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Huellas N.6, Junio 2000

BREVES

Cartas

A cargo de María Pérez

ITALIA
Una verdadera paternidad

Carta de Paolo a su hijo Pietro, que éste encontró, por casualidad, en el ordenador después de la muerte de su padre.
No sé si he podido hacerte comprender todo lo que te quiero. Siempre he estado orgulloso de ti. Tengo una recomendación que hacerte: vive siempre, hasta el fondo, todo lo que el Señor te da; responde siempre a lo que se te pide; trata de entender el sentido, junto a tus amigos, siguiendo a las personas más grandes que tú que te acompañan y te sirven de ejemplo en el camino. Todo es para ti, todo sirve para comprender el camino por el que te llama el Señor; en todo puedes experimentar, si la pides, Su compañía. Durante mi enfermedad me he dado cuenta de que el Señor ha plasmado mi vida, me ha hecho reconocer esta historia que entendía como “mía”, como su designio sobre mí, sobre nuestra familia; no sería yo si todo esto no hubiese sucedido. He podido ofrecer todo por ti, por nuestra familia, por el movimiento, por nuestros amigos y por algunas personas que lo necesitaban, y estoy seguro de que dará sus frutos. Miro hacia atrás y estoy agradecido al Señor por el milagro que ha hecho con mi vida: vosotros no estabais y ahora estáis, para siempre. Nos ha puesto juntos para siempre. La familia pasará por momentos difíciles, tú eres el mayor, afróntalos siempre desde este punto de partida: Otro nos ha puesto juntos para siempre. Estaré siempre cerca de ti, ahora más que antes, en todos los momentos importantes, de dificultad y de alegría; no me perderé ninguno de tus partidos de fútbol, ninguno de tus exámenes, ningún acontecimiento importante de tu vida. Verás cómo conseguiré estar siempre cerca de ti y ayudarte.
Paolo, Milán

ITALIA
Cuando menos te lo esperas

Querido don Gius: Tengo 15 años y he encontrado el movimiento este año. A decir verdad, yo nací en el movimiento. Sin embargo, nunca he encontrado esta vida especial, porque estaba acostumbrada a ella. Por espíritu de contradicción, a los trece años dejé de frecuentar GS. Veía el mundo, lo de fuera, y me parecía más bonito, más divertido. De este modo, empecé a ir a misa a regañadientes, a frecuentar distintas compañías, a cansarme fácilmente de todo, a no entender mi vida. Llegaron los ejercicios de Pascua. Me apuntaron, pero yo no quería ir, ¡no entendía nada de esas “cosas”! Llegué al Meeting de Rímini, 6000 jóvenes... Nada. Nada me sorprendía, estaba convencida de que no tenía que estar allí. Sólo podía hacer una cosa: tomar apuntes. Empecé a garabatear en el papel, después a escribir algo, hasta que completé 5 ó 6 caras. ¿Cómo era posible? ¡Nunca había entendido esas palabras! Me di cuenta de que no las había entendido porque no las quería entender. Después de los “tres días” , no fui a GS porque me sentía demasiado pequeña (sólo estaba en tercero de enseñanza media). Entendí, sin embargo, cuánto contenía aquel encuentro cuando murió Enzo. Yo nunca le había escuchado ni visto. Pero cuando me dijeron que había muerto me quedé de piedra. Algo en mi interior me unía a él. Me acuerdo de que entré en la habitación y lloré. Parecía que había muerto mi hermano, mi tío... tío Enzo. A veces, todavía lloro cuando leo la carta que escribiste el día de su muerte. Y lo siento dentro, como si siempre hubiera formado parte de mi vida. En agosto, decidí escuchar a mi corazón y fui al Meeting, y después a Asís. Aquí comenzó mi verdadero encuentro con Cristo. Una compañía fantástica de amigos, amigos verdaderos, con los que el mes pasado tuve la oportunidad de explicar a los chicos de enseñanza media lo que significaba para nosotros GS. Después, el testimonio de Pietro Piccinini en los ejercicios de este año. He comprendido que el Misterio te sale al encuentro como y cuando menos te lo esperas; que la nueva vida se manifiesta como cambio y es necesario responder al Misterio, tenerlo delante. Yo lo he comprobado y mi vida ha cambiado. Es decir, no ha cambiado en sí: yo sigo siendo la misma de antes, astuta, frívola y con el sueño de convertirme en cantante o actriz; pero ha cambiado la forma de estar ante la vida: acordándome siempre de Cristo porque es «Todo en todos».
Giulia, Trento

ITALIA
Lotta Continua

Querido don Giussani: Después de 33 años he vuelto a verte. Cuánto camino he recorrido sólo o en compañía, con rabia, desesperación, exaltación y más rabia. Participé en mis últimos ejercicios de GL (ndt.: en los años sesenta en Italia, GL, Gioventú Lavoratori, era el grupo de jóvenes trabajadores paralelo a Gioventú Studentesca, GS, el grupo de los estudiantes) en Monterosso, en diciembre de 1967. Algún día después participé en una manifestación de estudiantes en el centro de Milán en contra de Franceschini, entonces Rector de la Universidad Católica. Y desde entonces fue una “lucha continua” para volver al lugar seguro que es la Iglesia. Ahora mi lucha, solitaria en medio de los demás, se ha acabado. Ayer, 21 de mayo, he vuelto a verte en Rímini, envejecido sí, pero con la misma vitalidad del gesto y la idéntica pasión en la voz que tenías en Varigotti. He descubierto otra vez en ti la bondad de un Dios que me ha llevado siempre en la palma de su mano y he llorado, después de tanto tiempo, por fin, de gratitud, de alegría porque otra vez me “he cruzado contigo”. El 5 de marzo de 1987 me encontraba en el aeropuerto de Linate para ir a un país socialista de Africa como médico voluntario. Estaba allí, sólo con mis ideales, a punto de salir, pero “me crucé contigo”, me acerqué junto con mi mujer Renata y me presenté. ¡Cuántas veces he vuelto a pensar en aquella extraña coincidencia! Me pregunto por qué el hombre se aleja de la dulzura del amor de Dios. ¿Es posible que la libertad del hombre pueda condicionar el plan de Dios? Si esto es posible, el hombre es grande y terrible, tanto que ¡sólo un amor “irracional”, por ser infinito, lo puede salvar! El amor de un Dios que se hizo hombre y se hace continuamente carne en la Iglesia, en el movimiento.
Sergio, Vermezzo

ITALIA
Ante la fragilidad

Debido a unos problemas de salud que sufro de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta cuán frágil es el hombre; tiene miedo de lo que no conoce y se enfada en cuanto algo no le sale bien, según sus “míseros” planes. He comprendido la importancia de la fe, la capacidad de “confiarse” a Otro, y que sin esta fe no se va a ninguna parte, por lo que la vida puede parecerte una enorme injusticia. Sobre todo cuando tienes 17 años.
Virginia, Varese

ESPAÑA
El movimiento

Queridos amigos: Hoy he regresado a Milán y mientras volaba medio dormido, volví a pensar en estos días. Os estoy agradecido de corazón porque, en este corto tiempo, habéis vuelto a hacerme ver qué es el movimiento: vuestros rostros atentos, los gestos llenos de vida, vuestro entusiasmo, me han manifestado de nuevo su profunda humanidad y su vibrante belleza. Lo que me habéis puesto delante es una vida integral, tan totalizante que se encarna en esa menuda contingencia que se llama colegio, con la que cada día nos enfrentamos. Gracias por ser testimonio para mí de una dedicación al Señor que es verdadera porque se inclina a servir al destino de vuestros estudiantes y compañeros de trabajo. También el encuentro público fue dramáticamente verdadero, porque nacía de una pasión no por la escuela en sí, sino por las personas con las que vivís. Esto me ha impactado. Vuestra compañía es conmovedora, y me ha introducido en la belleza de España no como un turista distraído, sino como alguien que descubre las huellas de un pueblo mediante la forma de mirar que tiene un amigo a su lado. Por ello, vuelvo a casa con la certeza de que el movimiento es para el hombre, totalmente para él, y esta mañana en el colegio, aunque tenía que hacer un esfuerzo por mantener los ojos abiertos, estaba misteriosamente más alegre. Gracias, amigos, gracias.
Gianni, Abbiategrasso

Volver a enseñar
Publicamos la carta enviada a algunas amigas de los Memores Domini de Milán.
Queridas amigas: Cada una de vosotras tiene su lugar en mi corazón. Como bien sabéis, hace cuatro años volví a ejercer de profesora tras diez años de baja, ¡qué gracia! En realidad no quería hacerlo, pero el Señor jugó sus cartas de tal forma que un buen día me encontré con una cátedra completa y con el puesto de subdirectora. Me sorprendió la facilidad con la que volví a entrar en este mundo que pensaba haber dejado para siempre. En este tiempo he establecido estrechos lazos con muchas monjas y sacerdotes. Con algunos de ellos hay ya una amistad y comienzo a hablarles de nosotros, usando conceptos que para ellos son comprensibles. La gente tiene sed de lo que decimos, desea que les miren y les estimen como a nosotros. En estos días pensaba en mí, cuando comencé hace 16 años: ¡qué fidelidad y qué confianza ha tenido el Señor; no me ha abandonado nunca! Hace unos días fuimos a rezar al anfiteatro romano donde murieron santa Felicidad y santa Perpetua. Como nos ha enseñado don Giussani, acudimos a los santos de nuestra tierra. Es un lugar mal conservado, en la capilla donde probablemente sucedió el martirio no hay más que escombros y ruinas, no se puede entrar, se mira a través de una verja. Qué pobreza, pensaba, pero en esta pobreza hay una riqueza visible. Podrán postrarte de rodillas, pero no podrán arrebatarte la riqueza que te llena la vida. Yo me veo pobre, pero con una riqueza sin fin en mi interior. Nuestra vida habla de esta riqueza; sin poder hablar, ¡nosotros decimos tanto!
Cristina, Túnez

“Re-generados” en la Iglesia
«Y acogeré la vida como un don, y tendré también yo el coraje de morir»; con estas palabras, que escuché por primera vez en 1987 en la gruta de Lourdes, el Misterio bueno que hace todo volvió a acercarme a la Iglesia. Yo, treintañero, soltero, me vi fascinado por estas palabras. Porque la muerte no es la culminación de un proceso biológico, sino cosa de hombres verdaderos; y para morir se requiere coraje, para que muera un hombre verdadero se requiere mucho coraje. Aproximadamente un año después, me encontraron un tumor: cruz y resurrección. Exactamente a la mitad de las duras quimioterapias, conocí a mi mujer; la enfermedad había retrocedido. Nueve meses después, nos casamos. Sabíamos que iba a ser muy difícil tener hijos, pero esperábamos. Algunos amigos nos propusieron hospedar a un niño en régimen de acogida. ¿Por qué no uno nuestro? ¿Por qué no una adopción? Los titubeos cesaron en cuanto vimos a Herry y se me echó a los brazos. Con el tiempo he comprendido que él era para mí. Hoy, después de siete años, Herry sigue con nosotros. Desde hace dos años, otro chico frecuenta nuestra casa: Filippo; es chino. La amistad que ha nacido con sus padres es increíble; les hemos adoptado también a ellos un poco. Cristo, desde aquel día en la gruta, me ha “re-generado”. Y sólo puede generar quien es consciente de ser generado. La Iglesia es la única palabra de verdad acerca de la vida y por ella somos regenerados continuamente. Entonces nosotros, Iglesia, no podemos olvidarnos de que somos Sus hijos y padres de cada hijo.
Emanuele, Prato

En peregrinación
Queridos amigos: He regresado después de unos días de peregrinación en Tierra Santa, en los que he tenido la oportunidad de visitar aquel rincón del mundo en el que Dios se ha implicado definitivamente con los hombres. El periodo pascual ha hecho aún más significativa esta experiencia, que tuvo uno de sus momentos más interesantes en el Vía Crucis hacia el Calvario y el Santo Sepulcro, la tarde del Viernes Santo. Me pareció una gracia inmensa poder estar presente en ese lugar y en ese momento; en los breves instantes en que pude arrodillarme en el punto donde estuvo clavada la Cruz, me sentí como en el centro del universo. Pero no me sentía solo, porque puse a los pies de la Cruz todo mi ser, las personas a las que estoy vinculado, mi familia, mi comunidad, don Giussani, los curas y todos los amigos. Fue el momento más intenso de una peregrinación llena de sugerencias y fascinación por los lugares desde siempre familiares, pero que, gracias a la educación recibida en el movimiento, están cargados de una sugestión particular. ¿Cómo no emocionarse, por ejemplo, en la playa del Primado, donde Cristo preguntó tres veces a Pedro: «¿Me amas?»? Antes de abandonar la Tierra de Dios, fui a conocer a nuestros amigos Memores de Nazareth, Gualtiero, Ettore y Daniele (aprovecho para saludarles) que trabajan en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios. También este fue para mí un gesto importante que necesitaba; después de haber visto “lugares” tan significativos para nuestra fe, tenía el deseo de ver “rostros” igualmente significativos para reconocer a Cristo.
Lele, Novara

Volver a casa
Querido don Gius: suceden hechos totalmente imprevisibles que después se revelan como milagros, capaces de orientar nuestro corazón hacia el significado último de lo que vivimos. Hace diez días, cuando regresaba a Chiavari, después de haber cubierto un reportaje para la televisión local en la que trabajo, tuve una experiencia de este tipo. El cámara y yo recogimos a un muchacho que hacía autostop en la vía Aurelia. Michele, de 18 años, se había fugado de casa, en Bordighera, hacía una semana, sin haber vuelto a dar noticias suyas a sus padres; dormía en la playa y comía ocasionalmente. Era un muchacho inteligente y despierto, que afirmaba con fuerza seguir una corriente filosófica anárquica y haber tomado la decisión de irse para poder hacer «lo que a los cuarenta años ya no puede hacerse». Y para ser libre. El cámara me miraba. Michele decía que no creía en Dios, sino sólo en sí mismo. «Nosotros - le respondí - hemos encontrado algo tan verdadero que le pertenecemos. Y cuanto más pertenecemos a la experiencia cristiana, más libres somos. No sé cómo explicártelo, pero es así» Michele trataba de mediar («pertenecer está bien, pero sólo hasta cierto punto...»), pero algo le había sorprendido. Cuando llegamos a nuestro destino, perecía no querer bajarse del coche. «Escribidme un pensamiento» nos pide, y nos da un cuaderno. El cámara, padre de tres hijos, le repite: «Vuelve a casa: cuando lo pienses, sabrás que tengo razón». «La esperanza es una certeza en el futuro, suscitada por una realidad presente», le escribo, tratando después, malamente, de explicarle que precisamente esa certeza que encontrábamos cada día nos daba el entusiasmo y el coraje para estar ante la realidad, el trabajo, el estudio y la familia. «Esta noche no duermo», me dijo, mirando la frase en el folio. Conseguimos averiguar su número de teléfono para poder avisar a sus padres. Al día siguiente, el cámara llamó: le respondió Michele mismo. Había vuelto a casa. Una semana más tarde, una segunda llamada: esta vez habló el padre. Nos daba las gracias porque «desde aquél día, Michele ha cambiado y casi no lo reconocemos, y... ¿pero vosotros quiénes sois? ¿Asistentes sociales?». No sé cómo puede llamarse algo así. Yo lo llamo milagro: en nuestra pequeñez, con nuestros pecados, nos damos cuenta de que hay un Tú que nos construye, y que elige pasar precisamente a través de nuestros límites para llenar de estupor nuestro corazón y hacerse compañero de camino de los hombres.
Emanuela, Lavagna

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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