres que todavía no conocen a Cristo: Taipei, Novosibirsk… Pero también las “cristianas” Viena, Lisboa, Washington. Desfilan las intervenciones, de cinco minutos cada una, que leen por teléfono, uno tras otro, los sacerdotes misioneros. Llaman la atención los números: tres sacerdotes aquí, cuatro allí. Grupos de catequesis de diez, veinte niños. Escuelas de comunidad de siete, ocho adultos. Nada más lejos del triunfalismo de cierto “cristianismo” todavía en auge: «Como en tiempos de san Pablo», observa Lynch (autor, entre otras cosas, de una exposición dedicada al apóstol en el Año Paulino), «hoy el encuentro con el hecho cristiano es fundamentalmente personal, y la libertad del hombre necesita a menudo mucho tiempo para reconocerlo. Por ello, la pasión misionera no está sujeta a ninguna estrategia o contingencia externa. La forma de nuestra vida es la alegría de la siega que Dios concede».
Es cierto que tampoco faltan en la obra de la San Carlos puntos asombrosos. Basta con pensar en la obra del padre Aldo Trento en Paraguay o en la primavera del catolicismo entre las babuskas de Siberia. Pero, resulta patente en el ágil diálogo de una hora, introducido y sintetizado por Sottopietra, que la vocación para estos jóvenes sacerdotes es, en primer lugar, una aventura para ellos mismos.
De 17 a 19 en las habitaciones de la calle Boccea rigen todavía el silencio y el estudio, esperando las Vísperas y, a continuación, la Misa. Cena a las 20. Los chicos se desperdigan por el gran jardín del Seminario: nueve mil metros cuadrados de prados y plantas. Huele a leña quemada. Entre setos bien cuidados, limoneros, tejos, magnolias, restos de intentos de cultivos de guindillas (obra de un sacerdote bien conocido, ahora de misión en tierras frías y lejanas), los seminaristas pasean rezando el Rosario. A los que les toca su turno en los diversos servicios, se quedan dentro, echando una mano a una u otra tarea. Las necesidades son muchas: desde los seis vehículos que atender ¿?, a la realización de la publicación mensual Fraternidad y Misión, de la que se imprimen cinco mil copias; a la llegada de los huéspedes, la biblioteca, el cuidado de la precisión y la belleza de la Liturgia, a la que el fundador otorga una extrema importancia.
Cuando los ves así, de lejos, parecen chicos como los demás. Podrías encontrarlos sentados en el Campo dei Fiori o en las escaleras de La Sapienza. Algunos tocan en una banda, muchos juegan al fútbol: hay un torneo entre los seminaristas de la capital. La media de edad está en torno a los treinta años. Vienen de todas las regiones de Italia. Hay quien ha vivido la experiencia de CL en la universidad y quien ha conocido el Seminario a través de testimonios realizados en jornadas misioneras diocesanas o en artículos publicados en la prensa. Han elegido entregar su vida a Cristo: aman la vida, el deporte, los amigos. Son «en primer lugar, hombres», como los ha descrito en un libro la periodista Marina Corradi. «Cada uno de nosotros es en primer lugar un hombre entre los hombres, por la pasión hacia todo lo humano», confirma Daniele, otro de los chicos.

La apuesta. «Apostamos por la libertad de la persona», afirma Lynch. «Deseamos que la casa sea un lugar donde los seminaristas lleguen a corregirse y educarse no por una obligación, sino por una amistad; un ambiente donde aprender a obedecer de corazón». Para facilitar esta educación, hay pocos momentos del día dejados al azar o a la soledad: la convivencia ayuda a las personas a no hacer trampas con el propio límite. Camisasca sostiene que «ser autoridad quiere decir ofrecer la propia vida y las razones que la mueven, los criterios de las propias elecciones».
Dos veces por semana, después de cenar, hay encuentros con personajes del mundo de la cultura, de la política y del espectáculo. O proyecciones de películas. Por las salas de Boccea han pasado el director di cine Pupi Avati, los actores Andrea Soffiantini y Franco Palmieri, el cantante Antonello Venditti, solo por citar algunos nombres.
«En el Seminario procuramos trasmitir la riqueza de la tradición, ofreciendo a otros lo que hemos recibido», dice Camisasca. «El canto, la literatura y la poesía. Don Giussani ha sido un maestro para mí. Sus palabras me han acercado a Leopardi, Pascoli, Pavese, Manzoni, Dante. Sabía que un verdadero maestro no excluye a otros; al contrario, es tanto mejor maestro cuanto más es capaz de indicar a otros».
Esta noche le toca a Platón y su Simposio. Por grupos, los estudiantes retoman el texto, lo discuten y lo comentan a partir de una guía preparada antes. Hace unos días los seminaristas pudieron asistir a la lectura de la Carta a los Corintios, en una versión teatral de Giovanni Testori.

Teorías y moradas. El amor por la belleza y la libertad empapa la vida del Seminario, el cuidado con el que se celebra la Liturgia, las notas de una fuga de Bach que resuenan en las horas del silencio, la limpieza de los pasillos y las habitaciones. A las 22.45 h., los que están en la casa se reúnen para rezar las Completas. Después, a dormir, en habitaciones individuales o de dos.
Fuera, el barrio está imbuido en la oscuridad. Sales de la casa de vía Boccea y rememoras las palabras del padre Giuseppe Lepori, abad de la abadía cisterciense de Hauterive, en Suiza: «Tanta crisis en la Iglesia nace por haber sustituido las teorías a las moradas. La pérdida del sentido de la morada en las parroquias, en las familias, pero también en los conventos y monasterios, ha privado de la experiencia de la paternidad y, así, del lugar del crecimiento». Por eso, la historia de la Fraternidad San Carlos le llena a uno de esperanza, pues es un signo de que «sopla ya el viento de Dios que reconstruye en el mundo esas moradas en las que el Padre desea acoger a todos los hombres».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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