«¿Que hay un grupo del movimiento en Santo Domingo? ¡Es un milagro!». Con estas palabras de alegría respondía al conocer nuestra existencia una amiga de la comunidad de Estados Unidos nacida en la República Dominicana. La pequeña comunidad dominicana estadísticamente hablando no es nada, pero constituye la semilla de una realidad nueva
La presencia de CL en la República Dominicana comenzó hace seis años, cuando el sacerdote italiano Padre Diego Di Modugno llegó de las lejanas tierras argentinas. El Cardenal le había invitado a trabajar como capellán y profesor en la Universidad Católica de nuestra ciudad. El primer encuentro se realizó a la sombra de un majestuoso árbol tropical en el campus universitario. De aquellas primeras reuniones han permanecido Manuel y Claribel, que ya han terminado sus estudios y ahora están trabajando. Este incipiente grupo creció paulatinamente y surgió una amistad entre varios estudiantes de la primera Universidad en tierras de América: la Autónoma de Santo Domingo. Con el tiempo, muchos maduraron en la experiencia hasta solicitar la adhesión a la Fraternidad.
El destino común
Margarita, odontóloga, nos conoció gracias a su hija Karina, estudiante de la Universidad Católica. Recientemente, con motivo del aniversario de su matrimonio, comentaba: «Hoy he llorado con mi esposo; lloraba porque pensaba que, si el Señor me hubiese encontrado antes, quizás esos años de mi vida en que estuve equivocada no habría desperdiciado mi tiempo y las energías en discusiones y pleitos que en nada ayudaban a mi matrimonio. Sin embargo, lo más importante es que estábamos unidos de manera especial porque Dios nos quiso juntos. Su destino y el mío son el mismo destino. Ahora me doy cuenta de que el tiempo para entender no me lo doy yo, no es cosa mía, me lo da el Señor. Creo que la relación con mi esposo se ha mantenido por la fidelidad y constante petición de misericordia y la entrega a Cristo de estas circunstancias. Esto no lo podía entender en el ayer, aun cuando lo pedía. Hoy doy gracias al Padre por su misericordia para conmigo y los míos».
Padres
Conversando entre nosotros la palabra que más se escucha es “gratitud”. De forma imprevista, el rostro bueno del Misterio se puede experimentar en el abrazo de unos amigos. Lo expresa con sencillez Eridania, una licenciada en enfermería que en estos días dio a luz una linda niña: «Este grupo de personas me acepta como nadie me aceptaría, con todos mis defectos. Ahora hago mías las palabras que don Giussani dijo al final de los Ejercicios de la Fraternidad del año pasado: en cada una de las personas del movimiento he encontrado a un padre y una madre, porque mediante sus rostros entiendo que estoy frente a una Presencia de la que debo dar testimonio en cada instante vivido».
Claribel y Dulce
Entre los adultos de la primera hora está Dulce, que lleva años militando activamente en un partido político. Precisamente en su lugar de trabajo se reúne todos los sábados uno de los cuatro grupos de escuela de comunidad. «Desde el inicio - nos cuenta -, una palabra ha penetrado en mi corazón: “encuentro”. Este encuentro ocurrió con el padre Diego: trabajábamos juntos, él como capellán y yo como profesora. Me llamó la atención su forma de predicar el Evangelio en la misa y de aplicarlo a la realidad. Me acerqué a él porque mis sentimientos estaban muy confusos. Quise asistir a la escuela de comunidad, lo cual ha cambiado mi vida y me ha hecho una mujer nueva. Ahora el Señor es el único dueño de mi realidad. Este cambio se ha dado por misericordia, por Su ayuda y la de mis amigos. Un domingo sonó el teléfono; era mi hija, que vive fuera del país, y me comunicaba que no podría regresar. En otro tiempo mi reacción habría estado llena de prejuicios y chantajes, pero esta vez no fue así. Ahora estoy preocupada por su Destino como mujer y madre cristiana».
Desde hace un tiempo hemos comenzado la venta de Huellas en una parroquia, y cada mes acudimos a ofrecerla. Más allá del aspecto económico de la venta, ésta nos ha ayudado a dar un paso grande. Mientras estábamos esperando que los feligreses salieran de la Misa, conversamos con Claribel, que es la responsable de la venta de los libros y de la revista. Le resultó inevitable hablar del cambio de su vida por habernos encontrado: «He aprendido a ver la realidad de las cosas desde el punto de vista del cristiano, a permitir a mis amigos y familiares unirse a mí, a dejarme tocar por las cosas que suceden, a ver la vida con un color diferente del que aparece a simple vista, a buscar la belleza de las cosas, a comprender que todo lo que pasa tiene su razón de ser y que es por algo bueno».
La caritativa
A pesar de ser la República Dominicana un país pequeño, en la capital vive casi la mitad de la población de toda la isla. En pocos años ha alcanzado los 4 millones de habitantes. Las parroquias de la periferia muestran en qué condiciones de pobreza vive la población. Emprendimos, por ello, una acción caritativa para compartir sus necesidades. «Todo comenzó - dice Karina - yendo a una caritativa con los jóvenes de la parroquia de San Pablo de la Cruz. Por el deseo de esos muchachos iniciamos, junto con Manuel y mi hermana Rocío, una escuela de comunidad. Es una experiencia por la cual me siento útil; en ella he aprendido a decirle “Tú” al Misterio».
La gente de esa parroquia hace tiempo que ha notado una profunda unidad entre los muchachos que hacen la caritativa y el párroco, el padre Diego. Se trata de la misma y única preocupación: que Jesús se haga presente a través de nuestra unidad. «Cuando llegó el volante de Navidad de 1999 - cuenta el padre Diego - con la frase “Aquellos niños pequeños que jugaban junto a Él y se agarraban a sus piernas… no veían su rostro pero estaban allí con Él”, entendí con más claridad algo que llevaba preguntándome en estos años de misión: ¿Qué puedo hacer yo por esa gente que me busca? Estas personas sencillas, en especial los niños, ¿qué podrán entender de lo que yo les voy diciendo? Muchas veces parece que nuestra presencia no tiene éxito o que es difícil de entender. Ahora veo una cosa claramente: Jesús se vuelve sensible y visible a través de mí; somos el vestido de Jesús, algo pequeño y periférico que, sin embargo, permite a tanta gente entrar en contacto con Él. Porque es impresionante, cuando se camina por las calles, pensar que Cristo no existe para ellos; no un dios cualquiera, sino que no conocen a Jesús. Me doy cuenta de que vivo con la súplica de que Jesús exista también para ellos».
Los mexicanos
Hace más de año y medio que los mexicanos Rocío y Pablo llegaron a esta isla para trabajar dentro de un proyecto impulsado por AVSI. Esto ha permitido conocer a muchas personas. Ejemplo de ello es la amistad con un grupo de trabajadores del sector agropecuario del gobierno. Hoy Víctor puede afirmar: «Ahora puedo conocer y aceptar mi fragilidad como parte de mi humanidad, escuchar a los que van más adelante en el camino y confiar en el Destino como algo que se realiza día a día, en el contacto y el compartir familiar, en la amistad con los compañeros de trabajo; también he aprendido a valorar mi vida y mi trabajo, pues antes huía de todo, cuanto hacía dependía de mi intelecto y no me atrevía siquiera a insinuar un Alguien superior. Hoy es diferente, no tengo temor de aceptar que soy frágil y que no dependo de mí. En mi vida suceden cosas maravillosas que me indican la presencia de ese Alguien a quien de verdad pertenezco. Mi existencia se ha abierto a su cumplimiento a raíz de un encuentro».
El filo del manto
Rocío cuenta un momento de plática con una de sus alumnas de la Universidad: «No deja de sorprenderme cómo se expresan los deseos del corazón del hombre; por ello dije a mi alumna que no somos capaces de ser coherentes, ni siquiera con los más bellos deseos. Esa incapacidad es precisamente el instrumento que Dios tiene para decirnos “date cuenta de que dependes de Otra cosa”; si fuéramos autosuficientes tendríamos la capacidad de bastarnos a nosotros mismos, no se necesitaría de nada ni de nadie. Pero para reconocer esto es necesaria una compañía que nos ayude y nos sostenga, para que esa intuición no se nos olvide. Ella me dijo al final: “Nunca nadie me había hablado así; normalmente cuando se platica con la gente es porque hay un interés de por medio y yo no tengo dinero, ni nada para que usted se interese por mí”».
Esta humanidad nueva no elimina nada; todo cabe en ella y, como decía Ada Negrí, «todo fue bueno, hasta mi mal». En un momento de cierta dificultad, Pablo afirmaba: «Aceptar mi condición de pecador significa aceptar un dolor y por eso muchas veces tiendo a rechazarlo, pues prefiero “vivir tranquilo”. Sé que esa “tranquilidad” es una tontería y por eso le pido a Cristo lo que dice nuestra canción: “escúchame, quédate aún aquí, repíteme ahora tu palabra, repíteme esa palabra que un día me dijiste y que me liberó”».
Es verdad que no es por nuestra coherencia sino por gracia por lo que somos el filo del manto de Cristo
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