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Huellas N.7, Julio/Agosto 2000

LORETO

En camino hacia la Santa Casa

Giampaolo Cerri

El pasado 10 de junio tuvo lugar la XII edición de la peregrinación nocturna, a pie, desde Macerata a Loreto, acompañada del rezo del Rosario, de las canciones y de los testimonios


Todo ha comenzado con María. Esto lo saben, o simplemente lo intuyen, los miles de personas que abarrotaban el estadio de Macerata, convocadas por esta razón.
Sábado 10 de junio, vigilia de Pentecostés: una leve brisa sopla sobre la gente llegada de toda Italia y del exterior para peregrinar a pie hasta Loreto, a lo largo de veintiséis kilómetros, de noche, acompañados del rezo del Rosario y las canciones. A las nueve, con la celebración de la misa, oficiada por el cardenal Poupard y el obispo de la ciudad de Macerata, monseñor Luigi Conti, comienza este camino hacia la Santa Casa, uno de los lugares más queridos por la piedad mariana.
Las palabras de don Luigi Giussani, cuyo mensaje se distribuyó a cada peregrino, ponen de manifiesto el sentimiento que mueve a esta muchedumbre. Habla del Misterio de la Encarnación, de un Dios que se ha hecho familiar y compañero del hombre: «Todo esto comenzó con María de Nazaret. Por eso nosotros la miramos como signo - grande e inimaginable por su divinidad - de un Dios que ama a los que ha creado, hasta el punto de conmoverse por quien vive toda la fatiga de la existencia cotidiana, señalada por la desobediencia de nuestros primeros padres y por eso, frágil hasta la muerte». Cada uno, en medio de aquella marea, advierte, aunque sea un solo instante, la grandeza de aquel inicio y la desproporción de la propia humanidad. No hay otra razón, ninguna otra, para sentirse mendigos, para recorrer horas en autobús y después, todavía más horas caminando de noche.
Hay un silencio inusitado en esta instalación deportiva transformada en una gran iglesia. Y la voz del cardenal Poupard reclama a la fiesta de Pentecostés: «“El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad”, nos recordaba san Pablo, también cuando parece prevalecer nuestra confusión o nuestra incertidumbre. Fiémonos de Él, dejémonos aferrar por el Espíritu para que se realicen en nosotros los deseos, los designios de Dios, nunca alternativamente o contrapuestos a los más auténticamente humanos».
Y las palabras del cardenal francés devuelven a la memoria las pronunciadas, unos instantes antes de la misa, por Giorgio Vittadini, presidente de la Compañía de las Obras. Un discurso improvisado comentando el mensaje de Giussani sobre la decisión de Jesús de hacerse familiar al hombre, y la caridad que esto ha generado en los cristianos. «La historia de la Iglesia es esa caridad para todos - dijo, recordándonos el hilo ininterrumpido de amor que ha atravesado dos milenios -, hacia cada uno y como construcción de obras, de miles y miles de obras. La vida de la Iglesia es esta construcción de obras de caridad y de obras de trabajo». Y citó a continuación la Pars, una comunidad fundada por personas del movimiento de Macerata para ayudar a los toxicómanos.

El camino por la campiña
La peregrinación forma parte de esta antigua historia. Se abandona el estadio ordenadamente, siguiendo las indicaciones del servicio de orden. Y mientras se avecina la noche, se toma el camino de la campiña de Macerata. Guía Giancarlo Vecerrica, el sacerdote que hace veinte años propuso la peregrinación a un grupo de jóvenes de GS de esta ciudad para dar gracias a la Virgen al finalizar el año escolar. Desde entonces, año tras año, su voz acompaña el camino de los peregrinos hacia Loreto a través de altavoces intercalados entre los grupos.
Canciones, lecturas, rezo del Rosario, en camino están quizás muchos más de los quince o veinte mil que había en el estadio: hay kilómetros desde la cruz que abre la procesión a las ambulancias que la cierran. Mientras tanto, se incorporan por el camino gentes de los pueblos por los que pasa la gran comitiva. Gracias a esto, todas las Marcas han renovado la antigua tradición de la peregrinación loretiana. El pueblo suplicante, en marcha hacia Loreto, discurre entre las dos orillas de la muchedumbre que se une a la plegaria. Las casas han sido adornadas para la fiesta: lámparas, adornos, altarcillos improvisados, quien no hace el camino participa como puede, quizás ofreciendo vasos de agua fresca o prestando el baño de su casa.
«Ave María»: las decenas del Rosario acompasan los kilómetros del camino. Para muchos supone volver a familiarizarse con lo que don Giussani llama en su mensaje «el instrumento que el pueblo cristiano ha inventado para renovar la memoria de los misterios de la fe». Y en Sambucheto, los Misterios son gozosos, como los testimonios que se suceden en los micrófonos. Comenzando por la empresa de Ernesto Olivero, incansable peregrino de la paz en nombre de Cristo, que transformó un viejo arsenal de Turín en un centro de acogida. O la de Ermira, joven albanesa de Tirana, que encontrándose por casualidad con un médico de Pescara y sus amigos, descubrió que el cristianismo respondía a su necesidad de significado. «Siento que la vida desborda mi corazón - canta Claudio Chieffo, fidelísimo peregrino loretiano -, camina el hombre cuando sabe bien a dónde va». Y esta marea humana, que avanza en la noche sobre el asfalto de la carretera, lo ha comprendido. Está cansada, después de las primeras horas de camino, pero segura.

El perfume del heno...
De Sambucheto a San Firmano, mientras emana de los campos el perfume del heno cortado, tocan los Misterios dolorosos: Jesús flagelado, coronado de espinas, muere en la cruz. ¿Cómo no pensar en los propios muertos, en los rostros de los que nos han precedido en el eterno peregrinaje hacia el Destino? De los micrófonos arranca una letanía de nombres que, para alguno en medio de los cuarenta mil, significaron afecto, alegrías, camino común. Comenzando por Enzo Piccinini, al que don Giancarlo recuerda en primer lugar, hasta los dos jovencísimos milaneses desaparecidos pocos días antes en un accidente. Pero rezando por esas personas, añadiendo personalmente otros, cada peregrino sabe que la resurrección es segura, como recuerda el Rosario en los Misterios gloriosos que acompañan a este pueblo en camino hacia la colina de Chiarino.
La resurrección de la que habla don Oreste Benzi, cuando cuenta la historia de las chicas liberadas de la esclavitud de la prostitución, o los jóvenes de la Pars, devueltos a la vida desde la muerte de la drogodependencia. El renacer del que habla Sergio Cusani que, después de una intervención en el estadio de Macerata, camina hacia Loreto. Él, a quien la vida ha conducido del mundo de las finanzas al de las rejas de la prisión de San Vittore, lucha para que se conceda una posibilidad de rescate a miles de hombres y, como el cardenal Ruini, pide un gesto de clemencia para los que están encarcelados. ¿Qué lugar más apropiado para una intercesión de ese tipo que aquel en que se ruega a una mujer que es Refugio de los pecadores y Consuelo de los afligidos?
La Virgen es también Salud de los enfermos; por eso la gente reza unida por la curación de un amigo, de una hermana, de una joven madre que no conocen.
Y, mientras llegan desde los campos efluvios de menta, la noche resplandece con millares de velas, y entre las sombras resuena el antiguo himno a la Virgen: «Mira a tu pueblo, oh, bella Señora / que lleno de júbilo hoy te honra».
«Tú surges más bella que la aurora» cantan todos al resplandor del horizonte. El cansancio es enorme, los pasos mecánicos: pero el río de gente, desconocida pero querida, conduce a la meta. Se recibe el día con un tentempié a base de té, preparado por la comunidad de Fano y Pesaro: para decenas de ellos el peregrinaje es servir con alegría a esta masa fatigada que desfila hacia Loreto.

... y de jazmines
«He visto crecer a nuestras comunidades unidas en este gesto - cuenta después don Giancarlo -; muchos han conocido el movimiento sumándose a la peregrinación». Como Hrvoje y Marko, jóvenes croatas que este año han participado en los Ejercicios de la Fraternidad después de venir, el año pasado, con el padre Tomislav. Después de veinte años, para este apasionado sacerdote de Macerata es evidente que «es un momento de comunión que vive toda la Iglesia. Un lugar en el que la unidad es una experiencia en acto». Un lugar en el que ver «a Dios en el rostro de los que creen», como le dijo hace años una joven atea rusa.
Entre las colinas que preludian la ciudad de la Santa Casa, se ve un trozo del Adriático iluminado por un tenue sol. «Está amarilla toda la campiña y ya tengo nostalgia de ti» cantan a coro los peregrinos, convencidos de que, idealmente, al final del camino «ya te esperan». Y la ciudad se perfila de golpe, iluminada por la luz del alba. La majestuosa basílica está allí, parece que puede tocarse, pero queda aún más de una hora de camino. Un esfuerzo que reclama las palabras de don Giussani: «Que la Virgen de Loreto sea el faro seguro que conduce al puerto vuestro caminar en la noche, analogía de toda nuestra vida - había escrito -. Camino en la fatiga y la batalla - militia est vita hominis, la vida del hombre es una lucha, dice la Biblia -, pero sobre todo en la esperanza cierta de la meta que se avecina».
Una certeza alegre que, a pesar de la dureza del descenso por caminos infinitos, nace de observar la conmovedora belleza de hombres y mujeres de todas las edades levantados al alba para atender a los peregrinos, el rostro feliz de las ancianas monjas que baten palmas, el perfume del jazmín en los jardines de las casas.
«Sabéis que hay en el mundo una gran casa - repite el himno del peregrino -, es la morada de nuestro Señor». Y antes de ver los antiguos muros custodios de la gran basílica, antes de ver el hermoso rostro negro de la Virgen coronada, cuya estatua se levanta en la plaza, de las ventanas de la Opera Don Guanella, a dos pasos del santuario, unos disminuidos psíquicos saludan a la procesión. Agitan las manos, la mirada fija en esa marea coloreada, un rostro feliz. «Verdaderamente es grande Dios, es grande nuestra vida».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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