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Huellas N.7, Julio/Agosto 2000

MILÁN

En silencio ante el Misterio

Luca Doninelli

El 7 de junio perdieron la vida en un accidente de tráfico dos chicos de GS, alumnos del Liceo Artístico del Instituto Sacro Cuore

El miércoles 7 de junio, hacia las once de la noche, dos muchachos perdieron la vida en un accidente. Eran alumnos del Liceo Artístico del Instituto Sacro Cuore, de Milán: Emmanuele - “Lele” -, de tercero y Andrea, de segundo. Volvían en moto de una fiesta. Una carrera, un stop no respetado, les hizo estrellarse contra un autobús. Recibí la noticia el jueves al mediodía. Lo primero en lo que pensé fue en mis hijos, que tienen casi la misma edad que Lele y Andrea... ¿Qué es un hijo? No es una propiedad - ni siquiera en sentido afectivo -, sino una señal que el Misterio pone en nuestro camino. Los hijos pertenecen al Misterio y son nuestros sólo en el mismo sentido en que osamos llamar “mío” a Jesucristo. Por eso, para nosotros es tan querida la imagen de la madre que cuida de su niño: porque representa el amor con el que cada uno está llamado a tratar la realidad que Otro le da. Lele y Andrea eran dos chicos como los demás.

Desbordantes ganas de vivir
Sólo conocía a Andrea de vista. Era un chicho guapísimo, el Leonardo Di Caprio del Sacro Cuore. Don Giorgio trazó un escueto retrato suyo en el funeral: «Todos somos de Otro - dijo -, de este Misterio infinito que nos toca a través de la exigencia de felicidad, de amor y de plenitud, de la que tú, Andrea, has sido un ejemplo vivo». Andrea se caracterizaba por tener unas desbordantes ganas de vivir; casi todos tenemos grandes ganas de vivir, pero él las tenía mucho mayores. Todos sus amigos lo recuerdan así. Andrea era un extremista en todo.
Su carrera en moto aquella noche (precisamente él, que corría siempre en todas las cosas de la vida, él, que siempre tenía prisa, él, que como ningún otro quería devorar la vida), la última de sus carreras, se terminó misteriosamente contra aquel autobús. Su deseo de vida, «frecuentemente expresado de modo contradictorio» - como dijo don Giorgio -, ha cesado.
Cualquier otra lectura de lo ocurrido sería inadecuada y la desesperación sería la menos irracional de las soluciones. ¡Él, tan joven, tan guapo, tan lleno de vida, tan radicalmente opuesto a la muerte! Digo “la menos irracional”, pero no “lo razonable”, porque jamás hay verdadera razón en quien se desespera.

Darlo todo a Cristo
A Lele, sin embargo, lo conocía mejor porque era mi alumno. Era al que miraba siempre cuando explicaba la lección. Un profesor siempre fija su mirada en un rostro de entre los que le escuchan. Yo lo miraba a él.
Ojos duros, conscientes, en un rostro donde pervivía aún la dulzura del chiquillo.
Algo le había sucedido que le había removido por completo. Pocos días antes de morir, habló de su deseo de darlo todo a Cristo. Pero “todo” no era una palabra abstracta. «Las vacaciones a las que he ido este invierno - escribió a su amigo “Andre” - fueron para mí una gracia: en ese momento me sentí valorado, puesto en el corazón del Misterio, que toma forma, para mí, en los rostros de los que me ayudan en este camino».
A Emmanuele le roía la carcoma de la inquietud y, a la vez, la exaltación propia de una intuición: «darlo todo a Cristo», porque de Cristo lo había recibido todo.
«Gracias, Señor - escribe -; estoy contento, soy feliz, he cambiado. El mérito no es mío, lo he comprendido: es un don. Por eso debo estarte agradecido: me has dado la vida, me has dado una compañía y un camino que seguir [...]. En fin, me has dado tanto, ¡sin que yo te haya dado nada! ¡He recibido tanto y no he hecho nada para merecerlo! Te agradezco este don y espero llegar a cumplir tu plan sobre mi vida».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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